Biografía de César Manrique

CÉSAR MANRIQUE (1919-1992)

César Manrique fue una de las personas más emblemáticas de las Islas Canarias, con una obra que se proyecta mucho más allá del archipiélago, cruzando fronteras y llegando al otro lado del charco.

Nació el 24 de abril de 1919 en el seno de una familia de clase media en Arrecife, Lanzarote. Desde muy temprano, estuvo profundamente vinculado al mar, que estará presente en toda su producción artística.

Habiendo pasado gran parte de su infancia jugando ante el Risco de Famara, el litoral de las islas fue uno de los grandes pilares sobre los que se asentó su carrera artística.

Tanto fue así, que incluso tras haber experimentado el éxito en los puntos clave de la vanguardia internacional, el permanente rugir de las olas en su conciencia le hizo regresar a su pueblo natal para cumplir el que estaba seguro que era su destino: defender y proteger el paisaje de la isla que lo vio crecer.

Por lo que respecta a su formación, la primera etapa tuvo lugar en la Escuela de Arquitectura de Tenerife, donde se matriculó debido a la insistencia de su padre. No obstante, pronto abandonó el lugar para centrar todo su empeño en su verdadera vocación en el momento: la pintura.

De este modo, pudo acceder tras obtener una beca a la Escuela de Bellas Artes de San Fernando en Madrid, donde su vitalidad le aseguró el apoyo y aplauso de una gran cantidad de personas en la capital española, aunque pronto su reputación se expandirá y será reconocido a nivel internacional. 

Llegada la década de los sesenta sintió la necesidad de acudir al origen de la innovación artística que marcaba su época, al lugar donde estaba teniendo lugar una revolución no solo del arte, sino de la propia vida.

Con la intervención de Nelson Rockefeller, Manrique consiguió una beca que le permitió trasladarse a Nueva York. Nuevamente, contó con un gran éxito desde su llegada a la Gran Manzana, un lugar que le fascinó por la libertad que dominaba cualquier aspecto de la sociedad: describe la ciudad como un espectáculo constante, como un ambiente cargado de fantasía y energía donde la magnificencia del ser humano se encuentra siempre en su máximo esplendor.

Sin embargo, no tardó en aparecer la urgencia de regresar a Lanzarote. Fue inmensamente feliz en Nueva York, donde se rodeó de figuras tan destacadas en la historia del arte universal como Andy Warhol, con quien llegó a compartir más de una comida.

A pesar de ello, pasados tres años desde su llegada a la frenética ciudad, comenzó a sentir una fuerza cuya intensidad incrementaba cada segundo y que le empujaba a volver al Archipiélago.

“En Lanzarote está mi verdad.”

Siempre aprovechó cualquier período desocupado para visitar su pueblo, pero cuando su vuelta fue definitiva, nada pudo evitar el impacto que le generaría la situación en que se encontraba aquel paisaje mágico que tanto influyó en su creación. Años antes ya había manifestado su preocupación ante la práctica urbanística.

La naturaleza estaba siendo engullida por la especulación del suelo, y fue en ese momento que el «conejero» fue consciente de cuál era su verdadero papel: necesitaba contribuir a la protección de la naturaleza isleña que, siendo única, estaba siendo destruida de manera sistemática.

Sabiendo con seguridad que el futuro de Lanzarote estaría marcado por una economía con base en el turismo, destinó todo su empeño en que este y la conservación del medio ambiente fueran compatibles.

César Manrique defendió a ultranza la integración de la arquitectura en el entorno, descartando por completo el método que generalmente se utilizaba a la hora de levantar una infraestructura, que pasaba por la previa devastación del suelo a edificar.

César Manrique
Fundación César Manrique

Este planteamiento lo convierte en una figura adelantada a su tiempo, aplicando con gran decisión el ecologismo en una época que anunciaba el que sería el estado de las islas en la actualidad. La base de sus ideales estuvo constituida por la necesidad de una convivencia en total armonía entre el ser humano y la naturaleza.

Por esta razón, le parecía rotundamente inconcebible que el primero pusiera su comodidad por delante del respecto a la segunda, lo que implica un avance a pasos agigantados hacia su propia destrucción. La realización tanto personal como espiritual del ser humano, consideraba, solo sería posible mediante un estrecho vínculo con la naturaleza.

El ejemplo que mejor pone de manifiesto su postura es la sede de su Fundación, su antigua casa. La cinco burbujas de las que se compone la estructura, generadas a partir de la acumulación de gases solidificados, dan lugar a un recorrido casi místico a través de la sucesión de espacios cuya finalidad es la identificación del ser humano con la naturaleza. Se trata de una solución arquitectónica de desbordante fantasía.

Por otro lado, más que la intervención en el medio, trata de aprovechar al máximo las estructuras que este ofrece: la naturaleza es arquitectura en sí misma. La estructura de Los Jameos del Agua es totalmente natural, como lo será también El Auditorio, de habilitación posterior.

Jameos del agua

En este lugar, además, se da una relación de semejanza con su producción pictórica, a la que dotaba de textura rugosa, cobrando vida el vínculo que Manrique atribuyó al arte y la naturaleza. En el caso de tener que emplear materiales ajenos al medio o paisaje a intervenir, deben estar mimetizados por completo en el espacio, cuya alteración nunca debe ser una opción.

El hierro entra en consonancia con la Montaña del Fuego, en la que el emplazamiento de un restaurante nunca supuso un problema siempre y cuando no implicara un obstáculo en el paisaje.

César Manrique
Restaurante El Diablo

Es importante reseñar el papel especial con el que contaron los miradores en la obra de César Manrique. El paisaje podía ser observado por el visitante desde una perspectiva casi romántica, participando de una contemplación que le conectaría nuevamente con la naturaleza. Destaca, en consecuencia, el Mirador del Río, que evidencia el vínculo sagrado y trascendental que el artista mantenía con su isla. 

César Manrique falleció a causa de un trágico accidente automovilístico el 25 de septiembre de 1992, dejando en manos de los habitantes del Archipiélago la importantísima tarea de cuidarse a sí mismos y proteger aquello que hace de las islas un lugar único. Cielo, mar y volcán, elementos constantes en la obra del artista que, con una visión mágica de la vida, actúo como medio a través del cual la naturaleza reivindicaba su protagonismo. 

BIBLIOGRAFÍA

CASTRO BORREGO, Fernando. César Manrique. Canarias: 2009.

CASTRO BORREGO, Fernando. César Manrique: teoría del paisaje. Lanzarote: 2019.

FUNDACIÓN CÉSAR MANRIQUE: https://fcmanrique.org/inicio/?lang=es Consulta 17/01/2023.

GALANTE GÓMEZ, Francisco. Mirador del Río. Lanzarote: 2000. 

IZQUIERDO, Violeta. César Manrique. Arte total. Lanzarote: 2019.

RUIZ GORDILLO, Fernando. César Manrique. Lanzarote: 1995.

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