BREVE RECORRIDO POR LAS REPRESENTACIONES PICTÓRICAS DE LAS HIJAS DEL CID
LA PINTURA DE HISTORIA
Esta pintura tiene su auge en el siglo XIX y está muy vinculada al ámbito oficial, alejándose del ámbito eclesiástico, con mucha menor relevancia en este momento.
Detrás de estas obras hay una clara finalidad didáctica, ideológica y propagandística que en muchas ocasiones encajan con el principio de patriotismo y culto a la heroicidad. También era una forma de mostrar el origen histórico de la nación española a través de sus principales periodos, como la Hispania romana o la Edad Media.
A través de la pintura, los gobernantes quieren mostrar el momento presente con escenas del pasado. La evolución de la pintura histórica viene desde el Neoclasicismo, con Jaques-Louis David, tendiendo la mayoría de sus autores una evolución hacia el Romanticismo a través de los temas, la pincelada y cierto gusto por lo sangriento, además del hecho de que el color va ganando espacio al dibujo.
La mayoría de fuentes de inspiración, además de visitar museos, las encuentran estos pintores en la literatura histórica. Se documentan mucho para realizar las obras, basándose en textos históricos y en libros escritos expresamente para servir de inspiración a los artistas, como el del Padre Mariana “Historia de España”. Por otro lado, se pone muy de moda escribir novela histórica, siempre centradas en los hechos más llamativos.
A la hora de realizar estos cuadros, se propicia el formato horizontal, para que los personajes se desenvuelvan mejor y se pueda enmarcar la escena con un escenario con cuantos más detalles mejor.
La mayoría de estas monumentales pinturas se realizaban para concursos académicos y exposiciones de Bellas Artes.
Estas obras de Camarlench y Dióscoro Puebla se inspiran en el mundo medieval, periodo de gran importancia a la hora de realizar pintura histórica en España, pues los reyes godos, la Reconquista y los temas amorosos son ricos y variados, pudiendo expresar el espíritu romántico con el estado de ánimo de los personajes, la mayoría con actitudes extremas.
EL CANTAR DEL MIO CID
Este cantar se encuadra dentro de los poemas épicos, narraciones en verso de carácter heróico cuyo objetivo era relatar la vida de personajes importantes y sucesos notables.
Este poema del Cid se escribió hacia el año 1110. Divido en tres cantares, serán en los dos últimos en los que se encuadre la historia que narran estos pintores españoles.
En el “Cantar de las Bodas” (cantar II) se narra como El Cid vence a rey moro de Sevilla y envía un presente al rey Alfonso VI, cosa que le permite reencontrarse con su familia. Por otro lado, los condes de Carrión solicitan al rey que interceda por ellos con El Cid para poder casarse con sus hijas, cosa a la que Don Rodrigo accede. Con los preparativos de la boda finaliza este cantar.
En el “Cantar de la afrenta de Corpes» (cantar III) los condes de Carrión quedan en ridículo ante los cortesanos de El Cid por su cobardía en la batalla y por el pánico que muestran ante un león que se ha escapado. Como venganza, los condes se llevan sus mujeres a Valencia. En el camino, paran en el robledal de Corpes y allí, las violan y las azotan de manera brutal, abandonándolas.
UNA HISTORIA, DOS VISIONES: CAMARLENCH Y DIÓSCORO PUEBLA
«Las hijas del Cid», Ignacio Pinazo Camarlench (1879)
Pintura de Historia del siglo XIX. Diputación de Valencia.
Esta obra fue realizada durante su segundo año de pensión en Roma. Muestra un gran domino del cuerpo femenino desnudo, una de las disciplinas académicas más importantes y mejor valorada. Pero no es un desnudo gratuito, sino justificado.
Se inspira en un pasaje del Poema del Mio Cid, anteriormente mencionado. Camarlench muestra el momento inmediatamente posterior al que las hijas de Don Rodrigo, Doña Elvira y Doña Sol, han sido violadas y vejadas por sus maridos, los condes de Carrión, como venganza contra El Cid. Las dejaron desnudas, atadas a unos robles, con sus ropajes tirados por el suelo como harapos.
El artista se recrea en la sensualidad de los cuerpos, apenas ocultos por unas melenas largas, recogidas en trenzas que ahora están deshechas, como reflejo del episodio brutal que acaban de sufrir.
Contrasta la blandura de los cuerpos de las jóvenes con la dureza de los recios troncos de los robles. Una de ellas aparece de espaldas al espectador, avergonzada, encogida en su propio dolor. La otra está de frente, en actitud de lamento.
El contraste de los tonos marrones y verdosos del boques con el colorido de las vestiduras y la luz que desprenden los cuerpos de las muchachas, hacen que nuestra vista no se puede apartar del sufrimiento de ambas.
El punto de vista que nos ofrece Camarlech es una de las muchas novedades que introduce en la pintura de historia, pues está tomada desde arriba, remarcando aún más la sensación de abandono. Otra novedad es que la obra la ocupan completamente las jóvenes, estando el bosque insinuado lo justo para enmarcar la escena. Por último, su pincelada suelta en los ropajes y el predomino del color sobre el dibujo hacen de la obra de Camarlench toda una innovación.
«Las hijas del Cid, del romance XLIV del Tesoro de Romanceros», Dióscoro Teófilo Puebla y Tolín (1871)
Pintura de Historia del siglo XIX. Museo del Prado (Madrid)
Puebla mostró este episodio con el purismo más exquisito. Maniatadas, semidesnudas y amarradas a un árbol, las Doña Elvira y Doña Sol fueron abandonas por sus esposos, los condes de Carrión (Diego y Fernando) que huyen por el claro del bosque que se ve al fondo, como el par de cobardes que eran. Una de ellas aparece de pie, recordando a las figuras de Ingres, incluso también nos recuerdan a las Venus griegas. Mira hacia el cielo, en señal de lamento, e intenta cubrirse pudorosamente con un manto, cosa que tiene difícil por estar maniatada. Su hermana, en el suelo, intenta desesperada desatarse, desesperación que aumenta aún más si cabe la posición de su cabeza, hacia detrás, dejando caer su melena.
Las carnaciones delicadas, el suave moldeado y la voluptuosidad de los cuerpos contrastan con los paños con los que se cubre, tratados de una forma mucho más realista, eso si, con el refinamiento que caracteriza la obra de Dióscoro.
A pesar del episodio que muestra, la escena es bastante fría, no se transmite el dolor, la sensación de abandono ni la vergüenza que sienten las jóvenes como si lo hacía Camarlench. Y es que Dióscoro sigue a pies juntillas las reglas de la pintura de historia más académica.
BIBLIOGRAFÍA Y WEBGRAFÍA
BAZÁN DE HUERTAS, MOISÉS: Arte neoclásico y del Siglo XIX en España. 3º de Historia del Arte. Curso 2009/2010. Facultad de Filosofía y Letras. Universidad de Extremadura.
VV.AA.: La guía del Prado. Madrid, 2014.
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