COMENTARIO HISTÓRICO ARTÍSTICO DE PUERTO CON EL EMBARQUE DE LA REINA DE SABA
CONTEXTO HISTÓRICO
El siglo XVII en Europa, el siglo del Barroco, se caracteriza por una serie de elementos que influyen en todos los aspectos sociales. Lo más destacado de este periodo, a nivel político, es la forma de gobierno de que se extendió por todo el continente: el Absolutismo o monarquía absolutista.
Este tipo de monarquía se caracteriza por la concentración de todos los poderes del Estado en la figura del rey que, además, no sólo accede al trono de manera hereditaria, sino que su mandato está avalado por derecho divino.
Dios es quien lo ha puesto al frente de la nación para regirla. Como ya venía ocurriendo, el arte está al servicio del monarca, pero esta vez de una manera mucho más evidente con el fin de engrandecer y mostrar la divinidad del rey.
Otro factor determinante es el cambio de las potencias que dominaban el mundo. Las grandes potencias del siglo XVI empiezan a decaer, como ocurre con España, en favor de otras que empiezan a surgir con fuerza, como es el caso de Francia.
En este ambiente se desarrolla el estilo Barroco y, dentro de este (sobre todo en Francia) el Clasicismo, caracterizado por aplicar el racionalismo como método artístico en géneros como el histórico, el mitológico y paisajístico, algo completamente diferente a lo que ocurría en Italia, lugar donde Lorena desarrollará su carrera artística.
CLAUDE LORRAIN
Su nombre real era Claude Gelée pero, al llegar a Roma y debido a su origen (la zona de Lorena en Francia) se le llamaba Lorrain «el Lorenés» (en España se le conoce como Claudio de Lorena).
Nació por 1604 o 1605 en Lorena, Francia y, con unos trece años, viajó a Italia a trabajar, como hacían muchos de sus paisanos.
Una vez en Italia entró al servicio del pintor Agostino Tassi, de quien aprendió la tradición del paisaje lírico y clásico, transmitiéndole además ese gusto por los paisajes amplios y todo lo relacionado con los navíos y puertos.
La Roma de mediados del siglo XVII era un lugar excelente para los artistas debido al boom de la construcción de grandes palacios, iglesias y capillas que necesitaban decoración.
A esto había que añadir la gran cantidad de turistas ricos que llegaban a la zona desde todas partes del mundo y que querían llevarse como recuerdo una pintura.
«Empezaron a acudir a su taller cardenales y príncipes de toda condición (…) y a partir de entonces fue imposible que le encargaran cuadros quienes no fuesen grandes príncipes o clérigos o lo hiciesen por su mediación con mucho esfuerzo y paciencia y pagando un alto precio»
Filippo Baldinucci.
Es en este ambiente en el que Lorena triunfa con sus amplios paisajes, género muy denostado hasta el momento pero que él consiguió ennoblecer.
Con su carrera en pleno apogeo en 1630, creó una nueva concepción del paisaje a través de un profundo estudio de la luz gracias a la observación del natural, poniendo especial atención a las diferentes horas del día y a las estaciones.
La campiña romana y las costas napolitanas serán los principales objetos de representación eso sí, salpicados de arquitectura clásica y personajes que evocan una edad de oro más serena, sutil y refinada que la que se vivía en ese momento.
En un amplio espacio, Lorena dirige la mirada del espectador hacia un fondo de horizontes infinito, con arquitecturas clásicas en primer termino para así delimitar el espacio y crear sensación de profundidad usando una progresiva gradación del color y un progresivo desdibujamiento de los contornos que recuerdan al sfumatto leonardesco.
Con todo esto, las figuras y el tema son sólo una mera excusa para mostrar lo que realmente le importa: unos paisajes infinitos y sobrecogedores.
Será un referente en el siglo XVII y XIX, admirado sobre todo por los paisajistas ingleses como Constable o Turner. Precisamente Turner tenía una especial admiración por la obra de Lorena.
Tanto es así que hay una obra suya que se inspira en esta pintura de Lorena.
Hablamos de «Dido construye Cartago» (1815) que se exhibe en la National Gallery de Londres junto a «Puerto con el embarque de la reina de Saba» por expreso deseo de Turner, que así lo dejó escrito en su testamento. Decía que, contemplando ambas obras juntas, ganarían en intensidad, pues se complementaban.
ANÁLISIS FORMAL E ICONOGRÁFICO
Lorena usa la historia bíblica como excusa para representar un bello paisaje.
En realidad, si no fuese por el titulo que se puede ver en una piedra en la parte inferior derecha de la escalera, sería difícil adivinar lo que está ocurriendo. La Biblia recoge en el Libro Primero de Los Reyes del Antiguo Testamento la historia de la reina de Saba:
«La reina de Saba había oído la fama de Salomón y vino a probarle por medio de enigmas. Llegó a Jerusalén con gran número de camellos que traían aromas, gran cantidad de oro y piedras preciosas».
Poco más dice la Biblia sobre la mítica reina, ni siquiera menciona su nombre ni su país de origen, de ahí que su figura esté envuelta en un halo de misterio y de leyenda, como las que sitúan su origen en Yemen o Etiopía.
Si esto fuese cierto, la reina sería de piel negra, como se ve en algunas representaciones, pero aquí Lorena la muestra con piel blanca y no muy diferenciada del resto de personajes que la acompañan, siendo el único elemento que la identifica como reina la corona.
Parece ser que para mostrar ese origen exótico de la monarca la acompaña de dos doncellas de aspecto exótico y piel oscura.
En cuanto a los numerosos tesoros a los que alude la Biblia que llevó hasta Jerusalén no se ve ni rastro de ellos en la obra, probablemente porque estén dentro de las cajas que se están cargando en las diferentes barcas.
Fijémonos ahora en el resto de personajes, todos situados en primer término. La mayoría están afanados en su trabajo o inmersos en una conversación.
Todos están haciendo algo excepto el joven que aparece tumbado sobre una capa en una roca, al que podemos ver en la zona izquierda. Mira a lo lejos, con su mano sobre los ojos, cubriéndose del resplandor del sol naciente que se intuye en el fondo.
A la derecha, dos personajes de espaldas. Se han interpretado como quienes encargaron la obra. Inicialmente parece ser que fue el príncipe Camillo Pamphili quien encargó la obra a Lorena pero, al ser desterrado de Roma, no pudo recibir el cuadro.
A pesar de esto, el artista terminó la obra y escribió el nombre del nuevo comprador. Junto a la firma del pintor se puede leer «Faict povr son altesse le dvc de Bvillon a Romae 1648» es decir «Hecho para su alteza el duque de Bovillon en Roma en 1648». Quizá esos dos personajes nobles de espalda sean Pamphili y Bovillon.
Junto al impresionante paisaje marino con sol naciente, cabe destaca la arquitectura clásica que salpica toda la obra. Columnas, palazzo con pórtico y escalinata, un faro y un muelle se pueden distinguir. Al fondo, se intuye un edificio difuminado por la luz del amanecer.
Un poco más cerca, una torre y, a contraluz, a la izquierda, un bastión bajo que defiende el puerto. Ya más cerca del espectador se sitúa el imponente palacio con una inmensa escalinata y una arquitectura clásica.
Igual de impresionantes son las pilastras corintias que rodean y envuelven el edificio. A la izquierda, unas ruinas, también de arquitectura clásica.
A través de una construcción matemática, el pintor nos lleva hacia la lejanía, con un sol naciente cuyos reflejos plateados se aprecian más allá del horizonte. El agua parece infinita, salpicada por barcos de tres mástiles y barcas más pequeñas.
En definitiva, los cuadros de Lorena no tiene una finalidad moralizante como ocurría con las obras el Barroco, son más bien un reflejo de un tiempo pasado más puro y que transportan al espectador a lugares de ensueño.
BIBLIOGRAFÍA Y WEBGRAFÍA
DE LA PEÑA GÓMEZ, MARÍA PILAR; «Manual básico de Historia del Arte». Colección Manuales UEX-49. Cáceres, 2008.
HAGEN, RAINIER Y ROSE-MARIE; «Los secretos de las obras de arte. 100 obras maestras en detalle». Editorial Taschen. 2020.
VV.AA. Enciclopedia «Arte al detalle» Vol. s. XVII-XVIII. Barroco. Círculo de Lectores. Editorial DK.
MUSEO DEL PRADO