CRISTINA DEL ROSSO TE ENSEÑA A PINTAR
No me vengas con que no tienes talento. No todos podemos ser Paco de Lucía, pero no por eso vamos a dejar de tocar la guitarra, ¿no? Todo depende de las ganas y la ilusión que tengas. Ahora, si quieres emular a Velázquez, tendrás que sentarte horas y horas con los pinceles, ensayo-error, ensayo-error… Como todo en esta vida.
La gente se desanima porque no ve resultados o se siente muy torpe. Generalmente, hemos tenido muy poca formación artística en la escuela. (¿Quién se tomaba en serio las clases de Plástica?) El arte edifica el alma, nos hace mejores, acompaña, cura, nos enseña a mirar y comprender nuestro mundo… Si te animas, yo te enseño.
¿Qué es eso de pintar? Nuestros antepasados cavernícolas ya pintaban. Siempre tuvimos ganas de representar nuestro entorno. Pintaban con lo que tenían a la mano: arcillas, tizas, carbón… No ha cambiado mucho desde entonces: con trementina, con estudios de anatomía, la cosa, en esencia, es más o menos lo mismo.
La Pintura es una disciplina artística que se basa en la bidimensionalidad, el plano. Hay que luchar contra esta limitación constantemente: por eso inventamos la perspectiva, que nos produce la sensación de profundidad. Después de todo, la Pintura es una ilusión óptica.
Desde las cavernas, la Pintura ha hecho un recorrido muy largo, con idas y venidas, una y otra vez. Egipto, Grecia y Roma hicieron lo suyo. Luego vinieron los bárbaros y arrasaron con todo, mientras unos copistas en los monasterios se dedicaban a salvar lo que podían. Sabían dibujar, sabían pintar, pero faltaba algo. Pintaban con témpera: pigmentos diluidos con agua y, generalmente, con yema de huevo y sobre tablas de madera. En los muros, con la técnica del fresco: sobre el mortero aún fresco se colocaban los colores en las zonas previamente delineadas. Luego, se retocaban algunas partes en seco.
Para el fresco había que ser muy rápido y no servía en lugares húmedos, como Venecia. La pintura al temple es muy buena y dúctil para los detalles, pero se seca demasiado rápido, no es elástica, no facilita el difuminado y, cuando se seca, los colores se oscurecen. Había que buscar una solución.
Cuenta la leyenda que Antonello da Messina fue a visitar a Jan van Eyck vestido de mercader veneciano (Venecia era la proveedora de pigmentos) y ofreciéndole esto y lo otro descubrió cuál era el secreto de la luminosidad y perfección de las obras de los del norte. Mezclaban los colores con aceite. En realidad, esto se hacía desde hacía mucho, p.ej., en las miniaturas. Se empezó a usar en varias partes casi simultáneamente, aunque es cierto que van Eyck hizo maravillas y que da Messina fue el que lo introdujo en Italia.
La pintura al óleo se basa, entonces, en pigmentos más aceite (no cualquier aceite, por favor: ya te lo explicaré más adelante). No se diluye con agua, sino con trementina. Se desliza suavemente, tarda en secar (con lo cual se puede corregir todo lo que quieras), permite detalles y los difuminados. La luz penetra en todas esas capas transparentes y multiplica los matices. Si nunca pintaste al óleo, verás que es como untar un pan con mantequilla o mezclar una mayonesa. (Es sólo una comparación, ni se te ocurra comértelos: son altamente tóxicos.)
¿En qué se diferencia de otras técnicas? El acrílico es lo más parecido en cuanto a consistencia. Pero no tiene nada que ver: son resinas plásticas, muy emparentadas con las pinturas que usamos para las paredes de nuestras casas. Fue inventado para solucionar el problema de la pintura mural, eso que te contaba antes acerca del fresco. Se diluye con agua, no tiene los olores penetrantes de la trementina. El problema es que se seca demasiado rápido.
Aunque esto mismo te salva cuando quieres ir a pintar a algún lado y no te puedes venir con los óleos aún frescos en el avión… Hay personas que lo prefieren al óleo porque no hace olor o por alergias. Para ser más gráfica (y siguiendo con la gastronomía, que la Pintura tiene mucho de cocina): la diferencia sería más o menos como la que hay entre una pizza congelada y una amasada por la mamma italiana. No me malentiendas: el óleo es algo orgánico, natural. Se expande, se añeja, se oxida, tiene vida propia… como los buenos vinos. El acrílico es un producto de laboratorio, artificialmente perenne. (Ya sé, me vas a decir que hoy en día nuestros tubos también traen colores de laboratorio… pero eso te lo cuento otro día.)
Existen desde hace poco los óleos al agua (vaya contradicción). Si tienes algún impedimento para usar el óleo propiamente dicho, te pueden servir. A mí no me convencen, pero ésa es una opinión personal. Si tienes alergias y quieres usar óleos normales, puedes usar guantes. Si el problema es el olor de la trementina, existen en el mercado diluyentes apropiados.
Otra opción son los alquídicos. También son resinas plásticas, se pueden diluir con agua o con aceite, o sea, como acrílico o como óleo. No hacen olor. Se pueden mezclar con óleos normales. Secan rápido, son luminosos y tienen la consistencia del óleo. La única contra que les veo es que se nota mucho que son plásticos.
¿Y la acuarela? Es pariente de la témpera y del fresco. Se diluye en agua y se trabaja sobre papeles especiales. Se venden en pastillas o en tubos: va según el gusto de cada uno. La ventaja es que seca rápido y es fácilmente transportable. La desventaja: no vas a conseguir nunca la luminosidad y la ductilidad del óleo. La técnica es totalmente diferente a la del acrílico o la del óleo: mientras en éstos se trabaja desde capas más oscuras y la luz es la guinda de la tarta, en la acuarela se parte de lo claro y se termina con lo oscuro. Y el blanco puro es simplemente el papel sin pintar. Son raros los pintores que han sido buenos en las 2 técnicas, p.ej.: Turner y Sargent.
¿Te animas? ¿Qué técnica prefieres? Si te animas con el óleo, la próxima te cuento cuáles son los materiales y para qué sirven.
BIBLIOGRAFÍA
DOERNER, Max: Malmaterial un seine Verwendung im Bilde, 1985.
EASTLAKE, Charles Lock: Methods and materials of painting, 2001.
MAYER, Ralph: The artist’s handbook of materials and techniques, 1991.
NERDINGER, Winfried: Elemente künstlericher Gestaltung, 1986.