Las capitales con el mejor barroco español de los Austrias

COMENTARIO HISTÓRICO ARTÍSTICO DE LAS CAPITALES CON EL MEJOR BARROCO ESPAÑOL DE LOS AUSTRIAS

En la mañana del 13 de septiembre de 1598, Su Católica Majestad Felipe II, fallecía en su cama de San Lorenzo de El Escorial. Dejaba tras de sí un legado de conquistas territoriales, pero sobre todo culturales, con las que expandió el dominio del imperio español por el Atlántico y el Pacífico, y llegando a frenar el avance del imperio otomano hacia la Europa Occidental.

A diferencia de su antecesor, Carlos I, Felipe tenía claro que debía gobernar el imperio desde España y así evitar levantamientos contra él. Esto le llevó a tomar una decisión que prácticamente se ha mantenido intacta hasta nuestros días y es el traslado de la capital a la villa de Madrid en el año 1559. Una capital oficial, política, pero no fáctica. La realidad es que el poder, la cultura, e incluso el mayor control económico, seguían residiendo en dos ciudades: Valladolid, la anterior sede de la corte y Sevilla, el puerto de entrada y salida hacia las Américas.

Túmulo funerario a Felipe II en Sevilla.

Para ello, vamos a aprovechar la ocasión que nos ofrece la organización de la exposición Gregorio Fernández – Martínez Montañés: El arte nuevo de hacer imágenes que podemos disfrutar en la catedral de Valladolid, para ver cómo el mejor arte barroco europeo siguió perviviendo en estas dos ciudades pese a estar ya establecida la capital en Madrid incluso durante el gobierno de Felipe III.

Quizás minusvaloramos el arte de lo que hemos tenido en nuestras tierras, pero estamos hablando de dos de los mejores escultores del Siglo de Oro español y europeo del siglo XVII. Conviviendo en época con Bernini (1598-1680) y, por tanto, es deber de los que difundimos arte ponerlos en un mismo escalafón y no despreciar obras por el material que se trabaja.

Juan Martínez Montañés nació en el año 1568 en Alcalá la Real (Jaén), marchó muy joven en 1579 a la ciudad de Granada, donde se formó con el que sería su gran maestro, Pablo de Rojas. Tres años antes, en 1576, nacería en la otra punta de la península, en Sarria (Lugo), Gregorio Fernández. Por lo que sus líneas cronológicas van a ir muy de la mano de aquí en adelante.

Conjunto escultórico Sed Tengo de la Cofradía de las Siete Palabras de Valladolid.

Como hemos dicho anteriormente, pese a que la capital ya se había trasladado a Madrid en 1559, la nobleza, por tanto, el dinero y las influencias seguían presentes en Valladolid y en Sevilla ocurría lo mismo, el dinero entraba directamente por el río y había una nobleza muy poderosa e influyente que atraía a todos los artistas a establecerse en la capital hispalense.

Así fue, que Montañés se trasladó a Sevilla en 1582 y se estableció en el taller de Núñez Delgado. Un imaginero abulense, otro de esos castellanos que marcharon a la ciudad andaluza para desarrollar su negocio como hicieron con anterioridad Juan Bautista Vázquez, el Viejo o Jerónimo Hernández, su maestro. En 1588, se examinó ante un tribunal que le validó para poder abrir su propio taller para realizar esculturas y retablos.

Del mismo modo, Gregorio Fernández llega a Valladolid en 1600, un año después de la muerte del rey Felipe II, y entra a formar parte del taller de Francisco del Rincón, el escultor más célebre del momento en la ciudad castellana. Tal fue su valía que sólo cinco años después consiguió abrir taller propio. También podemos saber de la gran relación que tuvo con su maestro, que una vez muerto, se hizo cargo del hijo, Manuel del Rincón, al que acogió en su taller y le enseñó el oficio.

Las capitales con el mejor barroco español de los Austrias
San Cristóbal (1597). Juan Martínez Montañés. Iglesia del Divino Salvador de Sevilla

Como hoy día, al que le va bien en su negocio tiene ahorros suficientes para ubicarse en los mejores sitios de la ciudad. Así hicieron ambos. A principios del siglo XVII, Montañés se estableció en la collación de la Magdalena de Sevilla. Sabemos también que en esta vivienda fallecería Ana, su primera esposa en 1613, casando de nuevo con Catalina de Salcedo y Sandoval en 1614, con la que tendría, ni más ni menos, que siete hijos.

En 1605, Gregorio Fernández se casó con María Pérez Palencia y adquiría las viviendas donde se había hospedado Juan de Juni hasta su fallecimiento en 1577. El escultor gallego sentía una gran admiración por el artista francés, al que tuvo como referente en toda su trayectoria.

Otra característica tenían ambos en común, su religiosidad y piedad popular. Gregorio Fernández fue muy conocido por asistir en su propia casa a personas enfermas y pobres, hasta el punto de ser considerado como un santo estando en vida. Martínez Montañés fue muy piadoso, conocía perfectamente todos los textos difundidos por Santa Teresa de Jesús o San Juan de la Cruz. Varios de sus hijos emprendieron el camino de la teología, ingresando en órdenes religiosas.

Las capitales con el mejor barroco español de los Austrias
La Sexta Angustia (1616). Gregorio Fernández. Museo Nacional de Escultura de Valladolid.

Es más, llegó a ingresar en la “Congregación de la Granada”, una agrupación que defendía el voto concepcionista, es decir, la Concepción Inmaculada de la Virgen María. Esto le llevó al artista a estar juzgado por la Inquisición. Puede parecer surrealista hoy día, pero el movimiento concepcionista tuvo mucha fuerza en Sevilla, de ahí que artistas como Murillo supieran sacarle provecho. Lo sorprendente es que no sería hasta el año 1854 cuando el Vaticano aprobó el Dogma de la Inmaculada, estando Sevilla defendiéndolo desde varios siglos atrás.

Estos detalles nos hacen ver la importancia que tenía para ambos, como lo era para Bernini ya que lo mencionamos anteriormente, el crear una obra de arte religiosa. Era todo un acto de fe, más allá del hecho artístico, lo que les daba un plus a la hora de la intención de transmitir. Un hecho que la Iglesia Católica supo aprovechar de manos del Barroco para difundir su mensaje a través del arte.

Niño Jesús (1606-07). Juan Martínez Montañés. Parroquia del Sagrario de la catedral de Sevilla.

Es imposible redactar en un artículo toda la obra de estos dos maestros, pero intentaremos resaltar algunas de sus obras. A estas alturas, Martínez Montañés ya había hecho el San Cristóbal (1597) que se encuentra en la iglesia del Divino Salvador de Sevilla. Es una obra soberbia para la temprana edad del escultor, de más de 2 metros de altura, se puede ver un magnífico estudio del dibujo y de la composición en la relación del santo con la figura del Niño Jesús que carga, el juego de clarooscuros de los pliegues del ropaje. Hay una clara influencia de Miguel Ángel, lo que demuestra la gran formación que tenía Montañés.

Tuvo gran influencia a temprana edad, ya que se contó con él para construir el monumento funerario por el fallecimiento del rey Felipe II. Ya iniciado el siglo XVII ejecuta la talla del Cristo de la Clemencia (1603) de la catedral de Sevilla por encargo directo del canónigo de la seo Mateo Vázquez de Leca, con el objeto de tener un crucificado vivo, con mirada baja para poder arrodillarse ante él en su oratorio. Esta talla cuenta con la policromía de Francisco Pacheco, con el que colaboró en diversas ocasiones.

La fama la consiguió alcanzar con la talla del Niño Jesús (1606-07) para la Hermandad Sacramental del Sagrario de la catedral de Sevilla. Fue un modelo revolucionario en la iconografía que se repitió hasta la saciedad. Llevándose por toda España, Europa y hasta a las Américas, llegándose a producir moldes para reproducirse allí mismo.

No sólo obtuvo trabajos para la ciudad hispalense, sino que el negocio con las Indias llamó a sus puertas, ejecutando en 1607 las figuras principales del retablo para el convento de la Concepción de Lima. Aunque, sin duda, su obra cumbre de este periodo fue el retablo de la iglesia del convento de San Isidoro del Campo, de Santiponce. En el que trabajó con sus discípulos Francisco de Ocampo y Juan de Mesa.

Las capitales con el mejor barroco español de los Austrias
Yacente (1627). Gregorio Fernández. Museo Nacional de Escultura de Valladolid.

En cuanto a imaginería procesional sacra, destacar la talla de Jesús de Pasión (1610-1615) para la hermandad del mismo nombre. Es una obra atribuida, aunque hay documentos escritos de la época que aseveran que se una obra suya. Supo transmitir una imagen realista de una persona que carga y sufre con la cruz, pero a la vez es bello y sereno, generando la sensación de que empieza a caminar con el madero. Otra innovación es que se trata de una talla completa y articulable.

A partir de aquí Montañés tuvo varios problemas tanto personales como de salud que le provocaron situaciones depresivas, varios pleitos y un momento de crisis al ver que sus discípulos eran capaces de competir, incluso de superar, sus obras. Era el caso de Juan de Mesa que, por su temprana muerte, no sabemos hasta donde habría podido a llegar su creatividad. Pero también consiguió que, de esta crisis, Martínez Montañés evolucionara hacia otro camino.

Retomando Valladolid, Gregorio Fernández colaboró desde sus inicios con las cofradías de la ciudad gracias a su vinculación con su maestro Francisco del Rincón. En 1610 realizó el Cristo del Consuelo de la Cofradía del Santo Sepulcro. Destacó por la escenografía de sus conjuntos escultóricos como el misterio de Sed Tengo de la Cofradía de las Siete Palabras y que en estos días podemos contemplar en la exposición temporal que se ha organizado en el Museo del Prado de Madrid.

Las capitales con el mejor barroco español de los Austrias
Inmaculada Concepción, la Cieguecita (1631). Juan Martínez Montañés. Catedral de Sevilla.

Siguiendo de la mano de Montañés, podemos ver la influencia del manierismo de Miguel Ángel en obras suyas tempranas como el de la Piedad (1610-12) de la iglesia del Carmen en Burgos. Es su primera obra documentada de esta iconografía en la que sobresalta el dramatismo y la teatralidad de la figura de la Virgen, mientras que el Cristo es más voluptuoso de los que hará en pocos años después, como el caso de La Sexta Angustia (1616), que podemos disfrutar en el Museo Nacional de Escultura de Valladolid.

Aquí ya sale el Gregorio Fernández más personal y que rompe con las ataduras estilísticas de Miguel Ángel, ya no es un concepto triangular y sólo con recolocar al Cristo en una postura perpendicular, obligaba a situar en un extremo a la Virgen, generando nuevas formas y aumentando el patetismo de la escena.

Volvemos a Sevilla. Juan de Mesa fallece en 1627 a causa de unas tuberculosis. Esto vuelve a colocar en primera línea a Montañés, aunque tampoco pasó unos buenos años de salud, ya que en 1629 estuvo en cama cerca de medio año por enfermedad, lo que le supuso perder muchos contratos, incluso incumplirlos y llegar a pleitos por ello.

Pese a ello, en 1931 creó una de sus obras emblemáticas, la conocida como la Cieguecita. Se trata de una Inmaculada Concepción, siguiendo los modelos de los tratados de Arte y Pintura de Francisco Pacheco, al que de nuevo corresponde la policromía de la talla. Aunque no sin polémica, ya que Montañés pretendía pintar, pero tuvieron que pleitear, ya que los gremios no permitían a un escultor policromar sus obras. Finalmente, sería Pacheco quien lo haría.

Su fama le llevó en 1635 a viajar a Madrid para moldear el busto del rey Felipe IV. Allí coincidió con Diego Velázquez, al que ya conocía de Sevilla por su vinculación con Pacheco. Tal era su amistad, que el pintor lo retrató en su estancia madrileña y hoy tenemos expuesta esta obra en el Museo del Prado.

Las capitales con el mejor barroco español de los Austrias
Retrato Juan Martínez Montañés (1635-36). Diego Velázquez. Museo del Prado, Madrid.

En cuanto a Gregorio Fernández, también sufrió graves problemas de salud desde el año 1624. Pese a ello, no dejó su actividad productiva y contó con contratos importantes como el conjunto escultórico de El Descendimiento (1623) de la Cofradía de la Santa Vera Cruz o sobre todo sus imágenes dedicadas a la iconografía del Cristo Yacente. Destacamos la que realizó en 1627 y que hoy podemos ver en el Museo Nacional de Escultura de Valladolid. No exento de detalles, se puede contemplar la muerte en el tono de la piel, la boca entreabierta, la curvatura que el cuerpo ya inerte toma al posarlo en su tumba, dejando ver toda su anatomía, incluso en el lateral de la cintura con el sudario descubierto.

Finalmente, en 1636, un año después del viaje de Montañés a Madrid, Gregorio Fernández fallece en Valladolid por sus continuos problemas de salud y fue sepultado en el convento del Carmen Calzado, justo delante de su casa.

Tuvo que llegar la epidemia de peste en 1649 a Sevilla para llevarse a los 81 años al que apodaron como “el Lisipo andaluz”, siendo enterrado en la parroquia de su collación, la de la Magdalena. Hoy día, sus restos están perdidos tras la desamortización del siglo XIX en la que el templo fue demolido.

Dos grandes maestros del Barroco europeo y del Siglo de Oro español, cuyas vidas fueron en paralelo, pese a estar en ciudades distintas y sin el apoyo directo de la emergente capitalidad madrileña. Y es que la realidad es que Gregorio Fernández y Juan Martínez Montañés lo sabían. A Madrid se puede ir, pero el negocio y la clientela las tenían en sus casas, en Valladolid y en Sevilla, las capitales del mejor barroco que tuvo el imperio español de los Austrias.




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