¿Por qué la cúpula de “Santa María de las Flores” es uno de los mayores hitos arquitectónicos de todos los tiempos?

El arte florentino en La amiga estupenda

«Cualquier relación intensa entre seres humanos está llena de trampas. Y si quieres que dure, hay que aprender a esquivarlas«

Esta es una de las frases que cierran, como broche de oro, la cuarta y última temporada de “La amiga estupenda” (“My brilliant friend”), adaptación a cargo de Saverio Costanzo (Roma, 1975) de la obra literaria de título homónimo de la autora Elena Ferrante (Nápoles, 1943).

En un barrio pobre de Nápoles de los años cincuenta, dos niñas (Lila y Lenù) se hacen amigas sin saber la enorme influencia que tendrá cada una en la vida de la otra hasta hacerse ancianas: “una amistad que definió sus vidas” como reza su trailer en castellano.

“La amiga estupenda” va sobre relaciones humanas, con sus luces y sus sombras; sobre la crudeza de una vida de sinsabores y amarguras en un barrio gris napolitano y sobre lo azaroso que puede ser el destino en dos vidas que partieron del mismo origen y condiciones semejantes de crianza, pero que acabaron navegando por cauces muy diferentes.

La serie nos ofrece un profundo análisis psicológico de los personajes con todas sus virtudes y defectos. Como espectadores sabemos que no son tan “estupendas”, pero ahí está la magia: aún conociendo su parte más oscura y mezquina, logra involucrarnos con ellas y solidarizarnos con su historia.

Lila, pese a poseer una inteligencia inusual, es de las dos la que no es capaz, por circunstancias personales, de abandonar el tedioso barrio de Nápoles, por lo que vuelca todas sus ambiciones en Lenù, proyectando en su amiga todo lo que ella no será capaz de alcanzar en la vida promoviendo su inquietud por la cultura y el conocimiento.

Elena (Lenù), muy influenciada durante toda su vida por Lila, siente entonces que le debe su gusto por los libros y la escritura, probablemente desde que entre las dos compraron “Mujercitas” de niñas (novela de Louisa May Alcott de 1868) el día que perdieron sus muñecas de trapo y se quedaron sin pasatiempo.

La serie es muy sombría pero hay un momento de esperanza: cuando Elena consigue dejar el barrio atrás para estudiar su carrera universitaria en Florencia, donde se desarrollará posteriormente como escritora de éxito.

Es aquí donde el arte, concretamente el florentino, contribuye a dar esa imagen de refinamiento y prosperidad que rodean a Elena en su etapa de estudiante.

El Pórtico del Hospital de los Inocentes proyectado por Brunelleschi en la Plaza de la Santissima Anunziata o la estatua de Perseo con la cabeza de Medusa del maestro florentino Benvenuto Cellini (ubicado en la Plaza de la Señoría) son iconos del arte florentino que protagonizan algunos planos de la serie. Elena se está moviendo en ambientes más cultos, entre teóricos y literatos, y esto se refleja en el entorno geográfico y en la parte visual de los fotogramas, lógicamente.

Pero, sobre todo, el monumento que destaca sobre los demás es la Catedral de Santa María de las Flores. La cúpula de este edificio, proyectada nuevamente por Filippo Brunelleschi es uno de esos “monumentos símbolos” con las que el arquitecto y escultor italiano quiso darle a Florencia la personalidad de la “ciudad ideal” del Renacimiento a partir de 1436.

Durante el Renacimiento, las ciudades europeas siguieron un plan de restauración para encajar en unos parámetros determinados, dentro de un estilo clasicista, siguiendo determinadas pautas como la tendencia a la centralización, la aplicación de los órdenes clásicos en las fachadas o el establecimiento de las calles a partir de las plazas, donde normalmente se hallaban edificios fundamentales como el palacio o la catedral y a partir de aquí se articulaba el resto del planteamiento urbano siguiendo una trama reticular u ortogonal, que funcionaba muy bien para futuros ensanches o ampliaciones urbanas.

Esta recuperación de la Antigüedad clásica se debe en gran parte al redescubrimiento de clásicos como el tratado de Arquitectura de Vitruvio, reinterpretados en época renacentista por autores como Alberti, Serlio o Vignola.

Lo cierto es que muchas veces la concreción de estos proyectos no podía llevarse a cabo o solo se concretaba a nivel parcial. Se partía de ciudades medievales ya preexistentes y casi siempre ese “lavado de cara” que buscaba un resultado urbano de mayor orden y armonía, se hacía en puntos concretos, por medio de aquellos “monumentos símbolos” (en palabras de Brunelleschi y comentados más arriba), que se encargaban de dotar a la ciudad de una personalidad más acorde con los nuevos tiempos, en clave clasicista.

En caso de Florencia, el ejemplo más claro se ve en la Catedral de Santa María de las Flores: un templo de planta basilical (elegida por ser la tradicional cristiana) con tendencia a la centralización –uno de los preceptos del primer Renacimiento- por medio de la cúpula. Esta funciona como elemento vertebrador del espacio en el interior de la catedral.

El establecimiento de la fachada en módulos que se distinguen por su tricromatismo (Carrara -blanco-; prato -verde; y Siena -rojo) es un detalle que caracteriza la arquitectura florentina de la época.

La Cúpula de Brunelleschi, una de las mayores obras de ingeniería del Renacimiento italiano

Fue de los proyectos más ambiciosos de su tiempo: una cúpula que descansaba sobre un tambor octogonal que es una estructura isostática, es decir, sustentada por si misma a pesar de sus dimensiones y peso (sin arbotantes ni contrafuertes). Y todo el proceso constructivo llevado a cabo sin andamiaje, desde la superficie.

Antes de erigirse, planteaba tal problema arquitectónico que todavía ahora, seis siglos más tarde, sigue representando un enigma. Parafraseando al escritor y arquitecto Pedro Torrijos (en Tiktok @pedro.torrijos): “…aún hoy su construcción es el mayor misterio de la arquitectura, y por eso es el edificio más moderno de la historia”.

Todo comenzó cuando en 1418 el Gremio de la lana (el Arte della lana) de Florencia convocó un concurso para cubrir el crucero de la gran Catedral. Brunelleschi, compitiendo con Lorenzo Ghiberti (famoso por las Puertas del Paraíso ejecutadas para la misma catedral) y a pesar de no haber construido nada en su vida, ganó la convocatoria gracias al apoyo de Cosimo de Medici. Se nota que sabían lo que hacían. Eso sí, tuvo que firmar un contrato haciéndose responsable de semejante tarea como arquitecto: ¡el primero en la historia!

Este era el objetivo: la cúpula debía medir cuarenta y cinco metros de ancho y otros tantos de altura (“más ancha y alta que el Panteón de Roma”, como comentaba Torrijos en su vídeo para Tiktok) y elevándose sobre un vacío de cincuenta y cinco metros (es decir, cien en total).

Pesa treinta y siete toneladas métricas y contiene más de cuatro millones de ladrillos. Cuenta la leyenda que un arquitecto de la época llegó a proponer que para levantar la estructura de la cúpula se llenara la catedral con tierra para colocarla sobre el túmulo. Había un desconocimiento absoluto en proyectos de semejante envergadura y Brunelleschi tuvo que inventar grúas ad hoc para poder elevar la mole.

Parece ser que el arquitecto cuatrocentista se inspiró en la cúpula de “doble pared” o “doble casco” del Panteón de Roma. Así, la cúpula estaría formada por una capa externa y otra interna, a modo de cáscaras concéntricas, unidas por ocho nervios que ayudan a distribuir el peso al ir reforzadas con estructuras de hierro, un gran adelanto para la época que supuso la antesala para el hormigón moderno. Además, no se utilizó hormigón romano, sino ladrillo colocado en espina de pez. Cada hilera se encarga de desviar la carga hacia los nervios de toda la cúpula.

La forma de la cúpula se vincula física y simbólicamente con el orden cósmico, dado que el círculo es considerado, junto al cuadrado, la forma perfecta del Universo.

En cuanto al diseño interior de la cúpula -en el que no entraremos en detalle en este artículo- Vasari y Zucchero fueron los responsables de los ciclos pictóricos con pasajes sobre el Juicio Final inspirado en el Apocalipsis y la Divina Comedia de Dante, propios de la corriente humanista propia del Renacimiento, mediante la técnica del fresco sobre yeso seco.

Vasari aplicó un estilo manierista con figuras alargadas, dramáticas y colores vivos. Zucchero, en cambio, tuvo una tendencia más hacia lo teatral y escenográfico y no fue tan preciso en la anatomía de los personajes.

El trabajo de la cúpula comenzó en 1420 y hasta 1436 no se concluyó. La catedral fue consagrada por el papa Eugenio IV el 25 de marzo del mismo año, coincidiendo con el primer día del año del calendario florentino.

Fue la primera cúpula octogonal que se construyó sin el soporte de un armazón de madera. Muy anteriormente se había construido la del Panteón de Agripa pero se trataba de una cúpula redonda, no octogonal.

Aún hoy la de Santa María de las flores es la mayor cúpula de albañilería más grande del mundo. Brunelleschi supo hacer historia.

WEBGRAFÍA

El enigma de Brunelleschi. Pedro Torrijos

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