COMENTARIO HISTÓRICO ARTÍSTICO DE SUEÑO DE UNA TARDE DOMINICAL EN LA ALAMEDA CENTRAL
ANÁLISIS FORMAL
La pintura mural que se empieza a generar en México durante las primeras décadas del siglo XX abre un nuevo camino para los artistas que quieren expresar su trabajo lejos de las instituciones museísticas.
La mayoría de las composiciones artísticas que surgen en estos momentos están cargadas de un componente político-social importante.
Algunos artistas, como es el caso de Diego Rivera, se vieron comprometidos e identificados con los valores y principios revolucionarios, y pusieron de manifiesto la soberanía y la lucha del pueblo mexicano a lo largo de la historia.
Diego Rivera, después de haber viajado por Europa y EE.UU, absorbió las técnicas y conocimientos de todas las corrientes artísticas y vanguardistas del momento.
No obstante, mantuvo su personalidad en sus obras murales. Podemos apreciar en sus trabajos una conjugación entre las tradiciones artísticas europeas y el pasado prehispánico, acompañados de un contenido social y político.
Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central es una síntesis de los 400 años de la historia de México – desde la conquista española hasta la Modernidad – plasmada en una serie de acontecimientos y personajes claves.
Una historia envuelta de revoluciones, guerras y periodos de paz que contribuyen a conformar ese México fuerte y reivindicativo. Rivera pintó este mural para el comedor del desaparecido Hotel del Prado situado en un costado de la Alameda Central.
Actualmente, la obra se encuentra en el Museo Mural Diego Rivera.
ANÁLISIS ICONOGRÁFICO
El parque de la Alameda Central se funda a finales del siglo XVI por el octavo virrey (que está representado a la izquierda del mural con quevedos y cuello de gola), y fue un lugar únicamente reservado para la élite española.
Rivera narra una historia de México introduciendo a casi 150 personajes, entre ellos amigos y familiares suyos, vemos el jolgorio que se representa a través de la banda de música (al fondo, a la derecha del mural), los globos y molinillos de viento que entretienen a niños y niñas, y la venta de comida.
Este mural se lee de izquierda a derecha y comienza con la representación de los conquistadores españoles: Hernán Cortés con las manos ensangrentadas, como símbolo de la muerte y la destrucción del testimonio de la cultura mexicana.
A su lado, aparece fray Juan de Zumárraga, primer arzobispo cuya labor fue convertir a los indios al cristianismo, y a él se debe la pérdida de todos los escritos acerca de la cultura prehispánica.
Detrás, aparecen los y las condenadas por la Santa Inquisición, institución político-religiosa que se trasladó desde Europa a América para sentenciar y castigar a todo aquel que no creía en la doctrina y la fe católica.
Los siguientes personajes rememoran los tres momentos políticos importantes de la historia de México: la Independencia, la Reforma y el Segundo Imperio.
Vemos representados a Benito Juárez, máximo exponente de las ideas liberales en los años treinta del siglo XIX. Debajo de B. Juárez se encuentra Ignacio Ramírez – con cabello y barba blanca – el cual sostiene en sus manos una inscripción que en un inicio decía: “No hay Dios”.
Esta frase causó un gran escándalo y tuvo que modificarse a “Conferencia en la Academia de Letrán de 1836”.
No obstante, esta modificación no deja de ser una alusión a esa conferencia que Ramírez dio cuando era estudiante, sosteniendo las tesis ateístas, y que son un rechazo al poder religioso y clerical.
Representando a ese Segundo Imperio está el archiduque austriaco Maximiliano (de ojos azules y barba pelirroja), acompañado de su mujer Carlota.
Su falta de experiencia en la política y en el ejercicio de poder dio lugar a su derrocamiento y, por ende, a su fusilamiento.
En el centro de la composición vemos a varios personajes que se identifican con la alta sociedad de la época, se trata del período del porfiriato (1876-1911), en donde vemos la representación de la hija (dama de azul) y de la primera mujer del dictador, Porfirio Díaz, elegantemente vestidas.
El artista señaló el eje de la composición, en este caso marcada por la muerte encarnada por un esqueleto vestido como una mujer, con boa de plumas y tocado con un sombrero.
Representa esa conexión entre el mundo de los muertos y el mundo de los vivos; la cercanía que hay entre los seres queridos que están en el más allá y los que aún siguen en la tierra.
La fusión que Rivera hace entre un mundo y otro tiene que ver con la tradición que las culturas prehispánicas celebran en este período: El Día de los Difuntos.
Esta costumbre que pervive en muchas de las culturas andinas consiste en mantener viva la memoria de sus muertos y los homenajean a través de un ritual en el que todos participan comiendo y bebiendo cerca de las tumbas de sus seres amados.
Quizá, la representación de este personaje tan peculiar – y a la vez tan popular – simbolice esa memoria histórica de lucha y rebeldía de sus antepasados frente a los invasores.
Asimismo, esta representación es el homenaje que el artista hace a su maestro plástico José Guadalupe Posada – representado al lado de la muerte – creador de las y los famosos catrin y catrinas.
Agarrado a la mano de la muerte aparece el artista, Diego Rivera, vestido como un niño de cuyos bolsillos salen una rana y una culebra. Detrás, su mujer, Frida Kahlo, tocándole el hombro en actitud de protectora y sosteniendo el Ying y Yang.
Otro personaje de relevancia que está en el centro de esta composición es José Martí, poeta y padre de la independencia de Cuba.
La parte derecha de la composición viene a narrar todas las revueltas populares y campesinas que se generaron a lo largo del siglo XX, acompañados de personajes relevantes para la historia del país.
En la parte superior derecha vemos a Francisco Madero, quien saluda con su sombrero, considerado revolucionario pero de origen privilegiado, se unió a la lucha de los zapatistas para derrocar la dictadura que por 30 años se había mantenido en el poder.
Sin embargo, una vez conseguidos sus objetivos políticos, dejó a un lado a los generales revolucionarios, como Emiliano Zapata. Su muerte fue igualmente trágica, pues fue arrestado por los oficiales y fusilado por los soldados de camino a prisión.
Toda esta zona del mural representa esa resistencia de los pueblos indígenas, del campesinado y del proletariado frente al imperialismo estadounidense y colonialismo europeo, que ha violentado por siglos a los pueblos originarios de América.
También es una crítica hacia ese concepto europeo sobre el individualismo del hombre, pues para el pueblo mexicano la comunidad es una forma de vida que se aleja de la competitividad entre unos y otros.
Igualmente, Diego Rivera refleja la participación activa de la mujer durante los procesos revolucionarios, y la representa con un arma al lado del zapatista que monta a caballo.
Los demás personajes que están en la parte inferior de todo el mural simbolizan esos enfrentamientos entre las fuerzas de seguridad, los campesinos y pueblo en general.
Son la representación de todas esas personas que sufren los ciclos políticos: indios, campesinos, pobres y ciudadanos. La raza como instrumento para diferenciar y clasificar a la población indígena condujo a la exclusión y al empobrecimiento de los territorios en donde habitaban.
Diego Rivera quiso plasmar esta violencia y abuso a través de su arte. Los muralistas eran conscientes de que su crítica tenía que llegar a todos los rincones del país y, por ello, muchas obras fueron censuradas, incluida esta. Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central estuvo tapada por una pared durante 7 años.
Los muralistas como Diego Rivera, llevaron el arte a los espacios públicos para que sea de uso común.
Simulando a los frescos de las iglesias de la Edad Media para evangelizar a los fieles, estos murales servían para expresar tradiciones, ideas y pensamientos relacionados con la comunidad y el trabajo colectivo.
Se trata de una forma de concienciar a la ciudadanía en general del maltrato y abuso de poder de las élites y oligarcas.
Actualmente, todos los mexicanos y mexicanas pasean con sus familias los domingos en la tarde por la Alameda Central, quizá ingenuos a su propia historia que aún queda por narrar.
BIBLIOGRAFÍA
-BARGUELLINI, C.: “Diego Rivera en Italia”, Anales del Instituto de Investigaciones Estéticas, Nº 76, pp. 85-136.
-HAGEN, R.M., HAGEN, R.: Los secretos de las obras de arte, Colonia, 2014.
-MEJÍA NÚÑEZ, M.: “Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central”, Sincronía, Nº 2, 2006.