Adán y Eva

Ficha técnica

Título: Adán y Eva
Autor: Suzanne Valadon
Cronología: 1909
Estilo: Postimpresionismo
Materiales: Óleo sobre lienzo
Ubicación: Centre Pompidou, París (Francia)
Dimensiones: 162 x 131 cm.
Escrito por: CuDiosa

COMENTARIO HISTÓRICO ARTÍSTICO DE ADÁN Y EVA

CONTEXTO HISTÓRICO ARTÍSTICO

La historia de la buena de Marie Clémentine Valade tiene mucha tela. Tantas como las que lavaba su madre adolescente para sacarlas adelante. A ella no le quedó otra que empezar a trabajar con once añitos.

De entre todas las profesiones (modista, camarera, confeccionista de coronas fúnebres) quedémonos con la más romántica: trapecista de circo porque, además, fue lo que la catapultó a la fama, nunca mejor dicho.

Todo iba bien hasta que la pobre se pegó tremendo trompazo y tuvo que dejar las alturas. Eso sí, sus pinitos acróbatas le sirvieron para rodearse de los mejores artistas de la época, esos que iban a verla dar piruetas en un vuelo sobre sus cabezas. Touluse Lautrec, Degas, Renoir, Puvis de Chavannes.

Con tal espectacular chorboagenda, Marie Clémentine se convirtió en modelo de pintores con tan solo 17 años tomando el apodo de Suzanne en referencia a «Susana y los viejos» siendo ella tan joven y su círculo tan senior.

Con plenos derechos de influencer de la época, los viejos se pegaban por captar su belleza y alma salvaje. Así que, si tienes tiempo, puedes entretenerte en buscar sus cameos ya que su bello rostro puede verse en un sin fin de cuadros.

Por ejemplo: en la célebre «La resaca«, de Toulouse-Lautrec o en «El baño sagrado», de Puvis de Chavannes, que roza la obsesión multiplicándola ocho veces en el lienzo. Renoir la inmortalizó en «Los paraguas», «La trenza«, «Baile en Bougival» o “El almuerzo de los remeros».

Pero no solo sirvió de modelo, era musa y confidente de tan noble grupo afincado en el bohemio y movidito barrio parisino de Montmarte. A todo esto, Suzanne, de pleno instaurada en la atmósfera intelectual, se sirvió a parte iguales de su encanto e ilustres amistades para labrar su futuro y aprender el oficio de la pintura. Parece que fue el propio Degas quien, tras ver uno de sus dibujos, la animó a dedicarse a ello.

“La bebedora, retrato de Suzanne Valadon” (hacia 1888), de Toulouse-Lautrec.

Y no le faltó ojo al bueno de Edgar, porque Suzanne (o Marie Clémentine), es una de las grandes artistas post-impresionistas. Él mismo es quien le compra sus primeros óleos y en 1894 se convierte en la primera mujer en exponer en el salón de la Société Nationale des Beaux-Arts. Ahí queda eso.

ANÁLISIS FORMAL E ICONOGRÁFICO

Suzanne, además de una mujer extraordinaria y excéntrica, fue libre. Puedo oír vuestros pensamientos al grito de ¡faltaría más!, pero es que, entonces, la cosa era bastante diferente. Por mucha Belle Epòque que fuera. Sin embargo, presumió de tener amantes por doquier y de no dar explicaciones a nadie.

Resumiendo: hizo lo que le dio la real gana. Paradojas de la vida, quizá pertenecer a un status social inferior posibilitó que pudiera hacerlo. Con 44 años, y ya separada del que fuera su marido banquero Paul Moussis, se enamoró hasta las trancas de un amigo de su hijo, veinte años más joven y «hermoso como un Dios».

Adán y Eva
Adán y Eva

En este ‘Adán y Eva’ no lo pinta como a una divinidad pero sí emulando al primero de los hombres junto a ella, como Eva, en el jardín del edén.

Un motivo religioso, bíblico, tradicional; desde una visión real, pagana y novedosa. Al fin y al cabo, el cuadro muestra a la pareja como dos amantes recién enamorados (se conocieron ese mismo año), en el que la artista da cuenta de la consciencia de su «pecado» pero feliz y con los ovarios necesarios para coger la manzana sabiendo de sus consecuencias.

Y le salió bien: André Utter y Suzanne permanecieron juntos 24 años. Y no solo eso, André resultó ser su inspiración de tal modo que la relación coincidió con una nueva etapa en su producción artística, convirtiéndose en la época más fructífera y determinante de la artista afincada en el número 12 de la calle Cortot.

Adán y Eva es una obra tremendamente representativa de un estilo vibrante y colorido, sirve para dar cuenta de un dominio excepcional de las composiciones, el color y la complejidad de la línea.

La pincelada muestra pasión y coraje a través de un uso consciente de la luz que da brillo y protagonismo a las dos figuras desnudas. Dicen que sus autorretratos marcan siempre sus ojos vivos y su fuerte mentón, como símbolo de representación de mujer que se ha hecho a si misma.

Suzanne fue muy prolífica y no se ató a ningún género concreto pero hay que admitir que fueron sus desnudos los que le trajeron la fama, que no la gloria. Tengamos presente que, en esos años, servir de modelo sin ropa para que el hombre sacara su pincel a pasear era totalmente normal. Mientras, tomar la herramienta como mujer resultaba muy poco apropiado.

Si llamaba la atención que pintara cuerpos femeninos desnudos, pasar a retratar hombretones con las vergüenzas al aire, ya era lo más. Sí, repasa la obra. No, la guirnaldita de hojas no es original, más bien impuesta.

CURIOSIDADES

La gran Valadon siempre llevaba consigo un manojo de zanahorias, vete tú a saber por qué. En su estudio, tenía una cabra a la que le daba de comer los dibujos que no gustaban. Amante de los gatos, campaban a sus anchas por su taller y comían caviar cada viernes. Raminou fue el más querido, el que se sentó en el regazo de Renoir o Manet.

El que escuchó secretos y confesiones de una de las generaciones más brillantes de la historia del arte. El que, en alguna ocasión, tuvo la oportunidad de darle un zarpazo al impresionismo y abrir el camino de la etapa post.

Raminou sentado en una tela, 1920. Colección particular.

Pasando por alto que la amistad con Toulouse-Lautrec incluirá un intento de suicidio y que es muy probable que el padre de su hijo, en realidad, fuera Chavannes; la vida de Suzanne es una verdadera obra de arte.

Son tantas las historias y curiosidades, que bien merece un estudio profundo de una autora que, en su condición de mujer, terminó siendo recordada como esposa y madre de artistas. La figura de su hijo, Maurice Utrillo, terminó empujándola y haciéndola caer de bruces fuera del discurso oficial.

Una vez más, volvió a caerse del trapecio. La historia prefirió guardarle un fugaz capítulo como figura sospechosa, buscavidas, enigmática, osada y diablo (como ella misma se apodaba).


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