El puente de Isabel II y los duques de Montpensier

Ficha técnica

Título: El puente de Isabel II
Autor: Fernando Bernadet y Gustavo Steinacher
Cronología: 1845-1852
Estilo: Arquitectura de hierro
Materiales: Hierro
Ubicación: Triana, Sevilla
Dimensiones: *
Escrito por: Álvaro Iglesias Galán

COMENTARIO HISTÓRICO ARTÍSTICO DEL PUENTE DE ISABEL II Y LOS DUQUES DE MONTPENSIER

“Cuando paso por el puente Triana, contigo vida mía, Triana, contigo vida mía, con mirarte solamente, Triana, me muero de alegría”. Si Manuel Pareja Obregón hubiera nacido antes de mediados del siglo XIX nunca habría podido escribir esta sevillana, ya que hasta esa fecha Sevilla no contó con ninguna estructura estable que permitiera cruzar el río Guadalquivir.

Bueno, a decir verdad, si la hubo, que fue el puente de barcas creado en el siglo XII bajo el mandato del califa almohade Yusuf, aunque seguramente lo de morirse al cruzarlo no fuera una metáfora de la alegría, sino más bien de realidad, ya que no fueron pocos los que perdieron la vida cruzando los tableros unidos entre las barquillas que estuvieron uniendo las orillas de Sevilla y Triana durante 8 siglos.

El puente de Isabel II y los duques de Montpensier
Puente de barcas de Sevilla.

Los romanos ya se plantearon en su momento la construcción de un puente, pero los sedimentos arcillosos del río no aseguraban la estabilidad de la estructura y desecharon la posibilidad de realizarlo. Serían los almohades los que se atreverían a unir las dos orillas con el puente de barcas como hemos mencionado anteriormente, una infraestructura que se mantuvo tras la conquista cristiana de la ciudad por parte de Fernando III, el Santo, en 1248.

El problema de este puente eran las numerosas crecidas del río Guadalquivir que provocaban serios daños en las barcas, lo que suponía tener que invertir en su reparación anualmente.

En tiempos de Felipe II, cuando Sevilla era el puerto de entrada de las riquezas del Nuevo Mundo, se empezó a plantear la posibilidad de realizar un puente fijo en este emplazamiento entre la plaza del Altozano, y así unir el antiguo castillo de San Jorge, sede de la Inquisición por entonces, con una de las puertas de acceso a la ciudad de Sevilla, en este caso la puerta de Triana.

El conde de Barajas (s. XVI) fue uno de los principales promotores de esta posible inversión para evitar los gastos que suponía la reparación del puente de barcas y los costes en vidas humanas por ahogamientos.

Nos tendríamos que remontar hasta 1824 cuando de verdad se empieza a hacer realidad la posibilidad de un puente fijo con la participación del asistente José Manuel de Arjona, de ahí que tenga una calle próxima al puente de Triana. Se inicia con un informe y varios planos para plantear dicha ejecución.

El puente de Isabel II y los duques de Montpensier
La Hermandad de la O cruzando el puente de barcas en 1830.

La Semana Santa en Sevilla siempre es reflejo del momento histórico que se está viviendo y las necesidades del momento. La Hermanda de la O, del barrio de Triana, en 1830 decide cruzar por el puente de barcas para llegar a la Catedral de Sevilla.

Hasta entonces, ninguna cofradía había pasado de Triana a Sevilla, debido a la dificultad que suponía y el peligro que hemos comentado por la inestabilidad de las barcas. 15 años después, empezarían las obras del puente, que será llamado, y no por casualidad, de Isabel II. El de Triana, vaya.

Al porqué del nombre, habría que situarse en el contexto socio político del momento. 29 de septiembre de 1833, muere el rey Fernando VII sin descendencia masculina. Su hija, Isabel II, ascenderá al trono tras la regencia de su madre María Cristina y no sin polémica hereditaria con los carlistas, que reclamaban el trono para el hermano de Fernando, Carlos María Isidro.

Isabel II. Federico de Madrazo (1850). Colección del Banco de España.

Isabel contaba con una hermana, María Luisa Fernanda, que casó con Antonio de Orleans, duque de Montpensier e hijo menor del rey de Francia, Luis Felipe I. Inicialmente, se establecieron en Francia, pero la Revolución de 1848 les obligó a cambiar de residencia para finalmente asentarse en España.

Esto provocó una situación de inestabilidad, por si no la hubiera ya, en el trono español, ya que Isabel II todavía no tenía descendencia y empezaron los rumores de que si los duques conseguían tener herederos antes pudieran llegar a reclamar la corona. El Gobierno, recomendó a la reina que los “exiliara” a Sevilla para tenerlos lejos de la capital, una propuesta que los Montpensier aceptaron y supieron manejar en su beneficio.

Inicialmente, tuvieron como residencia el palacio arzobispal, pasando luego al Alcázar de Sevilla. En este periodo de 1848-1850, empezó a ganarse la simpatía de las élites sevillanas, hasta el punto de ser nombrado como caballero de la Real Maestranza de Caballería de Sevilla, luciendo este uniforme en todos sus actos públicos llevando el Toisón de Oro y la cruz de la orden de Carlos III.

Antonio de Orleans, duque de Montpensier. Federico de Madrazo (1851). Palacio Real de Madrid.

En 1850, adquiere el palacio de San Telmo además de varios terrenos por los alrededores. Allí establecería lo que la propia reina Isabel II denominó como “La corte chica”. Consiguieron trasladar la imagen de ser una alternativa posible al reinado de la monarca isabelina.

Todo esto lo consiguieron invirtiendo en Sevilla y en las tradiciones de la zona. Por ejemplo, restaurando el santuario de la Virgen de Regla de Chipiona en 1852, participando de la romería del Rocío, a la que acudieron en varias ocasiones en la década de los 50 y 60, siendo nombrados incluso hermanos mayores de las Hermandades del Rocío de Triana y de Coria del Río.

Otro inmueble que adquirieron en 1854 es el palacio de Castilleja de la Cuesta donde falleció Hernán Cortés, que lo adecuaron como zona de retiro para primavera. Pero sin duda, su participación en los eventos de la ciudad de Sevilla como era en las festividades del Corpus Christi o en la Feria de Abril, en la que contaban con caseta propia provocaba que estuvieran vinculados a la vida social del pueblo mucho más que la propia reina Isabel II.




Y así se podía ver en la fiesta de las fiestas sevillanas, como es la Semana Santa, que cuando llegaron los duques a Sevilla no estaba gozando de su mejor momento y ellos se encargaron de invertir y relanzarla.

Se hicieron hermanos de varias corporaciones como el Gran Poder, la Virgen del Amparo, Pasión, La O, la Carretería, la Quinta Angustia…aunque en la que más invirtieron fue en la Hermandad de Montserrat, debido a su gran devoción a la talla de la Moreneta. Consiguieron que la cofradía volviera a salir después de 76 años sin que tuvieran fondos para sufragar la procesión. La corporación quiso agradecérselo nombrándolos hermanos mayores de Montserrat en 1851.

El puente de Isabel II y los duques de Montpensier
Santísimo Cristo de la Conversión del Buen Ladrón. Juan de Mesa (1619). Hermandad de Montserrat. Foto: Fran Santiago.

Otra procesión que recuperaron fue la del Santo Entierro en 1850 y el ayuntamiento se encargó de organizarla aquel año y en 1854 por petición expresa de María Luisa Fernanda. En términos de hoy en día, podemos decir que fue una campaña de marketing tremenda, que a través de estas inversiones consiguieron en varios momentos hacer temblar el trono de Isabel II.

Y, ¿qué tiene que ver todo esto con el puente de Triana? Pues que mientras está ocurriendo todo lo anterior, en este periodo de 1845 a 1852 se está construyendo. Aquí aparecen los nombres de Fernando Bernadet y Gustavo Steinacher, que presentaron 3 proyectos de puentes para Sevilla en 1844 al ayuntamiento.

Se basaron principalmente en las experiencias previas francesas del puente de Austerlitz y el puente de Carrousel de París. El Ayuntamiento de Sevilla se decantó por el proyecto del puente de arquitectura de hierro sustentado por dos pilastras, debido a su robustez y belleza.

El puente de Isabel II y los duques de Montpensier
Antiguo puente de Carrousel de París.

Nuestro querido puente de barcas no fue eliminado, todo lo contrario, fue trasladado provisionalmente un poco más al sur en 1845, bien cerquita del Palacio de San Telmo, siendo vendido en 1852, una vez terminadas las obras del nuevo puente, para reaprovechar sus materiales. Para que no nos creamos que el reciclaje y el darles una segunda vida a los muebles es cosa de hoy en día o que lo ha inventado IKEA.

El Puente de Isabel II hay que considerarlo como una de las obras a destacar dentro de la arquitectura de hierro. Un estilo que tuvo su inicio gracias a la Revolución Industrial y que durante el siglo XIX tuvo un gran desarrollo. Es una obra coetánea al Crystal Palace de Londres (1951) y muy anterior a la Torre Eiffel (1890). Además, supera en magnitud a la obra del puente del Carrousel de París, ya que el cauce del Guadalquivir es mucho más amplio que el del Sena, lo que supuso un reto superior.

El 23 de febrero de 1852 se inauguraría el puente de hierro y, como no podía ser de otra forma en Sevilla, se haría con una procesión desde la parroquia de Santa Ana, la considerada catedral de Triana.

Es todo un ejemplo de simbolismo, ya que como habíamos dicho antes ninguna cofradía de Triana se atrevía a cruzar el puente de barcas hasta 1830, que lo hizo la de La O. A partir de entonces, cualquier cofradía lo podría usar sin ningún temor a peligrar su patrimonio humano y material.

El puente de Isabel II y los duques de Montpensier
Puente de Isabel II, conocido como el puente de Triana.

Participaron todos los estamentos de la ciudad. El poder religioso con el arzobispo a la cabeza, el gobernador civil con los maceros representando el poder civil y el ejército encabezado por el capitán general de Sevilla. En la bendición del puente, el arzobispo denominó al puente de Isabel II.

Y aquí hay una pequeña muestra del intento, sin éxito, de establecer un símbolo de la monarquía que hiciera oposición a la Corte Chica que lo Montpensier ya tenían bien establecida en Sevilla. De hecho, hasta día de hoy, nadie llama al puente como de Isabel II, sino como el puente de Triana.

Poco efecto tuvo la denominación del puente en el poderío que obtuvieron los duques de Montpensier, que como ejemplo, en el Corpus de 1848, recién llegados a la ciudad, ya recibieron el cariño del pueblo cuando los Seises bailaron ante el Palacio Ducal, antes que ante el Tribunal Superior del Territorio, como correspondía hacer por privilegios.

Pero no sólo consiguieron atraer al pueblo, los mejores artistas del momento como fueron Eugene Delacroix, Joaquín Domínguez Bécquer, Antonio Cabral Bejarano, Antonio María Esquivel o Alfred Dehodencq fueron al palacio de San Telmo para ofrecer sus trabajos a los duques.

Finalmente, los duques no llegarían al trono, pero si una de sus hijas María Cristina acabará casando con Alfonso XII y llegando a ser reina de España. La buena gestión que los duques llevaron a cabo en Sevilla provocó que Benito Pérez-Galdós, en este periodo de intrigas por la corona, dejara por escrito lo siguiente de Antonio de Orleans, duque de Montpensier:

“Todos los males de la Patria provenían del matrimonio de la reina. Habría sido muy acertado casarla con Montpensier, que era un gran príncipe, un político de talento y el hombre más ordenado y administrador que teníamos en las Españas”.

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