BREVE RECORRIDO POR LA FIGURA DE DIOS EN EL ARTE ROMÁNICO
El Románico se desarrolló en la Europa cristiana occidental entre finales del siglo X y principios del siglo XIII y se trata de un estilo artístico íntimamente ligado a la Iglesia. Su razón de ser la encontramos en la Reforma Gregoriana emprendida por el papa Gregorio VII, quien decidió reforzar la autoridad de la Iglesia de Roma y difundir el rito romano a partir del año 1073. Sin embargo, la expansión de estas ideas no hubiera sido posible sin la colaboración de la orden de Cluny, que se encargó de fundar nuevos monasterios que siguieran los preceptos de dicha reforma.
Por lo general, podemos decir que los tres siglos que abarcó el periodo románico fueron un momento de fortalecimiento de la Cristiandad y de la propia Iglesia, una institución que participaba en todos los ámbitos de la vida y que sintió la necesidad de transmitir su mensaje a través de la imagen.
En este sentido, conviene recordar que el pueblo llano era predominantemente analfabeto, por lo que la iconografía adoptó un carácter lúdico al enseñar a los fieles las pautas de conducta que debían seguir.
Por este motivo, es habitual observar que la divinidad se presenta en la arquitectura románica en dos espacios concretos que impresionan y atraen al hombre medieval. Con ello me refiero al tímpano que da la bienvenida al templo y al ábside principal bajo el que se celebra la Eucaristía.
Las representaciones de Dios en el románico se producen de diferentes formas y pueden ser más simbólicas o directas, aunque una de las más recurrentes es el Pantocrátor o Cristo como Juez. Para entender esta figura resulta imprescindible abordar el Milenarismo, una creencia que advertía de la llegada del final de los tiempos en torno al año mil.
En este caso, el movimiento milenarista del que hablamos se fundamentó en el Apocalipsis de San Juan y, al igual que sucede con otros milenarismos, el cristiano se debe a la presencia de dos factores clave: el sufrimiento de la vida terrenal y un fuerte sentimiento religioso. Ambos hacían pensar a los fieles que una vida mejor sería posible en el Reino de los Cielos.
Además, durante la Edad Media se extendió por Europa la “Leyenda del Emperador de los Últimos Días”. Dicho relato señalaba que un gran Emperador debía reinar para anteceder la segunda venida de Cristo, un acontecimiento que se produciría cuando la sociedad dejara de seguir el Evangelio. Sin embargo, el deseo por la llegada de Dios hizo que muchos pensaran que los valores cristianos estaban en decadencia y que era necesario que el Emperador los reinstaurara de inmediato.
Así, la figura de Jesucristo y del Emperador se acabaron mezclando y comenzó una lucha entre el bien (divinidad/emperador) y el mal (Anticristo). En este contexto podemos entender la presencia de un Pantocrátor o Todopoderoso que en ocasiones preside el Juicio Final para condenar a los pecadores y premiar a los bienaventurados con el Reino de Dios.
Este se trata de un tema muy habitual en los tímpanos de las iglesias románicas, aunque el Pantocrátor también lo encontramos en ábsides como el de la iglesia de San Clemente de Taüll (Lleida, Cataluña).
San Clemente es uno de los mayores ejemplos del románico en el valle de Boí y fue consagrada como iglesia el 10 de diciembre de 1123. Su ábside acogió hasta la década de 1920 a esa divinidad de la que venimos hablando. Cristo sentado en Majestad, también conocido como Maiestas Domini, con su mano derecha en actitud de bendecir y la izquierda sustentando un libro que recoge un mensaje muy claro: “Ego sum lux mundi” o “Yo soy la luz del mundo”.
Por ende, el maestro de Taüll probablemente quisiera enseñarnos una versión de un Cristo que juzga y ejerce su autoridad suprema sobre el mundo. En relación con esto último, sería interesante preguntarse por el sentimiento que podría despertar una imagen de estas características sobre un aldeano del Taüll del siglo XII.
Por otro lado, a veces la Iglesia del periodo románico buscaba persuadir a sus fieles con motivos iconográficos más explícitos y potentes. Es el caso del tímpano de la iglesia abacial de Santa Fe de Conques, una obra datada de mediados del siglo XII que se organiza en tres niveles principales. En el centro volvemos a situar a Cristo en Majestad. No obstante, en dicha ocasión se muestra presidiendo el temido Juicio Final.
De manera que con su mano derecha señala al Cielo, mientras que la izquierda se dirige al nivel inferior en el que apreciamos a los condenados al sufrimiento eterno en un infierno lleno de criaturas demoníacas y todo tipo de torturas. Es, por tanto, una forma muy directa de advertir a los peregrinos que acceden al interior del templo de las consecuencias de sus malos actos.
El tímpano de Santa Fe de Conques nos vuelve a enseñar a un Cristo muy característico del románico, pero esta vez incorpora otros motivos como la Psicostasis o el Arma Christi. En primer lugar, la Psicostasis es el término que empleamos para referirnos al conocido como “Pesaje de las almas”, una acción que sirve para conocer si el alma del creyente merece acceder a la Jerusalén celeste.
En este punto cabe destacar que junto a San Miguel se ubica un demonio que, con tono burlón y grosero, coloca su dedo sobre la balanza para hacer trampas y apoderarse de una de las almas que están siendo pesadas. Puede parecer un detalle insignificante, pero nos enseña la bondad de Dios frente a la malicia y la perspicacia del Anticristo.
Por su parte, el Arma Christi alude a los objetos que estuvieron presentes en la Pasión de Cristo. Podemos tomar como ejemplo la cruz que se alza sobre el Señor, los clavos o la lanza con la que se atravesó su costado.
En definitiva, el románico nos ofrece una versión triunfante de Cristo. El hijo de Dios ha vencido a la muerte, está vivo, reina e impone su autoridad en el mundo. Su poder es supremo e incuestionable, pues se manifiesta a través de su ejercicio como juez en el Juicio Final o en las Maiestas Domini de las que hemos hablado.
Por todo ello los hombres y mujeres de la etapa románica confían en Cristo y consideran a la divinidad como una vía de escape al dolor que produce la vida en la tierra. Sin embargo, como señaló el monje y cronista Raúl Glaber en el siglo XI, poco después del año mil el mundo rejuveneció y la población recuperó su ansia por la vida.
El miedo al Apocalipsis fue disipándose y las creencias milenaristas dieron paso a un deseo por glorificar la bondad y el poder de Dios, lo que motivó a construir nuevas iglesias. Hoy sabemos que el siglo XI fue un periodo de crecimiento en la Europa Occidental.
La población y la producción agrícola incrementaron, el artesanado se potenció y la vida urbana comenzó a resurgir. Tal vez el mundo había dejado de ser tan “catastrofista”, por lo que la concepción de Dios pudo cambiar.
BIBLIOGRAFÍA
CENTRE DEL ROMÀNIC: https://www.centreromanic.com/es/iglesia/sant-climent-de-taull/
(Consulta: 25/07/2024).
DAVY, Marie-Madeleine: Iniciación a la simbología románica. 1996.
GARCÍA MARSILLA, Juan V., MANCHO, Carles y RUIZ DE LA PEÑA, Isabel: Historia del arte medieval. Valencia, 2012.
GUILLEM MESADO, Juan Manuel: El milenarismo en la historia. Razón y Fe. Tomo 233, Nº 1168, 1996, pp. 151-166.
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Entrada realizada por: Daniel Muñoz