COMENTARIO HISTÓRICO ARTÍSTICO DE EL AÑO NUEVO
ANÁLISIS DE LA OBRA
Una escena revestida de falsa trivialidad, y de sumo anonimato si no hubiera sido capturada, se transforma en iconográfica a través de la mirada de Gabriel Cualladó.
En El Año Nuevo, dos ancianos abren el año juntos, enfrascados en su más honda intimidad, absortos al margen de todo, entre la concatenación de sus palabras y caricias, en un reducido espacio impuesto por sus cuerpos y que aún huele a la adormecida fiesta, ahogados por la belleza de la soledad de su compenetración.
Irradia de esta ternura el deseo de la permanencia del amor hasta el próximo nuevo año, mes, día perpetuo. Tras un marasmo de sillas vacías, en un local que presenció la celebración de la Noche Vieja de 1959, al fondo, bajo diferentes guirnaldas dispersas por el techo y un letrero que da la bienvenida al año, la iluminación centra el foco en este hecho intrascendente para la civilización, pero no para la dualidad de la pareja que forman.
Sus fotografías son un ejercicio extremo de búsqueda de belleza de entre los restos, de lo más inadvertido, estéril o incluso denigrado, de la realidad más próxima. Nos vienen a recordar, que hasta de las condiciones más mundanas, insulsas o duras, la felicidad y el disfrute tienen siempre cabida, aunque sea moderadamente, en pequeñas dosis, o para mantenernos más firmes, en un territorio que transgrede monotonías, pero que igualmente sirve para impeler la esencia interna.
Es una acrobacia humana difícil de lograr, allá donde todo parece cubierto por una capa alquitranada de densa desesperanza o desasosiego.
Este bienestar suele proceder de actos carentes de todo estoicismo, del observar detenido de una flor, de compartir unos dulces, una íntima conversación entre dos o más, una emocionante espera, el diálogo más introspectivo inmerso en la soledad o en el libre albedrío de la despreocupación infantil, como muestran otras de sus fotografías; quemar la vida en destellos deseados, tranquilamente, con quien amas, como muestra la fotografía.
Son unos resortes que muchas veces despreciamos, que de considerarlos vienen para aliviar múltiples malestares, pero ya no solo eso, sino que es donde reside la mayor parte de las veces la felicidad que más nos nutre, y es a diario, mientras miramos hacia otros lados, o ansiamos posibles e imposibles.
Su visión de autor reposa en todo aquello que parece no ser ambicionado por la gran mayoría, inclusive por los fotógrafos coetáneos, aquello bañado por la inadvertida capacidad de proporcionar la belleza necesaria para vivir, que se descascarilla de la realidad para clavarse en nuestra piel como finas astillas de pintura de una vieja ventana, y recordarnos que la felicidad estaba tan cerca, de nuevo.
Una felicidad que gratifica tanto por las circunstancias en las que surge. Los dos ancianos están disfrutando juntos de la conversación sosegada, de una intimidad solo entendida por ellos.
Entre confesiones y declaraciones interesantes, buenas palabras, con los alimentos de que disponen, celebran haber alcanzado un año más en compañía, pero también la gravedad que suspende y que se hace más leve a su alrededor al encarar juntos el final de otro año, pero también de la vida, un nuevo año, en el no menos irónico que paradójico marco de la celebración de Año Nuevo, la complicidad y la trayectoria vital de ambos se supedita a todo esto, y triunfa aquello que proporciona la serenidad efervescente de la imagen.
Gabriel Cualladó se vale de sujetos que bien saben sacar rédito de lo imprescindible, y que por un casual respiran en su etapa de niño en muchas ocasiones, como si quisiera advertirnos de la imposibilidad de abandonar el poso infantil interior que nunca debemos desechar para afrontar la vida, o sujetos que hacen hincapié en que los pilares de la felicidad, el disfrute y el agrado afloran de lo más mínimo, sutil, sencillo e ingrávido de nuestro presente, como la reciprocidad reinante entre los dos ancianos, que bien pudiera recordarte a tus abuelos.
A mí me sucede. Esta fotografía tiene algo de mi deseo, algo del tuyo, algo de añoranza universal. Su ojo sustrae lo esencial.
De modo que sus creaciones documentales de la realidad participan en el movimiento de renovación de la fotografía española que surge a mediados del siglo XX con gran ímpetu, para sentar unas nuevas bases creativas en la disciplina, dándole al documentalismo una esencia más poética y creativa, sin interferir por ello en la realidad que plasma; al contrario, se ve potenciada.
Es parte de un movimiento contestatario, de la necesaria continua renovación. Es un pionero de la nueva fotografía documental, caracterizándole una aportación más personal que oscila entre lo humanístico y lo singularmente poético, adquiriendo un papel relevante la infancia y el terreno sentimental en sus tomas.
Rehúsa de los grandes acontecimientos, su obra encuentra sentido en lo cotidiano, en lo aparentemente irrelevante. Realiza un diario íntimo desde las personas anónimas, sus más allegados y familiares, profundizando a modo de análisis introspectivo en la condición humana. Supo alcanzar el bien logrado paradigma de la simplicidad, desde una visión cercana, muy directa y frontal.
Logra mostrarnos una belleza de lo que de antemano no parece poder proporcionárnosla, y eso se debe tanto a su precisión analítica del espacio como al hálito de una bella melancolía que rezuma en sus fotografías con una delicadeza de rocío asombrosa. Belleza del presente, rápido y pasajero, frágil, del gesto inadvertido, belleza del lapso más efímero que puede pasar desapercibido, convierte la humildad en un acto solemne, la belleza se descubre y cautiva.
Mucho debió de influir sus orígenes en el acercamiento calmado y honesto en los ejercicios fotográficos que realizaba, de padres horticultores, en un contexto de una España austera y herida de muerte.
De un pueblo valenciano (Massanassa), es en 1941 cuando se produce su punto de inflexión al dirigirse a Madrid, en un principio para trabajar en una empresa de su tío. Su incursión en la fotografía empezó, como muchas personas, desde la despreocupada y nada pretenciosa fotografía familiar.
Desde esta exploración iniciática, dado que las grandes fotografías se prestan a surgir desde los lugares más insospechados, consiguió formar parte de la Real Sociedad Fotográfica, hasta integrarse en 1957 al grupo que realmente marcó un hito en la fotografía española, el grupo AFAL surgido desde Almería y que conectó a grandes fotógrafos que irrumpieron con nuevas propuestas, con nuevos lenguajes, un grupo que impulsó la fotografía hacia cauces de renovación creativa con una genuina fundamentación, gran eficacia y trascendencia, y de necesidad.
Es destacable que muchos de sus miembros eran fotógrafos de vocación amateur. Él fue además un promotor del coleccionismo fotográfico. El grupo AFAL supone el inicio de la fotografía moderna en España.
Cada componente con una identidad propia, y a su vez complementaria, donde Gabriel Cualladó nos deleita con su particular poética del instante en la vida de lo cotidiano. Al igual que otros de sus miembros, su relevancia logra traspasar fronteras, abren la fotografía española del momento al mundo, en el marco de una realidad social oclusiva y hermética.
Prueba de ello es el premio otorgado por la revista norteamericana Popular Photography, a la par que su trayectoria iba alcanzando notoriedad en España.
A partir de los años sesenta su obra se expande, se difunde desde en la colección de la Biblioteca Nacional Francesa, la biblioteca de la Embajada de España en París, la exposición “Interpress-Photo” en Moscú, la edición anual del británico “Photography Year Book” o en la Bienal de Pescara en Italia.
En los años sucesivos ocurre lo mismo, su obra se consolida, presentando fotografías en 1978 en el prestigioso Festival de Fotografía de Arlés. Son las décadas de los cincuenta, sesenta y setenta las más prolíficas.
Pero no es hasta 1985 que se realizan las primeras exposiciones individuales sobre su inaudito legado fotográfico, en el Museo de Bellas Artes de Bilbao y el Museo Nacional de Arte Contemporáneo de Madrid, a las que le siguen otras.
Su obra queda apuntalada por la crítica al recibir el premio ICI al mejor fotógrafo europeo entregado por el National Museum of Photography, Film and Television en 1992 (Bradford, R.U.) y dos años después recibe el Premio Nacional de Fotografía de España que supone realmente su tardío reconocimiento popular.
Nace en el primer cuarto del siglo XX, y vive hasta el preludio del XXI, desde entonces se han organizado múltiples exposiciones monográficas conmemorativas, de un esencial en el diccionario de la historia de la fotografía española pero también mundial.
Recuerda con esta obra la indispensable necesidad de recomenzar, para continuar y añadir nuevos equilibrios a nuestras vidas, del modo por el cual se decanten nuestros deseos.
BIBLIOGRAFÍA Y WEBGRAFÍA
GABRIEL CUALLADÓ web oficial
https://gabriel-cuallado.com/es/acerca/ (Consulta 31/08/2023)
TERRÉ, Laura. Historia del grupo fotográfico AFAL 1956/1963. Photovision, 2006. ISBN: 978-84-931546-2-2