COMENTARIO HISTÓRICO ARTÍSTICO DE EL ALMA DE LA ROSA
ANÁLISIS FORMAL E ICONOGRÁFICO
“… Y el alma de la rosa entró en mi sangre”.
De Maud, Alfred Tennyson
Nos hallamos ante uno de los cuadros más conocidos del afamado pintor John William Waterhouse (Roma, 6/4/1849-Londres, 10/2/1917). Se trata de una obra ejecutada en formato vertical y dividida en dos planos compositivos bien diferenciados y regidos por una gran línea oblicua, que guía el ojo del espectador por toda la obra.
En el primero, observamos la figura de una hermosísima mujer, que se encuentra de pie frente a un muro y está oliendo la deliciosa fragancia de una rosa de uno de los tantos rosales que crecen apoyados en él.
En cuanto a la indumentaria, la dama viste una espectacular túnica brocada; de manga larga y ancha; y cuello redondo cerrado. Para completar el atuendo, contemplamos que lleva su precioso cabello recogido en un impecable moño trenzado y adornado con una hilera de perlas, que realza más si cabe la belleza del peinado.
El segundo plano lo compone el espléndido espacio arquitectónico, el cual se trata de un jardín cerrado y fragmentado en dos zonas. En la primera, y a la derecha de la joven, tenemos una pequeña edificación rematada por un tejado donde sobresale el alfeizar de una ventana, engalanado con una maceta de barro vacía.
En la segunda, advertimos un frondoso árbol y la fachada de lo que pudiera ser una gran casa, siendo la única decoración que se aprecia una ventana geminada en lo alto de la fachada.
Cromáticamente, es un cuadro muy luminoso, pues el artista plasma la acción representada durante el día, y este hecho, además, lo vemos enfatizado en los colores que usa, al decantarse por una paleta de tonos cálidos y propios del verano, donde sobresalen el marrón, ubicado en la maceta; el rojo intenso, visto en el cabello de la dama o las tejas; los rosáceos, en diversas tonalidades y aplicado en la creación del rubor de la piel de la mujer o las rosas; o el dorado, observado en el estampado de la túnica.
Para romper esta dinámica cromática y crear contraste, utiliza, también, tonalidades más frías como el azul, que lo emplea para la tela de la túnica o el cielo; los grises para los muros del pequeño edificio; los verdes para los tallos de los rosales; el blanco, para la fachada de la casa del fondo; o el negro, para la realización de las sombras.
En lo que respecta a la temática, puede parecer, a priori, una simple escena cotidiana. Sin embargo, ésta va mucho más allá de lo meramente cotidiano, puesto que el tema real que inspiró la obra fue ni más ni menos que el hermoso poema De Maud, escrito por el poeta británico Alfred Tennyson que trata sobre un amor trágico.
Un poeta que no fue ajeno a la mano ejecutora del cuadro, pues John William Waterhouse representaría, en varias ocasiones, sus bellos textos.
El artista sería uno de los grandes exponentes de la plástica británica de finales del siglo XIX, aunque la llegada de las vanguardias artísticas del XX lo relegarían a un segundo plano.
Nacería en Roma en el seno de una familia de artistas, ya que su padre también fue pintor y estaba trabajando como copista en la ciudad eterna en el momento de su alumbramiento.
De su vida personal, nada se sabe, y los pocos datos existentes sobre ella son los relativos a su regreso a Inglaterra cuando era muy pequeño y su formación como artista, que comenzaría en el taller paterno en Leeds y que proseguiría con el ingreso en la Royal Academy Schools de Londres en 1870, institución que lo consagraría como artista, pues le brindó la oportunidad de exponer sus obras regularmente entre los años 1885-95, y le nombraría como miembro de pleno derecho en 1895.
También se conocen sus continuos viajes por el continente, donde destacó su periplo por Italia, que contribuirían a su enseñanza artística y a su evolución estilística, puesto que es un pintor que no se puede definir por un único estilo.
Si observamos atentamente su producción pictórica, encontraremos en ella la convergencia de una gran amalgama de estilos como pueden ser: el Neoclasicismo victoriano de Alma-Tadema y sir Frederick Leighton; el Romanticismo; el Prerrafaelismo, ya que se le consideró como el último prerrafaelita; o el plain air de los pintores impresionistas franceses. Estilos que, salvo el Neoclasicismo, se pueden advertir, perfectamente, en esta obra.
Del Prerrafaelismo toma prestado:
- El detallismo patente en la recreación de la cabeza; las manos; las rosas; en la composición del jardín, en el cual podemos atisbar retazos de pintura en el muro en el que crecen los rosales como si hubieran hecho un motivo decorativo que asemejara a la azulejería, pero que con el paso del tiempo se hubiera desgastado; o en el fino musgo que recubre la maceta.
- El colorido, compuesto por tonos vibrantes y brillantes, tan del gusto victoriano y del estilo.
- El modelo de mujer. En esta ocasión, huye de su prototipo de mujer gran sensualidad y sexualidad, vistas en piezas de temática clásica, para presentarnos a una mujer totalmente opuesta. La sensualidad de esta mujer es mucho más contenida, más sutil, incluso reprimida, como si fuera una prisionera de su propia feminidad. Una idea que se vería acentuada por la estructura cerrada y opresiva del jardín. La identidad de la modelo es una cuestión a debate, ya que algunos investigadores apuntan a que fue Muriel Foster, su modelo habitual a partir de 1891. Sin embargo, no se sabe a ciencia cierta quien posó para la pintura.
- Temáticamente, se decanta por la literatura inglesa del momento, y en especial por el poeta Alfred Tennyson, un autor muy querido por los pintores prerrafaelitas y por el propio Waterhouse, quien escoge, como comentamos, el poema De Maud como tema iconográfico. Del poema selecciona dos momentos clave: el primero de ellos, verso inicial “Ven al jardín, Maud”, plasmado en el jardín cerrado de tinte toscano, con el que hace un guiño a su lugar de nacimiento, Italia. Y el segundo “Y el alma de la rosa entró en mi sangre”, verso hermosamente representado en la fémina que huele la rosa.
Del Romanticismo, la exaltación sentimientos que se puede apreciar en el gesto de coger la rosa y en la expresión de la dama al olerla, donde 3 adjetivos: delicadeza; concentración y anhelo, nos sirven para describir dichos sentimientos enaltecidos.
La delicadeza está representada en la posición de las manos, pues la izquierda la utiliza para apoyarse, sutilmente, en el muro, mientras que con la derecha prende, amorosamente, una de las primorosas rosas del rosal. La concentración la observamos en la forma en como cierra los ojos para atender solamente a la acción de oler tan exquisita fragancia, ya que no quiere que nadie la interrumpa.
Pero, al mismo tiempo, ese hecho de cerrar los ojos nos lleva a ver el anhelo en el propio gesto, lo que nos conduce a elucubrar que la dama está pensando en su vida amorosa, la cual se puede adivinar como nefasta, puesto que el amor que sentía por un joven o bien no ha sido correspondido o bien se ha perdido.
Y del Impresionismo francés, la tipología de pincelada, que se caracteriza por ser suave y libre. Para crear los detalles más importantes como la cabeza; las manos o las flores utiliza una pincelada más precisa, sin embargo, para el resto de la composición, emplea una pincelada más suelta e impresionista, dando la sensación de que el resto de elementos no son tan relevantes como los ejes principales de la pintura: la dama y las rosas.
A modo de conclusión, debemos decir que en la esquina inferior derecha encontramos la fecha y la firma del autor, y que el cuadro, además de conocerse por el título de El alma de la rosa (The soul of the rose en inglés), también lo podemos ver denominado como Mi dulce rosa (My sweet rose en inglés).
CURIOSIDADES
A modo de curiosidad, debemos decir que la pintura de Waterhouse ha sido seleccionada como imagen para la portada del libro Cuentos de amor victorianos de Alba editorial. Un libro que recopila una selección de las mejores historias de amor de los grandes autores victorianos del s. XIX.
BIBLIOGRAFÍA Y WEBGRAFÍA
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