COMENTARIO HISTÓRICO ARTÍSTICO DE SAN JUAN BAUTISTA
CONTEXTO HISTÓRICO
No, no es Caravaggio. Se llama Roberto Ferri y no tiene nada que envidiar a los pintores más relevantes de los siglos XVI – XVII. Este artista italiano de 44 años ha sido bendecido por la luz de la excelencia, el toque del pincel que hace de un cuadro, una obra de arte.
Aunque son muchas las obras de Ferri que son pura magnificencia pictórica, el artista manifiesta cierta devoción por la mitología clásica y los pasajes bíblicos.
Encontramos lienzos en alusión a Ícaro (2007 – 2010), San Sebastián (2007 – 2010) o La muerte de la esfinge (2015). Su estilo es personal, fácilmente identificable: fondo oscuro, un personaje (o varios) semi desnudos en el centro de la composición en los que recae un ápice de luz produciendo un juego de sombras que deja entrever la escena con cierta violencia, algo de dulzura y un leve movimiento.
Y es que, es realmente complicado alcanzar la perfección anatómica de este artista. Sus obras están equilibradas al milímetro, tienen cierto realismo pero sin perder la idealización, son obras clasicistas pero sin perder la naturalidad.
Sigue la línea tenebrista con una potente plasticidad en las túnicas y pliegues pero sin alejarse de la realidad en la musculatura y anatomía.
Ferri baila sobre la línea roja que separa ambos estilos, juega con ella perfectamente y es consciente de que la suma del claroscuro con el realismo anatómico hace un perfect match que se ha convertido en su seña de identidad. Y por eso su imagen es tan singular a la par que icónica.
De todas las obras de Ferri, hablaremos de San Juan Bautista (2018). Estos tres lienzos representan a San Juan, el santo conocido como el precursor de Jesús por haber anunciado la venida del Mesías, así como por haber realizado su bautismo.
ANÁLISIS ICONOGRÁFICO
Hijo de Isabel y Zacarías, en las representaciones occidentales suele aparecer como un joven imberbe, con el torso desnudo, semi cubierto con un manto rojo pasión debido a que el cristianismo ha recordado a San Juan como el joven mártir.
Esta imagen viene inspirada en el pasaje que recogen las sagradas escrituras en el que San Juan Bautista es decapitado debido a la petición de Salomé a Herodes.
La obra de Giovanni Battista Caracciolo, Salomé con la cabeza del Bautista (1925 – 1930), recoge el momento como describen los evangelios de San Mateo, San Marcos y de San Lucas.
Otro tipo iconográfico en el que aparece representado en numerosas ocasiones es como predicador, por lo que aparece la imagen del santo acompañado de un cordero o con un báculo crucífero y cubierto con una túnica, como en la obra de Murillo, San Juan Bautista en el desierto (1665 – 1666), la de Francesco de Mura, San Giovanni Battista (1696 – 1782) o la de Juan el Bautista predicando por el desierto de Anton Raphael Mengs (1760).
También es el personaje principal en todas las representaciones del bautismo de Cristo y, en otros pasajes de la biblia, también es retratado como niño, junto con Jesús y la Virgen.
Esta túnica por la que aparece cubierto el santo es de un fuerte rojo pasión.
Este color también transmite una potente carga iconográfica ya que está estrechamente asociado a la sangre que derramó el mártir en el momento de su muerte así como al rojo de la pasión de Cristo, momento en el que San Juan estuvo presente junto a la Virgen María.
En última estancia y en un sentido más deducible, el rojo de San Juan representa el amor y devoción que sentía por Jesús. Este mismo rojo lo vemos en la figura de otros santos y mártires como San Jerónimo.
El blanco, por otro lado, significa pureza en sus acciones, benevolencia e inocencia y servicio a Dios.
Pero volvemos a esta interesante trilología de Roberto Ferri. Las tres imágenes pertenecen al mismo personaje, el cual aparece con gestos de propagar la palabra, con el brazo extendido y la mano rígida apuntando a la escena fuera del cuadro.
Recuerda a la mano de La creación de Adán, de Miguel Ángel Buonarrotti (1511), cuyos brazos y manos en tensión parece que van a tocarse en cualquier momento.
Extiende el brazo como ofreciendo la palabra de Dios a quien quiera escucharla, y porta en su otro brazo, el báculo crucífero. Aparece recostado en una piedra y con la espalda en un leve escorzo que indica un suave movimiento, lo suficiente como para mostrar el juego de claroscuro y destacar la anatomia.
El estudio del torso es impecable, dejando ver una destreza de la técnica propia de los artistas más significativo del academicismo y el tenebrismo. La incidencia de la luz es perfecta, en ocasiones un tanto escasa, pero Ferri aprovecha la sombra para crear el relieve.
No obstante, el color de la túnica, tanto el rojo como el blanco, son lo suficientemente fuertes como para destacar en ese ambiente tenue y poco iluminado.
La figura emana del fondo del lienzo gracias a la potencia del color que emerge del claroscuro y la técnica cuidada y limpia de un dibujo realista, pero levemente idealizado y fantasioso.
Formando una mezcla homogénea que funciona a la perfección, el resultado es una imagen llena de simbolismo enmarcada en una estética academicista que hacen de Ferri, un rara avis en nuestros tiempos.
BIBLIOGRAFÍA
Revilla, Federico; Diccionario de iconografía y simbología, p.404 – 405, Editorial Cátedra.