Auto de fe en la plaza Mayor de Madrid

Ficha técnica

Título: Auto de fe en la plaza Mayor de Madrid
Autor: Francisco de Rizi de Guevara
Cronología: 1683
Estilo: Barroco
Materiales: Óleo sobre lienzo
Ubicación: Museo del Prado, Madrid
Dimensiones: 277×438 cm

CONTEXTO HISTÓRICO-ARTÍSTICO

No es de extrañar que Auto de fe en la plaza mayor de Madrid sea uno de los óleos barrocos más conocidos y reproducidos en los libros de Historia, Arte y, probablemente, Derecho.

La obra representa uno de los últimos juicios públicos amparados por la superioridad moral de la Inquisición, una institución cuyo origen castellano se remonta al siglo XV y que, aun en el siglo XVII, todavía perduraba en sus tradicionales prácticas de persecución y condena contra las prácticas heréticas.

En este caso, el citado juicio tuvo lugar en el año 1680, inserto el reinado del que sería el último Austria del trono de España: Carlos II.




La obra de Rizi, español de ascendencia italiana, forma parte del universo de creaciones diseñadas para El Escorial, el templo de la Monarquía española.

Pese a que el autor perteneció a un contexto histórico-artístico y cultural barroco, la obra encaja con la racionalidad y la simpleza del estilo herreriano que dio a luz al citado palacio, en concordancia con las obediencias cristianas de Felipe II.

No obstante, el miniaturismo y la agrupación de la masa popular en el cuadro nos revelan cierto horror vacui, así como un escenario indudablemente teatral; características más específicamente barrocas. 

ANÁLISIS FORMAL

Auto de fe en la plaza Mayor de Madrid
Auto de fe en la plaza Mayor de Madrid

La escena se estructura en torno a un tablero cuadrangular, en cuya balaustrada central se desarrolla el acto judicial en sí mismo. A ambos lados de este cuadrilátero se sitúa un graderío jerárquico, en el que los personajes se disponen desde la ima cavea hasta la summa cavea, cual teatro romano.

En el margen izquierdo entre el cuadrilátero y la grada de dicho lateral podemos observar una gran cruz latina de madera, que preside un simulado altar, desde el que el juicio final del reo será emitido. 

No obstante, entre los espectadores destaca el monarca con su séquito; concretamente, dos mujeres, las únicas dos que pueden llamar la atención en la obra: su madre, Mariana de Austria, y su esposa en segundas nupcias: María Luisa de Orleans.

Los tres están situados al fondo, en la parte central del edificio principal de la plaza, marcando el meridiano de la misma, justo a los pies de donde se situaría el escudo real y los aposentos del rey.

Frente a ellos, el Inquisidor General vestido de Pontífice, en el preciso instante en el que el acto va a comenzar, antes de lo cual el inquisidor debe tomar juramento al monarca y este, responder con aceptación al comienzo de la sesión. 

En el plano frontal inferior de la imagen, es decir, en la parte abierta de la plaza, se sitúan todos aquellos personajes que van a tener un papel dinámico en el desarrollo de la sesión.

Desde los familiares a caballo con varas de justicia, los que repartían bastones y velas, la guardia del teatro, los soldados de la Fe y hasta los asnos que trasladaban a los condenaos a muerte a su destino final. Es decir, el Auto movilizó a un amplio grupo de comisionados encargados de supervisar el gran acto. 

La pintura destaca por los tonos ocres del escenario en contraste con las vestimentas negras de los asistentes, colores que contribuyen a imaginar un ambiente tórrido (este Auto se celebró en verano), ciertamente sórdido y tumultuoso. 

ANÁLISIS ICONOGRÁFICO

Aunque es cierto que el Tribunal de la Santa Inquisición no se extingue en España hasta el siglo XIX (con posterioridad al rey Fernando VII (1784-1833), quien lo llegó a restaurar), se nos puede plantear ligeramente ácrono este Auto en 1680.

Más que por su sentido, que todavía seguía ligando los coletazos del Imperio español a la Universitas Christiana, por su forma: Rizi captura en este lienzo una escena de verdadero teatro.

Más allá de los principios católicos de la moral española, este Auto se concibe como un espectáculo barroco: es una puesta en escena de principio a fin, que implicó una ardua tarea de organización y montaje, lo cual desvirtúa la actividad inquisitorial en sí misma, pasando del juicio privado al espectáculo público. 

Carlos II, en horas bajas por su “hechizo” y su problema sucesorio, no perdió la oportunidad de consagrarse en este acto como monarca ejecutor, al modo de sus antepasados.

Por su parte, el lugar escogido (si bien es cierto que los autos públicos se celebraban a las ciudades más notorias, como Sevilla, Valladolid, Barcelona o Valencia) era, realmente, un escenario: es sabido que en la Plaza Mayor de Madrid también se celebraban corridas de toros, lo cual nos induce a pensar en este lugar como espacio para el disfrute.

En esta línea, los autos de fe en el siglo XVII se componen de elementos que los identifican como fiestas barrocas y discursos culturales, además de como catecismos políticos (Parello, 2011), cuyo origen, este último, se remonta a las premisas de la Contrarreforma (1545-1648). 

Francisco Rizi había sido nombrado pintor del rey en 1656, además de ser el director del teatro del Palacio del Buen Retiro, lo cual da cuenta lo sitúa como el perfil óptimo para elaborar el mejor retrato de este Auto de Fe: un recurso decorativo para la Monarquía, la Inquisición y para su propia trayectoria. 

BIBLIOGRAFÍA 

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