COMENTARIO HISTÓRICO ARTÍSTICO DE EL LAVATORIO
CONTEXTO HISTÓRICO
El que pasó a la historia como Tintoretto, en realidad llevaba por nombre Jacopo Robusti (Jacopo Comin más tarde). Un veneciano de los pies a la cabeza, hijo de un tintorero que, desde bien pequeño y al contrario que su padre, pintaba paredes en lugar de en las sedas como hubiera mandado la tradición.

El todopoderoso Giorgio Vasari decía de él que era «el cerebro más extraordinario que ha producido el arte de la pintura» y, siendo el gran historiador del arte del Renacimiento, este señor sabía de lo que hablaba.
Según otro gran escritor, Carlo Ridolfi, Tintoretto tuvo el lujo de convertirse en uno de los aprendices de su predecesor, Tiziano. Aunque, también el mismo autor, parece que pasó por el taller de puntillas debido a la envidia que su destreza provocó en el ya consagrado maestro veneciano. Eso sí, en el mientras tanto y como quien no quiere la cosa, algo sobre movimiento, luz y color pilló el buen muchacho.
Se tiene constancia de que abrió su taller rondando los veinte años. Toda una proeza de la que quiso presumir y reflejó en el mensaje del cartel de su puerta, sobrado de intenciones: “El dibujo de Miguel Ángel y el colorido de Tiziano”. Que viene a significar: «El mejor más el mejor, igual al megamejor»
Sus primeros pasos estuvieron llenos de intencionalidad. Persiguió la fama y la subida al escenario con pirueta doble mortal. Y, todo hay que decirlo, ambas cosas consiguió. Podría decirse que la Scuola Grande di San Rocco fue su trampolín.
Después de sobornar a un empleado para saber las dimensiones exactas del óvalo a pintar, y al contrario que el resto de candidatos, Tintoretto presentó una obra terminada como parte del concurso para decorar su sala de reuniones.
Si a eso se le suma que accedió a regalar la obra si no la querían y una donación no puede rechazarse, terminó siendo pintor oficial de la Scuola aportando 67 obras entre 1564 y 1588, un poquito a modo de Capilla Sixtina.

Como el caballero veneciano era algo antisociable y poco le importaban las enemistades que pudiera acumular, tiró de una táctica parecida, esta vez en el Palacio Ducal, regalando un lienzo con motivo de la Batalla de Lepanto. Suma y sigue.
Con, por ejemplo, su ‘San Marcos liberando al esclavo’ (1548), se refuerza y afianza esa intencionalidad de representar un teatrillo compuesto por personajes principales y secundarios repletos de sentimientos y emociones.
Además, abusaba de los claroscuros y los escorzos bien marcados que le llevaban a aportar profundidad y perspectiva, signos de una precuela del estilo puramente barroco.
Una obsesión que le llevó a construir maquetas del cuadro a pintar para poder ver el efecto del la luz aplicado desde cada ángulo. Algo que, resultará absolutamente primordial en su «Lavatorio».
ANÁLISIS FORMAL E ICONOGRÁFICO
Antes de nada, a tope con la libertad de interpretaciones pero… parece confirmarse que el sentido que, durante años, se le ha atribuido a esta gran obra no es del todo correcto.
Que Tintoretto fue un adelantado a su tiempo. Sí. Que fundó parte de las bases del Barroco. También. Pero la historia (a veces) tiende a adaptar sus historias para magnificar el sentido de las obras ignorando su contexto.

Muchos de los comentarios y análisis sobre este cuadro de gran formato resaltan su carácter manierista como señal de la excentricidad y capricho del artista.
Nada más lejos de la realidad. Esta interpretación es consecuencia de su muestra dentro de un espacio para la que no fue creada. Resulta ser que la mayoría creía que Tintoretto se había flipado muy mucho y lo que sucede es que fue concebida para un sitio muy concreto que, por supuesto, no es la pared del Museo del Prado.
De hecho, este cuadro es un ejemplo fiel de la concepción de la perspectiva adaptada al ojo humano. Y bien, será fácil de entender con algunos datos. La iglesia de San Marcuola en Venecia encargó al pintor dos obras: ‘El Lavatorio’ y una ‘Última Cena’.
La iglesia pertenecía a la Scuola del Santísimo Sacramento dedicada a fomentar el culto a la Eucaristía primando la exaltación de la humildad.
Cada pintura ocuparía un lado de la nave central de tal forma que los feligreses se enfrentarían a las obras desde una perspectiva muy concreta. En el caso del Lavatorio, verían el cuadro desde su ángulo inferior derecho.
Si no tenemos este importante dato en cuenta, puede parecer que la disposición de elementos en el cuadro carezca de sentido. Un perro en el medio de la composición, los protagonistas en una esquina del cuadro, una figura de gran tamaño al lado opuesto, etc.
Y ahí surge la magia porque, si nos colocamos en el lado correcto de visualización, inmediatamente, toda la escena cambia y cada elemento tiene su merecida relevancia. Es más, si caminamos frente al gran marco de cinco metros, podemos observar como todos las figuras y objetos van cambiando de posición a nuestro paso.
Muy evidente resulta el efecto con la mesa que parece ir moviéndose dependiendo del punto desde el que la miremos. Ta cha, cha, chán. Igual podríamos catalogarlo como un cuadro absolutamente cinético.

El cuadro se pintó primero como un escenario arquitectónico en el que, posteriormente, se dispusieron las figuras y objetos. Existe un claro punto de fuga, el arco ubicado en un canal veneciano que, incluso, aun guarda el pequeño agujero del clavo utilizado para albergar la cuerda que marcaría la marcada perspectiva diagonal.
Es en este cuadro donde la peculiaridad manía de armar maquetas previas a modo de escenografías toma un mayor sentido, ya que pareciera que todo está orquestado de tal forma que cada elemento ocupa su consecuente espacio reforzados por el fondo arquitectónico y el despiece octogonal del pavimento.
Así que, con la diagonal correcta, desaparecen los espacios muertos entre personajes y todo se ordena a lo largo de esa diagonal que parte de Cristo, prosigue por la mesa en la que aguardan turno los apóstoles para acabar en el majestuoso arco.
¿Y qué pasa con la gran figura del extremo opuesto? Desde la posición correcta, veremos que actúa como «cierre» de la composición evitando que la escena tenga un espacio abierto sin significado.
CURIOSIDADES
De todos los actores que intervienen en ‘El Lavatorio’, a buen seguro uno de ellos es el que recoge más miradas. Ese cánido tumbado plácidamente en el (supuesto) medio del cuadro no deja indiferente a nadie al, como hemos visto, recalar un protagonismo que no le corresponde.
Perspectivas aparte, en el Renacimiento no se estilaba la pintura animalista. De hecho, las veces que era necesario representar a un animal, los expertos eran flamencos y alemanes por lo que, es muy probable, que el autor de este perro no fuera Tintoretto sino su amigo Jacopo Bassano.
«Hasta que no se ha visto a Tintoretto, no se sabe lo que la pintura es capaz de hacer.»
Virginia Woolf
Para terminar, una anécdota del propio autor que daba fe de su peculiar persona. El gran artista veneciano murió el 31 de mayo de 1594 a los 76 años, después de dos semanas de fiebre.
Según lo referido por uno de sus clientes y siguiendo indicaciones expresas recogidas en su testamento, dejaron su cuerpo tumbado en el suelo durante cuarenta horas, puesto que tenía la esperanza de resucitar.
Lamentablemente, los pronósticos no se cumplieron y su cliente tuvo que dejar escrito: “El Tintoretto murió el domingo y por orden de su testamento lo hemos tenido 40 horas en el suelo, pero no ha resucitado”.