COMENTARIO HISTÓRICO ARTÍSTICO DE EL SOL DE LA MAÑANA
CONTEXTO HISTÓRICO
Edward Hopper es un pintor americano cuyas obras reflejan la soledad cotidiana de la vida neoyorkina. Sus obras nos muestran escenarios austeros con personas en soledad, o incluso pequeños grupos de personas que no interactúan entre ellos, incidiendo todavía más en la sensación de individualismo e asolación de la sociedad del momento.
En contraste a la idea de Nueva York como “la ciudad que nunca duerme”, como un núcleo de diversión, Hopper nos muestra una ciudad industrial con trabajadores cansados, personas que conviven diariamente con la soledad y el silencio y, en resumen, vidas vacías.
ANÁLISIS FORMAL
En El sol de la mañana, una mujer adulta se sienta en su cama mientras observa por la ventana. La cama está hecha, por lo que podemos situar la escena en el momento del día en el que, tras despertarse y hacer la cama, la protagonista se sienta brevemente sobre ella a mirar a través de la ventana. El paisaje le muestra un cielo azul y una construcción de ladrillos rojos, bastante característico de Nueva York.
La habitación es lisa: pared blanca, sábanas blancas, ni un solo ápice de color o decoración, nada que nos hable de la persona que la habita.
La luz matinal ilumina tenuemente a la protagonista de la obra, que parece absorta en sus pensamientos. Lleva el pelo recogido y una especie de camisón o vestido rojo, y se acurruca sutilmente colocando sus manos sobre sus piernas y acercándolas a su pecho. Su rostro delata cansancio y melancolía.
ANÁLISIS ICONOGRÁFICO
En El sol de la mañana trata el contraste entre el interior y el exterior, tema que Hopper aborde en múltiples obras, como la más famosa, Noctámbulos.
En esta ocasión, el contraste se da entre la ausencia de color del interior, que implica una sobriedad casi deprimente, y un colorido mundo exterior que no consigue calar en los ciudadanos. Es casi como una metáfora: que por fuera parezca que todo está bien, no significa que por dentro lo esté.
Otro de los elementos claves de Hopper por excelencia es el tratamiento de la luz, con la cual juega para transmitir sensaciones. En este caso, la luz de un nuevo día incide de diferente manera en los elementos del cuadro, creando un contraste de sombras.
Y, por supuesto, predomina el silencio: en las obras de Hopper predomina la soledad y, por lo tanto, un inalterable silencio. Esta obra no es distinta: ninguno de los elementos presentes nos hace pensar en ningún ruido.
La modelo para la obra es su mujer Jo Hopper, que en el momento tenía 69 años pero, como podemos observar, se conservaba muy bien. Jo Hopper también era artista.
BIBLIOGRAFÍA Y WEBGRAFÍA
Alchetron: https://alchetron.com/Josephine-Hopper
Edward Hopper Net: https://www.edwardhopper.net/
Wagstaff, Sheena (2004). «Edward Hopper». Londres.
Whitney Musum of American Art. https://whitney.org/