COMENTARIO HISTÓRICO ARTÍSTICO DE CATALINITA, EL RETRATO
CONTEXTO HISTÓRICO ARTÍSTICO DE CATALINITA
Que nadie me malinterprete pero la etapa plástica española que le tocó vivir a Ramon Casas no es recordada por sus luces cegadoras. Así que, el pintor, caricaturista y artista gráfico catalán hizo sus maletas en búsqueda de la fuerza de los focos parisinos que, por el contrario, iluminaban a todo gas. A pesar de su origen acomodado, tiró para la bohemia del Moulin de la Galette en el famosísimo barrio de Montmatre. Uno más que, en su caso, sentaba cátedra apara otros que harían lo mismo años después.
Dicen que no es hasta que estás lejos cuando el patriotismo te colapsa las venas y eso mismo le pasó a Ramon: estando en París reparó en que su arte tenía más de catalán que de parisino, un estilo que terminaría tomando el nombre de modernismo y del que es referente junto a Santiago Rusiñol.
Ya en su Barcelona natal, se lo gozó a base de bien. Pintaba personas, personas tenía que conocer. Exprimió hasta la última gota del ambiente festivo de la noche instalándose, prácticamente, en el Els Quatre Gats, una copia de Le Chat Noir de París como templo del entretenimiento y la gastronomía. Y es en ese ambiente, en torno a las tertulias y exposiciones de la élite intelectual, donde conoce jóvenes inspiradores como Picasso.
‘Catalinita» se encuadra dentro de la manía persecutoria del artista por pasar a la historia como el precursor del movimiento de renovación del figurativismo. Las pinturas de Ramon Casas se encuadran en escenas y situaciones costumbristas que son protagonizadas por unos personajes capaces de captar la belleza y esencia de ellos mismos. Y Catalina es buen ejemplo de ello, adorable y, además, sobrina del pintor.
Al igual que hacía con sus muchas mujeres retratadas, en este ejemplo de maestría busca el intimismo tratado desde una perspectiva natural respirando modernidad y prescindiendo de los cánones propios del retrato tradicional. La niña, aunque mostrando un cierto recelo propio de la vergüenza infantil, tiene la confianza de su oncle y, por tanto, termina captando un momento cercano y casero de los muchos que acumulamos, ahora, en nuestros teléfonos móviles.
Si lo tuyo es perderte entre las ramas del árbol genealógico, familia arriba, familia abajo; esta misma Catalina, hija de la hermana del pintor, Monserrat Casas y Eduardo José Nieto Algora, terminó siendo nombrada por el rey Alfonso XIII, marquesa de Villamizar, y casada con Antonio Rocamora Vidal, hermano del coleccionista, mecenas y también pintor Manuel Rocamora. La élite sigue siendo élite, eso es así ahora y entonces.
ANÁLISIS FORMAL
Blanco, blanco, blanco. No tanto, no tanto, no tanto. Su buen estudio y aplicación en París, a pesar de la jarana, le sirvieron para llevar a la máxima expresión eso de que «los objetos no tienen un color propio, sino aquel de la luz que reciben». Amén, Ramon. Tú verás blancos por todos lados pero ninguno de ellos es igual en tonalidad: rosas, morados, grises, azules… Pero, otra vez, blancos. Entre todos, pocos elementos de color sólido que destaquen entre tal saturación. La puerta, los zapatos, medias, el pelo y las manos y carita sonrosada de la niña parecen querer que desviemos la atención entre tanta pulcritud.
Fíjate ahora en las texturas. Ramon se sirve del pincel para texturizar tejidos y objetos a través de la luz, el color y el empaste bien trabajado y cuidado. Como si de una tienda de retales se tratara, hay telas por doquier (tela en el sofá, tela en la alfombra, tela en el vestido) que despiertan al sentido del tacto. Se percibe suavidad a la vez que rugosidad; ligereza y, quizá, algo de aspereza y cierta calidez entre tanta frialdad.
Por su parte, las líneas curvas del sofá invitan a pensar en ese modernismo tan característico en la obra del pintor y que levanta la mano entre una técnica puramente impresionista.
CURIOSIDADES
Ramon Casas retrató más de 100 veces a otra mujer: Julia. Fue en 1905 cuando cayó rendido a los pies de esta vendedora de lotería a pesar de que, hasta entonces, muchas fueron las veces en las que afirmó que «sólo se casaba con la libertad y la pintura». Junia Victoria Peraire, Julia, solo tenía 17 años cuando el maestro se enamoró hasta las trancas de esta sargantana (lagartija) en la terraza de la Maison Dorée.
Tras comprarle un billete sin pensar si quiera en que la suerte le acompañara, con sus 49 años a la espalda y después de haberse atrevido a hacerle una caricatura que ella «amablemente» hizo trizas en su cara; la primera propuesta de «colaboración» fue basada en esa prolífica vida como cartelista de la época que le permitió ofrecerle posar para él como chica del Jabón Fluido Gorgot en un cartel. Y desde entonces, un no parar, mezclando amorío con poderío publicitario.
La centena de retratos, entre pintura y dibujos, es una sucesión que ilustra una autobiografía sentimental que arranca en el deseo y la pasión y continua con los retratos esteticistas de una mujer convertida a la moda burguesa luciendo elementos propios del status adquirido como joyas, pieles, sombreros sofisticados y vestidos fastuosos.
Una historia de amor prohibida y mal vista en la época que obligo a Casas a casarse con ella una vez muerta su madre y siete años después de conocerse. Hasta entonces, la relación se quedaba entre pinturas ya el pintor no soportaba las habladurías provocando que el peso de su familia impidiera que participaran de reuniones sociales juntos.
Tanto es así que gran parte de los títulos de los retratos no citan el nombre de la modelo aunque, cuesta pensar que no fuera bien conocido por todos/as. El pintor fallece una década después y ella, acostumbrada, le llora en la soledad del estudio mientras autoridades, clases altas y artistas asisten al popular entierro.
Una última cosa en relación a los carteles, que no a Julia. Ramon Casas fue el creador del primer cartel del famosísimo Anís del Mono de Badalona, «Con una falda de percal planchá» y de los muchos que le siguieron.