HABLAR DE ARTE ES HABLAR DE MUSAS
Quién no ha echado mano de la frase “¡A ver si me visitan las musas!” en un momento de bloqueo creativo.
Somos conscientes de que vivimos en nuestro mundo racional y científico. Esto nos ha llevado, entre otras cosas, a dejar de adorar a las divinidades que vivían en el Olimpo. También nos ha hecho olvidar a otras que viven en la naturaleza o incluso a esta misma. Sin embargo, a pesar de tanta sensatez nadie duda de la existencia de esa inspiración culpable de nuestros mejores logros. Desde la creación del poema más bello hasta la solución al problema que nos llevaba semanas de cabeza.
El arte, al igual que los antiguos mitos en los que ya nadie cree, sirve para explicar nuestro mundo. El real y el abstracto. Ese soplo de creatividad tenía que estar representado de alguna manera y qué mejor que a través de estas divinidades.
Si nos basamos en la cultura griega las musas eran 9 hijas de Zeus y Mnemóside (memoria). Para algunos vivían en el monte Olimpo con su padre. Otros las sitúan en el monte Helicón, en Beocia.
Pertenecían al séquito de Apolo (dios de la música y las artes) y de hecho en Delos, importante centro dedicado a Apolo, se han encontrado numerosas estatuas que podrían ser musas. En muchos mitos también aparecen como amantes del dios con el que tuvieron descendencia.
En cuanto a su origen, está asociado al agua. De hecho en un principio se las adoraba en las fuentes dónde se acudía en busca de sus dones. Poco a poco su culto se extendió y cada una de ellas acabó por alentar un arte en concreto.
LAS 9 MUSAS CLÁSICAS
En el mundo clásico las musas fueron 9.
Calíope: Tradicionalmente es la más importante. Musa de la belleza, la elocuencia y la poesía épica o heroica (canción narrativa). Madre de Orfeo.
Clío: La que ofrece gloria. Representa la historia y la epopeya. Muchas veces lleva un libro o un pergamino. En algunas versiones otorga la corona de laureles a Apolo.
Euterpe: Deleitaba con la música, especialmente con la flauta con la que muchas veces se la representa.
Talia: Musa de la comedia, presente en todos los banquetes.
Melpómene: Con aspecto serio, es la musa de la tragedia. Es fácil reconocerla porque suele llevar una máscara.
Terpsícore: musa de la danza. Se la puede identificar gracias a la cítara que la acompaña.
Erato: musa de la elegía y la poesía lírica amorosa. Se la relaciona con Eros, dios con el que comparte la raíz de su nombre.
Polimnia: Musa de los himnos y los cantos sagrados. Su culto también se asocia a la agricultura. Cuando es así porta utensilios de labranza.
Urania: Dedicada a la astronomía y las ciencias exactas, suele llevar una esfera en sus manos o un compás.
Tal vez esta lista a nosotros no nos diga mucho ya que hemos perdido la costumbre de cantar versos sobre los héroes que se echan al mar. Pero eso no nos impide poner las artes a las que se refieren en su contexto. Para los griegos había las misma relación entre la astronomía y la poesía que con la pintura.
Por otro lado, el filósofo e historiador Plutarco también las relacionó con el desarrollo de algunas aptitudes beneficiosas para el ser humano tales como el afecto, el saber y la convivencia.
Tal vez hoy nuestras musas nos inspirarían artes plásticas, literatura, cine, teatro y diseño gráfico. Nadie dice que no puedan actualizarse.
Si nos centramos en su representación en el arte vemos que mayoritariamente las reconocemos como mujeres jóvenes, bellas, delicadas y canónicas. Agradables a la vista, delicadas y sensuales.
El origen lo podemos encontrar en las vasijas y cerámica de la época donde las vemos vestidas con túnicas largas, peinados griegos y un instrumento característico para ayudar a identificarlas (la lira, una corona de flores, trompeta y libro abierto, globo terráqueo y compás…).
Más allá de Grecia, y siguiendo lo que ya era una práctica habitual del Imperio, Roma las hizo suyas con pequeñas transformaciones. Posteriormente el Renacimiento las recuperó dándoles una vida nueva con el estilo pictórico del momento y una vez reincorporadas en la escena artística ningún estilo pudo resistirse a ellas.
Debemos tener en cuenta que cada época ha estado marcada por sus vicisitudes y el arte se ha hecho eco de ellas.
Para los bohemios parisinos del siglo XVIII y XIX una amante o una prostituta podían ser el inicio de la acción artística con tanta fuerza como si de un ser etéreo salido de detrás de un arbusto se tratara. A partir de ese momento y de ahí en adelante la musa se identifica en muchas ocasiones con la modelo a pintar. Esta es al mismo tiempo el punto de referencia y la fuerza inspiradora.
SIGNIFICADO ACTUAL DE LAS MUSAS
Más allá de su iconografía hoy se identifican con la motivación para realizar el trabajo obviando los automatismos. Y puede que esto sea lo que realmente nos diferencie de las máquinas y de la copia mejorada realizada por una inteligencia artificial. Porque en este caso no importa el producto final sino que lo interesante es la fuerza motivadora. El sentimiento artístico que te empuja a crear.
¿CUÁLES SON LAS MUSAS DE NUESTRA GENERACIÓN?
En nuestros días dejamos atrás las doncellas puras e inocentes. De hecho, estas hoy se levantan con el puño en alto. Ya no cantan las historias de otros sino las suyas propias.
Lejos de sentirnos huérfanos, se nos presenta la oportunidad de buscar a la musa en nuestro mundo actual. Saber elegir quién o qué es aquello que nos inspira. Tanto de forma individual como colectiva.
La suerte es que, a pesar de nuestros smartphones, nuestras prisas, nuestro estrés y neurosis, las musas siguen entre nosotros, solo tenemos que encontrar aquellos instrumentos que nos permitan reconocerlas.
¿Merecerá la pena?
Por supuesto. Seguimos necesitando musas que nos alienten, nos inspiren y nos permitan seguir siendo artistas.
Posdata:
Eso si, cuando por fin las encontremos recordemos lo que decía Picasso:
“Si llegan las musas,
que te pillen trabajando”
Una respuesta a «Las musas en la historia del arte»
[…] Las Musas en la Historia del Arte […]