COMENTARIO HISTÓRICO ARTÍSTICO DE EL MARTIRIO DE SAN MAURICIO
CONTEXTO HISTÓRICO
Esta obra fue demanda por el propio rey Felipe II en 1580, para decorar la capilla dedicada a dicho santo en la Basílica del Monasterio de San Lorenzo de El Escorial.
En aquel momento la corona buscaba un nuevo pintor tras la muerte de Navarrete el Mudo, anterior pintor de confianza del rey. Fue entonces cuando Doménico, recién llegado a Toledo tras completar su formación en Italia y haberse grajeado buenos contactos, vio la perfecta oportunidad de eclosionar a lo grande en territorio español: entrando a formar parte del programa decorativo de El Escorial.

ANÁLISIS FORMAL
Podemos ver como la escena de El Martirio de San Mauricio se nos presenta en diferentes planos, repartiendo las escenas del relato entre estos. En primer lugar aparece San Mauricio, vestido con coraza azul y roja, colores que simbolizan la eternidad y el martirio respectivamente; le acompañan sus capitanes, en el momento de decidir si efectúan el sacrificio demandado por los romanos.
Pese a lo dramático de la situación que ilustra, el santo se muestra sereno y en tranquila conversación con sus hombres, un atributo habitual dentro de la representación hagiográfica.
Los rostros que ocupan este lugar de importancia han sido identificados en varias ocasiones con personajes ilustres de tiempos del pintor, algo muy posible dada la tendencia italiana de incluir retratos y elementos contemporáneos en sus obras. En segundo plano, y creando profundidad, aparece el episodio más importante: el martirio.
Los legionarios se sitúan en fila, mayoritariamente desnudos o con túnicas semitransparentes, mientras esperan el turno de ser ejecutados por el verdugo, que aparece de espaldas sobre una roca. San Mauricio vuelve a aparecer a su lado, consolando a sus hombres y agradeciendo la fuerza de su fe. La idea del martirio se ve reforzada por el hombre degollado en la parte inferior izquierda, el cual exhibe un dramático escorzo que contrasta con la inmovilidad general.
La parte superior corona la pintura con un Rompimiento de Gloria, es decir, mostrando el plano celestial. De él surgen diversos ángeles que portan diferentes instrumentos musicales, junto coronas del triunfo y hojas de palma; de nuevo, el fuerte escorzo de estos rompe la quietud de la escena principal, dotando de dinamismo la composición.

En esta pintura destaca la influencia manierista, patente en las alargadas y tan características figuras, excesivamente estilizadas y ligeramente deformadas a causa de este estiramiento.
El Manierismo surge como respuesta al clasicismo y sus medidos principios de representación, encontrando sus orígenes en la ruptura clásica que introdujo el nuevo lenguaje de Miguel Ángel y la última etapa de Rafael; en este estilo las rígidas normas que regían el lenguaje clásico sufren una subversión, liberándose de las mismas y permitiendo explorar la mayor creatividad y autonomía de los diferentes artistas.
Las figuras están inspiradas en las realizadas por Miguel Ángel, con un canon escultórico que deja adivinar la anatomía bajo las corazas; no obstante tienen las cabezas pequeñas y las piernas cortas en proporción con su desarrollado busto.
La composición es asimétrica y dinámica, contando diversas escenas de una misma historia. Todo el abarrotamiento de personajes queda relegado a la parte baja del cuadro, tendencia común dentro del manierismo, creando una sensación de “agobio espacial” que nos hace trasladarnos rápidamente a la zona superior del lienzo, menos poblada y que nivela la densidad de la composición.
La técnica empleada es el óleo, aplicado con una pincelada muy suelta de clara herencia veneciana, y en la que prima el color sobre la línea; algo para nada extraño, ya que El Greco, durante parte de su estancia en Venecia, estuvo aprendiendo del propio Tiziano.
Los colores escogidos, también inspirados en la Escuela Veneciana, y su aplicación, ayudan a crear una atmosfera casi irreal. El perfecto uso de la luz crea zonas de penumbra que potencian los focos de iluminación con los que el artista destaca la parte de la narración más importante: el martirio.

ANÁLISIS ICONOGRÁFICO
La elección de este tema no tiene ningún misterio: este santo era el patrón de la Orden del Toisón de Oro, cuya cabeza era Felipe II. La historia de San Mauricio se sitúa en el siglo III; era el jefe de una legión egipcia perteneciente al ejército romano, legión que poseía una peculiaridad: todos en la misma profesaban el cristianismo y renegaban de los dioses que ellos consideraban paganos.
Durante su estancia en las Galias, el emperador Maximiliano dio la orden de realizar una serie de sacrificios para honrar a los dioses del panteón romano. La negativa de la legión tebana no se hizo esperar, amenazando el emperador con ejecutar a cualquiera que se negará… y así sucedió: tras la reafirmación en su fe que Mauricio logró inspirar a sus soldados, los 6666 miembros de la legión fueron martirizados tras negarse a adorar a los dioses paganos.
La obra aborda dos de los momentos finales de este relato. El primero, y menos importante pese ocupar la posición preminente, es el momento donde se produce el debate entre el santo y sus hombres para decidir si realizar dichos sacrificios, o mantenerse firmes en su fe.
El segundo es el acontecimiento que da nombre a la obra: el martirio, en segundo plano, y con Mauricio dando fuerzas a los soldados que esperan su inminente final; resulta muy llamativo que el pintor decidiera no representar de manera directa el martirio del santo, relegándolo para mostrar la tortura a la que sus legionarios fueron sometidos.
En un tercer lugar, como ya hemos comentado, se encuentra el plano celestial, que evoca la salvación y como el acto de valentía y fidelidad de los sodados y su general les valdrá para ganarse un lugar en el reino de los cielos; una sensación de victoria agridulce remarcada por los objetos evocadores a la gloria que portan los ángeles.

CURIOSIDADES
Tras casi dos años de realización en su taller toledano, El Greco entregó la pintura personalmente a Felipe II a finales de 1582. Pero, cuando el rey vio la obra (y aunque la calidad artística de la misma fue reconocida con un pago más que generoso), mostró su profundo rechazo hacia esta, para sorpresa del pintor.
Entre los motivos esgrimidos en su contra, destaca la “falta de claridad y decoro” a la hora de representar el martirio, el cual el griego desplazo a segundo término sin mostrar siquiera la muerte de San Mauricio.
Otro hecho que se sacó a relucir fue la serie de retratos de personajes con elementos contemporáneos, un recurso cotidiano en la pintura italiana y que El Greco ya había utilizado en otras de sus pinturas; sin embargo, se criticó lo poco apropiado que resultaba para el ornato de un lugar devocional.
Pese a ser una de las obras en las que puso más empeño, ni su delicada pincelada ni su juego manierista de disposición de la narrativa en distintos planos encajaban con las expectativas del monarca, que pensaba que esas “modernas” formas no despertaban las ganas de rezar ni rendir devoción al santo.
Habiendo fracasado en el intento de ser pintor real, El Greco finalmente encontró su espacio de trabajo gracias a los encargos de importantes religiosos toledanos. Su Martirio sin embargo terminó expuesto, eso si, relegado a una estancia secundaria del Monasterio.

BIBLIOGRAFÍA Y WEBGRAFÍA
- MARÍAS, Fernando: El Greco. Biografía de un pintor extravagante; Madrid (1997)
- PATRIMONIO NACIONAL: www.patrimonionacional.es (09/01/2023)