MÚLTIPLES SECRETOS ESCONDIDOS TRAS LA JOVEN DE LA PERLA
La joven de la perla, obra emblemática de la edad de oro de la pintura holandesa, sorprende ante todo por una sencillez excepcional. El busto de una joven, captada en el momento en que vuelve la cabeza hacia el espectador, se recorta luminoso sobre un fondo negro, como si se superpusiesen dos visiones, la de un sueño y una pesadilla.
Su mirada es dulce, pero enérgica; sus labios, juveniles y turgentes; sus facciones celestiales, y su encarnado angelical. De su oreja izquierda cuelga una perla, por la que se conoce la obra.
Desde la izquierda cae la luz bruscamente sobre los delicados rasgos de la joven, derramándose por la tela gruesa del vestido, y brillando en el cuello de la blusa; pero es en la discreta oscuridad del cuello y de la nuca donde emergen los reflejos de la perla.
IDENTIDAD DESCONOCIDA
¿Quién es esta «Gioconda del norte» conservada en el museo de La Haya desde 1903, tras varios siglos en el olvido? ¿Una criada del artista? ¿Una amante? ¿O, lo que es más verosímil, una de sus hijas, visto que su edad no parece exceder los 15 años? Poco importa, en el fondo, este detalle notarial, ya que el misterio nace de la sobrecogedora impresión de vida y precariedad que arrastra de inmediato la mirada…
Pese a los distintos indicios que hacen pensar que en esta obra el artista usó la cámara oscura, procedimiento que permitía reproducir fielmente un rostro a partir de la proyección de una imagen, sería inútil, obviamente, buscar en este lienzo algún rastro de servil imitación, y más teniendo en cuenta que el pintor, haciendo gala de un gran dominio técnico, simplificó las facciones de la joven, como primer requisito de su idealización visual.
GEOMETRÍA
Observamos así, que la rigurosa construcción de la obra sigue una amplia diagonal que enlaza la esquina inferior izquierda con la superior derecha. Dentro de esta sólida estructura, sin embargo, el pintor no vacila en apartarse de la estricta geometría.
La perla, por ejemplo, está un poco desviada hacia la izquierda, a media luz, en una penumbra que refuerza la impresión de que está suspendida en un espacio imposible, mientras que el verdadero centro (luminoso y geométrico) del lienzo es el pómulo de la joven retratada.
También la firmeza del contorno ofrece un contraste singular con la difuminación de las facciones, como la arista de la nariz, que se funde con la mejilla y la tapa parcialmente.
TRATAMIENTO DEL COLOR
Pese a que la deuda del pintor con la escuela italiana, y concretamente con Leonardo, sea patente, su tratamiento del color es único en la historia de su arte.
Vermeer parte de una paleta reducida a la que infunde vigor con una pincelada firme y audaz, hasta el punto de que algunos historiadores, impresionados por la mezcla de colores todavía frescos en la tela, han visto en el artista holandés a un profeta muy lejano del impresionismo…
EL TURBANTE

Para explicar lo exótico del turbante azul de ultramar que lleva en la cabeza la joven, lo mejor es remitirse a la fortuna comercial de los Países Bajos en el siglo XVII, debido en gran parte al dinamismo de la Compañía Neerlandesa de las Indias Orientales, cuyos barcos en tiempos de Vermeer, iban y venían sin cesar de Europa a Oriente.
A ojos de los europeos, el turbante remitía de manera directa al imperio otomano, que, regido por la ley musulmana, provocaba una mezcla de atracción e inquietud.
Al mismo tiempo, este accesorio tiene siempre el efecto de realzar las facciones de la persona retratada, como demuestran los ilustres precedentes de Van Eyck (El hombre del turbante rojo) o Rembrandt (Retrato del artista con traje oriental).

En el caso de La joven de la perla, la radiante belleza del accesorio debe mucho a una paleta que matiza el azul de ultramar en función de la iluminación frontal, y que provoca un impactante efecto de contraste con el amarillo limón de la tela que lo corona.
LA PERLA

En la composición, la perla atrae irresistiblemente la mirada del espectador. La tradición cristiana la considera un símbolo de castidad, pero habría que preguntarse si no contribuye también al ejercicio de una seducción muy femenina…
De todos modos, si la joya de la joven modelo de Vermeer ha ingresado en la historia, es, sobre todo como puro alarde de recursos pictóricos.
La restauración de 1994 permitió resaltar el virtuosismo del que hizo gala el artista en el tratamiento de los reflejos. Son tres los matices luminosos que dan vida a esta superficie: la luz diurna procedente del primer plano, la palidez que irradia el rostro y la inmaculada blancura del cuello del vestido.
FONDO NEGRO
Resulta impactante el prodigioso fondo negro del que surge la figura de la joven. Esta materia negra, única en Vermeer, señal de un misterio impenetrable, usa un tono de nombre profético, el «carbón de hueso«, pero también, como sacó a relucir el análisis de 2018, negro de carbón.
Añadiendo una pequeña cantidad de añil y amarillo vegetal, el pintor la matizó de verde, pero con el paso de los siglos el oscurecimiento progresivo del fondo, ha borrado del todo ese matiz, asegurando el triunfo definitivo del negro.
LA MIRADA

El misterio sobre la mirada de La joven de la perla aún sigue en pie, reforzado por una ilusión de movimiento, el de la modelo al girarse de manera brusca para lanzar una mirada vagamente teñida de curiosidad al fascinado espectador.
Usando un artificio probablemente tan antiguo como el propio arte del retrato, Vermeer orientó de tal modo a la muchacha que la obliga a mirar por encima del hombro.
La eclosión del rostro a plena luz contribuye a acentuar la intensidad de esta dulce llamada que hace preguntarse al inquieto espectador si es solo una ilusión, o bien si el cuadro, palpitante de vida misteriosa, le transmite un mensaje del que ya presiente de buenas a primeras que no podrá ser descifrado.