La llave de los campos

Ficha técnica

Título: La llave de los campos
Autor: René Magritte
Cronología: 1936
Estilo: Surrealismo
Materiales: Óleo sobre lienzo
Ubicación: Museo Nacional Thyssen-Bornemisza, Madrid
Dimensiones: 80 x 60 cm

COMENTARIO HISTÓRICO ARTÍSTICO DE LA LLAVE DE LOS CAMPOS

ANÁLISIS DE LA OBRA 

El mundo parece abrirse como un enigma visual ante nuestros ojos, como escenario de la vida, a modo de decorado cuestionable.

La llave de los campos se manifiesta como una pintura enigmática, es una obra de corte filosófico, una meta pintura, en ella René Magritte nos presenta el mundo como la escenificación de una realidad a modo de obra de teatro, ceñida al cortinaje de una ventana que nos lo muestra de un modo al que es imposible quedarse indiferente.

Al confrontar con el cuadro te percatas de que la realidad justo acaba de sufrir una metamorfosis. La ruptura de lo visible te invita a trascender los límites, a adentrarte en este mundo en el que se entremezcla pensamiento y realidad. Queda un remanente en suspensión que nos permite detectar la sensación latente del instante previo que todo lo trastoca.

Algo golpeó el cristal, lo desintegró, convirtiéndolo en grandes y agudos fragmentos cortantes, pero la naturaleza permanece inalterada, era una realidad ficticia la representada, la realidad aparente deja de serlo, se hace patente una necesidad de cuestionamiento de la realidad, sin velo de apariencia. Se trataba de algo parecido a la realidad, un trampantojo reflexivo, una visión cubierta de cierta mentira.

Algo así como a veces cree uno mismo experimentar acerca de la realidad que nos rodea, donde los límites se emborronan, de la representación que parece gobernar todo cuanto circunscribe la vida, desde lo más accesiblemente cotidiano a todo tipo de esferas.




Puede la ficción parecerse tanto a la realidad, y viceversa, o hasta qué punto estamos ante algo real y auténtico, o puramente real y no una farsa, una representación meditada, una situación creada. Esa es la gran cuestión de esta pintura.

De un modo incluso divertido, remitiéndonos al juego, la ruptura del cristal de la ventana permite armar un elevado planteamiento metafísico. Sus obras se pueden clasificar en capítulos de enigmas visuales que invitan a desentrañar sus misterios; donde no siempre queda todo gobernado por un aparente delirio.

En este cuadro se produce un ejercicio voluntario de convicción, de a quien la duda lo situó ante ese interrogante, incluso de curiosidad infantil, aunque no necesariamente perpetrado por un niño el rompimiento del cristal, un pretexto surrealista, llevado a cabo de un modo brutal.

Se agacha el autor, y sin mucho pensarlo, coge un pedrusco, y lo lanza con energía liberadora contra la ventana; para activar el pensamiento a los supuestos sujetos que miran a través de ella, a los visitantes del museo hoy día, para hacerte pensar a ti que lo miras ahora, para obligarte a esquivar las mentiras.

La supuesta transparencia del cristal, que es absoluta, conseguido el contorno con destreza con largos, a veces interrumpidos, y alternantes trazos blancos y negros, se convierte en una materialidad opaca.

La piedra ausente, y habría que decantarse por ello al observar el paisaje, y no por otro supuesto objeto de acción, que golpea la lámina de cristal, es un elemento al que ya volverá a recurrir de modo directo, como elemento de fractura de la línea o diálogo permanente en la vida, apareciendo sobre la mesa y junto a la mano una de aspecto lunar en El principio del placer (1937), que parece querer romper también cualquier equilibrio establecido, al menos para comprobar cualquier atisbo de duda a nivel individual.

La llave de los campos
La llave de los campos

La repetición de elementos recurrentes por parte del autor es un ejercicio habitual, que remite al artefacto de su invención conocido como La máquina Magritte (1950, añadida en un catálogo, La Manufacture de Poésie, de productos surrealistas), con la que fantaseó e ironizó sobre la creación de obras artísticas en serie mediante el uso de patrones y extravagantes mecanismos, algo que en ocasiones roza casi la obsesión, como el uso del telón que se repite en Las memorias de un santo (1960).

Con tan pocos elementos compositivos, en La llave de los campos, Magritte, logra representar una pintura muy atractiva, una pregunta de gran índole, que no deja inalterable la psique.

Una ventana abatible verticalmente, una varilla metálica de la que cuelga una cortina almagra recogida a los lados, y desde la cual se muestra un campo donde un camino aparece medio perdido por la vegetación, domina la vegetación herbácea rasa, algunos arbustos y un pequeño conjunto de árboles con unos leves toques violetas y magenta de flores muy discretas a sus pies.

Al fondo a la izquierda en pequeño detalle se pierde el paisaje en una hondonada en sfumato, en este aparente amanecer, en las repisas del alféizar de la ventana reposan los resortes del enigma, los cristales apoyados tras la caída, un mosaico que formaría un puzle prácticamente perfecto.

Ya lo advirtió Magritte: «Quienes busquen en mi pintura significados simbólicos no captarán la poesía y el misterio inherentes a la imagen», afirmación que lo interrelaciona al pensamiento de Federico García Lorca cuando afirmó: «Poesía es la unión de dos palabras que uno nunca supuso que pudieran juntarse, y que forman algo así como un misterio«, siendo la poética una componente de gran fuerza en su obra.

Da igual que se trate de un ámbito pictórico, o escrito, la poética puede estar incluso presente en nuestro día a día, en el detalle más nimio, y puesto que la pintura puede manifestarse como una escritura representada, para converger en uno de nuestros elementos culturales más sublimes, la poesía.

La poesía y sus figuras retóricas como vertebradoras de sus obras. A pesar de ser uno de los principales representantes del surrealismo internacional, el pintor belga, se bifurcó por otro afluente de originalidad, para su propio discurrir, separándose del mundo del inconsciente, para elaborar unas pinturas engranadas con mucha metódica, en apariencia de obtuso azar o tan solo en parte, pero en donde al analizarlas se acaban detectando elementos insólitos, que trascienden al terreno psicológico.

Las dudas, las preguntas, las sugerencias, las obsesiones que le sobrevolaban a este mago, los diálogos introspectivos, las preocupaciones a afrontar que se presentan en su vida, fundamentan sus obras, que terminan adquiriendo un cariz filosófico, y de diálogo con y sobre la sociedad.

El uso de la ventana para dar luz a la mente humana, como arrojo de pensamientos al mundo, componente que separa al pensador y el espacio. Hay una clara alusión al concepto de la perspectiva que proviene del Renacimiento en esta pintura.

La llave de los campos emerge en el panorama artístico cuando el autor ya era un gran conocido del movimiento surrealista, con el recurso del cuadro dentro del cuadro, el marco separa de toda duda al observador, en el gran ejercicio poético de asociar ilusión con realidad, comprobándose que estamos ante lo real, como si se hubiera aplicado un método empírico de demostración tras ponerla en entredicho.

Si la ciencia nos ha enseñado algo es que no hay nada como demostrar las cosas por nosotros mismos.

La realización de la obra se produce en un contexto donde se adivinan influencias con el escritor Lewis Carrol, donde Magritte se aleja de las fórmulas surrealistas características, para aplicar en sus lienzos leyes con más similitud a las que gobiernan la novela Alicia en el País de las Maravillas.

También se relaciona a su vez con su otro cuadro La condición humana (1933), donde realidad y lienzo pintado se confunden, solapándose los horizontes.

Los reflejos fijados en los cristales rotos si responsen a un recurso surrealista como era el del espejo. Su título original, La Clef des champs, que coloquialmente alude a liberación en francés, física o mental, como la que debería sentir quien ejecuta este ejercicio determinante del pensamiento, parece evidenciar que la máxima del cuadro es la necesidad de liberación del alma.

En su ensayo Teatro de la vida (1928), define sus pinturas como escenarios, donde las leyes naturales quedan anuladas, en este caso en concreto, para esta suerte de tragicomedia, donde el tercer acto requiere de tu participación.

Una metáfora ilusionista sobre la pérdida de confianza en la concordancia entre el mundo de las impresiones (apariencia) y la visión de la experiencia (realidad).

Como en toda obra teatral, se correrá el telón de esta narración metapictórica, también existencialista, para en la oscuridad quedar aún presente el olor fougère que impregnaba la pradera de arbustos y árboles aislados, refrescando tu estado psicológico, en un renovado amanecer del intelecto.

BIBLIOGRAFÍA Y WEBGRAFÍA  

ARENAL GARCÍA, María Ángeles. Magritte, el cazador de similitudes perdidas: ambivalencia de la feminidad como génesis de la dialéctica de la mirada (Tesis doctoral: dirigida por Ana María Leyra Soriano).

Departamento de Filosofía IV: Teoría del conocimiento, estética e historia del pensamiento, Facultad de Filosofía, 2012, Universidad Complutense de Madrid.

MUSEO NACIONAL THYSSEN-BORNEMISZA 

https://www.museothyssen.org/coleccion/artistas/magritte-rene/llave-campos-clef-des-champs (Consulta: 30/05/2023)

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