COMENTARIO HISTÓRICO ARTÍSTICO DE EDIPO Y LA ESFINGE, POR GUSTAVE MOREAU
CONTEXTO HISTÓRICO
El Simbolismo surge como una reacción artística contra el realismo y el materialismo que tanto se exaltaba en la sociedad eminentemente industrial de finales del siglo XIX, llevando a sus defensores a buscar y engrandecer la espiritualidad, la imaginación y los sueños; unos ideales anti-naturalistas que tendrán gran influencia en la pintura del posterior siglo.
Pese a encontrar su mayor apoyo en la literatura, especialmente en la poesía, la pintura también fue uno de los soportes donde esta corriente dejo plasmados sus ideales, tan alejados del academicismo dominante en la Francia del XIX.
Si hablamos de pintura simbolista, es difícil no pensar en la figura de Gustave Moreau, uno de sus más excelentes (y adelantados) exponentes, aunque su obra se encuentre a caballo entre el Romanticismo y el Simbolismo.
El pintor francés recibió una educación artística bien orientada hacia el Romanticismo, movimiento imperante hasta mediados de siglo, y, de hecho, sus primeras obras estuvieron muy ligadas a dicho estilo, aunque él nunca se dio por satisfecho con ellas.
Su curiosidad y devoción hacia los artistas del Quattrocento italiano le llevaron a buscar su propio ideal de belleza, combinando formas y tipos que beben del Renacimiento a la par que juega con lo espiritual, con lo misterioso, e incluso con la abstracción en sus etapas más tardías. Así, desarrolló un estilo personal con el que se anticipó casi medio siglo al simbolismo francés de finales del XIX.
En sus primeras obras son innegables las influencias de Ingres en el tratamiento anatómico de las figuras, y de Delacroix, en cuanto a la elección de temáticas y tratamiento de las formas; pero con el tiempo, su obra deja de conceder tanta importancia a la línea, centrándose mucho más en el colorido.
Como en la poesía coetánea, su simbolismo fue una reacción para evadirse de la realidad, haciendo uso de ciertas imágenes recurrentes, casi símbolos, como son los jóvenes andróginos, las mujeres fatales, o su tendencia hacia lo monstruoso.
Su interés por el mundo oriental queda plasmado tanto en la elección de temas como en la ambientación de los mismos. Aunque la mayoría de su obra, técnicamente hablando, no se sale de los medios tradicionales, Gustave no dudó en experimentar mediante rascados, incisiones, manchas de color, y todo tipo de técnicas para dotar de mayor expresividad y alma sus pinturas, anticipando nuevamente muchos de los recursos y técnicas que se estandarizaran como validos durante el XX.
Para hablar de la obra que hoy nos ocupa, es importante conocer el contexto preciso de la misma. Fue realizada tras la vuelta a Paris del pintor, que había emprendido tiempo atrás un largo viaje por Italia; dos largos años donde Moreau tuvo ocasión de observar y aprender de los grandes pintores italianos renacentistas, que tanto influyeron en su obra, y más concretamente en su Edipo y la Esfinge, donde el francés hizo una demostración modélica todo lo aprendido en su travesía.
La adquisición de esta obra por el príncipe Napoléon-Jérôme Bonaparte contribuyó notablemente a su reconocimiento, predominando desde entonces en su producción los temas mitológicos.
ANÁLISIS FORMAL
Moreau decidió representar este tema mitológico en clave colorista y algo onírica, propias del simbolismo, pero a su vez dejando claro su conocimiento de los grandes del Quattrocento.
Esto queda patente en la posición del propio Edipo, que se vale de un poco acusado contraposto para ganar completa corporeidad; también en la disposición en diferentes planos, con los restos de las anteriores víctimas de la Esfinge en un primer plano, la escena principal en un segundo, y un horizonte que se abre entre las montañas dotando de profundidad a la manera leonardesca.
La línea y el color, completamente sólidos, aún están lejos de la desmaterialización que sufrirán las obras del pintor conforme avance su carrera artística.
Edipo, el héroe tebano, aparece con sus atributos iconográficos, como el manto color esmeralda o el bastón en su mano derecha; pese lo peliagudo de la situación, su mirada sostiene a la de la Esfinge con completa calma, interés, y casi sensualidad. La esfinge, por su parte, es un monstruo con cuerpo de león, alas, y busto y cara de mujer, en este caso, de una bellísima e idealizada joven.
Moreau dotó a la criatura de un cuerpo significantemente más pequeño al que acostumbran sus representaciones habituales, casi como el de un gato grande, pero que le permite realizar ese “juego de sensualidad” que termina de completar el grácil salto que encarama a la criatura al pecho de Edipo.
ANÁLISIS ICONOGRÁFICO
Edipo era hijo del rey tebano Layo, quien lo abandonó al nacer porque un oráculo pronosticó que sería asesinado por él, y este se casaría con su propia madre. Criado por el rey de Corinto, al crecer decidió visitar el oráculo, el cual le confirmo su inevitable destino; horrorizado, y desconocedor de su verdadera procedencia, Edipo no volvió a Corinto para no cumplir dicha profecía, encaminándose a Tebas.
Y así, en las cercanías a la ciudad, se produce el episodio que nos ocupa, y que constituye el punto clave que llevará a nuestro héroe a cumplir su fatal destino: el encuentro con la Esfinge.
El entonces regente de Tebas, Creonte, se vio obligado a ofrecer la mano de su hermana, Yocasta, y el trono a aquél que aniquilase a la temida Esfinge: un monstruoso ser híbrido con cabeza de mujer, cuerpo de león y alas de ave; enviado a Tebas por los dioses como castigo a las atrocidades del anterior rey, Layo.
La criatura se interponía en el camino de los viandantes y les proponía el siguiente acertijo: ¿qué ser, provisto de una sola voz, camina primero a cuatro patas por la mañana, después sobre dos patas al mediodía y finalmente con tres patas al atardecer? Si los viajeros no lograban acertar, eran cruelmente devorados.
Pero un avispado Edipo resolvió el enigma, llegando a la conclusión de que la respuesta correcta era el hombre, en la infancia, en la edad adulta y en la vejez respectivamente. Tras este afortunado golpe, la Esfinge se suicidó tirándose por un precipicio. Así, Edipo fue proclamado rey de Tebas y se casó con Yocasta, sin conocer que era su auténtica madre, cumpliendo así el desafortunado anuncio del oráculo.
Durante la Contemporaneidad, el motivo iconográfico de Edipo y la Esfinge volvió a tener gran relevancia, sobre todo entre los pintores simbolistas de finales del XIX, que vincularon la Esfinge por su fisonomía femenina con un tema que estuvo en boga en la Europa del momento: el concepto de la femme fatale, la mujer como perdición y destrucción para el varón. Moreau quiso experimentar con esa carga de sensualidad: su Esfinge esta encaramada al pecho de Edipo, y lo escruta enigmáticamente con la mirada, la cual el héroe mantiene y potencia.
La Esfinge puede ser vista a su vez como la encarnación de la naturaleza, que siempre crea nuevos enigmas y preguntas a los hombres, quienes pese a caer siguen intentando buscar el conocimiento.
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