La fragua de Vulcano

Ficha técnica

Título: La fragua de Vulcano
Autor: Diego Velázquez
Cronología: 1630
Estilo: Barroco español
Materiales: Óleo sobre lienzo
Ubicación: Museo del Prado (Madrid)
Dimensiones: 223×290 cm

COMENTARIO HISTÓRICO ARTÍSTICO DE LA FRAGUA DE VULCANO

CONTEXTO HISTÓRICO-ARTÍSTICO

Diego Velázquez siempre buscó el ascenso social y la mejor manera de prosperar de un pintor era en la capital, donde cerca de la monarquía tendría más posibilidades.

Al morir en 1622 el retratista oficial del Rey, el Conde-Duque de Olivares llamó al sevillano para que retratase a Felipe IVTras su éxito, se convirtió en pintor de la corte y surgió una relación de amistad muy cercana entre el rey y el pintor.

Hay que decir que, Madrid no era el punto central del arte en el siglo XVII, sino Italia. Velázquez había trabado una gran amistad con Peter Paul Rubens, que estaba por aquellos entonces en la corte madrileña, quien lo animó a viajar a Italia para perfeccionar su arte y adquirir nuevas obras para el rey.




El 10 de agosto de 1629, Velázquez zarpó desde Barcelona rumbo a Italia, con un buen puñado de cartas de recomendación bajo el brazo, cosa que le abrió muchas puertas de grande nobles, coleccionistas, pintores…  

Visitó sobre todo Roma y Venecia y esta experiencia de casi año y medio fue vital para renovar y perfeccionar su estilo y técnica, aunque siempre sin perder su esencia. Volverá a viajar a Italia en la década de 1640.

Y es dentro de este periodo italiano donde se inscribe “La fragua de Vulcano”, obra que muestra un pasaje de la Metamorfosis” de Ovidio.

ANÁLISIS FORMAL E ICONOGRÁFICO

La fragua de Vulcano
La fragua de Vulcano

Velázquez nos lleva en La fragua de Vulcano al mundo de la mitología clásica a través de uno de sus mitos más conocidos: la infidelidad de Venus con el dios Marte.

Venus, diosa de la belleza y el amor (más carnal que espiritual), estaba casada con Vulcano, dios de la fragua y de aspecto deforme. ¿Qué cómo es esto posible? Pues todo comenzó con el nacimiento de Vulcano. 

Según cuenta la mitología, al nacer provocó tanto dolor a su madre y era tan feo y deforme, que la diosa Juno (pues Vulcano es hijo de Juno y Júpiter, dioses principales) lo tiró desde lo alto del Olimpo. El niño, al caer (en la Isla de Lemnos) se rompió un pie, lo que le provocó una cojera perpetua. 

Allí, fue acogido por los Cíclopes y aprendió el arte de la fragua, convirtiéndose en el dios del fuego y la metalurgia y en el encargado de fabricar las armas de los dioses.

Cuando Vulcano creció, quiso vengarse de su madre e hizo un espléndido trono que le regaló. Pero éste escondía una trampa. Cuando Juno se sentó en él, unos nudos imposibles de deshacer la atraparon y sólo Vulcano podía liberarla. 

Tras el ruego de todos los dioses, Vulcano accedió a liberar a Juno a cambio de una cosa: que Venus se convirtiese en su esposa. Ni que decir tiene que la diosa, ante tal monstruosidad de su marido, le fuese infiel en innumerables ocasiones, pero la más sonada fue su infidelidad con Marte (dios de la guerra) alto, fuerte, guapo… una infidelidad muy reiterada además.

Sucedió que, como cada día, Apolo recorría el cielo en su carro dorado llevando la luz por todos los confines de la tierra (una de las advocaciones de Apolo era la del dios Sol o Helios).

Desde allí, todo lo podía ver, y divisó algo muy jugosos: Venus estaba siendo infiel a su marido con Marte. Pero no en cualquier parte, sino en el lecho conyugal, en el hogar que compartía con Vulcano. Apolo, ni corto ni perezoso, se personó en la fragua y le contó al dios lo que había descubierto. 

Lleno de ira, rabia y dolor, Vulcano ideó un plan para atrapar a los amantes: aprovecharía su encuentro para pillarlos in fraganti. Así, como cada día, Vulcano se fue a su fragua y, en cuanto su marido se fue, Venus se reunió con Marte para amarse apasionadamente.

Justo en ese momento, Vulcano apareció y les lanzó una red metálica transparente que atrapó a los amantes. No contento con eso, hizo llamar a todos los dioses, ávidos siempre de escándalos, para que viesen a los adúlteros y se pudiesen reír de ellos mientras permanecían desnudos dentro de la mágica red.

Lo que se cuenta en la obra es el momento en el que Apolo cuenta la infidelidad a Vulcano en presencia del resto de herreros. La composición es todo un abanico de expresiones que van desde la ira de Vulcano hasta la sorpresa e incredulidad de los herreros, viendo una clara implicación dramática de todos los personajes que casi nos permiten escuchar la noticia.

Velázquez moldea los cuerpos con una cuidada anatomía, fruto de su aprendizaje en Roma y de contemplar estatuas clásicas y la obra de Miguel Ángel.

También se aprecia un enfriamiento en su paleta y una concepción de la luminosidad mucho más difumada. Tanto es así que podemos ver “el aire” que hay entre los personajes y los objetos, pudiendo recordarnos al sfumato leonardesco.

En la fragua de Vulcano existe una composición bastante compleja donde los personajes se inscriben en una especie de elipse que parte y vuelve a Apolo. 

Pese a representar un interior, vemos como Velázquez extiende la profundidad a través del vano a modo de ventana que hay tras Apolo y a través del herrero colocado en último plano, al lado de la puerta del fondo.

Llama la atención el fuerte contraste entre el dios Apolo y el resto de personajes. Apolo, de apariencia adolescente y piel blanquecina, viste una túnica anaranjada y está tocado con la corona de laurel, muestra una aureola con rayos que iluminan el ambiente.

Aquí el dios aparece representado bajo su advocación como dios solar. En uno de los bocetos preparatorios del pintor, el dios presentaba un aspecto más afeminado.

Vulcano y los herreros tienen un aspecto más rudo, con una piel oscurecida por el ambiente y el trabajo en la fragua. Destaca la ira reflejada en los ojos de Vulcano, la cara extremadamente expresiva de uno de los herreros y el físico del herrero que está de espaldas, recordándonos a la estatuaria heroica, aunque el pintor lo representa al modo de la época, con patillas y tirabuzones de fanfarrón.

Destacan también los objetos que aparecen en esta escena, colocados en una especie de “naturaleza muerta”. Además del jarrón sobre la chimenea, que presenta unos toques claros que dialogan con los lazos azules de las sandalias de Apolo y el cielo azul que se ve al fondo.

Lo más destacado es la armadura que en esos momentos están haciendo o el hierro al rojo vivo sobre el yunque. Pese a ser un episodio clásico, la armadura está realizada como las contemporáneas a Velázquez y, curiosamente, esta armadura que forja Vulcano es para Marte, el amante de su esposa.

En toda la obra está presente la influencia italiana, de la estatuaria grecorromana, de la obra de Miguel Ángel y del clasicismo romano-borgoñés que triunfa en la Roma del siglo XVII que Velázquez visitó.

Por ello, no vemos a Vulcano como se nos describe en cualquier manual de mitología, deforme, sino que, aunque con un rostro algo curtido y poco agraciado, nos muestra un torso totalmente idealizado.

¿Y que nos quiere contar el artista sevillano con este lienzo? Pues hay dos posibles interpretaciones: la primera es una lectura moral, donde se nos muestra el poder que la palabra puede tener en los sentimientos del prójimo.

Y la segunda, que es la más adecuada al modus operandi de Velázquez, es que esconde una intención alegórica para reflejar y reivindicar la superioridad de la pintura, que en esta ocasión estaría encarnada por Apolo, sobre la mera artesanía, encarnada por Vulcano y los herreros. 

En este momento, la pintura se consideraba un oficio mecánico (hecho con las manos) y no tenía la posición elevada que tendrá después. Y si la pintura es una artesanía, los pintores eran meros artesanos. Velázquez pasó toda su vida en una lucha continua para que la pintura se reconociese como un arte elevado.

Es muy propio del se villano contar una historia sin necesidad de contarla, en este caso no aparece en motivo principal, que es la infidelidad.

Algo parecido ocurrirá posteriormente en su obra “Las hilanderas o  La fábula de Aracne” donde lo que parece una simple escena costumbrista esconde, en un segundo plano, uno de los mitos más importantes relacionados con la diosa Minerva (Atenea para los griegos).

“Las hilanderas o  La fábula de Aracne”

BIBLIOGRAFÍA

CALVO SERRALLER, FRANCISCO; Guía de sala: Velázquez. Fundación de Amigos del Museo del PradoEdiciones T.F. Editores, 2007

DIKU-ADUERA, Vicki: Mitología griega.Ediciones Hnos. Marmataki

GIORGI, ROSA; Velázquez. Madrid, 2008Editorial Electra

MARTÍNEZ BUENAGA, Ignacio; MARTÍNEZ PRADES José Antonio;

MARTÍNEZ VERÓN Jesús, Historia del Arte. Paterna (Valencia) 1998Editorial ECIR

VV.AA.: La guía del Prado. Madrid, 2014.

Velázquez en el Museo del Prado. Curso online impartido por Miríadax y el Museo del Prado. Segunda edición. Impartido desde el 04 de noviembre al 17 de diciembre de 2018.

WEBGRAFÍA

MIRÍADAX. CURSOS ONLINE.https://miriadax.net

MUSEO DEL PRADO https://www.museodelprado.com

LA GUÍA 2000 https://laguia2000.com

GALERÍA DE IMÁGENES

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