El viaje laberíntico de Borges a Mesopotamia

Jorge Luis Borges es un autor prolífico en símbolos, juegos metafísicos y referencias culturales que trascienden tiempo y espacio. Uno de sus relatos más breves, “Los dos reyes y los dos laberintos”, incluido en El Aleph, condensa en apenas unas líneas una profunda reflexión sobre el poder, el castigo divino y la arquitectura como representación simbólica. 

Este artículo propone una aproximación al cuento desde la Historia del Arte, en un intento por leer el relato no solo como un texto literario, sino como una puerta hacia las cosmovisiones antiguas, particularmente la mesopotámica. Desde la cámara del arte te traemos una reseña, no es solo poder abrir la mente a quien lo lea y poder entender la visión de Borges, sino también para conocer mucho más sobre esta época y su exquisito arte. 

El laberinto como símbolo en la historia y en Borges 

Desde tiempos antiguos, el laberinto ha sido una figura cargada de múltiples significados: enredado, enigmático, desafiante. En la tradición occidental, evoca el mito del Minotauro, pero en este pequeño cuento, el laberinto adquiere nuevas dimensiones. Como punto de partida, este relato escrito por Jorge Luis Borges nos ubica en un viaje emocionante hacia la antigua región de Babilonia.

Este autor nos remite alrededor del año 1792 a.C cuando el rey de Babilonia, Hammurabi, asumió al poder. Cabe destacar que en la narración, se alude al pensamiento mesopotámico de la Ley de Talión: “Ojo por ojo y diente por diente” contenida en el Código de Hammurabi. Por las características que Borges da en su escritura, es en tiempos de este rey.

En esta historia hay un fuerte contenido de justicia divina y venganza. En los tiempos de Hammurabi, existió una obra cumbre (ya nombrada): El Código de Hammurabi; a nivel artístico e histórico es una estela de aproximadamente dos metros de altura; en la parte superior, aparece Hammurabi ante el dios Shamash, mostrando un aspecto nunca antes visto en la historia: garantizar la justicia. Esta obra contenía varias leyes con artículos, en la cual había varios que aludían en cierta manera a la venganza en algunas de sus normas 

El primer rey —el de Babilonia— se enorgullece de su creación arquitectónica, compleja y racional, símbolo de control, artificio y soberbia. Su laberinto representa una civilización avanzada, tecnológicamente sofisticada, pero espiritualmente vacía. 

Borges ha representado – y estudiado – el pensamiento babilónico a la perfección. Como el escritor lo representa, el rey estaba cargado de poder y creía que los demás reinos y poblados eran muy simples y débiles; tal vez es por eso que el rey construyó un laberinto enorme queriendo sobrepasar el poder divino de los dioses, al que hace referencia el autor cuando dice: “Esa obra era un escándalo, porque la confusión y la maravilla son operaciones propias de Dios y no de los hombres”. Aquí nos encontramos con un gran sentido de burla hacia los dioses por parte del rey de Babilonia y en especial al dios principal de ellos: Marduk. 

El viaje laberíntico de Borges a Mesopotamia

En una parte del relato, se expresa: “… hubo un rey de las islas de Babilonia que congregó a sus arquitectos y magos y les mandó a construir un laberinto tan perplejo y sutil que los varones más prudentes no se aventuraban a entrar, y los que entraban se perdían”. En este periodo, la idea de límite del territorio del rey era muy importante, no solo en la arquitectura palaciega, sino también en las producciones agrícolas. El autor argentino deja muy en claro que en el palacio del rey de Babilonia, no podía ingresar cualquier persona y mucho menos a su obra: El Laberinto

Si reflexionamos, tal vez, este escritor plasmó esta fase no diplomática del rey babilónico para poder explicar mejor el desentendimiento con el rey árabe en el reinado de Babilonia, cuando lo hace ingresar a este laberinto sin salida. 

En el cuento, el personaje árabe, al encontrarse atrapado en el complejo laberinto babilónico, eleva una súplica a Alá en busca de auxilio, manifestando así su dependencia espiritual y su reconocimiento de la superioridad divina frente al artificio humano. No obstante, pronto halla la salida del laberinto; guarda silencio y luego dice que él en Arabia tenía otro laberinto y que, si Dios era servido, se lo daría a conocer algún día. Esta afirmación no sólo insinúa una intención futura, sino que también reviste un carácter sagrado: el acto de venganza no se presenta como una reacción meramente personal o emocional, sino como una expresión del orden divino, una retribución inscrita en el designio de Alá. 

En este pequeño texto, el rey árabe espera dos cosas: La justicia divina y la venganza, lo primero que llegue.Fácilmente podemos sentirnos identificados, no desde el lado de la venganza, sino desde el punto de sentirnos desesperados ante situaciones y recurrir a orar, o al destino en algunos casos. 

La figura de los dioses en estos tiempos antiguos requería de una gran importancia; ritos, oraciones, templos, esculturas, ofrendas, dedicadas a ellos. El hombre, desde la prehistoria, realizaba vinculaciones de sus deseos o intenciones en objetos o murales para que todo se cumpliera. En los tiempos de Hammurabi se realizaban arte glíptico, pinturas, cerámicas y arquitecturas, dedicados a los dioses y a su vez a plasmar la vida cotidiana del rey,mostrando a éste como una figura de superioridad frente a los demás. 

Los hombres en esta etapa antigua eran muy religiosos, sentían que si hacían algo mal podría afectar su reinado o su producción, no solo este pensamiento lo tenían los hombres mesopotámicos, sino también los griegos o egipcios; estas grandes civilizaciones realizaban todo tipos de objetos, ritos para poder contener una riqueza en poder. Jorge Luis Borges, una vez más, consigue representar aspectos profundamente humanos y sociales, no mediante una exposición directa o explícita de la realidad contemporánea, sino trasladando esas tensiones a un contexto mítico y atemporal.

A través de esta transposición, el autor nos invita a reflexionar sobre nuestra propia condición, sugiriendo que, como individuos, podemos encarnar tanto la figura del rey de Babilonia —soberbio y racionalista— como la del rey árabe —espiritualmente consciente y paciente—. En este juego de espejos, Borges logra que el lector se identifique con ambos arquetipos, revelando que los dilemas de poder, justicia y trascendencia siguen siendo profundamente actuales, aunque se narren desde un pasado remoto..

En el relato el rey de Arabia comienza su venganza cuando destruye castillos, cautiva al rey de Babilonia llevándolo al desierto. El rey árabe alude siempre a Alá de su lado, dando a entender que el Dios de él, es mucho más justo que todos los dioses que Babilonia le profesa. 

El viaje laberíntico de Borges a Mesopotamia

Continúa el autor: “(…) luego le desató las ligaduras y lo abandonó en la mitad del desierto, donde murió de hambre y de sed. La gloria sea con aquel que no muere”. De acuerdo con nuestra valoración, Borges podría haber tenido dos interpretaciones en esa última parte. Una de ellas, puede ser que quería que el rey de Babilonia pidiera perdón y otra, es encerrar al rey de babilonia en el laberinto en forma de burla; O tal vez quería verlo muerto por lo que le había hecho. 

Para finalizar, “Los dos reyes y los dos laberintos” condensa, en su brevedad, un universo de símbolos que permiten múltiples niveles de lectura. Desde la Historia del Arte, el cuento se revela como un juego de contrastes entre dos formas de representar el poder: una material, basada en la arquitectura y la razón; otra espiritual, fundada en lo sagrado e intangible. Esta lectura no solo rinde homenaje a la riqueza simbólica de Borges, sino también a las culturas antiguas que supieron transformar el arte en una expresión de sus valores más profundos.




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