La particular «cámara de las maravillas» de Ariel y la Magdalena penitente del Maestro francés
“Nunca verá lo que hay aquí,
tantos tesoros que yo descubrí.
Cuánto nos queda por ver
y soñar y sentir…”
Así cantaba la joven Ariel cuando su padre, el todopoderoso Tritón (inspirado en el rey de los mares de la mitología griega e hijo de Poseidón y Anfitrite) la castigaba sin poder salir al exterior, donde acechaba el mayor de los peligros: la presencia de humanos.
En uno de los míticos temas que componen la banda sonora del filme, “Parte de tu mundo”, interpretada por Isela Sotelo en su versión en español, la Sirenita desahoga su pesar por no poder salir a descubrir mundos más allá de lo hasta entonces conocido en las profundidades marinas.
La muchacha de dieciséis años ansiaba poder explorar y descubrir cosas nuevas. Poseía la certeza de que había algo más allá de lo que se encontraba en su palacio dorado y confines. Esta curiosidad le llevaría a apreciar cuanto objeto humano cayera en sus manos.
Objetos extraviados por tripulantes de barcos y restos de tesoros, tal vez de naufragios que acababan anclados en el fondo del mar…
Reliquias que Ariel iba coleccionando y que guardaría en secreto para que Tritón no pudiese nunca descubrirlos. Su tesoro. Su “cámara de las maravillas” particular.
“…Cosas raras guardamos a miles,
aunque no las sepamos usar…”
Y es que Ariel recolecta cualquier utensilio humano, aunque desconozca cómo utilizarlo, como elementos de vajilla, como un tenedor con el que, recordemos, se peina la cabellera siguiendo la instrucción de Scuttle, su amiga gaviota; cuchillos o cucharillas de postre. Objetos -a sus ojos- exóticos, dignos de ser expuestos y protegidos con máximo celo.
Pues, sin saberlo, la Sirenita mantenía una afición muy similar a la de la sociedad europea del siglo XVIII, época en que está ambientado el clásico de Disney.
Desde el Renacimiento se venían guardando y custodiando tesoros, reliquias y objetos curiosos, piezas artísticas, plantas, animales…todo tipo de elementos extraños, rarezas con las que se topaban los nobles en sus viajes por el mundo: “Cosas raras, nuevas y singulares”, como lo definiría Littré en 1841.
Una especie de cajón de sastre “de lujo” que atestiguaba tiempos de descubrimientos de nuevas tierras en territorios remotos; momentos cumbre para la humanidad.
Estas cámaras (o cuartos) de maravillas o gabinetes de curiosidades, (también llamadas wunderkammer en Alemania o Austria, kunstkammer en Dinamarca, Cabinets of curiosities o Wonder Chambers en Inglaterra) consistían en habitaciones halladas en las residencias de aquellos nobles y burgueses europeos y son los antecesores directos de lo que serían luego los museos modernos, sobre todo en el caso de los de Historia Natural.
También existía la modalidad del studiolo, pequeños cuartos de estudio donde los nobles se retiraban a estudiar, leer y almacenar este tipo de curiosidades. Pero no nos alejemos del tema.
Se encontraron, pues, objetos que incluso se catalogaron como la confirmación de diversos mitos, llegándose a encontrar viales de “sangre de dragón” o restos de animales como cuernos de unicornio, corderos tártaros -mitad animal, mitad vegetal- o raíces de Baara.
La cosa iba de conseguir recolectar lo más exclusivo y estrafalario para poder fardar socialmente en la corte.


Todos estos inventarios se empezaron a catalogar en compilaciones ilustradas, por lo general, y así se pudieron difundir contenidos científicos por el resto de Europa.
Fueron de hecho de gran importancia para el desarrollo de la ciencia moderna y asentaron los primeros cimientos de lo que serían posteriormente ciencias como la biología o la geología gracias a los catálogos de fósiles, conchas o insectos.
Grandes descubrimientos geográficos surtieron, como decíamos arriba, de profuso material para estas colecciones, como la de Pedro el Grande, zar de Rusia, por ejemplo.
También se atesoraban cuadros y pinturas, dando a conocer escuelas, técnicas y prácticas artísticas de distintos puntos del mundo, como así atestigua la colección del archiduque Leopoldo Guillermo.
Estas recopilaciones también se inventariaban en catálogos y podrían ser el germen de lo que serían en el futuro los Museos de Arte, así como los primeros pasos de metodologías propias de la Historia del Arte, como disciplina que nacería un siglo más tarde.
Volvamos a la protagonista de esta historia, Ariel. Esta pretendía, de alguna manera, adentrarse en los senderos del saber humano mediante todos los cachivaches de su almacén:
“…Si ellos estudian, lo mismo yo: con mis preguntas y sus respuestas.
¿Qué es fuego? ¿Qué es quemar? ¿Lo podré ver…?”
Y en su afán de asimilar parte de la cultura humana (diríamos, como adaptación de su canción, “formar parte de ella”) trataría de descifrar nuestros libros y conocer elementos solo disponibles en la parte continental de la Tierra, como el fuego.
Y lo hace a través de un cuadro. Concretamente un cuadro barroco del francés Georges de la Tour.

Magdalena Terff o Magdalena Penitente, auspiciado en el Museo del Louvre perteneció a una exposición temporal del Museo del Prado como Obra invitada de abril a junio de 2009 y fue creada por De la Tour hacia 1640 (compañeros de La Cámara del arte concretaron la fecha en otro post: se debió ejecutar entre el 42 y el 44).
Pertenece a la categoría de “pinturas nocturnas” del Maestro, que tienen una gran influencia de la Escuela de Utrecht y, por tanto, de Caravaggio.
El tipo iconográfico de la Magdalena Penitente se extendió ampliamente entre los artistas barrocos, tanto en pintura como en escultura (aquí un artículo de La Cámara del arte, sobre la talla de Pedro de Mena perteneciente al Museo del Prado) porque ejercía un soporte muy potente para el sentimiento devocional de arrepentimiento y penitencia, encarnado en la figura de una mujer que habría pecado (reflejado en la provocativa desnudez de sus hombros y el ceñimiento de su cintura, así como en lo abultado de su vientre, fruto de su vida licenciosa) pero que, al momento de ser retratada, se arrepiente.
De la Tour la retrata con mayor dignidad personal de lo que lo hacen otros de sus maestros coetáneos.
Se refugia así en la religión -representada mediante los libros sagrados y un crucifijo que está sobre la mesa, bajo un flagelo, con el que trataría de redimir su pecado-, mientras sostiene una calavera sobre su regazo.

La presencia de una calavera se encarga de identificar al cuadro con una determinada tipología: la vanitas. Estas piezas, naturalezas muertas, reflejan el paso y la fugacidad de la vida con la muerte. El clásico tempus fugit.
Este concepto también se identifica con la llama de la vela, que no es infinita, si no que que es sumamente frágil (con un ligero soplo se podría apagar) y se consume con el transcurrir del tiempo y el oxígeno, como la vida humana.
Estos elementos se refuerzan en la película con un reloj de arena, que también aparece en el gabinete de curiosidades de Ariel. Todo es finito; nada es eterno.
Magdalena aparece iluminada en su parte frontal -rostro y torso-, quedando el resto de su cuerpo casi en penumbra. Casi. De la Tour consigue una gradación muy suave en el contraste entre luces y sombras.
Pese a la gran influencia que recibe de Caravaggio, es capaz de definir sutilmente lo que queda sin iluminar, mientras que el artista italiano era más rotundo en las oscuridades.
Además de Magdalena penitente, Georges de la Tour acomete más “cuadros nocturnos”: su especialidad. En estas pinturas tenebristas tiende con frecuencia a la geometrización de las figuras. Aquí te traemos otro ejemplo:

Saint Joseph charpentier o San José carpintero está ubicado en el Museo del Louvre de París y fue finalizado por De la Tour en 1642.
Aquí San José y el Niño Jesús están iluminados, nuevamente, por luz artificial: la de una vela.
El pintor retrata a San José dentro de una acción mundana como es la de un artesano, que distrae un momento su tarea para atender a su hijo pequeño. Todo dentro de un ambiente cálido y tierno. Sutil y de recogimiento.
Observamos la contraposición entre la piel marchita del anciano, con su frente arrugada (de Caravaggio hereda también este gusto por el retrato de la vejez), y la tersura de la tez del Niño.
Una de las señas de identidad de De la Tour es el hecho de que suele tapar parte de la fuente de luz: en este caso lo hace mediante la pequeña manita de Jesús, que se “transparenta” al interponerse entre nuestro ojo y la llama.
La intencionalidad manifiesta de Georges de la Tour por aludir a nuestra parte más sensible y emotiva con una escena tan cotidiana y familiar, se explica con los deseos de la Reforma católica para renovar la devoción por San José, como sostuvo Émile Mâle en 1932: la Reforma apostó por esta actualización de su adoración como uno de los pilares de la nueva espiritualidad.
Como seguidor de la escuela de Utrecht, De la Tour acometió un tema religioso con el que ya había trabajado Gerrit Van Honthorst durante la década de 1610.
Pero a diferencia de Honthorst, De la Tour monumentaliza la composición -con formas rotundas (y simplificadas) como las que forman las manos de San José- y utiliza tonos más suaves; acercándose a la obra maestra de La conversión de San Pablo de Caravaggio (1600-1601), para la Capilla Cerasi de Roma (puedes consultarlo en este post de nuestra página).
El virtuosismo de Georges de la Tour para captar la luz, particularmente la de una vela, y su contraste con una oscuridad no del todo rotunda, que deja entrever el resto de secretos que guarda la escena, es el utilizado entonces por el filme de la Sirenita en 1989.
Ella no conocía el fuego, pero sabía bien que el ser humano se valía de un soporte muy eficaz para atestiguar su saber: el arte.
El arte como testimonio de nuestra historia y bagaje, como síntoma de lo que vivimos a medida que vamos evolucionando a nivel colectivo, a nivel global: en comunidad.
No conocía el fuego y se apoyó en la obra de De la Tour para acercarse un poquito a aquello a lo que no tenía acceso. Como hacían los burgueses y nobles del XVIII con sus gabinetes de curiosidades.
Así, presa de la emoción por abrirse a nuevos caminos, Ariel seguía cantando:
“…¿Cuándo me iré? Quiero explorar, sin importarme cuando volver.
El exterior: quiero formar parte de él”
WEBGRAFÍA
Museo del Louvre. La Madeleine à la veilleuse o Madeleine Terff
Museo del Prado. Exposición. La obra invitada: La Magdalena Penitente de Georges de la Tour.
Museo del Louvre. Saint Joseph Charpenter
Academia Play. Las cámaras de maravillas: un refugio de lo extraordinario
Rtve. Georges de la Tour, el pintor olvidado que dominó la luz
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2 respuestas a «Los «nocturnos» barrocos de Georges de la Tour»
[…] Los «nocturnos» barrocos de Georges de la Tour […]
[…] ya hizo otras veces -en «La Sirenita» (1989), por ejemplo, de la que ya tenemos este artículo sobre los «nocturnos» de Georges de la Tour-, la factoría Disney conecta a sus protagonistas con […]