COMENTARIO HISTÓRICO ARTÍSTICO DE LAS BODAS DE CANÁ
ANÁLISIS ICONOGRÁFICO Y FORMAL
«Las bodas de Caná«, considerada como una de las pinturas más famosas del pintor italiano Paolo Veronese, quien la realizó entre 1562 y 1563. Hay que decir que su ubicación inicial fue el refectorio del Monasterio de San Giorgio, en Venecia, pero Napoleón decidió trasladarla a Francia, donde se ubica actualmente, en concreto, en el Museo del Louvre.
Nos encontramos ante una pintura que con sus medidas (6,69 x 9,90m) es considerada como una de las más colosales sobre lienzo de sus tiempos. En el contrato llevado a cabo entre el Veronés y los monjes del claustro veneciano de San Giorgio Maggiore, el 6 de junio de 1562, se precisaba que debía «hacer un cuadro tan ancho y tan alto como el muro».
Cuando en el siglo XVI la gran Venecia se lleno de suntuosos palacios renacentistas, los monjes benedictinos mandaron reconstruir el refectorio, el claustro, la biblioteca y la iglesia para embellecer su isla frente a la plaza de San Marcos.
La construcción del refectorio benedictino hizo famoso al arquitecto Andrea Palladio. Inspirándose en los templos antiguos, dotó a esta grande y simple sala de una armonía excepcional gracias al cálculo inteligente de las proporciones.
Algo del estilo arquitectónico de Palladio se refleja en el fondo de Las bodas de Caná. El Veronés muestra una vista panorámica de los palacios, campanario y balcones típicos de una ciudad renacentista.
Las columnas según los modelos antiguos enmarcan a ambos lados la plaza donde se celebra el banquete nupcial. Cristo, junto con su madre y los discípulos, preside la mesa en el centro, mientras a la derecha se puede reconocer a los clientes de la obra, los monjes benedictinos de San Giorgio.
Las obras pictóricas de gran tamaño como Las bodas de Caná solo eran posibles como fruto del trabajo en común con un taller de pintores. Siguiendo los bocetos del Veronés, en su bottega trabajan, aparte de aprendices y oficiales anónimos, su sobrino y su hermano Benedetto Caliari. Benedetto sería el responsable de la composición del cuadro y sirvió a veces como modelo.
Su rostro característico con la nariz aguileña aparece en varios cuadro del Veronés. Aquí hace las veces de maestresala y levanta la copa de vino para examinarla. En esta copa se materializa el milagro biblíco, la transformación del agua en vino.
El consumo de vino era considerable en la ciudad, aunque solo fuera por la escasez de agua potable. Paradójicamente, «la ciudad en el agua, carece de ella» y, aunque en el senado se habían examinado en varias ocasiones los planos necesarios para abastecer la ciudad a través de acueductos, se seguía recurriendo al agua de lluvia.
El milagro bíblico de la transformación del agua en vino no parece despertar mucho interés en los invitados de la boda, concentrados de lleno en la comida y la música. Cristo, la figura principal ocupa el centro de la mesa y del cuadro.
Las ponencias iluminan su cabeza y la escena que se desarrolla en el balcón por encima de él, tiene un doble sentido: los ayudantes están cortando la carne, pero más bien parece el sacrificio de un cordero.
Las copas y fuentes de finísimo cristal, oro y plata relucen sobre el mantel adamascado. En 1510 el enviado de la República de San Marcos en la ciudad imperial de Augsburgo manifestó su extrañeza al ver que hasta los príncipes imperiales comían en platos de loza, mientras que en su país el uso de vajillas de oro y plata hacía tiempo que se había generalizado.
En el siglo XVI el gobierno, por lo demás discreto y de tendencias moderadas, le gustaba mostrar en las visitas oficiales y las fiestas que Venecia seguía siendo la ciudad más rica y lujosa del mundo. Una tendencia que se acentuó cuando se empezó a dudar de su posición como potencia mundial.
Los patricios reunidos en torno a la mesa se consideran todavía señores de los mares. Casi todos lucen suntuosos trajes exóticos; a lo largo de su carrera al servicio de la república, la mayoría había vivido en Oriente en calidad de diplomáticos o administradores coloniales.
En algunas épocas el imperio colonial de Venecia llegó a extenderse desde Istria y Dalmacia hasta Constantinopla. A principios del siglo XV, cuando la ciudad estaba en pleno apogeo, dominaba también el Adriático, el mar Egeo, Creta y Chipre.
Pero pronto comenzó a desmoronarse todo y poco a poco fue cediendo territorios a los turcos. Además, el descubrimiento de la ruta marítima de la India en el año 1500 acabó con el monopolio de Venecia del comercio.
En lugar de gastar el dinero en arriesgadas expediciones comerciales, los venecianos preferían invertir en terrenos seguros en Italia y dejaron la navegación y el comercio en manos de ciudades en pleno desarrollo como son el caso de Amberes y Ámsterdam.
Poco antes de que el Veronés llevase a cabo esta obra, se celebró en Venecia una fiesta importante: la coronación de la dogaresa Zilia Priuli el 19 de septiembre de 1557. Tras nueve jefes de Estado sin esposa, el dux Lorenzo Priuli por fin llevó a una mujer al trono junto él.
Y, precisamente porque tenía fama de avaricioso, puso mucho empeño en desplegar una gran ostentación. Quizás el cuadro refleje un recuerdo de entonces.
La cocina y los cuartos donde se preparaban los platos suelen encontrarse en dependencias adyacentes o en el sótano, lejos de la sala del banquete o, por lo menos, invisibles para invitados y espectadores. Por lo tanto, los cuadros generalmente no muestran ni las salas ni el personal de servicio.
El Veronés rompió con esta convención. Introdujo un tercer plano entre los invitados a la mesa en el primer plano y los espectadores del fondo que, desde los balcones, quieren echar una mirada a la fiesta.
Un balcón elevado, unido al comedor por dos escaleras laterales, se extiende a lo largo del cuadro. Allí reina una intensa actividad: varios portadores llevan el buen asado, un chico negro espera con una bandeja el asado que después será servido por un hombre barbudo que se encuentra entre las columnas.
En los banquetes venecianos se consumían asombrosas cantidades de comida. Durante un banquete de 4 horas se servían 90 platos diferentes a los 100 invitados.
La mirada inusual del pintor al trivial mundo del personal de servicio no satisfacía el gusto de cualquiera. Algunos años después, en 1573, cuando el Veronés estaba pintando otro cuadro de gran formato para el refectorio, fue citado con la Inquisición.
Se le acusaba de introducir personajes vulgares e inaceptables en un tema bíblico, la Última Cena: criados, mozos de labranza y perros. Dejaron al Veronés en paz pero hubo que cambiar el título del cuadro. Por orden de la Inquisición la Última Cena pasó a llamarse Cena en casa de Leví.
Refiriéndonos de nuevo a nuestra obra tratada, encontramos otros compañeros del cocinero que deambulan ociosos por el cuadro y entre el ajetreo generalizado que reina en la terraza del servicio, se toman tiempo para asomarse por la balaustrada para echar una ojeada a la fiesta.
Entre las 150 figuras que encontramos en Las bodas de Caná, el Veronés habría retratado a muchas personalidades famosas de su siglo, como el rey Francisco I de Francia (fallecido en 1547). De ello informan no sus contemporáneos, sino entendidos en arte de los siglos XVI y XVII.
En 1771 el crítico de arte A. H. Zanetti propuso otra teoría, igualmente atractiva pero tampoco probada, según la cual la pequeña orquesta en el centro del cuadro estaría formada por los pintores más conocidos de Venecia: Tiziano es el que toca el contrabajo, Paolo se autorretrata en el violoncelista de manto blanco y el músico junto a él se cree reconocer a Jacopo Tintoretto.
Si esto fuese verdad, cosa factible comparando retratos, los indiscutibles maestros de la pintura veneciana del siglo XVI, los 3 grandes coloristas, se habrían reunido aquí para hacer música. Los 3 tenían el honor de recibir encargos estatales y estaban completamente ocupados decorando con sus obras las iglesias y los edificios públicos de Venecia.
Cabe suponer que la música de acompañamiento en el banquete del Veronés era de Andrea Gabrieli, el organista de San Marcos y unos de los mejores compositores de su tiempo.
La Venecia del siglo XVI, superado ya su apogeo político y económico, experimentó un florecimiento sin igual en la música y las artes plásticas. Esto fue posible gracias a la riqueza, todavía considerable, y el aprecio al arte de la clase dominante.
Como ya no querían emprender arriesgados viajes por mar ni aventuras comerciales, como habían dejado de ser pioneros para convertirse en sibaritas de formación humanista, los patricios de la República de San Marcos fomentaron las bellas artes.
Así por ejemplo lo hicieron los monjes benedictinos de San Giorgio que mandaron construir su refectorio a Palladio y adornarlo a Paolo el Veronés.