EL MATRIMONIO ARNOLFINI
Los secretos tras el Matrimonio Arnolfini no son pocos, En esta entrada vamos a realizar un breve recorrido por todos ellos.
Una pareja vestida de manera aristocrática y lujosa en una estrecha habitación burguesa. Se pintó en 1434 en Brujas, el enclave comercial más importante del norte de Europa.
El matrimonio del cuadro de Van Eyck es exponente de la riqueza de Brujas. Los ropajes sobre todo evidencian que se trata de una pareja adinerada. El vestido de la mujer está adornado con armiño y posee una cuidada colocación de los pliegues.
El hombre lleva una valiosa capa de terciopelo, orlada o incluso forrada de nutria o de marta. Que esté hombre no forma parte de la aristocracia lo demuestran los zuecos de madera colocados delante de él, ya que están reforzados para no ensuciar te al caminar por la calle. Los grandes señores no necesitan zuecos, iban a caballo o se hacían llevar en sillas de mano.
Van Eyck no dejó constancia del nombre del retratado ni en el cuadro ni en ningún documento. Apareció por primera, vez en un inventario, 100 años después de haberse pintado.
Los Arnolfini pertenecían a una familia de comerciantes y banqueros de Lucca, que tenían por entonces una delegación en Brujas. Este hombre de negocios extranjero vivía, por tanto, en Brujas envuelto en un lujo aristocrático.
En las ciudades-Estado italianas se permitía a los burgueses habitar en palacios siempre que pudieran costeárselo; en la Borgoña de la época de Van Eyck o era corriente.
Sólo uno de debió de hacerlo en Brujas: un italiano paisano de los Arnolfini, el representante del poderoso banco florentino de los Médicis.
EL ESPEJO
De la pared del fondo de la habitación cuelga un espejo, situado en el eje central del cuadro. El marcó está adornado con 10 medallones que representan las estaciones del Vía Crucis.
Un espejo de cristal en un hogar burgués era algo poco frecuente en la época de Van Eyck; normalmente se usaba, en la medida de lo posible, metal pulido.
Los espejos de cristal liso solo se encontraban en las posesiones de los monarcas y se consideraban un objeto precioso puesto que su fabricación no siempre resultaba fácil: la luna de cristal se resquebraja a al entrar en contacto con el metal líquido ardiente.
Pero los vidrieros de los Habsburgos habían probado con éxito una solución intermedia: vertían una mezcla de metales no tan caliente en una bola de cristal y obtenían así un espejo convexo como el que cuelga en casa de los Arnolfini.
Estos espejos curvos eran más asequibles que los planos.
En Francia los llamaban «brujas» porque aumentaban el ángulo de visión de una manera misteriosa: en este cuadro, el observador puede ver las vigas del techo de la habitación y descubrir una segunda ventana; por así decirlo, observa detrás de sí mismo otra habitación y allí donde está él descubre en el espejo dos figuras que entran en la estancia.
UNA CEREMONIA EN PRIVADO
La mujer pone delicadamente la mano derecha sobre la mano izquierda del hombre. El pintor lo ha situado casi en el centro del cuadro, dándole así un significado especial.
De hecho, los dos protagonistas parecen festejar algo en su entorno cotidiano, ya que la cola de la mujer está cuidadosamente colocada y el hombre levanta la mano derecha para hacer un juramento. En la época de Van Eyck, darse la mano y hacer un juramento eran indicios claros de boda.
En el siglo XV no se necesitaba ni sacerdote ni testigos para formar un matrimonio cristianó y civil; el acto se podía realizar en cualquier parte, incluso en una estancia privada, como en este caso.
No eran los sacerdotes los que impartían el sacramento del matrimonio, sino los propios esposos. En todo caso, los recién casados iban a misa juntos a la mañana siguiente, acto con el que daban a conocer públicamente el enlace, pero que no era obligatorio.
Hasta el Concilio de Trento, que tuvo lugar unos 100 años más tarde, la Iglesia no impuso la presencia de un sacerdote y dos testigos en los esponsales. Y lo hizo no por razones religiosas, sino para dificultar el mal uso y el engaño.
Pero incluso entonces, la ceremonia no tenía lugar ante el altar, sino como mucho delante de la puerta de una iglesia.
La presencia de testigos no era obligatoria en el enlace matrimonial, pero son ellos los que se reconocen claramente en el espejo, porque se necesitaban para otra formalidad frecuente entre los cónyuges con fortuna, como los de este cuadro: la acreditación del contrato matrimonial
La novia del cuadro no lleva puesto un vestido blanco, pues está costumbre no se introdujo hasta la segunda mitad del siglo XIX, sino que se casaban con un suntuoso ropaje festivo. El vigente abultado no alude necesariamente a un posible embarazo, sino que representa más bien el ideal de belleza de la época del gótico tardío, al que también corresponden los pechos pequeños sujetos muy arriba.
También la gran cantidad de tela usada en la confección del vestido estaba de moda: era el estilo representativo propio del reino borgoñón, aunque no sólo de este. Las mujeres ataviadas con tejidos tan abundantes y casi siempre con grandes tocados fueron comparadas por sus coetáneos con barcos con las velas plegadas.
El monstruo tallado que se ve por encima de su mano forma parte de un banco situado junto a la pared del fondo, y recuerda a los seres fabulosos de las gárgolas de las catedrales. Al igual que el aspecto de la novia, son características de la época del gótico.
UN INTELIGENTE BANQUERO
Las manos del novio no son tan blancas y cuidadas como las de la novia. Sus hombros estrechos indican que no tiene necesidad de imponerse en la sociedad por la fuerza física. Algunos observadores pretenden reconocer en su rostro indicios de astucia fría y calculadora.
En 1434 vivían en Brujas al menos dos varones de la familia Arnolfini.
El más famoso de los dos, Giovanni di Arrigo Arnolfini, era gobernador de finanzas de los duques de Borgoña, así como del rey de Francia, y se casó con Giovanna Cenami, hija de un banquero italiano que después heredó de su marido. Los dos Arnolfini comerciaban en Brujas no sólo con mercancías, sino también con dinero.
Los italianos ejercían por entonces casi un monopolio sobre los bancos europeos. Los bancos italianos fundaron filiales en todas las ciudades comerciantes relevantes. En Brujas, los banqueros italianos se reunían a diario con los comerciantes de la ciudad.
Pero los banqueros italianos no tenían como únicos clientes a comerciantes, sino también a monarcas.
EL LENGUAJE SECRETO DE LAS COSAS COTIDIANAS
Por encima de la pareja cuelga una araña de metal de las que los forjado red fabricaban por entonces en Flandes. Por los documentos de la filial de la banca Médicis se sabe que estas arañas también se enviaban a Italia divididas en varios fragmentos.
Solo una vela del candelabro esta encendida, y no se conoce ninguna razón práctica que pueda dar explicación a este hecho.
Existe, sin embargo, una tradición simbólica, ya que en la Edad Media normalmente se llevaba un cirio en la cabeza de los cortejos de boda, o bien el novio se lo entregaba ceremoniacamente a la novia.
La llama simboliza a Cristo, que todo lo ve y es aquí testigo de las promesas nupciales.
Bajo el brazo derecho de la araña se distingue una figurilla de madera que forma parte del alto respaldo de una silla. Representa a santa Margarita, patrona de las parturientas, venciendo al dragón.
La silla está situada justo al lado del lecho nupcial. Al igual que la vela y la figurita tallada en la silla, la mayoría de los objetos que se integraron en este cuadro encierran un significado simbólico.
Van Eyck no se limitó a pintar una de las primeras obras realistas, ya que para él y sus coetáneos todas las cosas estaban asociadas a una afirmación, tenían la capacidad de hablar. Hoy en día no siempre nos es posible descifrar ese lenguaje.
Por ejemplo, el perro situado entre los esposos indica bienestar y fidelidad. En las tumbas de la época figuran a menudo, a los pies del hombre, un león, símbolo de la fuerza y el valor, y a los pies de la mujer, un perro. Al parecer, sólo se esperaba fidelidad conyugal por parte de ella.
Muchos de los numerosos objetos que aparecen en el cuadro y que parecen estar ahí por casualidad, por ejemplo, el espejo inmaculado y las cuentas transparentes del rosario que cuelga de la pared, hacen alusión a la pureza de la mujer.
Conocemos estos símbolos por los cuadros y retablos marianos. El lenguaje simbólico surgió en las iglesias medievales, puesto que el pueblo, que no sabía leer, necesitaba imágenes para la oración y el aprendizaje.
También las chanclas y los zuecos son simbólicos. Observados de una manera realista, podrían revelar una prisa inconveniente o un desorden improcedente en un acto ceremonial.
En los cuadros de Van Eyck no sólo se detecta el paso del arte sacro al profano, sino también del aristocrático al burgués. Los retratos de aristócratas existían desde hacía unos siglos, y Van Eyck, que era pintor de cámara, también los pintaba.
En este cuadro tiene un significado especial la firma del autor. No está modestamente situada abajo a la derecha, como era habitual, sino que destaca con claridad entre el espejo y la araña. También la fórmula es insólita.
No pone ‘Johann de Eyck fecit‘, sino ‘fuit hic‘ (estuvo allí, estuvo presente). El pintor firma no como autor de la obra sino como testigo de la acción. Tal vez se autorretrato en el espejo, entrando en la habitación con turbante y ropajes de color azul claro.
Una respuesta a «Los secretos tras el Matrimonio Arnolfini»
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