REVISIÓN DE UNA VIDA SENSUAL, PROVOCADORA Y SANTA, A TRAVÉS DEL ARTE
Según la tradición, María Magdalena, provenía de una familia aristocrática, descendiente de reyes. Su padre era llamado el Siro y su madre se llamaba Eucaria. Además, tenía dos hermanos: Marta y Lázaro. Sus padres eran poseedores de varias propiedades en las ciudades de Jerusalén y Betania, así como de una fortaleza que se asentaba en el cerro del Magdalo. Al morir los progenitores, los hermanos recibieron en herencia estas propiedades, correspondiendo a Lázaro las ubicadas en Jerusalén, a Marta las de Betania y a María la del Magdalo, adoptando así su apodo de la Magdalena. Sin embargo, no todos los hermanos asumieron bien sus nuevos deberes y obligaciones. Lázaro, cuyo único interés era el de servir como soldado, descuidaba a menudo sus quehaceres en las propiedades heredadas en Jerusalén. Por su parte, María Magdalena, al darse cuenta de su belleza y su vida acomodada pronto se entregó a los placeres de la vida, por lo que fue su hermana Marta quien tuvo que hacerse cargo de todas las obligaciones derivadas de la gestión de todas las propiedades.
Debido al modo de vida que llevaba, María Magdalena, acostumbraba a tratar con muchas personas a lo largo del día y, por tanto, solía ser receptora de numerosas historias y rumores. En este sentido, llegó a sus oídos las habladurías de un tal Jesús de Nazaret que predicaba en contra del poder y prometía la salvación eterna en el reino de Dios. Pronto, la curiosidad por conocer a este profeta fue acechando su alma, sin embargo, la mala fama que tenía en toda la región, en la que era conocida como “la pecadora”, la disuadía de ir a su encuentro por temor al rechazo y el repudio.
Un día, fue avisada de que el profeta estaba en la ciudad de Jerusalén, comiendo y predicando en la casa de Simón el Leproso. Movida por el Espíritu Santo, fue al encuentro del hombre del que tanto había oído hablar. Cuando llegó a la casa, de nuevo tuvo el temor de dirigirse personalmente a él por no considerarse digna, por lo que decidió acercarse arrastrándose bajo los comensales para no levantar la atención de los otros invitados, que eran todos hombres justos y famosos. Al llegar al sitio donde estaba Jesús, le lavó los pies con sus propias lágrimas y se los secó con sus propios cabellos. Después, sacó un perfume que llevaba consigo y se lo untó, provocando que se extendiera por toda la sala un riquísimo aroma. Esta circunstancia hizo que el anfitrión de la casa se planteara para sí mismo, que el que decía ser el hijo de Dios verdaderamente no debía de serlo, puesto que, si lo fuera, no se dejaría tocar por aquella mujer de tan mala fama. En ese momento Jesús se levantó y se dirigió a todos los presentes de la sala. En primer lugar, reprendió a Simón el Leproso por su soberbia, al creerse con la suficiente altura moral para enjuiciar a aquella mujer y, después, perdonó todos los pecados de María Magdalena ante todos los presentes.
Podemos encontrar una segunda versión del primer encuentro entre María Magdalena y Jesús en la Biblia. Se cuenta que estando el profeta orando en el huerto de los olivos se le acercó una turba de fariseos que traían consigo a una mujer. La acusaban de haber cometido adulterio, por lo que habría que ajusticiarla según la Ley de Moisés, que decía que había que apedrear a estas mujeres. Jesús, no prestó mucho interés a estas palabras y se puso a dibujar en la arena con su dedo. Ante la insistencia de la muchedumbre decidió hablar diciendo: El que de vosotros no tenga pecado que tire la primera piedra. Él, seguía dibujando en el suelo mientras que los hombres que conformaban aquella turba enfurecida, fueron abandonando el lugar uno por uno. Cuando se quedó solo con la mujer, la miró y le preguntó: ¿Nadie te ha condenado?, negando la Magdalena. Jesús, tomó la palabra entonces y dijo: Tampoco yo te condeno. Vete y no peques más.
Sea como fuese el primer encuentro, desde entonces, las fuentes coinciden en acercar la figura de María Magdalena a la de Jesús de Nazaret. Se dice que expulsó de su cuerpo a siete demonios y que el profeta la proclamó como una de sus principales hospederas, es decir, acostumbraba a alojarse en su casa cuando iba de camino a las peregrinaciones o las evangelizaciones. La defendió en varias ocasiones ante diversas circunstancias. En este sentido, se puede señalar el episodio de Cristo en casa de Marta y María, donde la joven Marta pide a Jesús que le diga a María que le ayude en las labores de la casa, respondiéndole este: Marta, Marta, tú te preocupas de muchas cosas y te apuras por muchas cosas, y solo es necesaria una. María ha escogido la parte mejor, y nadie se la quitará.
Asimismo, Jesús, no reparó en atenciones a la familia de María Magdalena. Podemos citar dos episodios en los que Cristo intercedió a favor de los hermanos de la santa. El primero estuvo relacionado con su hermano Lázaro, quien tras una larga enfermedad murió en Betania, junto a sus hermanas Marta y María. Al enterarse Jesús del suceso fue a la casa de las hermanas y, al ver las lágrimas de ambas, se apiadó de ellas. Les dijo que lo llevasen a donde estaba enterrado su hermano y que levantasen la tapa del sepulcro. Sorprendida, Marta, le dijo que hacía cuatro días del fallecimiento y que, por tanto, el hedor era muy fuerte. Insistió Jesús y dijo: ¡Lázaro, sal fuera! Entonces, se produjo la resurrección del hermano. Asimismo, se puede citar el episodio en el que Cristo curó a Marta de unas hemorragias que sufría desde siete años atrás.
Durante la Pasión y Muerte de Cristo, la Magdalena estuvo al lado de la Virgen, así como de las otras Marías. Se constata la presencia de la santa en los momentos del encuentro en la calle de la Amargura, la crucifixión, el traslado al sepulcro y el posterior duelo. Estos sucesos de especial trascendencia hicieron afirmar al papa Juan Pablo II que, durante la crucifixión, las mujeres demostraron ser más fuertes que los apóstoles. Del mismo modo, no puede pasarse por alto que tras la resurrección de Cristo, la primera en recibir el mensaje divino fue la Magdalena. Se cuenta que la santa quedó especialmente afectada tras la muerte de Jesús, por lo que no se separaba del sepulcro, en el que lloraba amargamente. Al llegar la noche, vio un resplandor que emanaba de la figura de un hombre. Creyó la Magdalena en un principio que era un hortelano, pero pronto descubrió que realmente era Cristo. Intentó tocarlo pero este le dijo: Noli me tangere – «No me toques» -, pues aun no había subido a ver al Padre. Tras este suceso, Jesús, instó a la santa a que avisara a los apóstoles del glorioso acontecimiento, hecho por el que en alguna ocasión se ha afirmado que María Magdalena fue apóstala de los apóstoles.
Tras la ascensión del Señor, los tres hermanos vendieron todas sus propiedades para sufragar las misiones de los apóstoles en otras tierras. Sufrieron las persecuciones de los judíos y fueron expulsados junto a otros cristianos de la región. Todos fueron subidos en una barca y abandonados a su suerte en medio del mar sin remos, ni ningún otro utensilio que les hubiera permitido sobrevivir. Sin embargo, Dios, se apiadó de ellos e hizo que la barca arribara en pocos días en las costas de Marsella. Allí, buscaron alojamiento para cobijarse pero nadie les quiso dar ayuda, por lo que decidieron resguardarse bajo el pórtico de un templo pagano de la ciudad. Entonces, empezaron a predicar el mensaje de Cristo a aquellas gentes y, poco a poco, sus palabras fueron calando en los habitantes de aquel lugar.
Un día, el gobernador de la zona se dispuso a realizar una ofrenda a la deidad del templo en el que se instalaron los cristianos y la Magdalena aprovechó para hablarle de la doctrina que predicaba. Este primer encuentro hizo que el gobernador desistiera de realizar dicha ofrenda. En las noches sucesivas tanto el gobernante como su esposa recibieron sendos mensajes de María Magdalena a través de sueños, en los que les pedía que intercedieran por los cristianos del lugar y que les dieran ropa y cobijo, pues estaban muriendo de frío. Al principio, decidieron hacer caso omiso, pero una visión más amenazante de la santa hizo que el temor por las posibles represalias de su Dios, sucumbieran a las peticiones de la Magdalena.
Reunido el gobernador con la santa le dijo que si el Dios del que hablaba les concedía a él y su esposa un hijo, inmediatamente acudiría a los preceptos de su fe. Días después, la esposa del gobernador quedó embarazada y el mandatario quedó en deuda con los cristianos. Tanto él como su esposa se embarcaron en un viaje que les llevaría hasta Roma para conocer a Pedro, el maestro del que les habló María Magdalena. Sin embargo, los males acecharon su embarcación después de un día de navegación. Una terrible tormenta hizo que el parto de la señora se adelantase, pereciendo mientras daba a luz al bebé. El gobernador maldijo su suerte, pues al morir su esposa su hijo quedaba condenado a una muerte segura, al no poder ser amamantado por nadie. Entonces, decidió dejar los cuerpos de ambos en una isla cercana y, de forma muy amarga, prosiguió su viaje a Roma.
Días después el gobernador llegó a Roma, encontrándose con Pedro, al que le contó todo lo sucedido. El apóstol le animó diciéndole que había hecho lo correcto y emprendió con él un viaje a tierra santa donde conoció todos los lugares de la Pasión de Cristo. Tras dos años, decidió regresar a Marsella para predicar el Evangelio, pero al pasar por la isla donde había dejado los cuerpos de su esposa y su hijo decidió parar. Al desembarcar, descubrió a un niño jugando en la arena, que asustado corrió hacia el interior de una cueva. Al entrar vio al niño amamantándose del pecho de su esposa que yacía en el suelo. Entonces, el gobernador se encomendó a María Magdalena para que resucitase a su esposa y así sucedió. La mujer al despertar dijo haber vivido el mismo viaje que su marido a través de un largo sueño. Todos regresaron a Marsella, quedando en deuda con la santa. En favor de ella proclamó a Lázaro obispo de Marsella.
Tras este suceso algunos cristianos decidieron trasladarse a la cercana población de Aix, pero María Magdalena sintió el deseo de entregarse a la vida contemplativa, por lo que se fue al desierto, donde pasó el resto de sus días. Según la tradición, no necesitaba beber ni comer, pues siete veces al día un grupo de ángeles bajaban para llevarla al reino de Dios, donde asistía a las misas y se alimentaba espiritualmente.
Un día, un sacerdote pasó cerca del lugar donde se encontraba la santa y, sobrecogido por un fulgurante resplandor, se acercó. Entonces, María Magdalena, le comunicó quien era y le pidió que fuese a ver a san Maximino, uno de los cristianos expulsados de Judea y encargado, inicialmente, de atender el alma de la santa, para anunciarle que el Domingo de Resurrección se aparecería en su oratorio privado.
El sacerdote cumplió con su palabra y así sucedió. San Maximino, quedó sobrecogido con la aparición de la Magdalena, que se encontraba rodeada de una corte celestial. Le dio la comunión y en ese momento pudo ascender a los cielos, tras haber pasado treinta años en el desierto, quedando la habitación impregnada con un riquísimo aroma. El cuerpo de la santa quedó enterrado en la localidad de Aix.
Varios siglos más tarde, concretamente en el año 769, Gerardo, Duque de Borgoña mandó al abad de Vezelay, cuyo templo se estaba levantando en honor a la santa, a recoger algunas reliquias del féretro de Aix. Sin embargo, al llegar el clérigo al lugar constató que había sido arrasado por algunas comunidades paganas. Entonces, se propuso encontrar el sarcófago de la santa. Al hallarlo decidió tomar algunas reliquias. En su regreso a Vezelay estas se volvieron muy pesadas, dando el resultado de una aparición divina de la propia Magdalena, que dio el beneplácito a las intenciones del monje con la condición de que dichas reliquias solo podrían ser portadas por él. Así llegaron las reliquias de María Magdalena a la abadía francesa de Vezelay.
A María Magdalena se le atribuyen varios milagros o intercesiones divinas, de las cuales relataremos solo tres. Durante el medievo tras una cruenta contienda, un soldado devoto de la santa murió en batalla. Los padres angustiados reprocharon a la santa que lo hubiera dejado marchar sin haberse confesado. En ese momento el soldado se levantó tomó la comunión y después murió. En otra ocasión, un hombre ciego que acudía en peregrinación al monasterio de Vezelay para venerar las reliquias de la santa exclamó: ¡Oh, Santa María Magdalena! ¡Ojalá pudiera yo ver también algún día esa iglesia tuya! En ese momento el ciego recobró la vista, quedando curado de su ceguera. Por último, otro devoto de la santa, escribió en el referido monasterio una carta con todos sus pecados y la metió debajo del mantel del altar, suplicando a Dios el perdón de todos ellos. Al sacar la carta, las letras que había escrito habían quedado borradas.
BIBLIOGRAFÍA
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JUAN PABLO II: Mulieris Didnitatem. Vaticano, 1988.
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SÁNCHEZ ORTEGA, M. H.: “Iconografía de María Magdalena y otras santas arrepentidas”, Pecadoras de verano, arrepentidas de invierno. Madrid, 1995.