COMENTARIO HISTÓRICO ARTÍSTICO DE LECTORA DE CARTA EN AZUL
ANÁLISIS DE LA OBRA
Desde el s. XIV el lenguaje de los países nórdicos se transformó gracias a las innovaciones técnicas -la pintura al óleo, entre otras – que permitía la multiplicación infinita de los detalles, de la minuciosidad descriptiva, intentando penetrar en el imaginario del receptor para que así uno sea cómplice
A la vez este lenguaje se caracteriza por la referencia sistemática del conocimiento matemático, por eso vemos en el transcurso de estas obras el dominio de una cierta perspectiva atmosférica y geométrica en que sugerentemente simula cierta profundidad creando parajes insólitos que más tarde serán influencia directa de esta pintura.
Con el paso del tiempo, el lenguaje flamenco se verá mezclado con el italiano – en tanto a la idealización o discurso de las obras – (ejemplos como Van Dyck, Rubens…), mientras que los holandeses cada vez se iban individualizando más por las razones socio-culturales que mencionamos en el artículo del paisajismo holandés.
El lenguaje holandés se construiría gracias a las convicciones morales del calvinismo, y de sus estructuras sociales, a la herencia del lenguaje flamenco y gracias a que entrado el siglo XVII, una vez las Provincias Unidas se constituyeron, muchas personalidades emigraron al norte en consecuencia de los conflictos bélicos.
La producción artística de los Países Bajos fue muy prolífica y tuvo una recepción muy activa alrededor de Europa. No obstante, personajes como Sir Joshua Reynolds criticaban con desdén la pintura de género porque no comprendían la necesidad de plasmar la cotidianidad, mientras que los holandeses se sentían totalmente representados y apreciaban mucho este género, ya que la ciudadanía y su hogar formarían parte de estas pinturas.
Gracias a ello nos han dejado una gran cantidad de obras magníficas, nuevos géneros y nuevas representaciones que hoy encontramos mayoritariamente reunidas en el Rijksmuseum, donde cualquiera se ve sumergido ante tal singular lenguaje.
La obra Lectora de carta en azul (c.1663) de Johannes Vermeer es el singular ejemplo de esta pintura, ya que la experiencia estética que podemos llegar a vivir con esta obra nos interpela la infinidad de elementos que puede contener.
Es imposible no pensar en las palabras de Todorov:
“de pronto, en lugar de grandes cuadros que representan a personajes históricos, mitológicos o religiosos, aparecen imágenes de madres despiojando a un niño, sastres trabajando y chicas leyendo cartas o tocando el clavicordio”
La ingeniería pictórica que utiliza Vermeer es calculada y a la vez naturalizada por cada momento instantáneo de la realidad, por cada esquina pintada de forma puramente minuciosa y trabajada bajo preceptos geométricos, y es que en radiografías (Schütz 2016: 349) de la obra se ha identificado la precisión con la que Vermeer distribuyó la pintura. El mapa del fondo, el ropaje, absolutamente cada pincelada fue calculada.
El carácter estatutario del personaje principal se ve recreado por una estatización del perfil de los ropajes, el contorno de la chaqueta originariamente era más ancha y contenía una guarnición que el mismo artista decidió cambiar para otorgarle un carácter solemne a ese azul ultramarino que tan presente tenemos en muchas de sus obras, convirtiendo el cuadro en como lo conocemos hoy en día, desprovisto de imágenes que alteren la escultórica figura de la chica.
Una pintura que nos obliga a empatizar con la protagonista, la chica de azul ultramarino, cautivada por la lectura que estaba ejecutando. Ella, con la carta. Nosotras, con el cuadro.
Nos paramos ante esta pintura dónde se nos abren las puertas a un mundo vermeeriano, de silencio, un mundo atemporal, contemplativo. A la vez, un mundo lleno de discurso que, intentamos rascar para llegar a él, y a duras penas nos quedamos en las puertas.
Contemplamos las obras, intentando romper todas las barreras posibles, luchando con ellas, y en particular con esta lectora apática: con esta luz que traspasa la sala con precisa y real ejecución, con estos ropajes que condensan un tipo de azul que conjuga el cromatismo imperante de la obra.
Con estos muebles dispuestos con precisión, también recurrentes en la obra de Vermeer, denotando la intención de querer simbolizar aquel momento tan cotidiano como es la lectura de una carta.
Un orden mediante el desorden, espacios perfectamente encuadrados en detalles precisos, una mesa desordenada, la disposición de la silla… Representando lo más común posible, pero todo trabajado meticulosamente.
La geometría y el estudio matemático del espacio, se traduce en cada centímetro de la pintura. Como vemos en el mapa, si medimos los ángulos contrapuestos de la pared obtendremos el mismo diámetro.
No podríamos hablar de quietud, sino de espacios que denotan tranquilidad, por eso hablamos de una lectora apática en tanto que serena, tranquila, sumergida en una lectura que no nos deja entrever ni una pizca de ella.
Algo muy común en Vermeer, ese interés en esconder u obviar los temas de tal forma que el receptor tenga que indagar en cada esquina, en cada centímetro de sus pinturas, y entonces nos damos cuenta: es imposible crear un vínculo con esta Dama de azul, puesto que, como en la mayoría de sus otras pinturas, hay algún objeto que nos separa del personaje.
Somos meras espectadoras de ese momento, incapaces de llegar a conocer qué sucede, incapaces de controlar la situación: un aire solitario nace de este momento quieto y sereno, el cual nos conduce a coexistir con este aire.
Wheelock, un gran investigador sobre la figura de Vermeer, una vez comentó que “descubrir la esencia de un Vermeer es como intentar describir un anochecer o hasta los reflejos de la espuma en el agua: la descripción sólo es significativa cuando involucra la relación emocional del espectador en la escena” y es que el autor, es un gran ilusionista de escenas verídicas, a la par de introductor de temas imperceptible, que arrastra al espectador a una reflexión meditativa con la obra. Esperamos, quietas, la conclusión de esa carta.
Todo Vermeer es un poema contínuo en un tiempo pausado, lento. El poder que esconde la semántica vermeeriana reside en esta necesidad de trascender sobre sus personajes e ir más allá, en generar incertidumbre, en parte placentera y en parte distante.
Placentera, porque mediante expresiones tan neutras, construye historias en nuestro imaginario, de una forma creíble en cuanto a las representaciones de cada centímetro de su pintura.
Distante, porque construye personajes tan sencillos, expresiones tan introspectivas, temas tan eludibles, que una señora leyendo una carta se transforma en un personaje que supera la dignidad de todo ser que la rodea.
Nosotras mismas al contemplar la obra, nos convertimos en pequeños personajes de un mundo que ha sido pausado para ella, para que así pueda leer su carta, para que así estemos atentas a lo que viene: una explicación, una reacción, algo… Pero ese algo nunca llega, porque el tiempo permanecerá pausado para el resto de su inmortalidad.
BIBLIOGRAFÍA
ALPERS, Svetlana. (2016) El arte de describir: el arte holandés en el siglo XVII. Ampersand.
SCHÜTZ, Karl (2016) Vermeer, la obra completa. Barcelona: TASCHEN.
TODOROV, Tzvetan (2013) Elogio de lo cotidiano. Barcelona: Galaxia Gutenberg.
WESTERMANN, Mariët (1996) The art of the Dutch Republic (1585-1718).
WHEELOCK, Arthur K. (1995) Vermeer & the art of painting. New Heaven Conn, Yale University Press.
WÖLFIN, Heinrich. (2002) Conceptos fundamentales de la Historia del Arte. Barcelona: Editorial Óptima, S.L.