COMENTARIO HISTÓRICO ARTÍSTICO DE ‘GLASS ON BODY’
CONTEXTO HISTÓRICO ARTÍSTICO
Refugiada cubana en EE. UU. desde los 12 años, sus temas fetiche: mujer, tierra, violencia, estereotipos, nacionalidades, racismo, marginación, exilio. Ana Mendieta (1948-1985) pasó un poco bastante de lo tradicional y pronto se le ocurrió utilizar su propio «body» como lienzo.
Y se hacía de todo, la pobre. Se retrató con barba, se desnudó, se recreó como mujer violada, se cubrió de sangre una y otra vez y se estampó contra cristales para deformarlo, afearlo. Su conexión entre lo humano y natural la lleva a considerase «earth-body art«.
Descubrió que no terminaba de encajar en lo convencional nada más pisar la Universidad de Iowa donde estudió Bellas Artes e, incluso, consiguió una maestría en pintura. Pero no tardó mucho en ser consciente de que lo que quería expresar no estaba sujeto a pigmentos, pinceles y lienzo. No hay más que ver qué le chiflaba, y utilizó en muchas y variadas ocasiones: la sangre. Y, mirad, me recuerda un poquito a la obsesión del propio Federico García Lorca.
Al igual que nuestro escritor, Mendieta veía la sangre como un símbolo común de vida y muerte pero, además, le sumaba galones de origen cubano y la relevancia de la práctica de la santería a modo de trance mágico que une ambas realidades activando la triada religión-cuerpo-rito.
Muestra de reivindicación, la sangre transmite violencia y, lamentable y especialmente, contra las mujeres. Tachada de sobrepasar los límites étnicos, sexuales, morales, religiosos y políticos; “nunca me sorprendió nada de lo que hizo”, afirmó su hermana Raquelín en una entrevista concedida a The New York Times en 2016.
El frenético y apabullante paso de la modernidad y la posmodernidad dan lugar a un tan grande como desconocido espacio de tiempo en el que se instala el arte contemporáneo. Las performances y las obras híbridas ejercen un rol principal en esta etapa histórica del arte y muchas mujeres fueron las auténticas amas. Ana Mendieta fue una de ellas.
Dueña y señora del propio acto artístico de provocar, incomodar, impactar y hacer reflexionar a través de, principalmente, montajes en vivo con su cuerpo en un papel protagonista. Porque sí, porque para eso era suyo.
ANÁLISIS FORMAL E ICONOGRÁFICO
Llegados/as a este punto, ¿a quién le extraña que Ana utilice su cuerpo en tono crítico y reivindicativo ante una sociedad que la oprime por mujer, latina y artista? Además, fijaos cómo pone en tela de juicio la historia del retrato en el arte.
Para pillar el sentido basta con pensar en esos gustos burgueses, desde los autorretratos hasta las pinturas de reyes e individuos célebres, que siempre han respondido al propósito de mostrar poderío frente a los que no los tienen o, al contrario, tienen más que ellos.
Los retratos ya no son óleos sobre lienzos ávidos por desgranar la psique del/la retratado/a asomándonos a los sumideros o atalayas de la historia (como dice Valentín Roma); pasan a ser representaciones subjetivas en la que el personaje, contradictoriamente a su esencia, pasa a segundo plano para dejar paso a una simbología común, social y necesaria.
Si hablamos de mujeres, el efecto se intensifica porque sus retratos no son más que una forma de darle un gancho de izquierda a la mirada machista y cosificadora con la que los hombres han realizado el noble arte del retrato femenino por los siglos de los siglos, amén.
Según @maria_ruido Mendieta utiliza el cristal (un elemento transparente e inapreciable) como símbolo del sistema ideológico generador de las tecnologías de dominio corporal. Hay que pensar que no sólo se aplasta el careto, existen series en las que puede verse todo el cuerpo estampado contra el vidrio empoderando a lo grotesco e impidiendo que pueda ser normalizado.
Así que, enhorabuena, como espectadores/as, estamos invitados/as a entrar en lo magnífico de la mueca desagradable e incómoda, pero, al mismo tiempo, en todas esas imágenes de la agresión, el dolor y la risa que construyen nuestra (rica) cultura en base a nuestra impasividad o nuestras normalizaciones.
@vroma70 afirma, en su obra comentada para la Fundación March, que podemos ver cuatro “personajes” diferentes: uno la propia Ana Mendieta, otro el espectador, un tercero el vidrio que permite a la artista entrar y salir de las identidades, acaso desidentificarse, y un último las seis máscaras que se suceden ante nosotros, esa secuencia de rostros en fuga, de faces inapresables. Y no puede tener más razón.
CURIOSIDADES
El cuerpo le pedía salsa y, a finales de los setenta, preparó bártulos y se mudó a New York City. Allí, no le costó integrarse y hacerse hueco en un grupito de amigos artistas con intereses e inquietudes parecidas.
La ejecución de su arte, queramos o no, era signo de su personalidad tormentosa y sus relaciones terminaron pecando de tres cuartos de lo mismo. Y, claro, entra en escena Carl Andre, un escultor que, al igual que Mendieta, abusaba de los elementos naturales como recursos de sus obras. A pesar de las peleas y desencuentros habituales (y sonados), se casan en 1985.
Hasta aquí todo medio normal. Años intensos, ciudad intensa, personalidades intensas; pero tiramos para adelante. Un «ni contigo ni sin ti» de manual. Bien. El 8 de septiembre de ese mismo año, Ana Mendieta cae desde el piso 34º de su casa en el Greenwich Village y, claro, muere sin remedio con 36 años.
El proceso judicial contra Andre se prolongó tres años y él siempre negó las acusaciones a pesar de que los vecinos escucharon jarana previa al accidente/asesinato.
Sí reconoció que, previamente, había discutido con su mujer haciéndole ver que su reconocimiento en el mundo del arte era superior al de ella. Después, cuando volvió a la habitación ella ya no estaba y la ventana estaba abierta. Suicidio, y Andre absuelto por falta de evidencias, así quedó la cosa.
Familia, seguidores, coleccionistas, activistas y artistas no dan por bueno el veredicto y siguen culpando a Andre del triste suceso. Consecuencia de ello son los actos de protesta que suelen organizar en colectivos organizados ante los museos y las galerías que montan exposiciones de Carl Andre a lo largo y ancho del mundo.