Magritte y su idea de realidad

RENÉ MAGRITTE

“A partir de entonces introduje en mis cuadros elementos con todos los detalles que nos muestran en la realidad, y vi enseguida que estos elementos, así representados, ponían directamente en tela de juicio a sus correlativos en el mundo real.”

Magritte

Magritte fue uno de los grandes artistas del surrealismo, pero no se le puede encasillar exclusivamente en este movimiento, ya que fue mucho más allá.  

En España la primera exposición retrospectiva de su obra se produjo en 1989 en la Fundación Juan March, y no se volvió a llevar a cabo ningún proyecto similar hasta 2021, cuando en el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza, en colaboración con la Fundación “La Caixa”, realizaron la reclamada exposición bajo el título La máquina Magritte. Un artista de gran valor sobre quien se ha escrito en numerosas ocasiones, pero que no deja de sorprender, y volver a caer en el misterio de su obra es un privilegio.

René Magritte nació en 1898 en la provincia de Hainaut, Lessines, ubicado en Bélgica. Comenzó su carrera en el mundo del diseño, a la vez que realizaba obras artísticas que iba exponiendo en galerías en la década de 1920. En 1924 fue a París y comenzó a trabajar como publicista. Allí recibió influencias del dadaísmo, y empezó a introducirse en el Surrealismo, inspirado por artistas como Max Ernst y Giorgio de Chirico.  

En 1927 se produjo su primera exposición monográfica en Le Centaure, y en esos años produjo numerosas obras. Tras haber pasado unos años en París, inmerso en el círculo surrealista, en 1930 regresó a Bélgica, donde trabajará como ilustrador y seguirá aumentando su producción artística a la vez que exponía sus obras en diversos lugares.  

Nunca abandonó los círculos surrealistas, ya que participó en exposiciones, revistas y manifiestos, y en 1945, tras finalizar la guerra, se alzó como líder del movimiento surrealista belga. Siguió produciendo obras y gozó de gran reconocimiento en vida, hasta su fallecimiento en 1968.  

En cuanto a su obra, Magritte buscó inundar sus cuadros de misterio, y lo consiguió gracias a una serie de motivos y símbolos a los que recurrió de manera constante en su obra, con variaciones y repeticiones de estos mismos. Realizaba una gran cantidad de versiones de pinturas anteriores, y una de las razones por las que lo hacía era por la creciente demanda de sus obras.

Uno de los aspectos más representativos en su obra es la representación de los objetos. Su pintura no se basa en el automatismo, a diferencia de otros artistas surrealistas, Magritte producía cuadros pensantes, pintura que reflexionan sobre la pintura.

Rechazaba la interpretación de la realidad tal y como se muestra ante nuestros ojos, buscaba representar la idea de la realidad, su esencia, y los objetos les dotó de detalles que evidencian lo que se esta reflejando de manera clara y sencilla, trastocándolos en cuando a ubicación, tamaño, materia…, para hacer que los objetos más familiares nos llamen la atención, en palabras de Magritte, que “esos objetos más familiares griten”.

Rompe con las costumbres mentales que habitan dentro de nosotros para generar cuadros misteriosos y enigmáticos. Acostumbrados a ver una manzana en el frutero de la cocina, Magritte decide alterar estas relaciones que se dan por hecho y habitan en nuestra mente, y representa una manzana verde de grandes dimensiones que ocupa toda una habitación.

Un elemento cotidiano que al ser trastocado en el marco pictórico nos cautiva y nos genera numerosas preguntas. Acontecimiento que se produce cada vez que estamos ante un cuadro de Magritte.  

Uno de los aspectos recurrentes en su obra, pero que sin embargo se tiene menos en cuenta, es la disociación lumínica. En su cuadro “El imperio de las luces”, refleja un paisaje convencional, que de hecho, si no prestas atención y pasas de el rápidamente, quizás percibes una escena nocturna totalmente coherente en la que la realidad no se ve alterada de ninguna manera. Pero de ser así, no sería Magritte quien firmaría la obra. 

La paradoja se presenta cuando representa un paisaje nocturno convencional con árboles y edificios, iluminado por una farola, y sobre él, un cielo que rompe nuestros esquemas, ya que este se encuentra totalmente iluminado, evocando una escena en pleno mediodía.

Un contraste entre el día y la noche, la luz y la oscuridad, el sueño y la vigilia, lo onírico y lo real. Realizó también un cuadro menos conocido que resulta ser la versión invertida, se trata de “El salón de Dios”, donde refleja un cielo nocturno sobre un paisaje iluminado como si fuese de día. 

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