Quién fue Hélène de Beauvoir, la pintora y feminista francesa
“Si fuera una gran pintora, me gustaría hacer cuadros humorísticos, pero de cuya comicidad tan sólo me percatase yo […] El pintor debe mostrar a cada uno lo que quiere ver, y reservarse siempre para él un pequeño rincón, para poder reírse en voz baja” nos comentaba Hélène en su obra “Souvenirs”.
Desde una temprana edad la pintora pasó muchas horas contemplando las obras expuestas en las exposiciones del Louvre. Una extraña fuerza en su interior la motivaba a analizar y apreciar los colores y las pinceladas como nunca antes había apreciado un elemento; mas Hélène no se atrevía a imaginar semejante futuro para ella.
No fue hasta años después, ya adulta, cuando la pequeña de Beauvoir confesó que no se atrevía a imaginar un futuro como pintora porque ella misma no se dejaba hacerlo; no era capaz de asimilar que sus obras podrían ser admiradas por otra persona o que ella genuinamente tenía talento para lo que la avivaba por dentro, para su verdadera pasión.
Además, ella era mujer, y la historia del arte trataba sobre todo de los pintores masculinos, algo que le minaba cualquier tipo de esperanza o deseo de dar lugar a sus impulsos creativos; quería encontrar en las paredes inspiración, pinceladas trazadas por mujeres, pero raramente las hallaba y ello la desanimaba y la entristecía a partes iguales.
A sus 25 años, en enero de 1936, Hélène expuso sus cuadros por primera vez, algo que supuso un giro en su vida. Picasso visitó esta exposición, al finalizar el recorrido dio su veredicto “Su pintura es original”, comentario que dejó sin habla a la artista. “Todos los jóvenes pintores, […] lo copiaban. Yo era una de las pocas que no lo intentaban, por eso era original. […] Quien copia el talento es porque no lo tiene” comentaba la pequeña de las de Beauvoir tras la visita del artista malagueño.
Pasado el tiempo tomó matrimonio con Lionel De Roulet, y comenzaron a residir en Portugal, donde a la vez que daba clases de francés en el Liceo y en el instituto –entre clase y clase– transportaba al lienzo a los campesinos, los aldeanos y los pescadores portugueses, –entre otros– animada por su marido. Tras esto se trasladaron a Yugoslavia y posteriormente a Marruecos, cada país que visitaba le proporcionaba nuevas temáticas que representar. Durante la época de los 50 –a inicios–, Hélène leyó la opinión que su hermana había redactado sobre las mujeres artistas en el ahora clásico, “El segundo sexo” algo que le rompió el corazón y que marcará su vida para siempre.
La estancia en Marruecos de los De Roulet fue breve. El Ministerio de Asuntos Exteriores había propuesto a Lionel para un ascenso en Italia. Allí –en Italia– pintó sus Mondines, campesinas que se pasan días y días replantando arroz. Hizo varios cuadros y tenía pensado hacer muchos más; la relación de esas mujeres con el agua, el cielo y la tierra le interesaban mucho, sus gestos, le recordaban a los de las portuguesas que esbozó en las salinas y quería rendir así homenaje a oficios que casi no se veían en la Francia de la época. En Milán, donde residieron ocho años, tuvo su primer taller.
Pintó obras realistas y también otras abstractas, donde destacamos los creados durante su estancia en Venecia llenos de luces y colores, en vez de mezclar los colores y las tonalidades, los había yuxtapuesto, jugando así con las perspectivas y los puntos de fuga. El espacio ocupaba un lugar primordial en la pintura aunque ella aún estaba buscando a tientas las características del suyo. Intentando desmarcarse de las modas, Hélène había renunciado a los estudios de la perspectiva conformes a las ideas del Renacimiento, volviéndose así de manera espontánea hacia la pintura abstracta.
Tras tantos años de dicha en Italia, al volver a su París natal, la ciudad le pareció lúgubre. Únicamente residió tres años en la misma y, tras ellos, el matrimonio hizo las maletas para marcharse a Estrasburgo sin saber que volverían a Francia poco después. Tras la muerte de su progenitora, Hélène comenzó a realizar grabados al buril, ninguno representaba a su madre, pero todos evocaban la separación. Sus grabados, con el paso del tiempo, fueron cada vez más tristes.
La Revolución estudiantil de Mayo de 1968 marcó la pintura de Hélène. Su estilo –aunque abstracto– era menos abstracto que el de sus contemporáneos y sus cuadros comenzaron a molestar a una Francia traumatizada por el gobierno. Expuso sus obras pero permaneció a la sombra de su hermana Simone, en los artículos la comparaban siempre con ella, quedándola permanentemente en segundo plano.
Alrededor de 1972, sus obras comenzaron a representar un estilo entre abstracto y “naif” a la vez que continuaba creando otras pinturas que reflejaban un ambiente más sombrío. El suicidio de una profesora de instituto la inspiró para crear su obra Un hombre entrega a una mujer a las bestias (1977) donde vemos sus primeras pinturas dedicadas –en su totalidad– a la causa feminista y a la denuncia de la situación de la mujer.
A modo de resumen, su repertorio artístico siempre ha rechazado tanto las imposiciones de la imitación como la aridez de la abstracción, y ha sabido encontrar un equilibrio, cada vez más sabio, entre las invenciones formales y las referencias de la realidad.
Su hermana Simone, en sus textos, nunca reflejó ningún tipo de caridad hacia las mujeres pintoras, algo que siempre molestó a la pequeña porque ¿Cómo alguien que había conseguido tanto despreciaba y desprestigiaba algo que le tocaba tan de cerca? ¿Por qué no le ayudaba su propia hermana? casi parecía tener en casa a su propio enemigo. Sumado a esto, Simone la desheredó para dejar así su legado a Sylvie, una chica que había adoptado junto a Sartre; cabe añadir que Simone tampoco le dejaba a Hélène expresar su opinión públicamente en torno a sus críticas. Pese a todo esto, Hélène siempre defendió y quiso a su hermana.
A la edad de 76, Hélène seguía pintando y su marido falleció poco después. A los pocos meses de la muerte de su compañero llegaron a sus manos las correspondencias entre Simone y Sartre donde leyó estupefacta la opinión de su hermana sobre ella, las críticas acuchillaron a la pequeña Hélène en lo más hondo de su alma.
Toda su vida era una mentira, su mayor ídolo, la persona que más amó, su propia hermana, la denigró de forma más intensa que nadie. Cabe resaltar que estas cartas vieron la luz cuatro años después de la muerte de Simone por lo que Hélène nunca pudo hablar con su hermana de esto “¿Cómo ha podido alguien permitir que se publiquen esos pasajes cuando yo aún estoy en este mundo? ¿Qué he hecho para merecer tal cosa?” preguntaba la pequeña de Beauvoir a un confidente. Años más tarde, se descubrieron otras cartas de Simone hacia otro de sus amantes en las que también denigraba a Hélène, pero lucharon porque la pobre anciana no las leyera, habría sido letal para la misma.
En su casa tenía colgados un cuadro de Simone y otro de Lionel –su marido– pintados por ella, para estar siempre rodeada de sus seres más queridos “sus muertos la acompañaban”, comenta Monteil. Meses después de estas cartas, le dio un soplo al corazón, se temió por su vida pero tras una intensa operación a corazón abierto salió adelante.

Hélène consideraba amigo a cualquiera y esto le pasó factura, su sirvienta más fiel la abandonó debido al maltrato que sufría por los amigos de la pobre mujer, que apenas podía andar o expresarse y que olvidaba los acontecimientos al poco de suceder los mismos.
Estos “amigos” quedaron a Hélène en números rojos y se llevaron gran parte de su obra a supuestas exposiciones, haciendo creer a la pintora que su fama iba en “crescendo”, mientras que nadie había visto estos cuadros. A día de hoy, gran parte de estas obras siguen perdidas por el mundo.
Hélène lo perdió todo, pero consiguieron denunciar a estas personas y recuperar algunas de sus obras para venderlas y poder así recuperarse económicamente. Murió entre las mismas paredes que su marido en su casita de Goxwiller el 1 de julio de 2001.
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Realizado por: Sofía Sánchez