COMENTARIO HISTÓRICO ARTÍSTICO DE PALAS Y EL CENTAURO
ANÁLISIS DE LA OBRA
El cuadro es encargado por Lorenzo el Magnífico, en el período en el que el artista realizaba trabajos para los Médicis. Junto con El nacimiento de Venus y La Primavera conforma una trilogía de obras que expresan un trabajo propio y madurado del pintor en cuadros de temática pagana.
La escena abarca, entre otros, dos ámbitos principales de las innovaciones artísticas de la época. Por una parte, el tratamiento espacial a través de la perspectiva, y por otra, el significado mediante las alegorías de la mitología antigua.
En el cuadro encontramos, en primer lugar, las dos figuras principales y en cierto modo equivalentes de Palas y del Centauro. La figura grácil de Palas se condice con la expresión serena de su rostro y a la movilidad fluida de su cuerpo, lograda mediante el manejo de las luces en sus ropajes y cabellos.
Se refleja en su figura un movimiento etéreo, propio de las divinidades. En contraste, frente a ella, el Centauro se presenta rígido y contraído en su postura, como una figura más sólida y estática frente al entorno.
Esto nos lleva a dar cuenta de cómo está tratado el paisaje para insertar a ambos personajes; sin duda Botticelli hace uso de los nuevos conocimientos sobre la perspectiva, entregándonos una pintura con diferentes grados de profundidad.
Por el lado izquierdo, el entorno inmediato crea un marco que logra una armoniosa asimetría en la pintura, resaltando la luminosidad de la otra fracción de la escena. Construye una profundidad cercana y retardada por el escorzo, desde cuyo límite se profundiza más aun el paisaje lejano.
Entre los personajes existe también un juego espacial, en cuanto el centauro replica en su postura la perspectiva del muro, otorgando una coherencia lineal del total, cruzando luego su cuerpo con el de la diosa Palas en la justa mitad del cuadro.
Queda ella enfrentada a un cuerpo en escorzo y enmarcada sobre el fragmento luminoso del cuadro. El tratamiento del espacio a través de la perspectiva lineal, propia del periodo del renacimiento, permite tanto la creación del escenario que acoge a los personajes representados, como la correlación entre ellos y la disposición espacial.
Debemos reconocer que todo esto trabaja a favor de la correcta comunicación del mensaje del cuadro, la representación debe perpetuar el sentimiento del hecho que se presenta; si bien el entorno ahora juega un papel más protagónico en las escenas, dadas las invenciones de la pintura, esta materialidad cumple su rol de ubicar y ensalzar lo que dentro de sí ocurre.
En segundo lugar, nos adentramos en lo que todo el conjunto representa, que es donde el arte se aproxima aún más fuertemente a los conceptos renacentistas. Palas y el Centauro, como fue mencionado anteriormente, es un cuadro encargado por Lorenzo el Magnífico.
Lo que él quería era plasmar, mediante una obra con significado para su entorno, la celebración de su victoria política sobre Nápoles en 1480, al negociar la paz con el rey Fernando (Flamand, 1969, p.183).

Aun siendo este hecho conocido, tanto por las personas en Florencia, como por Botticelli y los Médicis, no revestía en sí mismo una realidad para el arte según las posibilidades del momento.
Si bien en la segunda mitad del siglo XV “pintores y patrocinadores a la par quedaron fascinados por la idea de que el arte no solo podía servir para plasmar temas sagrados de manera sugestiva, sino también para reflejar un fragmento del mundo real” (Gombrich, 1950, p.247), la realidad a su vez competía con la grandeza, que en este tiempo se encontraba indiscutidamente representada por la antigüedad.
Es así como, tanto a los mecenas no les bastaban las representaciones literales de la realidad, pues buscaban engrandecer sus logros, como los artistas querían experimentar la creación desde lo antiguo, haciéndose partícipes del arte de la belleza y la perfección.
El arte del Renacimiento les permite crear una imagen nueva a partir de lo antiguo, dando así una significación poderosa a la actualidad junto con una adoración directa de lo mitológico.
En la obra analizada esto se logra en cuanto Palas, diosa de la sabiduría doma al Centauro, símbolo de violencia y desorden. Se representa esto como una escena de instauración de paz, que era una realidad en la ciudad de Florencia luego de lo logrado por Lorenzo.
Podemos ver como en ambas situaciones el arte, en manos del artista y en mente del mecenas, escapa de la demanda material que rige en la realidad, tanto del dominio del espacio que habitamos, como del ser nosotros mismos los ineludibles protagonistas de los hechos.
Del enfrentamiento del espíritu humano con el mundo se reafirma la alegoría, una representación que se adecúa a las necesidades espirituales. No se prescinde de las exigencias de la vida, pero se toma parte de ellas con la libertad que domina el imaginario, a través del ingenio artístico.
BIBLIOGRAFÍA
Gombrich, E. (1950), La historia del arte. Londres, Inglaterra: Editorial Phaidon
Flamand, M. (1969), Historia general de la pintura, vol. 8: El Renacimiento I. Madrid, España: Ediciones Aguilar
Vasari, G. (1957), Vidas de los más excelentes pintores, escultores y arquitectos. Barcelona, España: Editorial Iberia
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