Hermann Göring estafado

EL DESCONOCIMIENTO DE UNA GRAN ESTAFA 

El encuentro entre uno de los mayores artistas de la historia cuyas escasas obras disponibles están entre las más caras del mercado, un pintor con afán de protagonismo convertido en falsificador resentido por su escaso reconocimiento, y un destacado dirigente nazi obsesionado por conseguir una obra del gran maestro. El destino quiso que los 3 se encontraran el día que a Hermann Göring se le presentó la ocasión de adquirir un auténtico Vermeer para su mansión de Carinhall, en concreto el cuadro titulado «Cristo y la mujer adultera«. 

«Cristo y la mujer adultera«

El mariscal adquirió la obra y murió ejecutado sin saber que había sido timado. Tampoco los policías holandeses que llamaron a la puerta del artista en mayo de 1945 para proceder a su detención sospechaban que se pudiera tratar de una falsificación. En realidad, las fuerzas del orden le acusaban de colaboración con el régimen nazi por haber vendido el Vermeer a Göring. La única posibilidad que tenía el tratante de salir bien parado y evitar una larga condena era admitir que se trataba de una falsificación, pues la pena de prisión por estafa era menor que la de colaboración. Cuando las autoridades no le creyeron pidió que le llevaran a la prisión pintura y pinceles para demostrar su inocencia. 

Henricus Antonius van Meegeren, que había nacido en la ciudad holandesa de Deventer, no sólo había conseguido engañar a Göring, sino también a los más prestigiosos expertos en arte de la época. En realidad, se trataba de una especie de venganza, ya que a finales de los años veinte sus cuadros de animales y retratos de salón habían sido destrozados por los críticos de la época. 

Henricus Antonius van Meegeren

En 1932, el pintor de 43 años de edad, conociendo su gran talento artístico, decidió demostrar a todos que no tenía nada que envidiar a los grandes maestros de la historia del arte. Para ello Van Meegeren pasó 7 años estudiando las obras de Vermeer, Frans Hals, Pieter de Hooch y Gerard Borch, ya fuera visitando museos como consultando libros sobre ellos. Más tarde, comenzó a pintar sus propias obras de arte siguiendo su estilo, sirviéndose para ello de lienzos antiguos que envejecía aún más usando cenizas y metiéndolos en un horno. Meegeren consiguió introducir estas obras en el mercado del arte a través de coleccionistas particulares y, finalmente, logró el reconocimiento que tanto buscaba cuando en el año 1932 el destacado crítico holandés Abraham Bredius analizó una de sus pinturas y concluyó que se trataba de un Vermeer auténtico. 

Aquel año, Van Meegeren se trasladó con su esposa a una casa de campo en Roquebrune, una pequeña localidad en la Costa Azul, donde se dedicó a mejorar su característica técnica y a pintar una gran multitud de cuadros siguiendo el estilo de Vermeer, firmando con el nombre del susodicho. Gastaba una gran cantidad de dinero para conseguir los pigmentos de la época. Posteriormente, en 1944, Han van Meegeren volvió de Holanda. Según contó a su biógrafa Doudart de la Grée en 1946, llegó a tener unas 15 viviendas de campo en Laren y 52 pisos en Amsterdam. Además, era el dueño de varios clubes nocturnos. De no ser porque se encontró una de sus falsificaciones en posesión de Göring, habría seguido viviendo esa espectacular vida. Sin embargo, para su mala suerte, el 12 de noviembre de 1947 la cuarta sala de lo penal del tribunal de Amsterdam le condenó a un año de reclusión, la pena mínima por los cargos de estafa y falsificación, aunque no tuvo que entrar en la cárcel por problemas graves de salud. Desgraciadamente, falleció un mes después, concretamente el 30 de diciembre de 1947. 

En 1966, la escritora holandesa Marie-Louise Douart de la Grée escribió sobre él, «Yo fui Vermeer: Las falsificaciones de Han van Meegeren» basada en una entrevista realizada al artista durante el tiempo que estuvo ingresado en prisión.

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