COMENTARIO HISTÓRICO ARTÍSTICO DE LA CALABAZA
CONTEXTO HISTÓRICO
La vida y obra de Yayoi Kusama (Matsumoto, 1929) es pura obsesión. No es amor, es delirio y alucinación. Y, precisamente por eso, es brillante. A pesar de la complejidad de su mente y producción artística, (lleva creando más de 70 años) todo comienza a partir de un fundamento muy esencial: ideas de acumulación e infinidad. Este es su sello de identidad porque, desde pequeña, se interesó por los puntos, las redes y las texturas.
Siendo precisa, lo que ocurrió (y no ha parado desde entonces) es que, una vez que Yayoi fija una forma en su cabeza repite el patrón en todo lo que su ojo acierta a ver. Lo bueno es que encuentra inspiración en cualquier rincón porque ve el mundo lleno de puntos, de protuberancias o de líneas sin fin.
Lo catastrófico es que no puede parar de hacerlo. Heather Lenz lo explica a la perfección en su documental ‘Infinito‘. Patrones absolutos que lo inundan todo con una arrogancia pasmosa hasta crear una obra maravillosa al mismo tiempo que amenazan con destruir la racionalidad del propio ser humano.
En el documental, Lenz hila muy fino partiendo de lo que supuso crecer en una familia opresiva del Japón dictatorial (con un padre infiel y una madre tirana) y vivir las mieles de una adolescencia florecida en plena Segunda Guerra Mundial.
Episodios traumáticos que desembocan en su éxodo a Estados Unidos, en la década de los sesenta, en búsqueda de un proceso de liberación cultural que, sin remedio, se crea sobre la base de numerosas heridas y taras.
La repetición de esos patrones orgánicos, hasta llegar a la extenuación, le sirve como desahogo de sus traumas, como terapia y válvula de escape. Pero de nuevo, y al mismo tiempo, no deja de tejer una red muy compleja de anhelos y frustraciones.
De ahí su gran producción expresada a través de perfomances que pretenden alejarse de sí misma para conectar con lo cósmico, para ella, un lugar más seguro. Es en esta etapa cuando apuesta por llenarlo todo de puntos como «agujeros que se conectan y vacían«, según Yoshitake, una de las comisarias de su obra en su exposición en el museo Guggenheim de Bilbao.
Es del todo sabido que Kusama ha estado varias veces al borde del precipicio andando cual funambulista por por una cable demasiado delgado. De nuevo, un arma de doble filo. Se repiten los intentos de suicidio y su estado de depresión constante contribuye a modelar una obra que, en muchas ocasiones, se vuelve oscura e inquietante. En este caso, las plantas y las famosas calabazas resultan amenazadoras.
ANÁLISIS FORMAL E ICONOGRÁFICO
A través de la canalización de sus inquietantes visiones de patrones absorbentes, estos lienzos fueron en parte un desafío al algo agotado expresionismo abstracto.
Ya sea en forma de dibujos detallados, esculturas públicas o instalaciones inmersivas, las representaciones estilizadas de la humilde calabaza de Kusama se han convertido en algunas de sus piezas más icónicas tomando como referencia su extensa producción artística.
Fue la ‘Sala de espejos de calabazas‘ para la Bienal de Venecia de 1993 la que colocó a este vegetal en el mapa del arte, con esculturas gruesas, amarillas y negras reflejadas y multiplicadas hasta el infinito. No obstante, Kabocha, una pintura de una calabaza al estilo tradicional japonés (nihonga), fue de las primeras obras que una Yayoi de apenas diecisiete años exhibió en Japón.
Frente a esta obsesión, Kusama explica que le gustan las calabazas por su forma y humor «humanos». Pero, como señalaba antes, su fijación por la repetición y el infinito es reflejo del lado más oscuro: una especie de obliteración, en la que puedes perderte dentro de la inmensidad de su universo singular.
Como la propia autora describe en su autobiografía (Infinity Net), la primera vez que vio una calabaza fue con su abuelo.
Era una enorme, del tamaño de una cabeza, que de repente cobró vida y se comunicó conmigo. Pero no tuve miedo, tenía una forma tan cautivadora y atractiva que esa verdura gigante sólo me inspiraba confianza. Era casi como una amiga.
Yayoi Kusama
CURIOSIDADES
Es muy probable que el dato que se más se maneje desde la perspectiva morbosa, es que Kusama se internó voluntariamente en una institución psiquiátrica en Japón en 1977 y ha vivido allí desde entonces.
Algo que, muy al contrario de diezmar su trabajo, potenció su creatividad (y estabilidad) para continuar con su arte desde su estudio cerca del hospital. También escribe poesía y publica libros, 95 años tiene la doña. Además, es sabido que la artista envía cartas escritas a mano a sus fans, a menudo adornadas con sus característicos lunares.
Otra faceta bien conocida es su vínculo con el mundo de la moda. En la década de los 60, lanzó su propia marca creando vestidos y trajes de vanguardia y, más recientemente, colaboró con la casa de moda francesa Louis Vuitton, para quienes empleó sus conocidos lunares para decorar el icónico monograma en una línea de carteras y maletas.
Antes de eso, y debido a sus problemas financieros producto del fracaso e incomprensión, la magnánima Georgia O’Keeffe le echó un cable persuadiendo a su propio distribuidor para que comprara varios de los trabajos de Yayoi.
Impensable que, hasta que Jenny Saville se lo arrebatase vendiendo por 10,3 millones de euros su ‘Propped‘, fuera la artista femenina viva más cotizada con su ‘White N. 28’ por 7,1 millones de dólares.