COMENTARIO HISTÓRICO ARTÍSTICO DE LA IGLESIA DE LA COMPAÑÍA DE JESÚS
ANÁLISIS FORMAL
La Iglesia de la Compañía de Jesús es el ejemplo más importante de arquitectura barroca colonial en América Latina y se halla en la ciudad de Quito, Ecuador.
Quito fue declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad en 1978, y su construcción abarcó más de siglo y medio (entre 1605 y 1765). La Compañía de Jesús es conocida también como el “Templo de Salomón en América del Sur”.
Antes de proceder a describir sus características arquitectónicas, técnicas y formales de su interior y exterior haremos una breve introducción histórica y artística de este período.
En Europa, la llegada del Barroco supuso un momento de revisión para muchos aspectos de la vida del hombre en todos los niveles, sean estos políticos, religiosos, científicos, sociales, económicos y, evidentemente, artísticos.
La ruptura de la Iglesia Universal con la llegada de la Reforma Protestante de Lutero y Calvino dividió toda Europa, y a la Iglesia Católica no le quedó más remedio que autoafirmarse a través del arte barroco imponiendo su espíritu Contrarreformista en todas sus formas y manifestaciones posibles.
Desde ese momento los reyes europeos mantuvieron una política autoritaria que se legitimaba en el llamado “derecho divino”, el cual otorgaba al monarca el poder absoluto.
Como consecuencia de la Reforma Protestante y, tras el Concilio de Trento (1545-1563), se fundaron las órdenes monásticas, como la Compañía de Jesús, con el fin de evangelizar a la humanidad católica a través de los dogmas y la lectura de los libros sagrados que solamente podían ser interpretados por el clero.
Este adoctrinamiento de parte de la Iglesia Católica no sólo se dio en los países europeos, sino también en el llamado “Nuevo Mundo”.
El objetivo se orientaba a erradicar la corriente materialista, en su práctica y conocimiento científico, esto supone que cualquier otra religión que no fuese la católica sea considerada “pagana”.
De esta manera, América, Asia y África, también entraron dentro de esta reconquista católica, donde el arte se convirtió en la herramienta perfecta para cautivar al espectador a través de las emociones y la estimulación de los sentidos.
En América, las formas del estilo barroco que trajeron los europeos “fueron portadoras de la ideología española, tanto en lo político y económico, como en lo religioso”. Por ello, el barroco de América, además de poseer su propio lenguaje enraizado en la fe católica, también se adentró en las nuevas realidades que ofrecía aquel mundo colonizado y tan lleno de contradicciones sociales, culturales y raciales.
En el tiempo, el arte del barroco en América respondió a una serie de creaciones artísticas sujetas al momento histórico en el cual se desarrolló una nueva identidad que se separó de los valores, técnicas y formas iniciales, dando lugar al llamado barroco americano del cual hablaremos a continuación.
Con la llegada de los Jesuitas a la entonces llamada Real Audiencia de Quito, a petición del rey Felipe II hacia finales del siglo XVI, se comenzó a proyectar la construcción de una serie de instituciones desde las cuales se expandieron el poder político y económico, junto a la fe católica en los distintos territorios colonizados.
La comunidad religiosa de los jesuitas fue la última en llegar a Quito tras su fundación de 1534. Es decir, los jesuitas llegaron en 1586 y, para ese entonces, la mayor parte de las tierras se habían concedido a las otras órdenes monásticas: franciscanos (llegados en 1534), mercedarios (llegados 1535), dominicanos (llegados en 1541) y agustinos (llegados en 1573).
No obstante, el Cabildo cedió los solares de la parroquia de Santa Bárbara a los jesuitas en 1586, fecha en la que el obispo, Baltasar de Piñas – hermano elogiado por el propio San Ignacio de Loyola -, llegó finalmente a Quito. Esta residencia fue provisional hasta que lograron obtener el solar en el que actualmente se encuentra la iglesia, que está al sur de la Catedral.
ANÁLISIS ICONOGRÁFICO
Según las investigaciones de José Gabriel Navarro, Diego Santander y José Luis Micó S.J. (Ortiz 2008: 323), la iglesia de la Compañía de Jesús se construyó en tres etapas: la primera entre 1606 a 1636; la segunda entre 1636 y 1689; y la tercera entre 1689 a 1765.
El edificio se compone de la iglesia, la universidad, el colegio y los espacios domésticos. El modelo de la planta de la Iglesia de la Compañía de Jesús que se pensó para la ciudad de Quito fue el de la Iglesia del Il Gesù de Roma: cruz latina inscrita en un rectángulo, modelo propuesto por Vignola (1507-1573) y Giacomo della Porta (ca. 1540-1602).
Mientras que la ejecución de la misma estuvo a cargo de varios arquitectos que participaron en el proyecto, destacando especialmente las aportaciones del hermano y arquitecto quiteño, Marco Guerra, y el arquitecto mantuano, Venancio Gandolfi.
Cuando el arquitecto Marco Guerra llegó a Quito desde Italia en 1636 (segunda fase), se puso al frente de esta emblemática construcción trayendo consigo la estética renacentista. A él le debemos la introducción de las técnicas de construcción empleadas en la arquitectura renacentista italiana, como las cúpulas y bóvedas de cañón – hechas en ladrillo – .
De hecho, la iglesia de La Compañía, presenta varios estilos arquitectónicos por los 160 años que atraviesan su construcción: la planta renacentista, el arte mudéjar en las decoraciones interiores y el arte churrigueresco en sus retablos. No obstante, el estilo barroco es el predominante, sobre todo, en su fachada exterior.
El exterior
La llamativa portada exterior de la iglesia se caracteriza tanto por su forma, como por los materiales empleados para la misma. La portada fue labrada en piedra volcánica proveniente de las laderas del Volcán Pichincha. Su construcción se inició en 1722 y fue retomada en 1760 por el hermano Venancio Gandolfi, que concluyó la obra en 1765.
El estilo de esta portada es una clara evidencia del influjo del barroco italiano, más que español, debido al dinamismo de sus elementos decorativos y columnas que nos recuerdan al famoso Baldaquino de Bernini en San Pietro de Roma.
Las estatuas, columnas y grandes decoraciones fueron realizadas en la cantera de los jesuitas, una propiedad que ellos tenían en una provincia cercana a la ciudad de Quito.
La puerta principal está flanqueada por seis columnas helicoidales o salomónicas de 5 m. de altura, mientras que las puertas laterales están flanqueadas por dos pilares de orden corintio. Sobre el arquitrabe hay una decoración, a modo de friso, de guirnaldas, vegetales, follaje, etc.
La cornisa presenta una decoración de hojas de acanto y termina en un arco semicircular que contiene un nicho que funciona a modo de frontón de la puerta principal, y que sostiene la imagen de la Inmaculada Concepción, rodeada de ángeles y querubines. Se remata este frontón con el símbolo del Espíritu Santo, una paloma.
El segundo cuerpo está compuesto por una gran ventana central, que se remata con con una gran cartela de conchas, con un fondo y una leyenda dedicada a San Ignacio: “Divo Parenti Igantio Sacrum”.
De la misma manera, este ventanal se encuentra flanqueado por unas pilastras con capitel de hojas de acanto y se remata por un tímpano semicircular en cuyo centro destaca la cruz de los jesuitas tallada en bronce.
Esta fachada también se compone de nichos en cuyos interiores se encuentran las imágenes de santos: San Ignacio, San Francisco Javier, San Estalisnao de Kostka y San Luis Gonzaga. A
la vez, los bustos de San Pedro y San Pablo se encuentra en la puerta principal de la iglesia, mientras que los corazones de Jesús y María se sitúan sobre el dintel de las puertas laterales. Estos corazones son la muestra de la antigüedad de la fe cristiana en el nuevo mundo y el culto del pueblo de Quito a los Sagrados Corazones.
Como ornamento también está la Cruz hecha en piedra, que se encuentra en el lateral izquierdo de la iglesia y que en algún momento de la historia estuvo unida a la iglesia por un pretil que cerraba el atrio.
La Torre Campanario es uno de los elementos más significativos y frágiles de todo el edificio, no sólo por la importancia que tuvo en su día, sino por la complejidad de mantenerla a salvo debido a los frecuentes terremotos que se han producido en la ciudad.
Por ello, es importante entender toda esta estructura, materiales y técnicas constructivas tan diversas y características, debido a los sismos constantes y a la destrucción de estos elementos a causa de los mismos. En base a la experiencia y estudios que se han ido adquiriendo con el tiempo, se ha podido construir estructuras que puedan permanecer estables ante los continuos movimientos de la tierra.
El material y la técnica constructiva nos hablan del lugar, de una historia, de conocimientos y tradiciones y, por tanto, de soluciones arquitectónicas que no siempre se ajustarán a una visión puramente estética, sino más bien a la realidad y necesidad local.
Las constantes innovaciones que se han producido es que hacen de este lugar un espacio único en el mundo. Los tres terremotos que han terminado hundiendo la torre – y destruyendo en parte también la iglesia – se dieron en 1797, 1859 y 1868.
Posteriormente, la torre se ha ido reconstruyendo, remodelando, hasta que finalmente se encuentra a una altura intermedia, es decir, a la altura de las barbacanas que se ven en el exterior. Antiguamente, esta torre fue una de las más altas de toda la ciudad y, al igual que otras torres que se construyeron en la ciudad, sirvió como hito urbano de orientación e identificación de la iglesia de La Compañía de Jesús.
Las campanas que antiguamente remataban la torre hoy se encuentran expuestas en una sala contigua de la iglesia, la más grande –que data de 1926 – pesa 4.400 lbs y la más antigua – y pequeña – que data de 1877 pesa 140 lbs.
Antes de adentrarnos en el interior de la iglesia podemos contemplar la puerta de la portada, flanqueada por dos columnas de capitel corintio ricamente decoradas, en cuyo centro se representa el Agnus Dei o cordero de Dios.
El interior
El Interior de la iglesia presenta una decoración lujosa, puesto que las formas en madera de cedro y guayacán son talladas, policromadas y bañadas en láminas de pan de oro de 23 quilates sobre fondo rojo. Aproximadamente, 54 kilos de oro recubren todo este espacio.
La nave central mide 58 m de largo por 26.5 m de ancho y descansa sobre grandes pilares cuadrados hechos en piedra, llama especialmente la atención su balaustrada y lunetos decorados con motivos geométricos de estilo mudéjar.
Las naves laterales tienen menos anchura y altura y están cubiertas por pequeñas cúpulas y cupulines que filtran la luz hacia los retablos decorados, al más exuberante estilo churrigueresco y plateresco. Estos retablos están dedicados a San José, El Calvario, San Luis Gonzaga, Nuestra Señora de Loreto, La Inmaculada y San Estanislao de Kostka.
El crucero tiene 26.5 m de ancho y está cubierto por la impresionante cúpula de 27.6 m de alto y 10.6 de diámetro, contiene una rica decoración de pinturas, adornos, medallones en los que encontramos figuras de arcángeles y algunos cardenales jesuitas.
Todo el tambor se decora con una lujosa balaustrada y en las pechinas encontramos las imágenes de los cuatro Evangelistas con sus respectivos atributos: San Mateo (ángel), San Lucas (buey), San Marcos (león) y San Juan (águila).
Otro de los elementos importantes de la decoración interna son el Retablo Mayor y el Púlpito. Al parecer, el retablo original era una copia de la fachada exterior principal, tanto en su diseño como en materiales, los cuales cambiaron posteriormente debido a que en un primer momento se quiso utilizar piedra y ladrillo para su ejecución.
Fue en 1735 – y con las directrices del jesuita Jorge Vinterer –que se utilizó la madera. Diez años más tarde, el artista quiteño Bernardo de Legarda, retomó la decoración del retablo firmando un contrato con el Padre Rector de la Orden Jesuita para encubrir con láminas de pan de oro toda la estructura. Este proceso duró otros diez años, es decir, el retablo se completó hacia 1755.
La estructura del retablo se divide en tres niveles y cada nivel presenta tres cuerpos divididos por columnas helicoidales o salomónicas. El primer nivel contienen un gran Sagrario, en el que reposa la imagen de la Virgen Dolorosa, a los lados flanquean las esculturas de San Ignacio de Loyola y Santa Mariana de Jesús (la primera santa ecuatoriana).
El segundo nivel está conformado, por las esculturas de San Francisco Javier, San Agustín y en el centro la Sagrada Familia. Todo el retablo se remata con una escena de ángeles que portan una corona que contiene las iniciales de la orden jesuita, “JHS”, y que a la vez está bajo una hermosa cúpula ochavada.
El Púlpito destaca por su opulenta decoración y se encuentra en el lado norte del templo, cerca de la arquería que divide el altar de la nave central. Además, tiene tallado alrededor de 250 rostros de pequeños querubines y destaca, en especial, el niño Cristo Redentor que es de origen europeo.
La mampara es una obra del siglo XVIII y está sujeta por pilastras, a las cuales se adosan columnas helicoidales o salomónicas – siguiendo la coherencia decorativa de la iglesia, tanto en su exterior, como en su interior- como ya hemos visto.
Además, durante la época de la colonia, esta mampara sirvió como elemento que separaba lo interior de lo exterior, debido a que mantenía el sonido dentro de la iglesia y, además, impedía el acceso a todas aquellas personas – en su mayoría indígenas – que aún no estaban bautizadas.
Como dato curioso, se puede observar el trampantojo de la escalera de caracol que asciende al coro: una es real y la otra no, con un poco de atención podrán identificar una de otra.
El coro se ubica sobre la mampara y es el segundo más grande de Quito, fue fabricado en los Estados Unidos y aún se usa en las misas o eventos de gran relevancia.
Por último, destacan las pinturas que decoran toda la iglesia hechas por renombrados artistas, como Nicolás Goríbar o Hernando de la Cruz, que pertenecieron a la famosa Escuela quiteña, una de las más importantes de la América colonial. Las pinturas más importantes, de alguna manera, tienen que ver con el mensaje ejemplar que se quería transmitir a la feligresía de la ciudad.
A través de las pinturas se enseñaba a la gente a cumplir con la moral cristiana y a permanecer en la fe de Cristo, que es la fe católica. Destacan, por tanto, El Juicio Final, ubicado en la capilla final de la nave sur; y El Infierno, situado situado en la capilla final del lado norte. Las dos obras pertenecen al artista y padre Hernando de la Cruz.
Como curiosidades cabe destacar que la iglesia contiene los restos de la santa Mariana de Jesús y el cuadro del milagro de la Virgen Dolorosa. Además, tras el último terremoto que se produjo en 1987 y el incendio que sufrió la iglesia en 1996, la Fundación Iglesia de la Compañía se encargó de la gestión y de su mantenimiento.
Entre 1987 y 2005 se llevó a cabo una restauración que trajo consigo el esplendor de la iglesia. Como prueba histórica de este acontecimiento podemos observar en la cúpula del crucero a uno de los querubines quemados. Les dejamos una tarea pendiente que es buscarlo.
Sin duda, la Iglesia de Compañía de Jesús es una de las exquisiteces del arte barroco en América Latina, un espacio en el que podemos contemplar el cruce de estilos que predominaron la Europa de los siglos XVI, XVII y XVIII, sin olvidarnos de la enorme influencia hispanomusulmana en la decoración de su interior con motivos geométricos y artesonado, pasando por los retablos recargados de simbolismo y espiritualidad.
Toda la iglesia parece en sí misma un relicario, recubierta de oro, el cual alcanza su máxima luminosidad y grandeza a través de los lunetos de su bóveda de cañón.
Mire por donde se mire, la Iglesia de la Compañía de Jesús es un lugar admirable tanto para los fieles como para la gente común. Por ello, visitarla se convierte en un acto obligatorio cuando se visita la ciudad de Quito, Ecuador.
BIBLIOGRAFÍA
Del Pino Martínez, I., Calderón, M. (2022): «Torre de la iglesia de la Compañía de Jesús de Quito: historia, proporciones y medidas», Ge-Conservación, 21(1), pp. 85-94.
Navarro, J. (1928): Arquitectura americana: La Iglesia de La Compañía de Jesús en Quito.
Pino, G. (1987): «El Barroco Americano», Revista Estudios, 7, pp. 119-139.