LOS ROBOS MÁS IMPRESIONANTES DE LA RUSSBOROUGH HOUSE
Hoy en día, existen numerosos expertos que no logran ponerse de acuerdo sobre si las obras de arte se encuentran más seguras ubicadas en un museo o en un domicilio particular. A lo largo de las últimas décadas se han producido infinidad de saqueos tanto en centros públicos como en residencias privadas, algunos especialmente llamativos, como la sustracción de dos docenas de pinturas de Van Gogh por valor de varios cientos de millones de euros de Museo Van Gogh de Ámsterdam, y otros que pasaron más desapercibidos a la opinión pública.
Según los cálculos del FBI los delitos contra el patrimonio cultural en todo el mundo mueven unos ocho mil millones de dólares anuales, lo que situaría el robo de obras de arte en el tercer lugar en la estadística de delitos tras el tráfico de drogas y el de personas.
Por lo general, cada vez que se produce un robo, se suelen intensificar las medidas de seguridad y se revisan los dispositivos de alarma. Aun así, existen numerosas pruebas de que este tipo de intervenciones no siempre eliminan el riesgo de que se repita el delito, como demuestran los casos de la Galería Bollard y de la colección de la familia Beit.
Aunque la Galería Bollard, situada en el número 5 de la Verdmühlestrabe de Zürich, ya había sido asaltada en 1987 y 1989, pronto demostró que la cosa no había hecho más que empezar. En junio de 1991 tres supuestos hombres de negocios solicitaron entrevistarse con el galerista Max G.Bollag. Cuando abandonaron la galería habían desaparecido tres cuadros de Picasso cuyo valor ascendía a 40 millones de francos. Posteriormente, en octubre de 1994, unos ladrones accedieron al local, cercano a la estación de ferrocarril de Zürich, a través del sótano del edificio contiguo, donde se encontraba la oficina municipal de obras y construcciones. Robaron siete obras de Picasso y una de Jules Pascin cuyo valor total, según la declaración del octogenario Bollag, era de 50 millones de francos. Afortunadamente, la mayoría de los cuadros se recuperaron en el año 2000.
Durante los siguientes procesos se puso de manifiesto la escasez de medidas de seguridad en la galería, como también el hecho de que las pinturas no estuvieran aseguradas. Bollag se justificó alegando que nunca le había gustado considerar las obras de arte como bienes con un valor económico que acaban marchitándose en una cámara acorazada, sino que deben permanecer a la vista del público. En el año 2001, apenas cuatro años antes de su muerte, el marchante dejó la galería en manos de su hija Arlette. Ésta reformó por completo el edificio y puso a buen recaudo las obras de mayor valor. Desgraciadamente, estas medidas hicieron desaparecer el viejo encanto del lugar. Hasta entonces la Galería Bollag tenía la apariencia de una clásica galería parisina de los años veinte, con las paredes completamente cubiertas de cuadros y abarrotada de catálogos y libros de arte hasta donde la vista alcanzaba. Era un paraíso para los amantes del arte y para coleccionistas en busca de tesoros ocultos aunque, para los visitantes acostumbrados al principio «una pared, un cuadro», podía resultar algo caótica. Probablemente Max Bollag era el único que conseguía manejarse con soltura, pues según cuenta la página web de la galería, no sin cierto orgullo, «resulta legendaria su capacidad para encontrar rápidamente lo que buscaba entre una inmensa montaña de papeles».
Como nos demuestra el caso de la Galería Bollag, la escasez de medidas de seguridad suele resultar muy atractiva para los ladrones. Aunque los museos no siempre poseen los más avanzados sistemas de protección, está demostrado que las colecciones privadas suelen ser más accesibles para los ladrones de guante blanco, como sucedió en la hacienda de la familia Beit con una de la últimas pinturas de Jan Vermeer que todavía se encuentran en posesión de coleccionistas privados, la famosa «Dama escribiendo una carta con su criada«.
Teniendo en cuenta que los únicos habitantes de Russborough House, una antigua mansión no muy lejos de la localidad irlandesa de Blessington sin especiales medidas de seguridad, eran un anciano matrimonio junto con un pequeño grupo de empleados y sus innumerables y valiosas obras de arte, era cuestión de tiempo que los ladrones pusieran sus ojos en ella. El hecho de que allí se encontrara la renombrada colección del multimillonario Alfred Beit y que fuera asaltada cuatro veces en tres décadas resultaba tan sorprendente como los motivos de los asaltantes. Las razones que llevaron a los ladrones a irrumpir salvajemente en Russborough house iban desde cuestiones políticas a otras meramente económicas, puesto que los cuadros robados debían servir tanto para liberar a varios presos de la organización clandestina IRA como para permitir que el jefe de una banda irlandesa de malhechores se hiciera un hueco en el mundo del narcotráfico.
La mansión palaciega de estilo manierista estaba situada en las montañas de Rickmore, a unos 30 kilómetros de Dublín, y era propiedad del multimillonario Sir Alfred Beit y de su esposa, Clementine. Beit era el heredero de toda una dinastía dedicada a la explotación de minas de diamantes. Su tío, procedía de una familia de judíos sefarditas que vivía en Hamburgo. A finales del siglo XIX, cuando apenas contaba con 17 años de edad, abandonó su tierra natal para marcharse a Sudáfrica, donde participó en la fundación del imperio De Beers.
Tras su muerte a causa de de una apoplejía, su hermano Otto no sólo heredó toda su fortuna, sino también la inmensa colección de arte de la familia. En 1930 Otto Beit legó todas sus posesiones a su hijo Alfred que, tras estudiar en Eton y en Oxford, se convirtió en diputado del Partido Conservador. Posteriormente, tras servir en la guerra con la Royal Air Force, Beit contrajo matrimonio con Clementine Mitford y abandonó Sudáfrica para hacerse cargo de la fortuna de los Beit en la época en que comenzaba a instaurarse el Apartheid. En 1952 Sir Alfred Beit adquirió la mansión neoclásica de Russborough, una residencia de más de cien habitaciones cuya principal función era albergar la colección de arte de la familia que incluía cuadros de Rubens, Ruisdael, Gainsborough, Goya, Guardi, Belloto y Canaletto y cuya obra más destacada era, la Dama escribiendo una carta con su criada.
Hasta el año 1978 para visitar la legendaria colección de la familia Beit era necesario concertar una visita, por lo tanto resultó algo extraño cuando la noche del 26 de abril de 1974, sobre las 10 de la noche, una mujer llamó a la puerta principal del edificio y, con marcado acento francés, pidió que la dejaran entrar. En aquel momento Lord y Lady Beit se encontraban en la biblioteca escuchando música clásica.
Cuando su sirviente abrió las puertas de la casa tres hombres jóvenes irrumpieron en el lugar armados con pistolas y obligaron a Alfred Beit y a su esposa a volver a la biblioteca donde los maniataron. Uno de los miembros el servicio que estaba tomando un baño en el piso superior, fue obligado a vestirse rápidamente y recluido junto a sus señores. Los asaltantes, utilizando un destornillador, se apresuraron a recortar de sus marcos 19 de las más valiosas obras de arte entre las que se encontraban tres pinturas de Rubens, dos de Gainsborough, una de Goya y una de Vermeer para,tan sólo diez minutos después, huir en un Ford Cortina de color plateado.
Poco tiempo después llegó una carta de la organización terrorista IRA. A pesar de que pedían un rescate de un millón y medio de libras por los cuadros robados, por lo visto el dinero no era su principal preocupación. La organización exigía la liberación de las hermanas Dolours y
Marian Price, que habían sido condenadas a cadena perpetua por un atentado con bomba y que poco antes del asalto a Russborough House se habían declarado en huelga de hambre en la prisión de Brixton. Asimismo, otros cuatro miembros de la organización que también habían sido sentenciados por atentados con bomba, debían sr trasladados a una prisión de Belfast. La policía irlandesa no solo no cedió a las presiones, sino que intensificó las pesquisas. Once días más tarde se encontraron cinco de las pinturas, visiblemente deterioradas en el vestidor de una casa en Glandore, en la cosa del sudoeste de Irlanda, y el resto en el interior de una barca atracada en la playa. La vivienda había sido alquilada por Rose Dugdale, la hija de un millonario que se encotraba en busca y captura por otros delitos. ésta se había encargado de custodiar los cuadros de la colección Beit durante once días y por este momentos fue condenada a once años de prisión.
El segundo asalto a Russborough House se produjo doce años después y, aunque no resultó tan espectacular como el primero, tuvo en jaque a las fuerzas policiales del mundo entero. Tras las primeras investigaciones se descubrió que el cabecilla de la banda era Martin Cahill, conocido en el submundo irlandés con el título de El General. La noche del 21 de mayo de 1986 los 13 miembros de la cuadrilla se introdujeron a hurtadillas en el jardín de la mansión y, amparándose en la oscuridad de la noche, uno de ellos recortó la vidriera de una de las ventanas, se introdujo en la casa e hizo saltar la alarma. El resto de los ladrones observaron desde un arbusto la llegada de la policía, esperaron a que se marcharan, convencidos de que se trataba de una falsa alarma, y se hicieron con 18 pinturas. El propio Cahill se encargó se llevarse el Vermeer. Posteriormente, abandonaron siete de los cuadros en una cuneta. Más adelante, el oficial de Scotland Yard Charles Hill reconstruiría el recorrido que hizo el resto del botín. Éste averiguó que Cahill había llevado a cabo el robo para financiar su introducción en el tráfico de heroína en las Islas Británicas.
Años después otros grupos de ladrones se interesaron por la valiosa colección de arte de Russborough House. A pesar de que, tras la muerte de Alfred Beit en 1994, la familia cedió a la National Gallery de Irlanda algunos de sus cuadros más importantes, entre los que se encontraban las obras recién recuperadas de Vermeer, Metsu y Goya, la mansión seguía repleta de cuadros de un valor incalculable. En esta ocasión la policía irlandesa atribuyó el asalto a Martin Foley, uno de los hombres de confianza de Cahill, conocido como La víbora, y que había participado en la anterior incursión en Russborough House.
Aproximadamente a la una menos veinte un grupo compuesto de la menos 3 personas se acercó al lugar del crimen en dos vehículos, un Mitsubishi Montero y un Volkswagen Golf de color azul, tras haber realizado un trayecto de unas dos horas. En aquel momento había unas 20 personas en la casa, entre las que se encontraba Lady Clementine Beit, que se había retirado a descansar. Los asaltantes, que iban enmascarados, ascendieron los 20 escalones de la escalinata sin bajarse del todo terreno y lo estamparon contra la puerta principal. Seguidamente se introdujeron en la sala de música y se hicieron con el Retrato de Madame Baccelli de Gainsborough, que ya había sido robado en 1974 y 1986, y Vista de Florencia en dirección al Ponte Vecchio del pintor veneciano Bernardo Bellotto. A continuación intentaron, en vano, prender fuego al Mitsubishi.
Más tarde, la policía encontró en su interior un pedazo de cartón, unos guantes de plástico y algunas fibras de las ropas de los asaltantes. El vehículo había sido robado en el barrio dublinés de Crumlin, donde se encontraba le cuartel general de la banda de Cahill. El superintendente Sean Feely no dudó en calificar el modo de actuar de los ladrones de «auténtica chapuza«. Estos huyeron en el Volkswagen Golf en dirección a Russeltown Park, donde abandonaron el vehículo, no sin antes prenderle fuego (esta vez si lo consiguieron). Tres meses después, el 28 de septiembre de 2001, la policía hayó los dos cuadros en una casa al sur de Dublín. Todo parecía indicar que fue gracias al chivatazo de un delincuente a cambio de que le asegurarán la impunidad. No obstante, el dominical Sunday Independent publicó que éste habría recibido una recompensa de 300.000 euros. Al final, no se llevó a cabo ninguna detención y la policía de Dublin se negó a hacer comentarios.
Apenas un año después, la historia se volvió a repetir. Por cuarta vez en algo menos de tres décadas la mansión de los Beit sufrió su nuevo asalto. Todo sucedió la mañana del 29 de septiembre de 2002, cuando un grupo de ladrones se acercó a Russborough House en un todoterreno negro y, tras aparcarlo en un lugar cercano, se introdujeron en la casa por la parte posterior y robaron el Retrato de un monje domínico y Venus y Marte de Rubens; La adoración de los pastores de Adrián van Ostade; Campo de trigo de Jacob van Ruysdaels, y Mar en calma de Willem van de Velde. Casualmente hacía solo seis semanas que la policía había localizado el retrato de Rubens, que permanecía desaparecido desde 1986.
Aunque la alarma del sistema de seguridad saltó inmediatamente, cuando la policía llegó al lugar, los ladrones ya habían huido. De nuevo un soplo ayudó a la policía a capturar a Thomas Douglas y a su esposa Noleen, de algo más de 20 años, justo dos días antes de Navidad. Las cinco pinturas se encontraban en el desván de su casa de Condalkin, cerca de Dublin, rodeado de montañas de ropa. Aquella misma noche el juez encargado de la investigación dictó prisión incondicional. Tampoco está vez se pudo demostrar la existencia de un instigador y, a pesar de que uno de los agentes insinuó que el responsable de este cuarto asalto había tomado parte en dos de los anteriores allanamientos, las autoridades se limitaron a señalar que se trabaja de un estrecho colaborador del difunto Martín Cahill. En ningún momento se mencionó a Martin Foley y, una vez más, se juzgó solamente a colaboradores cuya implicación era relativamente importante.
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