Martinique

Ficha técnica

Título: Martinique
Autor: André Kertész
Cronología: 1972
Estilo: Fotografía artística
Materiales: Gelatinobromuro de plata
Ubicación: Gabinete de fotografía del Centre Pompidou
Dimensiones: 19 x 24,8 cm

COMENTARIO HISTÓRICO ARTÍSTICO DE MARTINIQUE

CONTEXTO HISTÓRICO

Vida y obra resultan inseparables en la trayectoria de André Kertész, siendo la estela de su periplo alargada.

Nace en Budapest en 1894, tras su juventud pasa a continuación por una etapa imprescindible parisiense, después atraviesa una etapa norteamericana, y finalmente otra considerada como internacional (en la que se inserta esta fotografía); división temporal que es importante para situar el momento de realización de la obra.




Caracterizándole la constante capacidad de reinvención, de mantener vivo su genio creador, siempre vencedor de toda vicisitud tanto coyuntural como creadora, ya que la radicalidad de su obra constituye todo un punto de inflexión en esta disciplina artística, y no estuvo siempre libre de cuestionamiento.

Es en 1925 en París, después de su etapa de experimentación juvenil, donde halla el cambio y realiza la incursión siempre deseada (aunque sin ver el cómo y el modo de penetrar durante mucho tiempo), al establecerse como reportero gráfico, pero siempre llevado por su particular sensibilidad, dispuesto a extraer de la cotidianidad la visión ignota, su lirismo aparentemente inadvertido, su punto de vista, incluso una realidad entre deseada e idealizada, una nueva perspectiva.

ANÁLISIS FORMAL  

Martinique
Martinique

Late un misterio atroz, al son suave de las olas, la atmósfera permanece muy cargada, en cualquier momento parece que vaya a llover, hay un suspense atmosférico muy penetrante, se infringen los límites entre la realidad y la ficción, al contemplarla se difuminan las dimensiones.

Si tratas de posicionarte al otro lado del balcón, y te pones en situación, la inquietud se acrecienta por segundos, por ello la imaginación se dispara al contemplar la imagen.

Me atrevo a imaginar numerosas posibilidades de por qué el sujeto reposa mirando frente al mar, entre la intriga y lo que despierta, vivo por momentos sugestionado por el trampantojo armado por el autor, es el secreto del magnetismo de esta fotografía que tan finamente compone.

Estéticamente, Martinique es una composición que rezuma perfección. Se deriva de ella un aspecto incluso filosófico, de reflexión por parte del sujeto, se intuye un momento de contemplación conjunta a reflexión, ejercicio con el que es fácil familiarizarse. Por enumerar, basta elucubrar tan solo unos ejemplos de tantos que barren mis centros nerviosos.

Podría tratarse simplemente de un personaje que huye de los agobios de su vida cotidiana pero del cual ya se derivan preguntas, y trate de serenar sus nervios; de alguien que se lamenta por algo grave ocasionado y se dirigió a este refugio de la costa, el apartamento de un arrepentido.

Quizá se trate de alguien dispuesto a reiniciar su vida, de retomar viejas pasiones imbuido en este ejercicio que supone confrontarse en soledad frente al mar; o tan solo pone en balance algunos momentos últimos de su vida, o quiera ordenar deseos y proyectos de futuro, de una persona que se para momentáneamente a sopesar el día a día, una sencilla y necesaria reflexión de las que a veces se obvian y no damos tiempo a realizar acerca de nada, a razón de que el mar es muy dado a ello.

O tal vez, dicho protagonista de Martinique goce de la serenidad experimentada tras hacer el amor con su pareja en una habitación de hotel, una de tantas por las que pasaron, mientras su cónyuge se prepara para salir a algún destino en concreto premeditado.

No cabe duda de que se produce una interconexión entre la persona subyacente en la silueta que trasluce y el mar. Incluso podría identificarse como un autorretrato inverso (muchas de sus fotografías así se consideran, un autorretrato, aun no siendo explícitas representaciones de él) en el que la fotografía forma una suerte de imagen especular en donde el fotógrafo se identificaría con esos largos ratos de observación y contemplación, imprescindibles en cualquier disciplina artística.

De hecho, llegó a definir Martinique como “un diario íntimo visual”, “para describir mi vida, tal como los poetas o los escritores describen sus vivencias”. Tiene la potencialidad de arrancar toda una narración, es el esbozo del inicio de una historia, o de su continuación, para cada cual una, como si André Kertész tratase de fijar una idea que quiera recordar después o usar para desarrollar toda una novela.

Quién sabe si no se trata de la plasmación de un dibujo previo de una situación similar, de aquellas fotos que imaginaba en su juventud, como a veces hacen algunos fotógrafos cuyas fotografías se fundamentan en el desarrollo y construcción de ideas creativas con el fin de obtener una composición o mensaje determinado, de una idea anterior, y que ahí en ese momento encontró.

Realiza, como también atestigua su legado fotográfico, una sublime aportación compositiva para la historia de la fotografía, sumándose la de su estilo tan personal, irrumpiendo como un autor rompedor, creando un hito.

La fotografía Martinique presenta un grano considerable, muy grueso, que también participa en el cuestionamiento de la realidad y que le proporciona un aspecto más plástico, y que nos acerca a la fotografía más primigenia, incluso tiene un toque cinematográfico, parece el fotograma arrancado de una película expresionista.

Es un alarde de esbozo complejo, el trasunto intermedio de una narración, en donde no hay que hacer muchos esfuerzos para divagar supuestos. 

ANÁLISIS ICONOGRÁFICO 

La geometría compositiva de Martinique es muy patente, todo encaja a modo de puzle en este juego de superficies, formada por cinco secciones, o tres a más grandes rasgos y conteniendo los elementos sujeto y barandilla.

Las secciones están diferenciadas en forma y tono, por luces y sombras, como si de una abstracción pictórica se tratase, en número parece una composición sencilla, pero es de una compleja genialidad.

Fruto de una alta capacidad de sustracción del entorno de ideas y composiciones, surge esta obra, sin mucho margen de análisis en principio (no sabemos con total seguridad si rápido, pero todo apunta que así fue, dado que la espontaneidad era una marca personal), de quien sabe contemplar el momento y la fotografía que se presenta, así como del entrenamiento de años haciendo fotografía y una capacidad inherente al propio artista, a su sello de autor, por el que ha pasado a la historia de la fotografía André Kertész.

Las curvas (silueta, nubes y oleaje) quedan englobadas en los espacios delimitados por las rectas que trazan la separación geométrica, irrumpen duras, creando esta escenificación.

La mampara semitransparente en que trasluce la silueta, el cielo cubierto de densas nubes, el mar que se puede imaginar de un azul intenso y opaco, y la barandilla de gradación tonal de arriba a abajo decreciente, son las partes de esta intrincada ilusión, de esta invitación a hacer pensar al espectador.

La figura es el centro de la fotografía, el elemento principal. La silueta tras el vidrio esmerilado se emborrona en su superficie, se degrada totalmente la identidad, lo que le da un carácter metafísico; un aura parece rodearla, brilla el misterio sobre ella. 

CURIOSIDADES  

André Kertész fue uno de los irruptores del género del ensayo fotográfico, contribuyendo a su desarrollo y perpetuación, y demuestra toda una constante, el afán de experimentación e innovación, siempre acompañando a su estilo personal, que no se deshizo ni en encargos, una manifiesta e inigualable poética visual.

Como nunca se puede dar por terminado todo lo que un artista puede aportar durante su carrera, al final de su vida surge esta imagen que demuestra que ni la edad, ni la época impiden la modernidad, cosa que suele suceder cuando se estudia a los clásicos en cualquier ámbito artístico, es una fotografía de un maestro renovador.

Es tal su peculiaridad, que se hace inolvidable. Insufló con su obra mucha modernidad al género, nada de lo cual se entendería sin una pasión inusitada que nunca supeditó a los deseos familiares ni a las dificultades que hacerse fotógrafo le pudo acarrear.

Un claro ejemplo de lo lejos que puede llegar un autodidacta, desde su juventud en Budapest, hasta sus últimas fotografías que fueron realizadas hasta el mismo año de su muerte, a los 91 años (1985) produciéndose en Nueva York. La sombra de su influencia en otros autores es descomunal.

El considerado padre del fotorreportaje, Henri Cartier-Bresson, y firme seguidor, afirmó sobre él: “Cada vez que el obturador de André Kertész se dispara, siento su corazón latir”; ante estas palabras nada más se debería decir, tan solo dar paso a la recreación en su imagen: Martinique.

BIBLIOGRAFÍA Y WEBGRAFÍA

HINSON, Hal. André Kertész, Soixante-dix années de photographie. Préface de Cornell Capa. Paris: Hologramme, 1987 (Reprod. p. 140). ISBN 978 2903 826 253
Voir la notice sur le portail de la Bibliothèque Kandinsky

de ZUVIRÍA, Facundo. André Kertész, el doble de una vida. Buenos Aires, 2012, Fundación OSDE. ISBN 978-987-9358-70-21 

ZUZUNAGA, Mariano. Instantaneidad y proximidad en la obra de André Kertész (Tesis doctoral dirigida por el Dr. Manolo Laguillo). Departamento de Diseño e Imagen Facultat de Belles Arts Universidat de Barcelona (Programa: Arte, Territorio y Cultura de los Media – Bienio 2004/2005).

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