ENRIQUE SIMONET LOMBARDO (2 de febrero de 1866 – 20 de abril de 1927)
Bautizado con el nombre de Enrique Serafín María de la Santísima Trinidad Esteban y Blas Simonet Lombardo, este personaje nace en Valencia el 2 de febrero de 1866. Hijo de dos malagueños, don Enrique y doña Dolores, su relación con la ciudad malacitana comienza desde la cuna.
Su crianza y educación se desarrolla en una familia de alta posición social gracias a los cuidados de su madre y el puesto de regidor de la propiedad de su padre. Por él, ingresó a una edad temprana al seminario. Y pese a mantener una profunda espiritualidad a lo largo de toda su vida, Simonet no resistió el bimestre de prueba, abordando tras su renuncia su interés por la pintura, que convertiría en su meta a seguir.
Pese a lo precipitado de su marcha del seminario, cabe señalar que su familia sería el gran apoyo del artista a lo largo de su formación pictórica, ello creo que es visible en dos hechos de suma trascendencia, tales como las numerosas misivas que se encuentran en el Archivo familiar, regido por su hijo Bernardo, donde vemos la continua comunicación de Simonet con sus padres; y que, gracias al nivel adquisitivo del que gozaban, libraron al joven del servicio militar para que no interrumpiera su formación.
Su primera aproximación a los estudios reglados de arte sería en el curso 1881/1882 en la Escuela de Bellas Artes de San Carlos de Valencia. Sin embargo, en el Archivo familiar se pueden hallar distintos estudios de religiosos anteriores a esa fecha, bocetos que ya denotan una gran claridad y concisión que pudo llevar a su familia a apoyar su carrera.
Las circunstancias familiares llevaron al núcleo familiar a trasladarse a Málaga. Por el contrario, Enrique, quedaría en Valencia durante un tiempo. Allí, cursó las asignaturas de “Estudio de la figura” y “Pintura y policromía”. Teresa Sauret apunta que dada la escasez de asignaturas, el aún joven Simonet pudo tomarse este curso como puente entre sus estudios entre Valencia y Málaga.
Pese a la inestabilidad en la que se encontraba, Enrique se presenta en 1882 al Certamen de Pintura convocado por el periódico “Las Provincias”, donde obtuvo la medalla de plata por un estudio de las flores que fue muy bien acogido por la prensa del momento, seguramente, y como apuntó Palomo Díaz, porque desde 1778, la temática floral en Valencia era uno de los motivos más prolíficos.
Entretanto en Málaga, la familia Simonet entabla amistad con José Ruiz y Blasco (padre de un icono artístico como Pablo Picasso) y Bernardo Ferrándíz, pintores que junto a Muñoz Degrain, crean la Escuela de Pintura malagueña. Ferrándiz, ante la irregular situación del joven estudiante, ofrecería a la familia una plaza en su taller, ubicado en las cercanías de la Plaza de la Merced.
Añorando a la familia, Enrique abandona Valencia e inicia sus estudios de forma inmediata en la pléyade del pintor. Cabe señalar un inconveniente en su traslado: mientras la Escuela de Bellas Artes de San Carlos en Valencia era de primer rango, capacitada para proporcionar estudios superiores; en Málaga, Simonet solo hallaría estudios reglados elementales, ahí entra la importancia de su formación en el taller de Ferrándiz. A largo plazo, ello le supuso tener que terminar su formación en Madrid.
Entre 1882 y 1887, el joven comenzó a desentonar como un artista ecléctico, interesándose por lo cotidiano y lo extraordinario, por lo popular, lo académico y lo comercial. Su interés por el cuerpo humano, especialmente por el femenino, empieza a despuntar. Con la influencia y el tono sensual y provocador de Courbet, su análisis anatómico andando en el tiempo le llevaría a ser profundamente criticado en su obra “La autopsia”, dado que escogió de modelo a una ahogada. En la ejecución de este cuadro, podemos hallar similitudes con el prototipo femenino prerrafaelista.
Asimismo, en sus primeros bosquejos, vemos un enorme interés por la naturaleza que le acompañaría durante toda su obra; realizada ésta con gran detallismo y pulcritud, véase en la ya mencionada presentación para el certamen pictórico del periódico “Las Provincias” y en sus bocetos de la Albufera valenciana.Debió ser importante el talento que derrochó en estos primeros años, dado que Ossorio y Bernard, en su obra bibliográfica de artistas españoles
editada en 1883, dijo de Simonet que era un “joven pintor, a cuyas obras, paisajes especialmente, ha tributado elogios en los últimos años la prensa en Valencia”.
Su obra de estos años está gravemente influenciada por Ferrándiz, Ruiz y Blasco y Muñoz Degrain, quien era responsable de la Escuela de Paisaje del Centro malagueño. Pese a la preponderancia de esta triada, es imposible no percatarse del influjo de Mariano Fortuny, y el gusto que desarrolló en la España de la segunda mitad del s. XIX conocido como movimiento fortunysta.
De Valencia a Málaga vemos una transformación, un mayor tratamiento de los fenómenos atmosféricos que aporta a sus obras más luminosidad, acercándose a las escenas amables y decorativas adscritas al monaguillismo (movimiento pictórico español que nace en los siglos XIX y XX, consecuencia del preciosismo fortuniano y la pintura social).
En 1884, Simonet abandona la Costa del Sol rumbo a la madrileña Escuela de Bellas Artes de San Fernando. Parece ser que gracias a la intervención del político e historiador malagueño Cánovas del Castillo, amigo de la familia, recibió encargos que le abrieron las puertas de distintos círculos artísticos, véase el retrato de Alfonso XII para la Academia Militar de Zaragoza.
Con recurrentes retornos a Málaga, quizás en períodos no lectivos, el pintor financiado por su padre partiría de la sureña ciudad a Roma, en el peregrinaje artístico arquetípico de los pintores europeos del período. Fruto de su estancia, sus bocetos reflejan la curiosidad que despertó en él los restos arqueológicos, las vistas de la ciudad eterna y los residentes de la capital italiana.
Entre 1885 y 1887, Simonet junto a otros pintores españoles en Roma, como Sorolla o Ulpiano Checa, realizaría distintas obras sacras, destacándose la presentada en la Exposición nacional de 1887, la “Decapitación de San Pablo”, donde el clasicismo italiano converge con su genio personal. La obra, que obtuvo la tercera medalla del certamen y actualmente se halla en la Catedral de Málaga, generó un gran número de críticas por anacronismos históricos, aunque de ella Cánovas del Castillo diría que revelaba un gran pintor.
Tras su paso por la madrileña Exposición Nacional, retornaría a Málaga. Dada su falta de presencia en el panorama artístico durante el bienio 1888-1889, deducimos que el artista se volcó en la pintura comercial. En 1888, aprovechando una convocatoria del Ministerio de Estado, se vuelve a trasladar a Madrid con el fin de opositar por una pensión para estudiar en Roma. Finalmente, quedaría tercero y sin plaza, pero al quedar desiertas las plazas de otras disciplinas, obtendría un nombramiento anómalo, tomando posesión de la pensión en verano de 1889.
Antes de instalarse por segunda vez en Roma, Simonet visitaría la París de la Exposición Universal de 1889, donde tomó contacto con la pintura modernista. Durante su estancia le escribiría a su padre diciendo: “el impresionismo es la corriente que más me interesa, pues muestra al hombre mediando ante la realidad, que es como yo percibo el arte”.
La comunión de ideas que adquirió en sendas capitales europeas, le haría adoptar una actitud crítica ante las reglas academicistas, consolidándose su eclecticismo pictórico. Fruto de esta revelación y de su desafortunada experiencia con la crítica, Simonet se documentaría profusamente de ahora en adelante con sus obras, prueba de ello son sus viajes por Grecia, Egipto, Palestina y Tierra Santa del que surgiría una de sus obras cúlmenes, “Flevit super illam”.
Finalizado su segundo período en Roma en 1893, Simonet retorna a Málaga, desde donde embarcaría hacia Melilla como corresponsal de guerra enviado por la revista “La Ilustración Española y Americana”. A su culmen, se instalaría en Madrid, montando un estudio en la calle Villanueva.
Durante su estancia en Madrid, su obra virará hacia la pintura de género de fuerte iconografía taurina, véase “El quite”, pintura presentada en la Exposición Nacional de 1897, donde podemos hacer una lectura regionalista, siendo la presencia de Málaga y Andalucía notable. Asimismo, comienza a mostrar influencias de Sorolla, Romero de Torres y Rodríguez Acosta en el juego de luces y sombras, el tratamiento de los blancos y la pincelada suelta.
Del mismo modo que halló su lugar en la publicación “La Ilustración Española y Americana”, realizaría trabajos para otras revistas como “Blanco y Negro” y “La Esfera”, y para distintas ediciones ilustradas, convirtiéndose en uno de los ilustradores más cotizados del período.
Ya casado con Asunción Castro Crespo y con hijos, Simonet comienza a buscar otras vías de sustento, opositando para la cátedra de “Dibujo” en el Instituto de Enseñanza Media de Palencia y la cátedra de “Estado de la forma de la naturaleza en el Arte” en la Escuela de Bellas Artes de Barcelona. Siendo seleccionado para ambas, se decantaría por la plaza de la ciudad condal, trasladándose en 1901. Allí, concurriría en numerosas tertulias culturales, congeniando con artistas, políticos y la alta burguesía catalana, una gran demandante de retratos y pintura al caballete.
En Barcelona retomaría el contacto con el movimiento modernista y el interés por la pintura de paisaje en modalidad de jardín, muy influenciado por Modesto Urgell y Rusiñol. Realizaría obras como “El juicio de Paris” en 1904, que analizaremos en otra publicación; y la decoración mural del Palacio de Justicia en Barcelona durante 1910.
En 1911 retorna definitivamente a Madrid tras conseguir la cátedra de “Pintura decorativa” de la Escuela de Bellas Artes de San Fernando, una de sus alma mater. En la capital su producción paisajística se dispara, convirtiéndose el parque del Retiro en una de sus fuentes de inspiración predilectas.
Hasta su muerte en 1927, Simonet participó en diversas exposiciones, obteniendo por su carrera artística reconocimientos como la Orden de Comendador de Alfonso XII o su cargo como director en la residencia de estudiantes El Paular. Tras un accidente de tranvía, su frecuente inquietud por viajar y documentarse se reduciría paulatinamente, aunque tenemos documentado que desde 1911 hasta 1927, el pintor viajaría al menos tres veces a Marruecos para documentarse.
Pese a ser uno de los pintores más ignorados de la Escuela de Pintura malagueña, su obra es prolífica y única.
BIBLIOGRAFÍA/WEBGRAFÍA
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Europeana Collections, “El juicio de París-Cuadro. Simonet Lombardo, Enrique”: https://www.europeana.eu/portal/es/record/2058610/pages_Main_idt_124395_inventary_BA_DJ02010_table_FMUS_museum_MMA.html
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SAURET, T., Enrique Simonet y Lombardo: formación y madurez, Málaga, Ayuntamiento de Málaga.
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