COMENTARIO HISTÓRICO ARTÍSTICO DE EL ENSAYO DEL BALLET EN ESCENA
CONTEXTO HISTÓRICO
Cuando Edgar Degas pintó El ensayo del ballet en escena en 1873, la ciudad se París se había contagiado de la fiebre del ballet romántico. Entre los caballeros de la capital estaba muy extendido tener un romance con las artistas del teatro, mientras que para muchas jóvenes la danza era la única posibilidad de escapar de la miseria.
Cuando el artista falleció en 1917, a la edad de 83 años, nos dejó alrededor de 1200 cuadros y esculturas, entre los cuales destacan unas 300 representaciones de bailarinas: practicando en la barra, vistiéndose, descansando o, como aquí, durante una prueba en un escenario ligeramente iluminado.
EL BALLET
La historia del ballet había comenzado tres siglos antes como una forma de la representación cortesana, escenificada para glorificar al soberano. En general, eran hombres los que ejecutaban aquellos pasos ceremoniosos. Habría que esperar a que la danza fuera practicada por profesionales para que se admitiera a las mujeres.
Durante la época romántica eclipsaron a los hombres por su ligereza, que parecía desafiar las leyes de la gravedad. Con la nueva técnica de la danza sobre puntas, encarnaban mejor las figuras románticas de elfos, espíritus y hadas. Sus compañeros quedaron relegados a segundo plano, su papel consistía sobre todo en sostener a las bailarinas, elevarlas y acrecentar todavía más su triunfo y levedad.
El ballet romántico, que surgió en los años treinta y cuarenta del siglo XIX, dominaba todavía los teatros de la capital cuando Degas realizó su cuadro hacia 1873. La literatura y la pintura romántica habían cedido paso a las tendencias realistas.
LAS BAILARINAS
Esta nueva ligereza que se impuso con el Romanticismo liberó a las bailarinas de todo peso inútil en sus trajes y calzado. Para moverse por el escenario con la gracia de un elfo, no tenían que llevar nada que es estorbara: las zapatillas de ballet perdieron el tacón y la plataforma, el traje se redujo a un corselete sin mangas y una falda amplia de muselina blanca.
Esta falda se ahuecaba con cada cabriola, pronunciando todavía más la sensación de ligereza. Al principio la falda llegaba hasta media pierna pero en la época de Degas ascendió hasta la rodilla. Las bailarinas mostraban cada vez más partes de su cuerpo, sobre todo las piernas cubiertas con las medias.
La mayoría de los espectadores, masculinos por supuesto, no estaban escandalizados. A diferencia de las mujeres y muchachas, a ellos se le concedía el derecho a seguir más o menos libremente sus deseos eróticos. El ballet adquirió así una nueva fuerza de atracción para los caballeros, y si las bailarinas del siglo XIX aparecían más a menudo que sus compañeros, no se debía únicamente al progreso artístico de la danza sobre puntas.
Las damas de los palcos podían consolarse de vez en cuando pensando que sus rivales en el escenario no eran de las que se llevaba al altar. Estas jóvenes, procedentes de las clases bajas crecían en las habitaciones oscuras de los patios traseros.
El teatro les ofrecía una de las pocas posibilidades de salir de la miseria y, si tenían suerte, podían ser aceptadas a la edad de 6 o 7 años en la escuela de danza de la ópera de la Academie Royale. Con 14 o 15 años salían por primera vez a escena y se retiraban 20 años después. Si su talento solo alcanzaba para el cuerpo de baile, entonces no ganaban más que una simple costurera, pero tenían más posibilidades de atraer la atención de los ricos caballeros.
Leyendo las biografías de las bailarinas parisinas del siglo XIX, se descubre en casi todas el nombre de ricos protectores poderosos. La protección de las bailarinas servía de pasatiempo a los ricos caballeros ociosos de buena familia.
ANÁLISIS DE LA OBRA
Las bailarinas en el cuadro de Degas son anónimas, igual que el hombre sentado en la silla. Podría ser el director o el maestro de ballet, pero también un amigo influyente de las muchachas. El teatro, por el contrario, se puede identificar exactamente: se trata de la Grand Ópera de la calle Le Peletier.
El teatro tenía 1095 plazas y se había en la Grand Ópera en 1821 gracias a un atentado. El duque de Berry, hijo del heredero al trono, fue asesinado cuando salía de la ópera de la calle Richelieu, donde se daban entonces las representaciones. Se llevó al herido al interior del teatro y sus amigos hicieron venir al obispo de París para que administrara los últimos sacramentos al moribundo.
El obispo entró en el edificio con la condición de que después fuese derribado. Así ocurrió todo y la Iglesia demostró de forma convincente su poder en la lucha contra el teatro como institución inmoral.
Lo característico de la nueva Grand Ópera de la calle Le Peletier eran los pequeños palcos que aparecen esbozados detrás del hombre sentado. Los palcos no se encontraban delante del escenario sino por encima y se llamaban baignoires o boîtes tiroirs, «bañeras» o «cajones». Estaban reservados para el director y aquellos abonados influyentes que tenían más interés por la proximidad física que por el placer estético.
Degas ha realizado los dibujos para el cuadro desde uno de los primeros palcos; el cuadro fue pintado en el taller. Probablemente, cuando realizó El ensayo del ballet en escena, el teatro de la calle Le Peletier ya se había quemado. Como en los otros escenarios, allí también se utilizaron las peligrosas cámaras de gas.
La iluminación se efectuaba sobre todo desde el proscenio que Degas marca con unas pinceladas claras. Por aquel entonces tenía unos 40 años y de ningún modo pertenecía al grupo de los pretendientes de las bailarinas. Muy al contrario, vivía retirado en su taller como en la celda de un monje. El artista amaba la soledad y permaneció soltero.
Aparte de las bailarinas tenía predilección por otros dos temas: las mujeres en el baño y los jockeys en las carreras. Estos tres motivos tienen un punto en común: EL MOVIMIENTO. En los detalles reproducidos se aprecia que Degas tampoco se interesa por la personalidad individual de las bailarinas, sino más bien por sus movimientos y actitudes. Los rostros suelen ser pálidos y anónimos.
Por el contrario, eligió precisamente aquellos movimientos que ellas efectúan más o menos inconscientemente, que no estaban destinados al público. Degas pintó sin cesar mujeres peinándose, lavándose o vistiéndose con un gesto automático.
Hasta ahora, el desnudo se ha representado de cara al público, pero mis mujeres son personas sencillas y honradas, que en ese momento, no se ocupan de otra cosa que de su cuerpo, como si alguien las observara por el ojo de una cerradura
Edgar Degas
Las muchachas de El ensayo del ballet en escena, sentadas o de pie, se comportan como si nadie las estuviera observando: bostezan, se rascan, se estiran, se comportan con naturalidad satisfaciendo sus necesidades físicas. Era este el encanto de las muchachas que fascinaban a Degas. Un encanto que descubría en ellas cuando estaban esperando a entrar en escena y también bailando, en esos momentos de felicidad a otro nivel.
No era el encanto innato, sino la gracia aprendida de la bailarina que se olvida de sí mima y se entrega por competo a su aire.