«El oferente (…) se levanta -sus pies no llevan atadura alguna- y hace una señal con el dedo pulgar en medio de los dedos cerrados (figa) para que en su silencio no le salga al encuentro una sombra negra».
Ovido, Fastos
Estamos en unas fechas en las que la línea entre el mundo de los vivos y de los muertos se diluye hasta casi desaparecer.
En diferentes puntos del planeta se celebran festividades en honor a los difuntos. Ya sea el archiconocido (y extendido) Halloween, el colorido y festivo Día de Muertos mexicano o nuestro Día de los Difuntos, el ser humano ha rendido culto y respeto a sus difuntos desde tiempo inmemoriales.



Y los romanos no iban a ser menos.
Herederos del mundo etrusco, del que proceden muchas de sus tradiciones, la relación de los habitantes del Imperio Romano con los espíritus de sus antepasados era muy estrecha.
Tenían varias fiestas al año para honrarlos. Algunos de estos espíritus eran más benevolentes que otros, pero el romano de bien no podía desatender sus deberes para con los muertos, o las consecuencias serían terribles.
Un ejemplo de esa relación tan estrecha con los espíritus y las consecuencias de no hacerles caso, nos la cuenta Cicerón es su De divinatione (Sobre la adivinación):
Dos amigos llegaron a la ciudad de Megara. Uno se alojó en casa de un amigo y el otro en una posada. Tras cenar e irse a dormir, el que se había quedado en casa del amigo tuvo un extraño sueño… En él, su amigo (el que estaba en la posada) se le aparecía pidiendo ayuda, pues decía que el posadero estaba tratando de matarlo. Entonces se despertó sobresaltado, pero pensó que sólo había sido un mal sueño y se volvió a dormir.
De nuevo, el espíritu de su amigo se le apareció, pidiéndole que vengara su muerte, ya que no había acudido en su ayuda en vida. Debía ir a primera hora de la mañana a la puerta de la ciudad y detener a un carro en el que el posadero había ocultado su cadáver bajo estiércol. Conmovido por esto, salió corriendo hacia el lugar. Efectivamente, allí se encontró al posadero con el carro, Cuando lo increpó para saber que había en el carro, el posadero intentó huir. El cadáver fue desenterrado y el posadero recibió su castigo.

Entre todas las fiestas dedicadas a sus antepasados, había unas especialmente terrorífica y lúgubres, Y no, no se celebraba en las fechas que nosotros las celebramos, sino en mayo, el mes de la luz y las flores, para los romanos era un mes especialmente lúgubre precisamente por su celebración. Me refiero a las Lemuria, celebradas los días 9, 11 y 13 de mayo para ahuyentar a los lemures.
No, no me refiero a los animalitos, aunque llevan su nombre. Los lemures eran espíritus malignos que se dedicaban a atormentar a las familias de los hogares en los que se encontraban. Estos espíritus estaban atrapados en el mundo de los vivos por diversas razones como, por ejemplo, algún error en su ritual funerario, por tener alguna cuenta pendiente que no puedo saldar antes de morir o por haber muerto de forma extraña y horrible.
Para ahuyentarlos, el paterfamilias (el cabeza de familia) debía realizar un ritual en la medianoche de esos días.
Hagamos un ejercicio de imaginación.
Viajemos al siglo I. A una domus. Es medianoche. Todo está oscuro. Es el momento en el que el paterfamilias, descalzo y sin ninguna atadura en sus vestiduras, como manda la tradición, se dispone a comenzar el ritual.
Tras lavarse las manos con agua como símbolo de purificación, hacía sonar un objeto de bronce mientras que, con su mano, hacía un gesto apotropaico (de carácter mágico) típico de la época: la higa o figa, que consistía en meter el dedo pulgar entre el dedo corazón y el índice.

Será entonces cuando se produzca la parte fundamental del ritual. Todo debía salir perfecto, sino, las consecuencias serían terribles.
El paterfamilias tomaba nueve habas negras, símbolo de las almas de quienes viven en la casa. Caminando hacia adelante, iba tirándolas por encima de su hombro hacia atrás, para que los lemures las atraparan y se alimentaran de ellas en lugar de las almas de su seres queridos.
Mientra hacía esto, repetía en nueve ocasiones plegarias como estas:
“Haec ego mitto, his redimo meque meosque fabis” (Lanzo estas habas y con ellas me salvo a mi y a los míos)
“Manes, exite parteni” (Salid de aquí, manes de mis antepasados).
Tras esto, llegaba el momento crucial. Si el ritual se había realizado de forma correcta, cuando el paterfamilias se giraba, sólo encontraría la oscuridad de la noche. Si, por el contrario, algo había fallado, se encontraría cara a cara con los lemures, que devorarían su alma.
Mientras todo el ritual se estaba realizando, el resto de habitantes de la domus permanecían en sus habitaciones, despiertos y aterrados, rezando a todos los dioses para que todo saliera bien y poder vivir tranquilos un año más, sin necesidad de sufrir la furia de estos espíritus malignos.
Otros espíritus de carácter maléfico eran las larvas (larvae) las almas de los difuntos que habían llevado una vida desgraciada y que querían vengarse por ello, sobre todo de quien les había hecho sufrir. esto lo diferencia de los lemures, que aterrorizaban a todos.
Se cuenta que las nodrizas asustaban a los niños con estos espíritus que habían tomado la imagen de esqueletos,imagen que después tomará la Edad Media para representar a la muerte y que ha quedado grabada en la iconografía hasta nuestros días.

Parece que sus funciones quedaron reducidas a rituales que se realizaban en los convivia (banquetes) de los romanos más pudientes. En estos banquete se invitaba a las larvae conviviales (espíritus de los banquetes) para recordar lo fugaz de la vida y de las viandas y lujos que los rodeaban.
De hecho, se han encontrado algunos mosaicos pertenecientes a la zona del triclinia (comedor) donde se representan restos de comida por el suelo, un trampantojo que recordaba esto y servía para alimentar a estos espíritus.

Vamos a terminar con un mejor sabor de boca conociendo a los Manes. Estos manes eran las almas de los familiares, que en un principio no eran ni buenos ni malos, pero que debían ser venerados, sobre todo en el noveno día después de su muerte y en las fiestas conocidas como Ferialia, celebradas a finales de febrero. A estos difuntos se les hacían ofrendas como flores y comida, costumbres que han llegado hasta nuestro día.
SIT TIBI TERRA LEVIS (que la tierra te sea leve)
BIBLIOGRAFÍA Y WEBGRAFÍA
Donoso Johnson, Paulo (2009) “El culto privado en la religión romana: Lares y Penates como custodios de la Pietas Familia”. Revista Electrónica Historias del Orbis Terrarum.
Enamorado, Verónica; Gago, María del Val; Jimenez, María Dolores; Paz, Margarita; (2014) “Espacios Míticos: Historias verdaderas, historias literarias.” Área de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada de la Universidad de Alcalá.
Marqués, Néstor F.; «¡Que los dioses nos ayuden! Religiones, ritos y supersticiones de la antigua Roma». Espasa, 2021.
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