COMENTARIO HISTÓRICO ARTÍSTICO DE DIANA SALIENDO DEL BAÑO
Alejándose de las temibles figuras que nos ha legado la cerámica pintada en la Antigüedad, Diana adopta aquí el aspecto de un ídolo erótico más apto para turbar los sentidos del espectador que para encarnar el deseo de muerte que impulsa la batida.
Por mucha fascinación que desprenda Diana, no debe llevarnos al engaño: las cóleras de la divinidad son terribles, como inapelable son sus condenas.
- ¿Que el cazador Acteón la sorprende sin querer mientras ella se baña? Pues decide convertirlo en ciervo y permite que sus perros lo devoren.
- ¿Que Níobe, reina de Tebas, se jacta de ser más fecunda que Leto, madre de Diana y Apolo? Pues estos, atraviesan con sus flechas a 12 de los hijos de la madre.
- ¿Que la ninfa Calisto cede a los avances del insaciable Júpiter? Pues ella, convertida en osa, será víctima de los disparos de su antigua señora, singular deidad de una naturaleza a la que poco le importan los tormentos de la especie humana.
Boucher es de esos hombres que sintetizan el gusto de un siglo, que lo expresan, lo personifican y lo encarnan
Edmond de Goncourt
ANÁLISIS DE LA OBRA
Tan natural es la postura con la que salen del baño las dos jóvenes que pocas veces se percata el espectador de lo que tiene de delirante la colgadura de tela que cae desde la esquina superior derecha de la composición.
¿De dónde puede haber salido este enorme paño en medio de un espeso y oscuro bosque, esta tela azul, virtuosamente plegada, cuya única utilidad parece ser proyectar directamente la mirada del espectador hacia la cristalina silueta de la joven diosa de la caza? Artificio barroco, sin duda… pero permite medir en toda su extensión la dimensión alucinatoria de esta fábula.
Distribuidos a los dos lados del cuadro, los instrumentos simbólicos de Diana cazadora recuerdan la crueldad de su ocupación favorita. En el lado izquierdo, el carcaj rojo de mortales flechas yace en proximidad de los dos perros.
En el extremo derecho, completando la gama de los atributos de la divinidad, el mortal arco se apoya en sus víctimas. Este bodegón, es sin duda un detalle, pero añade una nota dramática a una visión de falsa ligereza.
La pícara sonrisa de la sirvienta de Diana, y la supuesta mirada lujuriosa que, según algunos, se detiene en su joven señora, no menos desnuda que ella, nunca han dejado de alimentar toda suerte de especulaciones tan morbosas como infundadas, ya que la historia legendaria de la bella diosa de los bosques no da pie en ningún momento a esta interpretación.
En líneas generales, ciñéndonos a la mitología, los amores homosexuales son mucho más propios de los dioses que de las diosas, y en este caso no hay nada que permita sostener que Boucher transgredió conscientemente esa regla.
BIBLIOGRAFÍA Y WEBGRAFÍA
WEB MUSEO DEL LOUVRE: https://www.louvre.fr/es/
GERARD DENIZEAU, Grandes Misterios de la pintura. LARROUSE, 2020.