Dia de los Difuntos

Especial Dia de los Difuntos | Muerte y Tragedia

CONTEXTO HISTÓRICO

En palabras de Antonio Machado

«La muerte es algo que no debemos temer porque, mientras somos, la muerte no es y cuando la muerte es, nosotros no somos«.

Desde que el hombre es hombre la muerte ha sido algo indisociable de su mentalidad.

Algunos de los grandes pensadores afirman que es el hecho diferenciador más significativo que existe entre los seres humanos y los animales, ya que, a priori, somos los únicos seres vivos que tenemos la certeza de la llegada irremediable del fin de nuestros días.

Religiones y ramas filosóficas se han esforzado en aliviar esa carga irrefutable, en algunos casos a través de la promesa de la salvación eterna, otras de la reencarnación o, simplemente, de la aceptación natural del paso del tiempo.




Inspiración para numerosos escritores, poetas o artistas, la muerte consigue abrirse un hueco especial a finales de octubre y principios de noviembre.

Día de los Muertos, Día de los Difuntos, Día de las Ánimas o Halloween, son solo algunos de los nombres que sirven para conmemorar a los que se fueron. Como no podía ser de otra forma, a través del arte, podemos ver innumerables representaciones del ocaso de la vida.

En algunas ocasiones se nos presenta la muerte como un acto triunfal de la persona; otras, la tragedia se apodera de la escena, inundándolo todo de tristeza y dolor. Para esta entrada especial, traemos cinco grandes representaciones del momento del sepelio o el entierro, ordenados por la fecha cronológica de ejecución.

El entierro del señor de Orgaz. El Greco, 1586-1588

Bajo la inconfundible técnica manierista de El Greco, se nos presenta el entierro del señor de Orgaz, en el momento milagroso que acaeció en la iglesia toledana de Santo Tomé.

La obra se divide en dos claras escenas. En la inferior, Gonzalo Ruiz de Toledo, señor de Orgaz, es depositado en el sepulcro por las apariciones de San Agustín y San Esteban, ante la atenta mirada de los nobles toledanos. En la superior, un tradicional rompimiento de gloria, con Cristo en la parte central, recibe el alma del fallecido.

Vemos una representación triunfal y piadosa de la muerte. Ninguno de los asistentes al funeral parece atormentado, sino que más bien se muestran en una especie de éxtasis generalizado, propio del espíritu humanista de la época.

Finis Gloriae Mundi. Juan de Valdés Leal, 1622

Alejado del espíritu idealizador de la anterior obra se nos presenta Finis Gloriae Mundi. Si El Greco nos presentaba la visión celestial de la muerte, Valdés Leal nos muestra la cruda realidad.

De nada ha servido el estatus social de estos tres moribundos. El religioso, el noble y el campesino aparecen putrefactos sin ningún hecho diferenciador.

La riqueza que disfrutaron en vida, de nada les ha valido ante la muerte. Ahora, los tres serán juzgados ante Dios. La mundanidad de la vida ha acabado y en la balanza divina se sopesan las virtudes y los vicios.

Ante dicho juicio no cabe el engaño, tal y como se lee en la leyenda de la balanza: Ni más, ni menos. El cuadro, ideado para decorar la iglesia del Hospital de la Caridad de Sevilla, muestra la realidad de una ciudad acosada por periódicas epidemias de peste.

Algunos de estos brotes fueron tan fuertes que mermaron la población de la ciudad a la mitad.

Entierro en Ornans. Gustave Courbet, 1849-1850

Courbet nos presenta un entierro lleno de veracidad. Alejado de misticismos y fiel a su estilo realista el pintor francés nos muestra el entierro de un desconocido en la localidad de Ornans.

El féretro ya ha sido introducido en la fosa del primer plano. No vemos actitudes exaltadas en ninguno de los representados, pues la muerte es algo rutinario para ellos. Asisten al ceremonial como un hecho cotidiano.

Este cuadro fue despreciado por la crítica de la época, que llegó a decir que los representados eran caricaturas despreciables inspirando la repugnancia y provocando la risa. En la actualidad, se considera uno de los mejores ejemplos del Realismo, movimiento pictórico desarrollado en Francia a mediados del siglo XIX.

Muerte del maestro. José Villegas Cordero, 1884

En contrapartida podemos hablar de la Muerte del maestro de José Villegas Cordero, donde el folclore andaluz se impone ante cualquier triunfalismo.

El dramatismo y la desolación de la cuadrilla del torero, que ha muerto en la plaza, es lo que centra la composición. El rostro del difunto aparece en penumbra, mientras que la desesperación e incredulidad de los asistentes invitan a la atención del espectador, que es integrado en el propio duelo.

Vemos la representación de una muerte más trágica que desata pasiones, por lo inesperado del momento. La muchedumbre intenta acceder a la sala, mientras que un religioso reza ante la improvisada capilla ardiente del difunto.

¡Mira qué bonita era! Julio Romero de Torres, 1895

Dia de los Difuntos
Dia de los Difuntos: ¡Mira qué bonita era! Julio Romero de Torres, 1895

A diferencia de todas las obras anteriores, aquí se representa la muerte prematura y repentina de una joven adolescente. La desolación de la familia es evidente, pues nada hacía presagiar lo acontecido.

Una copla popular sirve de título a la obra: ¡Mira qué bonita era! El viento que entra por la ventana se afana en apagar las velas que custodian el féretro, como metáfora de la vida que es apagada. La sencillez de una familia humilde sirve para dignificar la escena. 

Diferentes formas y distintas sensibilidades para representar un mismo hecho. Como última reflexión de esta entrada sirvan los versos del escritor y poeta uruguayo, Mario Benedetto: “Después de todo la muerte es sólo un síntoma de que hubo vida”. 

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