RELIQUIAS EN EL ARTE MEDIEVAL
La Real Academia de la Lengua Española define una reliquia como “la parte del cuerpo de un santo” o “aquello que, por haber tocado el cuerpo de un santo, es digno de veneración”. No obstante, estas acepciones pecan por su simpleza si nos referimos al arte de la Edad Media, puesto que no recogen el valor simbólico y el significado que tuvieron para los fieles del Medievo. Así pues, podemos decir que la reliquia excede los límites de la materialidad y se convierte en una forma que tiene la divinidad de manifestarse ante los hombres.
Por este motivo, el culto a las reliquias fue muy popular desde los inicios del cristianismo y llegó a ser una vía muy habitual para alcanzar la piedad divina, provocando así una necesidad de peregrinar a los lugares santos que acogían una de ellas. La reliquia es, por consiguiente, un nexo entre lo terrenal y lo sagrado que permite al creyente entrar en contacto con Dios.
Tras el Concilio de Nicea del 325 d.C., Elena, madre del emperador Constantino, inició una peregrinación hacia Jerusalén, donde acabó descubriendo tres cruces durante el desmantelamiento de un templo consagrado en honor a Venus. La cruz de Jesucristo fue identificada gracias a la marca que dejaron los clavos porque, según el Evangelio de Juan, Cristo fue el único clavado en la cruz. Después del hallazgo, la “Vera Cruz” fue cortada en mil trozos y se repartió por todo el Imperio.
Las reliquias pueden ser restos humanos (cráneos, huesos, pelo y otras partes del cuerpo de los santos) u objetos materiales que estuvieron en contacto con Cristo, la Virgen, los apóstoles o santos. Por supuesto, entre todas ellas existe una clara jerarquía. Los objetos más destacados son aquellos que estuvieron en contacto directo con Cristo, por lo que los instrumentos de la Pasión cobraron una especial importancia.
Podemos tomar como ejemplo la ya citada cruz, la corona de espinas, el santo grial, los clavos, el sudario, la lanza que atravesó su costado o el látigo con el que fue flagelado. Sin duda, al resucitar y ascender a los cielos, Jesucristo no dejó ningún resto corporal que venerar, a excepción de su cordón umbilical, un diente de leche, el prepucio y su sangre (o así se creía en la Baja Edad Media).
La devoción por las reliquias fue tan grande que motivó la construcción de edificios que sirvieron para proteger estos objetos sagrados. Entre 1277 y 1280, el Papado de Roma reconstruyó la capilla de San Lorenzo de Letrán para custodiar una amplia colección de reliquias.
Entre ellas mencionamos partes del cuerpo como el ombligo y el prepucio de Cristo o las cabezas de los santos Pedro, Pablo, Inés y Eufemia. También se guardaron reliquias por contacto como uno de los múltiples fragmentos de la cruz, el velo de la Virgen, las sandalias de Jesús o el manto de San Juan Bautista.
Por su parte, el emperador Carlos IV del Sacro Imperio Romano Germánico mandó levantar un conjunto de capillas en el Castillo de Karlstejn (cerca de Praga) entre 1358 y 1365. La finalidad de las capillas era albergar una colección de reliquias entre las que se encontraban un fragmento de la Vera Cruz y una espina de la corona de espinas.
Además, el emperador encargó un retrato de sí mismo colocando la primera reliquia de su colección, guardada en un relicario de oro, para adornar su capilla privada. Por tanto, el lector podrá llegar a la conclusión de que la posesión de la reliquia es sinónimo de poder. Basta con observar la rica ornamentación de oro, plata y piedras preciosas de la que gozan los relicarios que salvaguardan las piezas santas. Un claro ejemplo es el relicario de los Reyes Magos en la catedral de Colonia (Alemania).
Si nos referimos a las reliquias de la Virgen, en ocasiones sí que eran equiparadas a las de Cristo y hay que tener en consideración la creencia de su ascensión corporal al cielo.
Por esta razón, como sucedió con su Hijo, en el Medievo se pensó que las reliquias corporales de María eran muy escasas. Una vez más, ante la falta de restos corporeos, fue necesaria la veneración de reliquias por contacto. Así, la zapatilla de María sería custodiada en Soissons (Francia) y su peine en la catedral de Valencia.
No nos olvidamos tampoco de los santos y apóstoles. Sus reliquias más relevantes fueron sus propios cuerpos, aunque también se veneraron sus pertenencias (objetos, ropajes o cualquier pieza que pudiera haber estado en contacto con ellos). Naturalmente, los instrumentos empleados en la tortura y muerte de los mártires igualmente se convirtieron en reliquias.
En este punto no podemos obviar el sepulcro del Apóstol Santiago, quien se encargó de evangelizar Hispania y fue condenado a morir decapitado en Jerusalén por Agripa I, rey de Judea, en torno al 44 d.C. Posteriormente, sus restos mortales fueron embalsamados por sus discípulos e iniciaron una larga travesía por el Mediterráneo hasta acabar enterrados en Galicia. En este sentido, cabe destacar que a partir del siglo VI se empezó a extender la creencia de que los apóstoles estaban enterrados en el lugar en el que habían llevado a cabo su evangelización.
En el 829 d.C., en pleno reinado de Alfonso II en el Reino Astur, el obispo Teodomiro de Iria Flavia inició la búsqueda del supuesto sepulcro de Santiago. Tras el descubrimiento, el monarca astur aseguró que la tumba era auténtica y decidió apoyar la construcción de una capilla en el lugar.
Desde aquel entonces, la sede episcopal se trasladó a Santiago de Compostela y progresivamente se fue extendiendo el culto al Apóstol, aunque las peregrinaciones no se generalizaron hasta pasado el año mil. Esto último se debe a que fue imprescindible la convergencia de tres factores clave.
Primeramente, en el momento del hallazgo fue necesario remontarse a la tradición y recordarles a los creyentes que Santiago había sido el apóstol evangelizador de la Hispania romana. Además, Santiago también adoptó un papel destacado en la defensa de la fe cristiana frente al islam dentro del Reino Astur.
En segundo lugar, no hay que olvidar que el siglo XI fue un momento de crecimiento económico y expansión territorial para la Cristiandad europea. Las primeras Cruzadas contra los musulmanes dieron sus frutos en Tierra Santa y en la Península Ibérica se conquistó Toledo en 1085.
Todo ello permitió mejorar las comunicaciones entre territorios cristianos. De modo que los caminos se hicieron más seguros para unos peregrinos movidos por su fe y la hospitalidad de quienes les hospedaban.
Por último, debemos tener en cuenta que el siglo XI fue un periodo de reformas en el seno de la Iglesia, por lo que pronto se difundieron nuevas prácticas para expresar la fe. Las peregrinaciones son un claro ejemplo. El peregrino medieval iniciaba su viaje porque deseaba cumplir una promesa con Dios, purificarse, solicitar un milagro o amparo divino o porque quería entrar en contacto con la divinidad a través de la propia reliquia.
Por otro lado, la acumulación de reliquias acabó dando lugar a la práctica del coleccionismo. Con el paso del tiempo, las iglesias y catedrales se llenaron de objetos sagrados y los obispos pugnaron entre sí por acercar al mayor número posible de fieles con las reliquias más atractivas para los cristianos.
Dicho de otro modo, el prestigio de los santuarios se medía en función de la importancia de sus reliquias y la riqueza de sus relicarios. Así pues, la obsesión por poseer las reliquias más veneradas generó problemas por falsificaciones y supersticiones. En el caso de la Península Ibérica, parece que durante los primeros siglos de la Edad Media las iglesias españolas no pudieron competir con el resto de las iglesias de la Europa Occidental en número y variedad de objetos.
La “Guía de peregrinos” del Liber Sancti Iacobi indicaba a los devotos los lugares sagrados que podían visitar durante su tránsito por el Camino de Santiago. En ella únicamente se mencionan las reliquias de Santo Domingo de la Calzada, San Facundo y San Primitivo en Sahagún, el cuerpo de San Isidoro en León y el propio sepulcro de Santiago.
No obstante, a partir del siglo XII el número de reliquias en la Península Ibérica incrementó gracias a los viajes de peregrinación y a las Cruzadas en Tierra Santa. Como he comentado con anterioridad, las más frecuentes fueron fragmentos de la ya citada Vera Cruz.
En conclusión, la reliquia no puede entenderse como un mero objeto al que rendir culto. Los cristianos de la Edad Media no adoraban su carácter material, puesto que eso podría considerarse un acto de idolatría. La reliquia es venerada por ser una manifestación de Dios ante los fieles.
Por su parte, la Iglesia, que permitía la elaboración de imágenes, aprovechaba la reliquia para atraer a sus devotos. Su poder era tan fuerte que acabó generando el fenómeno de las peregrinaciones porque el hombre del Medievo sentía que la reliquia le permitía estar más cerca de la divinidad.
GALERÍA DE IMÁGENES
BILIOGRAFÍA
REAL ACADEMIA ESPAÑOLA. https://dle.rae.es/reliquia
HERBERT LEON, Kessler: La experiencia del arte medieval. Toronto, 2019.
MOLINA MOLINA, Ángel Luis: El culto a las reliquias y las peregrinaciones al santuario de la Vera Cruz de Caravaca. Número 133, Año LXVI, 2015. Pág. 9-34.
MARTÍNEZ GARCÍA, Luís: Formación y desarrollo del Camino de Santiago en la Edad Media. Algunos aspectos generales. Número 24. 2009. El Duero Oriental en la Edad Media: Historia, arte y patrimonio. págs. 247-261.
CATEDRAL DE SANTIAGO. https://catedraldesantiago.es/la-traslacion-del-apostol-santiago/ (Consulta: 09/08/2024)
MUSEO DAS PEREGRINACIÓNS E DE SANTIAGO. https://museoperegrinacions.xunta.gal/es/visita/que-ver-en-tu-visita/descubrimiento-e-identificacion-del-cuerpo-apostolico (Consulta: 09/08/2024)
OTRAS ENTRADAS EN NUESTRA WEB QUE TE PUEDEN INTERESAR
- Portalada de Santa Maria de Ripoll
- ‘Lo Grech’ el multidisciplinar Pere Serafí
- Virgen de Montserrat
- Pórtico de la Gloria
Realizado por: Daniel Muñoz (@danimnz18)