COMENTARIO HISTÓRICO ARTÍSTICO DE UTA DE NAUMBURGO
CONTEXTO HISTÓRICO
Había una vez una noble alemana nacida alrededor del año 1000 que vivía en una bonita ciudad del Sacro Imperio Germánico.
La bella doncella llamada Uta de Naumburgo o de Ballenstedt (conocida así por ser su lugar de origen), pertenecía a la casa de Ascania, una de las familias más poderosas e influyentes en la Sajonia medieval.
Esto la hacía ideal para establecer alianzas políticas por lo que sus padres la casaron pronto por dichas razones. El elegido: Ecardo II, el margrave de Meissen. Esta era una zona estratégica en el control de fronteras para el Sacro Imperio Alemán.
Durante su vida Ecardo II tuvo éxito en sus decisiones políticas y militares lo cuál repercutió en un matrimonio estable. Fecundo en el poder aunque no en la descendencia. El linaje se extinguió con la muerte de los esposos. Sin embargo esta contrariedad no significó el olvido de Ecardo y Uta, que pasarían a la historia por razones que ellos no imaginaban.
ORIGEN DE NAUMBURGO
La historia comienza cuando deciden trasladar la sede del obispado de Zeizt a Naumburgo entre 1028 y 1029 por razones defensivas.
Esto implicó la creación de una nueva construcción arquitectónica que primero sería una parroquia y posteriormente una catedral. Por supuesto, los donantes debían estar presentes para la posteridad.
Lo curioso es que cuando este traslado se produjo, en el Sacro Imperio Germánico dominaba el románico. Y bajo este estilo se construyó la primera edificación en la ciudad de Naumburgo.
No fue hasta años después cuando se transformó en catedral y todavía hubo que esperar a los siglos siguientes para que fuera cambiando sus partes, reformándose y adaptándose a los nuevos gustos, en este caso el gótico.
Fue a mediados del siglo XIII cuando llegó la hora de cambiar el ábside de la iglesia. En ese momento se encargaron una serie de figuras al llamado “Maestro de Naumburgo”. Este realizó varios retratos completos en piedra policromada.
Los restos de esta policromía todavía pueden apreciarse pues se conservan levemente. Esta es una prueba más que no ayuda a recordar el colorido y fastuosidad de las iglesias en el medievo, lejos de la asociación a piedra blanca y desnuda que tenemos hoy.
A través de los rasgos, pero también a través de los colores, se intentaba transmitir una idea, y representar el mundo real que los habitantes que frecuentaban la iglesia conocían. Mundo que, por supuesto, estaba lleno de colores que iban más allá del blanco y negro.
EL GÓTICO LO CAMBIA TODO
La llegada del gótico fue un giro en la manera de concebir el arte hasta ese momento. Se quería superar la representación del románico en el que la idea primaba por encima del estilo. Ir más allá y buscar una personalización en los rasgos de los distintos personajes que se representaban.
Esto se unía al cada vez más habitual gusto de introducir personajes seculares que pudieran identificarse dentro de un escenario religioso. Más allá de los santos, la virgen, Jesús o los ángeles, se representaban personas que se podían distinguir claramente. Ya fuera por sus distintivos, o en este caso por su rostro.
PROBLEMAS CON LA IDENTIFICACIÓN
Es importante destacar que la realización de esta obra es polémica ya que cuando el Maestro de Naumburgo esculpió este maravilloso rostros, la noble ya había muerto, por lo que no se sabe hasta qué punto se trata de un retrato fidedigno o quizás esté idealizado.
El hecho de que fuera una escultura rápidamente reconocida nos lleva a pensar que debió tener un parecido con la realidad, pero también es cierto que hay otros aspectos como la corona y el ropaje que nos ayudan a ubicar a los personajes en sus identidades.
DESCRIPCIÓN DE LA OBRA
Entre los rasgos que nos ayudan a reconocer a Uta encontramos una serie de indicativos que nos hablan de una dama noble. De arriba abajo encontramos una corona con flores de lis decorada con piedras preciosas y perlas.
Bajo la corona vemos una banda de lino que oculta el pelo, las mejillas y la barbilla de las mujeres casadas tal y como era costumbre en el siglo XIII.
En cuanto a la vestimenta, se trata de un traje de invierno formado por un manto rojo con detalles en oro destacando especialmente el broche que lo une todo sobre su pecho.
Uno de los rasgos más llamativos es el intento de movimiento que le otorga el maestro escultor. Como si la dama tuviera frío, Uta recoge parte de su manto con una mano para protegerse mientras que con la otra mantiene el resto del traje pegado a su cuerpo.
Este tipo de detalles conceden un gran realismo y dinamismo a la obra que se complementan con su actitud y dignidad. Todo el conjunto, a pesar de la novedad artística que se le imprimió, transmite aplomo, serenidad y templanza.
Es importante destacar hacia dónde dirige su mirada. No a su marido, ni al fiel, sino al altar. Con una expresión concentrada y podría estar siendo el ejemplo de mujer piadosa de su tiempo, que con una actitud tranquila acompaña a su marido con la vista siempre puesta en Cristo y su vida interior.
Aunque las huellas de los canteros de Naumburgo pueden encontrarse en Meissen y esta figura puede asemejarse en la vestimenta y pose con otras visibles en Reims, París o Amiens, la precisión en el tratamiento de los ropajes, la anatomía y los detalles elegidos hacen que esta sea, sin duda, una de las esculturas más notables no del arte Alemán sino de todo el gótico europeo.
UTA DE NAUMBURGO MÁS ALLÁ DEL TIEMPO
A día de hoy esta imagen es considerada como la encarnación de los cánones de belleza del arte medieval. Más allá de su belleza y la maestría de su representación, el rostro de Uta de Ballenstedt puede sernos familiar.
Y es que Disney la eligió para inspirarse en la malvada madrastra de Blancanieves para su largometraje de 1937. Una bella mujer del medievo alemán que no sólo quedó inmortalizada en la escultura que aquí analizamos, sino a la que se le dio vida en la película ganadora del Oscar de la academia.
Pero Disney no fue el único que eligió esta figura para inspirarse. El equipo de propaganda nazi también cayó rendido a sus pies y la consideraron como prototipo de la belleza aria.
Y no fueron los únicos. Umberto Ecco confesó en una entrevista que de tener que elegir con qué mujer iría a cenar de la Historia del Arte, esta sería Uta de Naumburgo.
Desgraciadamente con su muerte en 1046, acaba la vida de la margravina pero no así su legado. Porque gracias a su retrato en piedra podemos seguir admirando de forma más fascinante a Uta de Naumburgo un milenio después. Y los que quedan.
Una respuesta a «Uta de Naumburgo»
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