Copos de nieve

Ficha técnica

Título: Copos de nieve
Autor: Wilson Alwyn Bentley
Cronología: 1885-1931
Estilo: Fotografía científica
Materiales: Fotomicrografía
Ubicación: Museo de Historia Natural de Londres
Dimensiones: 7,4 x 9 cm

COMENTARIO HISTÓRICO ARTÍSTICO DE COPOS DE NIEVE

ANÁLISIS DE LA OBRA

De la fascinación en la transformación del agua en hielo, una mirada audaz precipitó un momento eureka. Es asombroso que la cristalización de los copos de nieve nunca repita su estructura y diseño, de una fractalidad enigmática. El patrón de su complejidad puede adquirir formas muy intrincadas y estilizadas.

Los copos de nieve parecen seguir un radio y contorno ciertamente en común, con predominio de la forma hexagonal, que no es una forma exclusiva en la naturaleza debido a la estabilidad que confiere este tipo de red, aunque incluso a veces la fracturan hasta cierto punto, respondiendo a una geometría de tipo triangular o de dodecágono.




Aunque pueda parecerlo, ni siquiera siempre cada copo presenta una simetría perfecta debido a las perturbaciones climáticas. Lo cierto y verdad es que muy improbablemente encontrarías dos estrellas de hielo iguales.

Aunque sí, no es de extrañar que uno de los pioneros en la realización de este tipo de fotografías se tratara de un joven de diecinueve años, Wilson A. Bentley, quien fue considerado durante mucho tiempo la primera persona en fotografiar copos de nieve. Pero parece ser que Johann Heinrich L. Flögel los había fotografiado con seis años de antelación en 1879, duplicándole la edad eso sí y en lugares bien distantes.

Wilson Alwyn Bentley

Lo que si queda claro, es que la colección de microfotografías de W. A. Bentley es la de mayor valor realizada al respecto, y que fue un firme precursor de los estudios de los cristales de hielo. Durante las observaciones se percató de que eran únicos cada uno de esos frágiles cristales que parecían irreales en cuanto a la perfección de su constitución fractal, una especie de auténticas joyas ornamentales efímeramente destinadas a descongelarse.

El hallazgo es de una naturaleza de esas que hoy puede parecer no muy relevante, que cualquiera de nosotros podría haber hecho, solo se piensa así cuando algo ya se conoce, pero en esta observación aún hay una remembranza de conquista, de descubrir al mundo algo que nunca nadie fue capaz de distinguir, un misterio congelado que yacía por descubrir. Muchas veces son fenómenos ya observados, pero lo audazmente genuino reside en quien es capaz de detectarlo.

Hay que ser un buen observador, tener esa curiosidad sin prejuicios, si cabe ingenua, y desbordante de W. A. Bentley para ver lo obviamente oculto, la realidad necesita, permite relecturas y horadar en ella, es entonces cuando se producen prodigiosos descubrimientos. Estamos ante uno de los descubrimientos que no dejará de asombrar a las generaciones venideras cuando lleguen a su conocimiento.

El astrónomo Kepler describió en 1611 la dimensión hexagonal de los copos de nieve en su estudio De la nieve sexángula, que curiosamente ofreció como regalo de Año Nuevo a un diplomático de la corte del emperador Rodolfo II de Habsburgo, y Robert Hooke, descubridor de la célula, en 1665 recoge en sus estudios datos sobre las ramificaciones que se producen.

Hay que decir que, este conocimiento verdaderamente se remonta al siglo II a.C. en China, como si estuviera asociado a una curiosidad indisociable y primigenia en la humanidad. Se podría decir que muchas personas en diferentes momentos y lugares de la historia tuvieron el encuentro con este descubrimiento, también personal para aquellos nuevos conocedores.

He podido corroborar como asombra aún a los niños esta peculiaridad de los copos de nieve. Incluso a aquellos que conocemos de lo prácticamente irrepetible del copo de nieve, sigue causándonos perplejidad el pensar sobre ello. Como un quebranto a la mente, este pensamiento sobre algo de igual naturaleza, multiplicable y probable de suceder, y que nunca vaya a repetirse, nos expulsa a una reflexión filosófica, parece un dilema más propio de la física cuántica.

Es quizá el mejor ejemplo de la riqueza, en el sentido de la diversidad. Estas cristalizaciones se prestan a ser observadas con admiración por los niños, también para la admiración de aquel que persiste en algunos de nosotros y que tratamos de no extinguir su sublime forma de mirar, con atónita y bonita casi incredulidad.

Recuerdo como una niña muy especial en mi vida, me lo vino a contar, como quien ha descubierto algo deslumbrante, digno de ser contado, que lo era, con una bella expresión de inverosimilitud y fascinación radiante, que terminó siendo reconocida como un momento de mi infancia. Es eso lo que me llevo a concluir que la conmoción por este hecho será permanente. Esas son las cosas que me gustan de lo humano.

Puede que hoy día no a todos los niños le provoque dicha reacción, ni placer por el conocimiento, si a muchos, como reconocí en el gesto de su boca y sus ojos, pero alienta saber que ese tipo de interés siempre permanecerá en algunos de ellos, seguramente siempre fue así.

La sedienta curiosidad y exquisita sensibilidad, como la del adolescente Bentley de escasa formación y autodidacta de la fotografía, a fin de cuentas, es una lotería asimétricamente repartida, que presupongo mezcla de don y forjamiento, sin escatimar el protagonismo de múltiples factores que se dan en el transcurso de la vida, y que, si se piensan, realmente lo explican todo.

Así lo atestigua que este joven incluso llegó a crear un catálogo de sonrisas de mujer. De la desafortunada común incomprensión generada, paradójicamente se detecta el atisbo de lo extraordinario.

Este estadounidense de Jericho (Vermont) criado en un ambiente eminentemente agrario y en contacto con la naturaleza pasó a ser reconocido mundialmente como parte de ella con el sobrenombre de El hombre copo de nieve, alcanzando más popularidad y reconocimiento por medio de sus publicaciones científicas a lo largo de los años.

Se aficionó desde bien temprano a la observación microscópica, al recibir un microscopio como regalo de cumpleaños a los quince años, un mundo que le atrapó; no es de extrañar si alguna vez te asomaste a las visiones de un microscopio. Volví a reconocer otro momento de mi vida, esta vez, de mi adolescencia, a igual edad, en los recreos del instituto flipando con la observación de protozoos; también tuve un microscopio, hoy día me ocuparía de escudriñar el alma.

De modo que acopló al microscopio una cámara fotográfica de fuelle, apasionándose por la microfotografía, siendo uno de los precursores de esta técnica, persistió hasta poder observar y captar un cristal de nieve de forma aislada, le parecieron un auténtico milagro de la naturaleza que los demás debían de disfrutar.

Constituyó un compendio magnífico de miles de fotografías donde la variedad y sorpresa de diseños parecía no tener límites. «Cada cristal era una obra maestra del diseño y esos diseños nunca se repitieron. Cuando un copo de nieve se derretía, ese diseño se perdía para siempre. Toda esa belleza se iba, sin dejar ningún recuerdo».

Es por lo que siguió haciendo fotografías hasta el final de su vida, en un esfuerzo de retratar una buena representación, de entre las tantas posibilidades de formas que se podían originar, casi a merced de una suerte de imaginación de ensueño. No es de extrañar que se dijera de él que tenía mente de científico y alma de poeta.

A la espera de las tormentas de nieve, no desaprovechaba la ocasión para recoger nuevos copos de nieve, y seleccionar los que más le atraían o consideraba de mayor excepcionalidad. Podéis imaginarlo ensimismado, cuidando la respiración para no derretir los cristales.

De tan extraordinario fenómeno, la observación se abstrae en un mundo cristalográfico, de luces y sombras gélidas, de brillos y transparencias del blanco níveo. Las moléculas de agua en su congelación se transforman en estos alucinantes artefactos artísticos. La serie está constituida por un catálogo de más de cinco mil fotografías que le acompañan datos como la fecha, la temperatura y la dirección del viento, incluso anotaciones sobre cristalografía y la estructura de los cristales.

Sigo pensando cómo estando constituidos de una misma composición y bajo el mismo proceso físico, no dan pie a replicarse, lo entiendo por su compleja génesis, aunque los minerales y las rocas siguen ciertos parámetros geométricos, pero prefiero recrearme en la conocida particularidad de la molécula del agua, con propiedades que parecen confrontar la norma.

Deberían de darse unas condiciones muy parecidas de altura, humedad, viento y temperatura para que se dieran dos cristales idénticos. En unos intentos de demostraciones en 1988 consiguieron obtener prismas iguales, es cierto, pero no con estas formaciones dendríticas que caracterizan a los copos de nieve con una geometría fractal que repite el mismo patrón a diferentes escalas y con diferente orientación, sino prismas huecos que no se asemejaban a los copos que encontraríamos en una encrucijada de copos de nieve en la naturaleza.

Dada la cantidad de moléculas que conforman un solo copo, con múltiples posibilidades de disposición, la teoría de Bentley, que de hecho persiste en nuestro imaginario, goza de mágica realidad. Los cristales de hielo son armónicos, intrigantes, de una gran belleza, un milagro de belleza, son la fantasía de la naturaleza sublimada. Su belleza te induce a las puertas de la hipnosis.

Hubo un momento que me abstraje tanto en la observación de estas láminas científicas que perdí toda noción a mi alrededor con estas obras de arte innatas. ¿Te atreves a experimentarlo?

BIBLIOGRAFÍA Y WEBGRAFÍA 

Galería de imágenes: https://snowflakebentley.com/images

NATURAL HISTORY MUSEUM

https://www.nhm.ac.uk/natureplus/community/library/blog/tags/wilson_bentley_(1865-1931).html (Consulta 22/1/2024)

NATURE

https://www.nature.com/articles/480455a (Consulta 22/1/2024)

TIEMPO.COM (METEORED)

https://www.tiempo.com/noticias/divulgacion/el-retratista-de-la-nieve.html (Consulta 22/1/2024)

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