COMENTARIO HISTÓRICO ARTÍSTICO DEL EDIFICIO CAPITOL
CONTEXTO HISTÓRICO-ARTÍSTICO
La Segunda República española marcó el final de una época, el primer tercio del siglo XX, y la subsecuente Guerra civil y la victoria del bando nacional de Franco abrirían las puertas a un periodo diferente.
Esta idea puede aplicarse, con las debidas precauciones y salvedades, a la realidad arquitectónica del país, que en poco o en nada se correspondía con los cauces por los que entonces fluía el resto de Europa, resultando paradigmático el año 1925, en el que tuvo lugar la Exposición Internacional de Artes Decorativas e Industrias Modernas de París.
Mientras que Le Corbusier presentaba ahí su Pabellón de L’Esprit Nouveau, ejemplo clave del Funcionalismo/Racionalismo imperante y germen del Art déco, el Pabellón español, diseñado por Pascual Bravo Sanfeliú, mostraba en su composición signos claros de estancamiento en el eclecticismo, los historicismos y los regionalismos.
Poco después, en 1927, comienza a penetrar decididamente en el panorama español la arquitectura racionalista, con un evidente retraso y en un contexto cultural muy diferente al internacional.
La importación de sus preceptos, no obstante, respondió más a una moda generalizada que a un profundo conocimiento del debate teórico que había detrás, pero, a pesar de esta circunstancia, las nuevas generaciones de arquitectos fueron difundiendo por el territorio peninsular el Movimiento Moderno, y para cuando llegó el 14 de abril de 1931 existían ya ejemplos abundantes del mismo, cuya progresiva cuantificación se vio en parte truncada por la Guerra civil y el régimen franquista.
En estos años ejercen una actividad decisiva el GATEPAC (Grupo de Arquitectos y Técnicos Españoles para el Progreso de la Arquitectura Contemporánea) en Barcelona, donde destaca la presencia de Josep Lluís Sert (autor del trascendental Pabellón español para la Exposición Universal de París de 1937), y la Generación del 25 en Madrid, compuesta por una serie de arquitectos de ideas distintas que tuvieron que medirse con la todavía patente tradición academicista, siendo reseñable la figura de Fernando García Mercadal, autor del Rincón de Goya (1928) de Zaragoza, considerada uno de los tempranos puntales del Movimiento Moderno en España junto con la Gasolinera de Petróleos Porto Pi de Madrid (1927) de Castro Fernández Shaw y la Casa del marqués de Villora en El Viso (1927) de Rafael Bergamín.
Se allana así un camino que conduce en los años 30 a fundamentales proyectos arquitectónicos y urbanísticos, entre ellos la planificación de la Ciudad Universitaria, dirigida por Modesto López Otero e iniciada en 1928, y la continuación de las obras de la Gran Vía, focalizadas en el segundo tramo, que va desde la red de San Luis a la plaza de Callao.
En medio de aquel panorama arquitectónico, cuya complejidad hemos intentado esbozar a través de unas pequeñas pinceladas, se publicó el número 146 de la revista Arquitectura del Colegio Oficial de Arquitectos de Madrid (COAM), en junio de 1931, en el que se daba a conocer un concurso privado para un proyecto de un edificio en la mencionada plaza de Callao.
El concurso fue instigado por el Marqués de Melín, Enrique Carrión y Vecín, que, en consecuencia, fue el que le dio el primer nombre al que iba a ser el gran referente de la arquitectura moderna en Madrid: el Edificio Carrión, hoy denominado Edificio Capitol por albergar en su interior el Cine Capitol.
El solar en cuestión contaba con una forma irregular, consistente en una especie de trapezoide que en su base mayor conecta con un triángulo que se trunca en el vértice que da a la plaza, de manera que el edificio que se erigiera dispondría de dos fachadas: una apuntando a la Gran Vía y la otra a la calle de Jacometrezo.
Esta dificultad venía acompañada, por otra parte, de una no menor importante misión en el conjunto del proyecto que suponía la Gran Vía dentro del urbanismo madrileño: rematar el citado segundo tramo, iniciado por el Edificio Telefónica (1929) de Ignacio de Cárdenas Pastor, con el que habría de medirse, por tanto.
A estas condiciones tuvieron que amoldarse los arquitectos que presentaron proyectos para el susodicho concurso privado, un total de seis propuestas protagonizadas por Pedro Muguruza, la pareja formada por Emilio Paramés García y José María Rodríguez Cano, otro dúo conformado por Eduardo de Garay y Garay y Juan de Zavala, Luis Gutiérrez Soto, Manuel de Cárdenas Pastor (hermano del artífice del Edificio Telefónica) y un último tándem, Luis Martínez-Feduchi Ruiz y Vicente Eced y Eced.
Estos dos últimos jóvenes y entonces inexpertos arquitectos fueron los elegidos por el propio Carrión para la elaboración del edificio, bien porque el marqués vio que era la mejor de las alternativas ofrecidas, desestimando de esta manera las opciones de los demás participantes, o bien por complicaciones en el desarrollo del concurso, el cual anuló en favor del mencionado tándem.
El siguiente paso fue elegir la empresa constructora, puesto adjudicado a Unión Macazaga, que contaba con los servicios del ingeniero Agustín Arnaiz y del arquitecto Luis Moya Blanco, compañero de Feduchi y Eced en la promoción de la Escuela de Arquitectura de 1927, una relación de amistad que, en palabras suyas, «facilitaría el trabajo» (MOYA, 1982, p. 59), como así fue.
Preparados los arquitectos y la empresa constructora, el 11 de abril de 1931 se concedió la licencia para las obras, y en cuestión de 30 meses, tiempo récord debido, entre otros factores, a la poca cantidad de trabajo que había entonces en la capital, un detallado Pliego de Condiciones y la presencia de canteros de primera categoría, Madrid contaba ya con la eminente presencia del Edificio Carrión, cuya sala de espectáculos pudo ser inaugurada el 15 de octubre de 1933.
El resultado final apenas tuvo diferencias con respecto al proyecto sobre el papel, pero los cambios planteados en el transcurso de la construcción sin duda contribuyeron a mejorar la idea inicial, ya que se logró una mayor unidad y claridad en los espacios que le valieron la segunda medalla en la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1934, quedando el primer puesto vacío, así como el Premio Ayuntamiento de Madrid en 1933 por su mobiliario.
En 1987 el edificio es declarado Patrimonio Cultural, y, por decreto del 3 de abril de 2018, pasa a formar parte del Registro de Bienes de Interés Cultural de la Comunidad de Madrid, fijándose en ese documento los criterios de intervención a seguir, «orientados a preservar y recuperar los valores que motivan la declaración del inmueble como Bien de Interés Cultural» (DECRETO, 2018, pp. 84 y 91).
El Edificio Capitol se ha mantenido en la actualidad con la misma intención con la que lo concibieron Feduchi y Eced, como un gigantesco «faro urbano» (OTXOTORENA, 2010, p. 7) donde alojar carteles publicitarios de neón a la manera de la Times Square neoyorquina, consiguiendo así no solo formar parte de la memoria visual de Madrid, sino conformar, con dichos carteles luminosos, la imagen nocturna de la capital española.
No obstante, se retiraron la mayoría con tal de poder apreciar mejor la obra en sí, tan solo se han mantenido el de Schweppes y el de Vodafone que corona el conjunto, el primero de ellos probablemente uno de los elementos más arraigados en la cultura popular de nuestro país, sobre todo al convertirse en protagonista de películas como El día de la bestia (1995) de Alex de la Iglesia o en el fondo de muchos selfies.
ANÁLISIS COMPOSITIVO Y FORMAL
El principal sello distintivo del Edificio Capitol es su forma de proa de «barco varado, de trasatlántico que navega por la ciudad» (COAM, 1982, p. 57), una tipología constructiva en la que, sin embargo, no coincidieron todos los arquitectos que participaron en el concurso convocado por el Marqués de Melín.
Muguruza, autor del Palacio de la Prensa (1928) y futuro director de las obras del Valle de los Caídos hasta su muerte en 1952, fue quizás el que ofreció la solución menos adecuada al solar y al vital espacio que iba a ocupar el edificio proyectado, primero por ubicar la entrada del cine en la calle de Jacometrezo y no en la Gran Vía, y segundo por no concebir en la esquina, al igual que Cárdenas, un paramento curvo y aerodinámico, como sí hicieron Paramés y Rodríguez Cano, Gutiérrez Soto (arquitecto del Cine Callao) y, por supuesto, Feduchi y Eced.
La clave de su éxito radica también en el remate a modo de torre que resalta la verticalidad del conjunto, aspecto al que no atendieron Garay y Zavala, y sin el cual no se habría logrado el efecto de rascacielos que tiene hoy, de ahí que, como dijimos anteriormente, se estuviera midiendo con el Edificio Telefónica.
Aunque tanto Gutiérrez Soto como Feduchi y Eced partieron de muy semejantes presupuestos a la hora de concebir sus diseños, el hecho de que Enrique Carrión se decantase por los segundos estriba, entre otras razones, en la mejor aplicación que hicieron ambos jóvenes de dichos presupuestos, en que supieron adecuar con gran solvencia todo ese bagaje al espacio adjudicado por medio de una solución muy creativa, potente y, ante todo, en línea con la modernidad europea.
El error de Gutiérrez Soto fue la ambigua combinación de las franjas horizontales retranqueadas de la esquina con las jambas corridas verticales de las fachadas laterales, un retranqueo que le restaba al edificio la forma de proa de barco, efecto que se logró magistralmente con las bandas continuas horizontales, que refuerzan las curvas de la esquina.
La modernidad del proyecto de Feduchi y Eced parte, en primer lugar, de los materiales utilizados en la construcción, empezando por los diversos tipos de piedras, frente al convencional ladrillo, algunas utilizadas por primera vez en España, y que ahora comienzan a usarse de forma generalizada y no solo puntual, destacando, entre otras, granito de Segovia pulimentado para las bandas horizontales del chaflán, caliza de Colmenar de Oreja para las molduras, arenisca de Villamayor (Salamanca) para el cerramiento estructural, travertino en la entrada del hotel, arenisca de Burgos para el acceso a la cafetería, serpentina para las paredes del vestíbulo del cine o la combinación de mármoles, pórfido y piedra azul de Murcia para la parte inferior del edificio.
Pero sin duda fueron las cuatro vigas Vierendeel, planificadas por Agustín Arnaiz, el elemento más vanguardista de la estructura, unas vigas de más de tres metros de altura y la más larga de 32 metros de largo, siendo esta en su momento la más grande de toda Europa.
Las vigas de la parte baja (sótanos y cine) eran de hormigón armado, mientras que las superiores se forjaron en hierro, «anticipándose así a las normas de seguridad contra incendios necesarias en esta clase de locales» (MOYA, 1982, p. 59), a lo que contribuyeron también las telas ignífugas.
En cuanto al edificio en sí, nos gustaría subrayar dos aspectos que hicieron y siguen haciendo de él un símbolo de la arquitectura moderna madrileña y, por extensión, española: su relación con el espacio urbano y la influencia de la arquitectura expresionista de Erich Mendelsohn.
El logro del Edificio Capitol en el marco de la modernidad arquitectónica no radica única y exclusivamente en la estructura, sino también y en buena medida en el espacio urbano en el que se inserta y con el cual dialoga, ya que no estamos ante un edificio independiente, sino que forma parte de uno de los proyectos urbanísticos más importantes de España.
En este sentido, la obra de Feduchi y Eced no es una más dentro de este conjunto, sino que, por su posición esquinada y su lenguaje, se ha convertido en el símbolo con el que identificamos la Gran Vía, ahora seríamos incapaces de imaginárnosla sin él.
Con respecto al lenguaje, es probablemente el elemento que permite esa magnífica integración con el espacio de la ciudad, algo lógico teniendo en cuenta que tanto Feduchi como Eced, así como Gutiérrez Soto, estaban mirando a la arquitectura expresionista de Mendelsohn (la cual conocían de primera mano), sobre todo a obras como la ampliación de la Sede del Berliner Tageblatt, llevada a cabo entre 1921-1923, más operativa y alejada de propuestas más singulares como su conocida Torre de Einstein.
Si bien cada miembro del tándem se fijaba en aspectos diferentes del lenguaje mendelsohniano, como nos da a entender Luis Moya Blanco en su memoria, ambos primaron, en todo momento, una base pragmática por encima del posible valor estilístico de su obra conjunta, aunque no cabe duda de que el Edificio Capitol es producto del esfuerzo de dos personalidades bien distinguidas en las que, además del Expresionismo, se aprecia la huella del Art déco tan en boga en esos años.
Si analizamos el interior, podemos dividirlo, atendiendo a sus usos (una multifuncionalidad análoga a otros programas extranjeros), en dos partes: una destinada a servicios comerciales y de ocio, conformada por el sótano y las plantas a nivel de calle (baja y entresuelo), y otra dedicada a oficinas y servicios de hostelería, en la cual entrarían todas las demás plantas.
En el plano presentado en el concurso, Feduchi y Eced planificaron una galería que comunicaba Gran Vía y Jacometrezo, la cual finalmente eliminaron debido a que dividía drásticamente el conjunto en dos, y ello permitió ampliar el patio de butacas y el vestíbulo de la sala de cine, sin duda la estancia más conocida del conjunto junto con el antiguo café, hoy desaparecido.
No menor importancia tienen tres aspectos con los que cerramos este análisis: la acústica de la sala de cine (también usada a veces como teatro y sala de conciertos), la instalación de aire acondicionado y el diseño mobiliario.
Tanto para lograr una óptima acústica como un efectivo sistema de aire acondicionado se requirieron grandes cálculos, pero todos los autores coinciden en su elogio al segundo aspecto, pues el Edificio Capitol fue uno de los primeros en contar con un sistema tan completo y eficaz, ya que el aire se purificaba y renovaba constantemente gracias a una compleja red formada por salas de máquinas y amplios conductos que hicieron posible la reducción de ruido.
En último lugar, mucho se ha hablado también de los muebles, tras cuyo diseño estuvo Feduchi, que tenía experiencia previa en ese ámbito, era un perfecto conocedor del mueble popular español, y eso lo aplicó en unas trazas que armonizaban perfectamente con la arquitectura.
En conclusión, no cabe duda de que, aunque aislado en su contexto, el Edificio Capitol se convirtió en uno de los paladines de la modernidad arquitectónica española, un capítulo fundamental en la historia de la arquitectura comercial/hostelera. Su influencia se deja ver en otros edificios madrileños, destacando el edificio de viviendas de la calle de Alcalá 98 con vuelta a la calle de Goya 91, diseñado por Jesús Martí Martín y levantado por semejantes fechas, entre 1930-1935.GALERÍA DE IMÁGENES
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