Arte naíf

SIEMPRE EXISTIERON NAIFS, PERO NINGUNO COMO HENRI ROUSSEAU

Arte naíf
Yo mismo, autorretrato de Rousseau, 1890, Galería Nacional de Praga.

El Arte Naíf (del francés naïf, “ingenuo”), es considerado como una manifestación artística, generalmente aplicada a la pintura, realizada por artistas que se hallan al margen del arte académico.

Para ser un naíf puro no deberías tener ningún tipo de conocimiento técnico ni teórico sobre la pintura, lo que viene a ser, en resumidas cuentas, un artista plenamente autodidacta.

Es un arte lleno de ingenuidad y espontaneidad, muy relacionado con el arte primitivo y lo infantil. Las obras son el resultado de un gran uso de la libertad y del instinto, dando lugar a obras anti naturalistas en las que lo onírico y la realidad se funden.

Lejos de lo convencional, sin embargo, la minuciosidad y simplicidad presentes en estas obras nos atrapa, sin poder quitar la vista del cuadro, nos sumergimos en él, descubriendo cada vez más y más nuevos detalles que no dejan de sorprendernos.

Arte naíf
La encantadora de serpientes, Henri Rousseau, 1907, Museo de Orsay, París.

Si pensamos en lo mencionado anteriormente, podemos llegar a la conclusión de que los artistas naífs siempre han estado entre nosotros, pero surgió como una tendencia artística en la Francia de finales del siglo XIX, representado por “el aduanero” Henri Rousseau, que causó sensación entre los artistas de las vanguardias por ser un hombre adulto con una manera de crear un arte más ingenuo y puro.

En cuanto a las características generales, son pinturas coloridas, de temas sencillos como paisajes, retratos o elementos de la cotidianeidad. Los contornos suelen ser definidos con gran precisión, y los colores son puros y llamativos.

Las proporciones y perspectivas inusuales son algo muy común, con dibujos a veces incorrectos. Dejándose llevar por la imaginación, insistiendo en el detallismo, la minuciosidad y la sencillez. Una pintura muy expresiva que no se estudia, sino que más bien, se siente.

Los jugadores de futbol, Henri Rousseau, 1908,Museo Solomon R. Guggenheim, Nueva York.

Para ejemplificar este maravilloso arte naíf, pondremos como ejemplo a Henri Rousseau, quien ha llegado a ser considerado como el creador de esta manifestación.

Nació en Laval, Francia, en 1844. Apodado como “El Aduanero” por su trabajo como recaudador de impuestos sobre las mercancías que entraban en la ciudad de París.

Sin ninguna formación, pero lleno de deseos y pasión por la pintura, decidió dejarlo todo para dedicarse de lleno a ella en la década de 1880, con la edad aproximada de unos 40 años.

Expuso su obra por primera vez en 1886 en el Salón de los Independientes invitado por Paul Signac. Fue objeto de burlas durante los primeros años de muchos artistas, muy criticado, ya que sus obras se veían como infantiles y de poco talento, además, de reprocharle su formación autodidacta iniciada con una edad avanzada.

No fue bien recibido, hasta que, a partir de 1905, cuando expuso en el mismo salón la obra León hambriento atacando a un antílope, el cual le llevó a la fama, siendo plenamente valorado y aclamado por personajes de gran renombre como Picasso, Robert Delaunay, Guillaume Apollinaire, Gertrude Stein, y un largo etcétera.

Arte naíf
León hambriento atacando a un antílope, Henri Rousseau, 1905, Fundación Beyeler, Riehen.

Henri tenía un gusto por lo primitivo y lo exótico, con composiciones llenas de fantasía, de gran originalidad. Obras con figuras planas y de perspectiva carente realizadas al detalle, invadidas de minuciosidad.

Nunca salió de Europa, por lo que las exóticas selvas y los animales salvajes que reflejaba estaban inspiradas en relatos de viajeros y en lo que veía en su ciudad, con una dosis de su gran imaginación por la que siempre se dejaba llevar.

Los lugares que concurría para poder reflejar esa flora y fauna eran el Jardín de Plantas de París, el Museo de Historia Natural, y el zoológico, así como sus visitas a las Ferias Coloniales de la Exposición Universal de París de 1889, que contaban con reconstrucciones de paisajes y aldeas que hacían viajar a Rousseau sin tener que moverse del sitio.

El Sueño, Henri Rousseau, 1910, MoMA, Nueva York.

Una de sus obras más icónicas fue la última que expuso en el Salón de los Independientes pocos meses antes de su fallecimiento en 1910. Le dio el título de El sueño, y la acompañó del siguiente poema:

Yadwigha en un bello sueño

habiendo caído dulcemente,

oía el son de una chirimía

que tocaba un encantador bienintencionado.

Mientras la luna refleja

en los ríos, los árboles que verdean,

las fieras serpientes escuchan

las alegres tonadas del instrumento.

Su amante, Yadwigha, aparece desnuda recostada sobre un sofá en medio de la selva. Un musico emerge de la oscuridad en la profundidad, se trata de un encantador de serpientes, y mientras, leones y serpientes vagan a sus anchas por la zona. Un paisaje exótico, una frondosa selva que esconde entre sus árboles y plantas todo tipo de animales.

Una obra extraña y peculiar, pero que nos sigue cautivando aún hoy en día. La protagonista está soñando, y ante ella se presenta el mundo de lo onírico, que se entremezcla con su realidad.

Nos señala con su dedo extendido al león, a la leona y al músico. Y mientras observamos nos damos cuenta de que estamos siendo observados, un gran número de ojos nos están mirando fijamente.

Arte naíf

Ambroise Vollard le compró esta obra, y la vendió a Sidney Janis, un coleccionista y fabricante de ropa, en 1934. Janis en 1954 la comercializó a Nelson A. Rockefeller, que la donó al Museo de Arte Moderno de Nueva York donde actualmente permanece y sigue desprendiendo su magia, adentrándonos en un mundo de ensueño.

Un artista atemporal, naíf, que dejándose llevar por su imaginación e instinto, acabó fascinando a todo aquel que veía su obra, y manteniendo esa sensación en pleno siglo XXI.




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