COMENTARIO HISTÓRICO ARTÍSTICO DE PIMIENTO N.º 30
ANÁLISIS DE LA OBRA
Nada más observar la fotografía nos tropezamos ante un objeto equívoco que trastoca la razón. A priori uno se encuentra con la confusión al observar este artefacto inusual fotografiado.
Se reconoce una naturaleza de tipo vegetal en una posición central, que al ocupar todo el espacio la monumentaliza, pero el ojo trata de descifrar la humanidad subyacente que la forma representa e impone.
Es un objeto tan evocador que prende fácil la imaginación, altera las nociones habituales presentes en lo cotidiano, causando contradicción, una bella extrañeza.
Su título no dejar lugar a dudas, se trata de un pimiento. Pero Edward Weston en este ejercicio artístico volatiliza la naturaleza del fruto en una metáfora corporal, transformándolo en un paroxismo carnal de categoría artística.
Parece un cuerpo en compleja torsión, sentado y con las piernas recogidas, de espaldas, constituido por una extraña bicefalia o una fusión extravagante de cuerpos, cada una de las partes de su extraña anatomía se pliegan, se tensan o doblan, se moldean con el capricho de la postura, experimentan una plasticidad corpórea.
En las contorsiones que se manifiestan en cada una de las partes de esta carnación se alude al sentido del tacto mayormente, que se ve reforzado junto con la pormenoriza textura captada de cada una de las zonas.
Fidelidad de detalles extrema que fue conseguida con una abertura del diafragma muy baja, objetivo que fue fabricado para la ocasión (f/240), y empleando varias horas de exposición (entre 4-6 horas).
El amplio espectro de luces y sombras duras y aterciopeladas que acarician la superficie se alternan en la composición de esta alegoría propicia para estimular aún más a los cinco sentidos.
Son muy numerosas de hecho las zonas tonales, proporcionando un gran contraste dinámico, que favorecen una tridimensionalidad hiperbólica sobre el fondo de un negro profundo.
Fue un firme defensor del blanco y negro, y estaba convencido de su supervivencia tras la irrupción del color.
La base del pimiento descansa sobre una concavidad de superficie paralelamente rayada, un embudo de latón.
Este bodegón fotográfico está raramente estilizado, uno puede imaginar el tacto al pasar la mano a lo largo de toda su superficie, a consecuencia de la sobrecogedora nitidez y riqueza de matices, es un análogo onírico del cuerpo humano, de humanoide vegetal nacido de alguna remota mitología.
La curva provocadora, ondulante en sus diferentes trazados y el brillo atrayente que cae en puntos muy localizados incluso le proporcionan una dimensión de alta sensualidad.
Podría satisfacer los deseos de un artista harto de la búsqueda de modelos, de musas que puedan presentar tal capacidad expresiva en el gesto congelado.
Se produce una trasmutación a un cuerpo en esta relación de volumen impactante, por una incomprensible e innata alquimia natural, al pasar por diferentes estadios compositivos a través de la lente de la cámara de gran formato, su morfología adopta una pose escultórica antropomórfica, con una gran capacidad comunicativa, que lo ensalza con el lenguaje de la danza.
El objeto único representado, se asemeja a las esculturas de Camille Claudel o Rodin, delata un conocimiento de la irrupción de la escultura moderna. En las fotografías de Edward Weston la forma también es un recurso clave, así como una muy premeditada y elaborada composición.
Realizó amplios estudios donde la naturaleza es el motivo principal, en forma de una fotografía directa que llena si no todo en buena medida el encuadre, sobre aquello que quiere sustraer de la realidad.
Los motivos fotografiados abarcan desde una hoja de col, una alcachofa, un tomate, una berenjena, una seta, flores, conchas, formaciones geológicas, cuerpos femeninos desnudos, retratos, paisajes, objetos cotidianos, elementos industriales, todos ellos en primeros planos extremos, un poco más abiertos, planos muy cercanos, paisajes no muy amplios, incluso grandes panorámicas, todos representados de una manera sumamente estética y sugestiva; se conforma como un maestro en la captación de la forma y la composición geométrica.
Presenta a los sujetos tal como son, para que reparemos en los detalles más nimios que los componen, y extraigamos su esencia y belleza inadvertida. Llegaba así a conocer la fuerza vital de lo vivo, y de lo inerte.
Primeramente, experimentaba perplejidad y excitación por los propios descubrimientos en su análisis del mundo, para luego hacer partícipe al espectador de esas emociones latentes con sus creaciones.
Lo que le permitió ilustrar varios libros, como fue Hojas de hierba de Walt Whitman. Esta fotografía forma parte de una serie de composiciones casi abstractas que inicio en 1929 con diversos motivos de carácter vegetal.
Para él cualquier cosa puede ser objeto de una fotografía sorprendente, trabajó mucho desde el encanto de lo cotidiano, demostrando que para hacer grandes fotografías no hay que ir muy lejos.
Además, era partidario de que en las fotografías creativas pesara más la previsualización, mucho trabajo previo, la elaboración de la composición, para obtener una fotografía lo más acabada posible, y no recurrir tanto al cuarto oscuro.
Su obra se convierte en una respuesta de renovación, radical, contra el pictorialismo dominante en fotografía. Establece toda una gramática propia.
Quien supo continuar su legado de nuevas visiones, composiciones potentes y rompedoras, fue su discípula, la italiana Tina Modotti, su obra además suma un carácter activista y comprometido con la sociedad de su entorno, o de allí donde se encontrase.
Ambos se relacionaron estrechamente con el ferviente círculo intelectual de Coyoacán, al trasladarse juntos en 1923 a México, tratando con figuras tan destacadas como Frida Kahlo o Paul Strand.
Las fotografías de Tina Modotti también se emplearon como ilustración, de hecho, algunas de sus fotografías junto con otros autores ilustraron la primera edición del poemario Viento del pueblo de Miguel Hernández, una conjunción insólita en el panorama del momento, y un dato poco considerado por la crítica.
Pimiento n.º 30 recuerda a su otra fotografía de desnudo llamada Charis in doorway (1936), pero vista desde atrás, de una mujer sentada sobre el suelo con las piernas entrecruzadas y flexionadas abarcándose con las manos, con una actitud reflexiva y extremadamente sugerente, de cierta melancolía en el gesto, en una posición cabizbaja que solo muestra el bonito y sencillo recogido desde arriba, una estructura corporal de una belleza cautivadora.
Pero en el caso de la fotografía del pimiento, las formas se deforman más expresivamente, y para más delirio de los sentidos dos cabezas se bifurcan mientras emanan a nivel de un trasunto de hombros, o bien dos cuerpos se amalgaman conservando sus cabezas, en donde poéticamente los sujetos parecen proferirse palabras susurradas y delicadas caricias.
Tal cual afirmó en sus versos Rubén Darío:
“…amar, amar siempre… amar por toda ciencia y amar por todo anhelo… ¡y arder en la fusión de nuestros pechos mismos!”
Como si el amor y el instante perfecto surgieran de la misma masa corpórea, tras una suerte de colapso epitelial lírico, que trasciende cualquier otra dimensión, en donde no importa el cómo ni por quién, sino que todo se transforma, por medio de un lenguaje universal, en una misma piel fruto del deseo irrefrenable de fusión de los cuerpos abocados al deseo.
BIBLIOGRAFÍA Y WEBGRAFÍA
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