SANTO DOMINGO DE LA CALZADA: HISTORIA, PATRIMONIO Y CULTURA
INTRODUCCIÓN
El Grand Prix del verano 2024 se acerca a su ecuador, llevamos casi la mitad de programas, pero las horas de diversión que quedan por delante son aún numerosas. En esta cuarta semana, los dos pueblos que se van a batir en duelo son, ni más ni menos, que Santo Domingo de la Calzada desde La Rioja y Ondara de Alicante. Vienen preparados para darlo todo en cada una de las pruebas, pues es evidente que, al igual que los anteriores y que los venideros, aspiran a clasificarse a semifinales para de ahí intentar llegar a la final y alzarse con la victoria.
En este artículo, querido lector, te espera un intenso viaje por una de las localidades con más historia y patrimonio de toda la lista, pues su nombre, Santo Domingo de la Calzada, es muy sonado en toda España, sobre todo a aquellos que han realizado el Camino de Santiago.
Se trata, como hemos indicado, de un municipio riojano, integrado en la comarca homónima, en el Partido judicial de Haro, con una superficie de 40,09 km2, una altitud de 639 metros sobre el nivel del mar y una población a finales de 2023 de 6283 habitantes según el INE.
En lo referido a los municipios limítrofes, Santo Domingo de la Calzada está rodeado de poblaciones pertenecientes todas a la misma comarca. La situación es la siguiente: al norte linda con Villalobar de Rioja, al este con Bañares y Cirueña, al sur limita con Manzanares de Rioja, Santurdejo y Santurde de Rioja, y, finalmente, hace frontera al oeste con Corporales y Grañón.
El término municipal de Santo Domingo de la Calzada se ubica en una gran llanura pluvial recorrida por el río Oja o Glera, nacido en la sierra de la Demanda, por lo que el terreno es aprovechado para practicar cultivos de regadío, en especial patatas. Ahora bien, el secano también está ampliamente difundido, sobre todo en forma de cereales (AA.VV., 2008, p. 683). Adentrémonos en este territorio para conocer a fondo su historia y su riquísimo legado patrimonial.
HISTORIA DE SANTO DOMINGO DE LA CALZADA
LA FUNDACIÓN MEDIEVAL
El origen de Santo Domingo de la Calzada, como ya indica su nombre, viene de este personaje santo. Podemos intentar trazar su biografía si deslindamos la leyenda, inherente a todos los personajes de este ámbito, de la realidad, pues así conoceremos al hombre detrás del mito. Domingo García, nacido según buena parte de los especialistas en Viloria de Rioja (Burgos), vivió entre los siglos XI y XII (quizás entre 1019-1109), periodo intenso para los reinos hispanos, inmersos plenamente en la lucha contra los musulmanes, en la repoblación y en la difusión del Arte románico (UBIETO, 1972, p. 27).
Al hilo del desarrollo urbano que estaba proliferando en el Viejo Continente, en la península comienzan a aflorar ciudades por todos lados, como Jaca, Estella y Santo Domingo de la Calzada (UBIETO, 1972, p. 27). Es en este contexto, por tanto, en el que se encuadra la labor en vida de Domingo, un ser humano con alma caritativa que, tras ser rechazado como monje en los monasterios de Valvenera y San Millán de la Cogolla, dedicó toda su vida a profesar la fe cristiana y a ayudar a los más necesitados, una labor humanitaria de principio a fin.
En 1044, el eremita se dirige hacia el Valle del Oja (UBIETO, 1972, p. 31), donde desarrolla en solitario el inicial núcleo que se convertiría en germen de Santo Domingo de la Calzada. En un momento en el que el Camino de Santiago se está fijando de forma definitiva, la labor de nuestro hombre fue clave.
En primer lugar, con una hoz taló árboles y eliminó espesura del bosque de La Ayuela con tal de abrir una senda diáfana y segura, naciendo de aquí su famoso Milagro de la Hoz, al que más tarde se sumaría el Milagro del Gallo y la Gallina, según el cual un joven injustamente acusado y condenado a la horca es salvado por santo Domingo, y el corregidor, que no creía el testimonio de sus padres, al ver revivir al gallo y la gallina que se iba a comer, da fe del mismo. De ahí viene el famoso dicho de “Santo Domingo de la Calzada, donde cantó la gallina después de asada”. Tanto la Hoz cortando un árbol, como el Gallo y la Gallina, surmontan el puente sobre el Oja en el escudo oficial del pueblo.
En segundo lugar, y en calidad de maestro albañil medieval, Domingo García procedió a la construcción de un puente sobre el río Oja, cuyas abundantes e imprevistas crecidas obligaron a sus sucesores a reconstruirlo numerosas veces para hacer practicable el paso de la ruta jacobea (CALVO, 2009, p. 16). Al hilo del puente nació la Leyenda de la Rueda, que narra la historia de un joven que, durmiendo sobre el mismo, fue arrollado por un carro y devuelto a la vida por santo Domingo, patrón de los ingenieros y de los constructores.
Poco tiempo después, Domingo García fundó también una hospedería para acoger peregrinos y atender a los enfermos, siendo este el origen inmediato de Santo Domingo de la Calzada, pueblo que, por ende, debe su existencia al Camino de Santiago. Así, a Domingo se debe en buena medida la labor repobladora, enriquecedora y organizadora de la zona (UBIETO, 1972, p. 29).
El ingente trabajo que desarrolló se vio pronto recompensado con el beneplácito real, pues, como iremos viendo, los sucesivos reyes colmaron a este incipiente núcleo de población de toda clase de reconocimientos, privilegios y donaciones.
Se tienen noticias de una primera iglesia y de la Cofradía del Santo, todavía activa en la actualidad, ya en 1106, año en que, por petición del santo, se consagra al Salvador y a Santa María de la Asunción, pero no quedan restos de ella, solo la teoría de que, sobre su solar, se erigió la Catedral del Salvador, y la certeza de que su primer abad conocido fue Munio (AZOFRA, 2005, pp. 9-10). Este templo, junto con el hospital y el desvío del Camino francés por esta zona, marcaron el inicio del burgo de Santo Domingo de la Calzada, cuyos terrenos donó el rey Alfonso VI al eremita (AA.VV., 2008, p. 683).
Una de las principales razones por las que los siguientes reyes castellanos empezaron a fijarse decididamente en la población calceatense fue debido a su posición fronteriza con el reino de Navarra, destacando la actuación de Alfonso I “el Batallador”, quien eximió de los tributos reales a sus habitantes (AZOFRA, 2005, p. 10). El problema de fronteras también se dio en el ámbito eclesiástico, pues el burgo fue disputado entre las diócesis de Burgos y Calahorra, quedando bajo el dominio de esta última por sentencia real de Alfonso VII en 1137, ratificada en 1141 (AZOFRA, 2005, p. 11).
Ya fijados los límites territoriales de Santo Domingo de la Calzada y establecido el núcleo inicial de población, comienza el crecimiento gradual del municipio, que a lo largo de la Edad Media experimenta un auge digno de reseñar. A mediados del siglo XII se crea el Barrio Viejo, el cual pronto debe ampliarse por medio del llamado Barrio Nuevo, medida que se adopta hacia 1162 junto a la construcción de una nueva iglesia capaz de hacer frente al desarrollo demográfico, económico y religioso (AZOFRA, 2005, p. 12). La planificación urbanística del Barrio Nuevo responde a una tipología de raíz hipodámica que aflora en los reinos hispanos a finales del siglo XII, siendo el barrio calceatense el primer ejemplo documentado de este trazado regular (AA. VV., 2008, p. 72).
Tras ambas intervenciones se halla la figura del maestro Garçion, encargado, entre otras cosas, de dividir los solares del Barrio Viejo y del Barrio Nuevo, entre medias de los cuales nace la calle Mayor, dando de esta manera una forma alargada al burgo, convirtiéndolo en una ciudad-camino orientada de este a oeste (AZOFRA, 2005, p. 14). La ampliación del terreno habitable se justifica, sobre todo, por el aumento demográfico, propiciado por varias causas, entre ellas las concesiones reales, la afluencia de gentes de los poblados aledaños y la llegada de repobladores francos (AZOFRA, 2005, p. 17).
En 1187, Alfonso VIII otorga fueros al concejo de vecinos calceatense, figurando en estos documentos la existencia de un hospital de San Lázaro, dedicado a atender a leprosos (AZOFRA, 2005, p. 18). Veinte años después, en 1207, el mismo rey concede a Santo Domingo de la Calzada el Fuero de Logroño, con el cual impulsa la repoblación de la zona, el desarrollo del comercio y la artesanía y la protección jurídica de los peregrinos, buscando con ello ganarse el apoyo de la población frente a Navarra (AZOFRA, 2005, p. 19).
En los albores del siglo XIII, el desarrollo experimentado por el burgo hace que pase a convertirse en villa abadenga, es decir, una villa cuya máxima autoridad era el abad (AZOFRA, 2005, p. 19). En este contexto, en 1229, el Papa Gregorio IX concede el traslado de la sede episcopal de Calahorra a Santo Domingo de la Calzada, pasando en 1232 a constituirse el obispado de Calahorra y La Calzada, lo que supone, entre otras cuestiones, que la colegiata calceatense pasa a ostentar el título de catedral junto a la calagurritana (AZOFRA, 2005, p. 21).
El 20 de abril de 1250, Santo Domingo de la Calzada pasa de villa abadenga a villa realenga, es decir, su administración corre a cargo de la Corona de Castilla debido a una concordia entre Fernando III y el cabildo catedralicio, el cual renuncia al señorío a cambio de ciertos beneficios (AA. VV., 2008, p. 684). Nueve días después, el 29 de abril, el mismo rey otorga a la villa calceatense el título de “dignísima cabeza de la merindad de La Rioja”, el cual mantuvo hasta su supresión en las Cortes de Cádiz de 1812 (AZOFRA, 2005, p. 22).
Las concesiones reales no terminarían ahí, pues, como hemos dicho, los sucesivos monarcas van a seguir prestando atención a Santo Domingo de la Calzada debido a su interés estratégico. De esta manera, Alfonso X “el Sabio” otorgaría a la villa una serie de privilegios con la finalidad de seguir contribuyendo a su desarrollo demográfico (AZOFRA, 2005, p. 23). Por otra parte, esto contrastó con el agitado panorama de finales del siglo XIII y comienzos del XIV, marcado por una serie de conflictos que llevaron a la población calceatense a integrarse en la hermandad de Castilla en 1282 para obtener protección (AZOFRA, 2005, p. 23).
En el plano urbanístico, con la decimotercera centuria Santo Domingo de la Calzada vio erigirse en torno suya la muralla, así como el nacimiento del barrio de Malburguete o Margubete, el Barrio de San Pedro y el Barrio o Casas de San Lázaro, relacionado con el citado hospital de leprosos (AZOFRA, 2005, pp. 24-26). La muralla es hija del violento contexto descrito en el anterior párrafo, lo que llevó a la villa realenga a pasar de ser una ciudad-camino a una ciudad-bastida capaz de hacer frente a las amenazas externas, condición de perduró hasta el siglo XV (AZOFRA, 2005, p. 27).
En 1333, Alfonso XI, en la línea de concesiones de sus predecesores en el trono, otorga a Santo Domingo de la Calzada el título de ciudad realenga debido a su población, que podía rondar los 900 habitantes (AZOFRA, 2005, p. 27). Este fue uno de los grandes hechos trascendentales del siglo XIV junto con la construcción de las murallas de Pedro I, otro rey que vio en la ciudad calceatense un enclave fronterizo crucial entre Castilla y Navarra, por lo que erigió un recinto murario entre 1367-1369 (AZOFRA, 2005, p. 29). Analizaremos con más detalle la muralla en el apartado de patrimonio.
Tras la repentina muerte de Enrique II, es proclamado rey Juan I de Castilla, acto que tiene lugar ni más ni menos que en Santo Domingo de la Calzada, si bien su coronación como tal sucedió en el Monasterio de Santa María la Real de las Huelgas de Burgos el 25 de julio de 1379 (AZOFRA, 2005, p. 31). Durante este periodo de finales del siglo XIV y principios del XV, la ciudad riojana va a experimentar uno de sus mayores desarrollos urbanísticos.
Es evidente que, en este momento, dicho desarrollo está completamente supeditado al perímetro amurallado, al amparo del cual se crean la calle del Medio y la calle del Pinar (al sur de la anterior), así como barrios de nueva planta, tales como el Barrio de La Puebla y el Barrio del Pinar (en la calle homónima), a los que se añadirán en el siglo XVI los de San Francisco y San Roque en los arrabales (MUNTIÓN, 1999, p. 45). Junto con las ampliaciones de los arrabales y la configuración de la plaza del Santo, este proyecto urbanístico dio a Santo Domingo de la Calzada un trazado ortogonal (AZOFRA, 2005, pp. 31-33).
La evolución medieval de Santo Domingo de la Calzada culmina con la visita de los Reyes Católicos, que permanecieron asentados aquí un par de meses del año 1483, estancia encuadrada en una coyuntura política donde era habitual que la Corte fuese itinerante (DÍEZ, 2005, p. 103). Años después, en 1491, Isabel y Fernando convierten a la ciudad calceatense en capital del corregimiento de Rioja (DÍEZ, 2005, p. 104), convirtiéndose, junto a tres ciudades más, en la única en no ser entregada como señorío a la aristocracia, y así será hasta el ocaso del Antiguo Régimen (AA.VV., 2008, p. 684).
El contacto de Sus Majestades los Reyes Católicos con el Camino de Santiago los llevó a promover una serie de medidas para velar por la salvaguardia del patrimonio calceatense, hito fundamental del Camino francés. Así, la reina Isabel concedió una exención, confirmada el 6 de diciembre de 1510, para destinar fondos fijos al mantenimiento del puente sobre el Oja (DÍEZ, 2005, pp. 105-106), y otra para el Hospital del Santo y su cofradía el 8 de diciembre de 1483, cuyo modelo de hospitalidad tendría muy en cuenta para el Hospital Real de Santiago de Compostela (DÍEZ, 2005, p. 108).
LOS AVATARES CALCEATENSES DE LA EDAD MODERNA Y CONTEMPORÁNEA
En el paso de la Edad Media a la Edad Moderna, la población de Santo Domingo de la Calzada sufrió un importante revés a nivel demográfico debido a una epidemia de peste en 1506, causante de una elevada mortalidad (GOICOLEA, 2006, p. 21). De esta manera, y debido también a una serie de medidas poco propicias para la situación, entre los padrones de 1503 y 1513 se registra un descenso de 547 vecinos a un total de 482 (GOICOLEA, 2006, p. 22).
Aquel no sería el único brote de peste que sufriría la población, ya que, a finales del mismo siglo XVI, llegó la llamada peste atlántica, que desató una terrible epidemia propagada desde Santander a toda la península entre 1596-1602, arremetiendo con fuerza en tierras riojanas en 1599 (TÉLLEZ, 2012, p. 88). Sin duda alguna, este fue uno de los capítulos más trágicos vividos por Santo Domingo de la Calzada en toda su historia:
“La quietud sepulcral tan solo se vería interrumpida por las rondas de los fieles y los regidores intentando mantener limpia la ciudad, o por los enterradores trasladando en carretas los cadáveres de los fallecidos o sus ropas extramuros, tan temidos por ser considerados la fuente de todo contagio, camino de las fosas comunes donde se verían inhumados en las afueras de la ciudad. En verdad se había llegado a una situación calamitosa. Y pronto lo sería aún más.” (TÉLLEZ, 2012, p. 108)
Podría parecer que este fragmento está sacado de La peste de Albert Camus, que se está aludiendo a la terrible epidemia de pestilencia que se narra en la ciudad de Orán. Nada más lejos, lo expuesto no pertenece al ámbito de la ficción, sino que, una vez más, esta se ve superada por la terrible realidad que se vivía en Santo Domingo de la Calzada en aquella época.
Pese a las medidas higiénicas y de contención de la plaga tomadas, la ciudad no pudo evitar contagiarse, ya que, a diferencia de poblaciones como Logroño o Calahorra, esta carecía de médico y cirujano, y no disponía de suficientes medios económicos para intentar combatir una crisis sanitaria como la que se estaba cultivando (TÉLLEZ, 2012, p. 92). El verano de 1599 fue, sin duda, uno de los momentos más críticos de la historia calceatense: la peste se adueñó de las calles, el cabildo catedralicio y los ricos huyeron hacia otros enclaves y el 2 de septiembre fue declarada ciudad apestada (TÉLLEZ, 2012, p. 106).
Santo Domingo de la Calzada tuvo que afrontar la pérdida de su reputación, la negativa de los poblados aledaños a acoger a sus habitantes, la escasez de regidores y la interrupción de la actividad corregidora, por lo que aumentaron los índices de delincuencia (TÉLLEZ, 2012, p. 111). Fue en noviembre, ya dejado atrás el funesto verano, cuando se inició la lenta recuperación y retorno a la normalidad (conceptos muy sonados), logrando primero recuperar la condición de ciudad saludable y después atrayendo a los pobladores dispersos que huyeron ante la extrema situación. De esta forma, en febrero de 1600 se superó la epidemia, estando preparados para futuros brotes, los cuales no tuvieron impacto gracias a la pronta reacción municipal (TÉLLEZ, 2012, pp. 112 y 114).
En el plano económico, la agricultura estuvo acaparada principalmente por dos cultivos: el cereal y el viñedo, que fue ganando terreno desde la Baja Edad Media, aumentando de esta manera la producción vinícola (GOICOLEA, 2006, p. 23). Aparte del sector agrícola, Santo Domingo de la Calzada favoreció sobre todo el desarrollo del comercio y la artesanía, esta última con gran auge desde la Plena Edad Media, dominando en la transición hacia la Edad Moderna el sector textil, seguido de los de la piel y el metal (GOICOLEA, 2006, p. 23).
Pese a que La Rioja fuese escenario de retaguardia más que frente de batalla durante la Guerra de Sucesión (1700-1715), no por ello se libró Santo Domingo de la Calzada de ciertas prácticas perniciosas. Desde el inicio, estuvo a favor de la causa borbónica de Felipe V, por lo que, en los periodos de mayor fragor belicista, su término se convirtió, entre otras cosas, en albergue de soldados de tránsito, cuyo acopio de alimentos y camas fue sufragado con las arcas calceatenses, labor colosal para una población tan pequeña (TÉLLEZ, 2009, pp. 49-50).
Los habitantes, además de tener que alojar soldados nativos y extranjeros en sus propios domicilios, sintieron el miedo apoderarse de sus vidas cuando el gobierno borbón planteó en 1704 la recuperación de las milicias de cara a los duros tiempos que venían (TÉLLEZ, 2009, p. 51). Las tornas estuvieron a favor del bando austrino hasta 1707, momento en el que las tropas de la Gran Alianza tenían Castilla encerrada entre Zaragoza, Salamanca y Madrid, donde se encontraba el Archiduque Carlos (TÉLLEZ, 2009, p. 54).
Cuando las arcas de Santo Domingo de la Calzada estaban ya al límite, estalla una sublevación del pueblo madrileño que culmina con la retirada del Archiduque Carlos hacia Valencia. Se inicia así una contraofensiva borbónica hasta 1710, momento en el que Francia debe retirar su apoyo a la causa filipina, lo que se tradujo en potentes ataques austracistas con los que recuperaron Zaragoza, retirándose muchas tropas desde Aragón a la ciudad calceatense (TÉLLEZ, 2009, p. 58). Esta solo pudo descansar a partir de la muerte de José I, hermano del Archiduque Carlos, que pasaba así a encabezar la corona del Sacro Imperio Romano Germánico, iniciándose entonces una serie de negociaciones para restaurar el equilibrio en Europa (TÉLLEZ, 2009, p. 60).
El siglo XVIII, junto a la etapa medieval, fue uno de los momentos de desarrollo urbano más importantes para Santo Domingo de la Calzada. Además de erigirse la potente torre-campanario de la catedral, se planifican la plaza del Mercado (actual plaza Mayor o plaza de España) y sus edificios más emblemáticos (ayuntamiento, alhóndiga, sede del Corregimiento y Cárcel Real), los paseos del Espolón y de la Carrera, acordes al espíritu ilustrado; y se edifica el primer ejemplo de arquitectura industrial del pueblo, la fábrica textil de Pérez Íñigo. De esta manera, la población pasaba de ciudad medieval a ciudad moderna (DÍEZ, 2001, p. 168).
Volviendo a José I, aunque esta vez de la dinastía Bonaparte, nos vamos al siglo XIX, a uno los episodios más dañinos que se recuerden en los anales calceatenses: la Guerra de la Independencia (1808-1814). Si la epidemia de peste bubónica de 1599 mermó seriamente a la economía, política, sociedad y demografía de la ciudad, las tropas francesas de Napoleón volverían a llevar a su conjunto a límites insospechados.
De forma semejante a la Guerra de Sucesión, durante la francesada Santo Domingo de la Calzada no fue escenario bélico protagonista, sino zona de paso y albergue de tropas francesas. Así, el Ayuntamiento adoptó una política colaboracionista con el bando francés incluso antes del inicio de la guerra, pues ya a comienzos de 1808 se atestigua la presencia estable de efectivos napoleónicos en la ciudad (DÍEZ, 2009, p. 66).
El colaboracionismo calceatense con el bando de José I será constante desde 1808 hasta 1813, por lo que, a diferencia de ciudades como Madrid, que se rebelaron contra la presencia francesa y sufrieron nefastas consecuencias por ello, los daños que sufrió Santo Domingo de la Calzada se originaron por motivos completamente opuestos. Los efectos devastadores aumentaron conforme se iba militarizando el frente del valle del Ebro, pues el poblado calceatense, en tanto que corredor de paso, se vio forzado a abastecer y alojar a los diversos contingentes napoleónicos, cuya continua frecuencia supondría un durísimo golpe a su economía (DÍEZ, 2009, p. 73).
La presión militar aumentó con la intervención directa de Napoleón en 1808, suponiendo las batallas de Gamonal y Tudela un considerable aumento de los gastos, pues la histórica ciudad de Santo Domingo se encontraba entre el Cuartel General de Burgos y Logroño y el Ebro medio, por lo que la circulación de tropas era constante (DÍEZ, 2009, p. 78).
En agosto de ese mismo año, ante el vaciamiento de los fondos públicos y privados, el Ayuntamiento toma la drástica decisión de comenzar a vender parte de su patrimonio inmueble, concretamente sus fincas, con el fin de pagar los gastos abonados por los vecinos e instituciones de La Calzada para el abastecimiento de las tropas (DÍEZ, 2009, p. 82). La política de venta de bienes inmuebles continuó en 1810, cuando, además de vender terrenos históricos como la Dehesa del Santo, se tuvieron que embargar los granos de todas las casas, dejando tan solo los necesarios para sobrevivir (DÍEZ, 2009, p. 83).
No contentos con ver su economía desplomarse a tal velocidad, los calceatenses fueron testigos del fusilamiento de soldados españoles, cuyos espíritus patriotas fueron aniquilados por el plomo de las armas francesas, por ejemplo, tras el llamado “Desastre de Belorado” del 18 de noviembre de 1810, tras el cual 60 prisioneros españoles fueron llevados a Santo Domingo de la Calzada para ser ajusticiados (DÍEZ, 2009, p. 88). Por otra parte, también contemplaron la muerte de no pocos efectivos franceses, como ocurrió en julio de 1809, cuando un contingente de 112 soldados fue derrotado por una guerrilla liderada por Ignacio Alonso “El cuevillas” y Juan López Campillo (DÍEZ, 2009, p. 86).
La población calceatense sufrió la presencia de las tropas francesas hasta finales de junio de 1813, fecha en la que comienzan a implantarse los nuevos órganos políticos y jurídicos decretados en las Cortes de Cádiz de 1812, que solo durarían hasta la reinstauración del absolutismo por Fernando VII en 1814 (DÍEZ, 2009, pp. 89-90). Finalmente, Santo Domingo de la Calzada pudo respirar un poco e iniciar la lenta recuperación de su cercenado capital, dando gracias a que el único daño material de envergadura fuera el incendio del Palacio episcopal a mediados de 1812, pudo haber sido mucho peor (DÍEZ, 2009, p. 99).
Poco a poco, la ciudad fue saliendo de la parálisis provocada por la guerra y reactivó proyectos interrumpidos, como la construcción del nuevo Santo Hospital y la rehabilitación del puente sobre el río Oja, derruido en buena medida por una crecida de 1775 (DÍEZ, 2009, p. 106). A mediados del siglo XIX, la población calceatense alcanzaba, según el diccionario de Pascual Madoz, a la cifra total de 3447 “almas” (MADOZ, 1846, vol. V, p. 309). En el mismo siglo se crea la provincia de Logroño, pasando Santo Domingo de la Calzada a convertirse en cabecera comarcal y partido judicial.
Por semejantes fechas, en 1855, otra epidemia, esta vez de cólera asiático, asoló las calles de La Calzada. Este nuevo episodio endémico se encuadra en una serie de cuatro brotes que se difundieron por toda España, siendo el más mortal de todos el que asoló al país en 1854-1855, que afectó sobremanera a Logroño (ARCE y MAHAVE, 1985, p. 320).
En el ámbito calceatense, aunque sin ser tan grave como el terrible caso de peste de 1599, las repercusiones se hicieron notar en distintos campos. Demográficamente, el crecimiento se va a estancar con el aumento de la mortalidad y el descenso de la natalidad, siendo el año 1855, sobre todo el mes de julio (en el que fallecieron 69 pueblerinos), el mayor punto de inflexión (ARCE y MAHAVE, 1985, p. 322). Socialmente, las autoridades optaron por el silencio para no alarmar en demasía a la población hasta el cese de la epidemia, acontecido, tras los duros meses de verano, el 27 de septiembre (ARCE y MAHAVE, 1985, p. 324). A ello se suman las consabidas huidas de la población que entró en pánico y ciertos traspiés económicos, como la paralización del proceso desamortizador y la menor afluencia de foráneos (ARCE y MAHAVE, 1985, pp. 327-328).
El último hecho de trascendencia acontecido en la era decimonónica fue la denominada “Sargentada”, ocurrida en la madrugada del 8 de agosto de 1883. Con este nombre se conoce al pronunciamiento militar ejecutado por la Asociación Republicana Militar (ARM), fundada por el exiliado Manuel Ruiz Zorrilla, cuyo desenlace fue el único trágico de los tres movimientos planificados en esos días, uno con foco en Badajoz (5 de agosto) y el otro en la Seo de Urgel (9 de agosto), todos encuadrados en el que fue el primero de los tres alzamientos de la ARM (METOLA, 2009, p. 148).
El intento fallido, que fue llevado a la práctica por el Regimiento de Lanceros de Numancia, número 11 del Arma de Caballería, se saldó con la muerte del teniente al mando, Juan José Cebrián Piqueras, y con el fusilamiento de cuatro de sus sargentos el 12 de agosto de 1883 en una huerta del Barrio de Margubete (METOLA, 2009, pp. 159-160). El regimiento, que llevaba instalado en el Convento de San Francisco desde el 23 de junio de 1876, marchó hacia Pamplona el 24 de noviembre de 1883 tras recibir órdenes del Capitán General de Burgos (METOLA, 2009, pp. 152-153).
En el salto al siglo XX, un evento crucial, como ocurre en otras poblaciones de la geografía, fue la llegada del ferrocarril. Si bien ya pasaba por la Rioja la línea Tudela-Bilbao desde 1863, el tramo que haría parada, entre otras estaciones, en Santo Domingo de la Calzada, no fue inaugurado hasta el 9 de julio de 1916. Se trataba de la vía Haro-Ezcaray, conocida popularmente como el tren “Bobadilla”, que tenía una longitud de 34 km y realizaba su recorrido a nivel regional por varias localidades de la Rioja Alta: Haro (dos paradas), Casalarreina, Castañares, Bañares, Cidamón, Santo Domingo de la Calzada, Santurde-Santurdejo, Ojacastro y Ezcaray (DELGADO, 2013, pp. 198-200).
Previamente a la construcción de toda esta infraestructura ferroviaria, hubo ya proyectos en el siglo XIX que especulaban con la planificación de un trayecto por ferrocarril: uno en 1881, sobre la habilitación de un tramo entre Haro y Santo Domingo de la Calzada, y otro en 1890 desde Casalarreina hacia Ezcaray pasando por el enclave calceatense (DELGADO, 2013, p. 198). Tras salir a subasta el proyecto de una vía por la Rioja Alta en 1910, finalmente en 1913 el Vizconde de Escoriaza, José Nicolás de Escoriaza y Fabro, adquirió los derechos y dio inicio a las obras el 17 de mayo del mismo año en Santo Domingo de la Calzada (DELGADO, 2013, p. 200).
Pese a que durante un periodo de tiempo se demostró la efectividad y rendimiento económico de este trayecto, a partir de los años 30, y con contadas excepciones, los años comenzaron a saldarse negativamente para la compañía al cargo de la línea. Así, en 1949 se procedió al cierre parcial de todas las paradas, salvo una de las de Haro, la de Santo Domingo de la Calzada y la de Ezcaray. Finalmente, en enero de 1964, la clausura del tramo Haro-Ezcaray fue definitiva, supliendo su vacío las carreteras que a ritmo vertiginoso se iban sucediendo por todo el país (DELGADO, 2013, p. 203).
En el ámbito riojano, la Guerra Civil se saldó con algo más de 2000 personas asesinadas, lo que supuso una baja aproximada del 1% del total poblacional de La Rioja, que en el censo de 1930 contaba con 203789 habitantes. Mientras que hubo municipios que pasaron el conflicto con cero bajas debido a la labor humanitaria de sus dirigentes, en otros los porcentajes fueron más o menos altos; en el caso concreto de Santo Domingo de la Calzada, fue, junto con Haro, de las menos afectadas en la Rioja Alta, estando por debajo del 1% (AGUIRRE, 2006, p. 190).
Poco antes del conflicto, en 1931, la Catedral del Salvador fue declarada BIC, siendo por tanto este el primer bien calceatense en recibir tal grado de protección. El siguiente paso vino ya en 1973, año en el que el casco antiguo de Santo Domingo de la Calzada fue declarado Conjunto de Interés Histórico Artístico. La lista se completa en 1982 y 1983, cuando son declarados BIC la iglesia del Convento de San Francisco, la Casa de los Trastámara y el edificio sito en la calle Mayor 56, en el momento de incoación llamada de Zumalacárregui.
En cuanto a la evolución demográfica calceatense a lo largo del siglo XX, se expresa en las siguientes cifras: en 1900, en Santo Domingo de la Calzada estaban censados 3784 habitantes, siendo el séptimo municipio más poblado de La Rioja, y pasado un siglo, en 2007, aunque bajó al octavo puesto de la misma lista, el número se había incrementado hasta 6537, el 2,1% del total del censo riojano (FUNDACIÓN BBVA, 2008, p. 5). Al término de 2023, como indicamos al inicio, se registraron en el término municipal 6283 pueblerinos, por lo que ha habido cierto descenso poblacional en las últimas décadas.
PATRIMONIO DE SANTO DOMINGO DE LA CALZADA
La historia de Santo Domingo de la Calzada, como habéis podido comprobar, no perdió en intensidad desde que fuera fundada por Domingo García en la Plena Edad Media. Su nacimiento al amparo del Camino de Santiago, el cual se desvío con motivo del burgo calceatense, ha dado pie a que, a lo largo de los siglos, su crecimiento haya sido imparable y que su legado patrimonial sea uno de los más ricos de La Rioja y, en general, de toda España.
Por esta razón, conviene dividir el apartado de patrimonio en una serie de subapartados para un mejor recorrido y análisis por aquellos elementos del corpus calceatense que son testigos de su dilatado proceso histórico. Comenzaremos hablando de sus plazas y paseos, elementos fundamentales de su trazado urbanístico. Ya introducidos en la ciudad, nos pasearemos por su afamada “trilogía eclesiástica”, formada por la Catedral del Salvador, joya por excelencia de Santo Domingo de la Calzada; el Convento de San Francisco y la abadía cisterciense. A continuación, visitaremos las cuatro ermitas que se han conservado, dedicaremos un espacio a la arquitectura de la calle Mayor y, para concluir, trataremos otros elementos de interés, como la muralla, el puente o el ayuntamiento.
LAS PLAZAS Y LOS PASEOS CALCEATENSES
La evolución del urbanismo calceatense, como hemos ido comprobando en el apartado histórico, no se puede comprender en toda su magnitud si no atendemos a sus plazas y paseos, elementos vertebradores de su fisonomía junto a las calles. La más emblemática y destacada de todas es la plaza del Santo, corazón del casco antiguo, delimitada por la concatedral y su torre, la Ermita de la Virgen de la Plaza y el Parador Nacional de Turismo, antiguo Hospital de Peregrinos hasta 1840 que fue en 1965 rehabilitado con la función actual. Fue la sede del mercado semanal hasta 1789, año en que el Marqués de Ciriñuela prohibió su celebración con el fin de no molestar las oraciones de la catedral (MUNTIÓN, 1999, p. 75).
En el siglo XVII se trazó la plaza de la Alameda, antes llamada plaza de Tejada, que albergaba en su seno el mercado de los sábados (MUNTIÓN, 1999, p. 75). Se trata de un espacio rectangular proyectado longitudinalmente, encerrado entre la calle Mayor y la calle de Isidoro Salas, está presidida por la llamada “Fuente de la Ciudad”, en cuya inscripción se lee el nombre del que la mandó construir en 1799, el corregidor Fernández de Ocampo, y a sus lados la flanquean soportales tradicionales con pilares de madera sobre bases pétreas.
La tercera gran plaza calceatense es la plaza Mayor o plaza de España, antigua plaza del Mercado, que se encuentra detrás de la catedral. Es una plaza espaciosa nacida en el siglo XIV, fijada a nivel urbanístico en el XVIII y enmarcada por el ayuntamiento, la alhóndiga (actualmente ocupada por las oficinas municipales), el edificio del Corregimiento de Rioja y el colegio San Jerónimo Hermosilla, antiguo palacio arzobispal. Fue el lugar de celebración del Mercado Mayor desde 1569 hasta 1799, año en que es trasladado a la plaza de la Alameda (DÍEZ, 2001, p. 155), y hasta 1976 aquí se montaba un espectáculo taurino al hilo de las Fiestas Patronales (MUNTIÓN, 1999, p. 75).
En cuanto a los paseos de Santo Domingo de la Calzada, destacan el paseo del Espolón, paralelo a la avenida de Juan Carlos I, que discurre por la antigua línea sur de la muralla, y en él sobresalen las baldosas del Camino de Santiago y el quiosco donde toca la Banda Municipal de Música desde su creación en 1860; el paseo de la Carrera, construido en 1783 al norte de la ciudad y cuyas hileras arbóreas, que flanquean la avenida de Haro, conducen a la Ermita del Santo; y, finalmente, el paseo de los Molinos, un lugar de recreo natural que va desde el final de la calle de Los Molinos hasta el Canal Nuevo, corre paralelo al río Oja y conecta con el Canal Viejo “Patagallina”.
LA TRILOGÍA ECLESIÁSTICA CALCEATENSE
LA CATEDRAL DEL SALVADOR
Una obra de tal envergadura como es la catedral de Santo Domingo de la Calzada merecería, sin duda, su propio artículo independiente, donde podríamos explayarnos a gusto, pero al incluirse en este artículo genérico sobre la historia y patrimonio del pueblo calceatense, debemos, sin embargo, ceñirnos a las cuestiones básicas. Y aún reduciendo esta concatedral a los hechos fundamentales, va a comprobar el lector la dificultad de dicha tarea.
Comencemos trazando las pautas históricas que jalonan la construcción de la Catedral del Salvador. Como comentamos, en 1106 se tienen noticias de una primera iglesia, cuyo autor fue posiblemente el propio Domingo, y de la cofradía, defendiendo algunos autores que la catedral se asentó sobre dicho templo primitivo. En 1158, el obispo Pedro de Cascante colocó la primera piedra de la colegiata, marcando el inicio del Tardorrománico riojano junto al sepulcro de doña Blanca de Navarra en el Monasterio de Santa María la Real de Nájera (AA. VV, 2008, 63).
El primer oficio religioso se celebra en 1180, gracias a la labor de dirección del maestro Garçion o Garsión (AZOFRA, 2005, pp. 12-13), el mismo que solarizara el Barrio Viejo y el Barrio Nuevo, y en 1232 recibió el título de concatedral de la recién formada diócesis de Calahorra y La Calzada.
La fábrica se llevó a cabo en dos fases constructivas. La primera corresponde a la segunda mitad del siglo XII, tiempo en que se logró levantar la cabecera, la cual contiene, por ende, el legado románico. Durante la segunda etapa, ya en época gótica (siglos XIII-XIV), se concluyó el brazo norte del transepto y el cuerpo de naves hasta la portada occidental.
En siglos posteriores, la catedral siguió recibiendo nuevas reformas y añadidos: el claustro se incorporó al norte en el siglo XIV y se reformó en el XVI, en los siglos XV-XVI se añadieron las capillas de la girola y las del lado sur, en el XVII vinieron la sacristía y el baptisterio o Capilla de los Mártires, y finalmente el XVIII auspició la creación del acceso por la plaza del Santo, ubicado en el brazo sur del transepto.
Apuntadas estas nociones cronológicas, podemos analizar la estructura catedralicia en sí. La iglesia tiene planta basilical de cruz latina, tres naves góticas, capillas laterales entre los contrafuertes y cabecera semicircular tardorrománica de gran desarrollo, con Capilla Mayor y girola con capillas radiales de época posterior, como hemos mencionado.
La girola, divida en cinco tramos trapezoidales y dos rectangulares, contaba en su origen con tres absidiolos, solo se conserva hoy el central. A su vez, la cabecera se escalonaba en tres alturas: girola y capillas radiales, tribuna y Capilla Mayor, permitiendo ello una buena iluminación del interior mediante la apertura de vanos (AA. VV., 2008, p. 685).
En cuanto a cubriciones y soportes, en el primer ámbito predominan las bóvedas características del Gótico: en la nave central son octopartitas hasta el tercer tramo, mientras que las laterales son de crucería sencilla, y a partir del cuarto hasta la Capilla Mayor son estrelladas con base de terceletes, y de igual manera sucede en los tramos laterales; por su parte, los siete tramos del deambulatorio se cubren con bóvedas de arista románicas reforzadas por nervios cruceros, y las capillas radiales, siendo de los siglos XV-XVI, es lógico que vayan cubiertas con terceletes.
Por su parte, los soportes son mayoritariamente pilares compuestos, los cuales reciben en el cuerpo de naves las cargas de los nervios de las bóvedas, los arcos fajones y los formeros; llaman especialmente la atención los de la cabecera, con distribuciones de columnas típicamente tardorrománicas.
Antes de pasar al apartado de artes figurativas, debemos detenernos un momento en la esbelta torre-campanario de 69 metros de altura, que responde a la tipología de torre exenta del cuerpo de la catedral, de la que hay pocos ejemplos en España, siendo esta uno de los más destacados (CANTERA, 1982, p. 22).
La actual, levantada entre 1762-1767, vino a sustituir a una anterior que fue desmontada por peligro de derrumbe hacia 1760, y esta a su vez se levantó reemplazando la medieval que estaba adosada al crucero, la cual se acabó viniendo abajo por un rayo el 30 de julio de 1450. Los avatares históricos y constructivos, por tanto, fueron los que justificaron el emplazamiento exento de la tercera torre, la cual se asentó sobre el solar de la antigua Cárcel Real, hoy en la plaza Mayor.
Para evitar obstaculizar la calle Mayor, lugar por donde discurre la vía jacobea, se dispuso esta colosal torre-campanario en un lado de la plaza del Santo, desde donde domina toda la ciudad calceatense. La construcción de sillería comenzó oficialmente el 23 de mayo de 1762, como reza la inscripción situada en el primer cuerpo, y fue concluida hacia comienzos del año 1766, aunque no fue aceptada hasta abril de 1767 (CANTERA, 1982, p. 735). En todo momento se siguieron las trazas de Martín de Beratúa, maestro por excelencia del campanario barroco de estilo riojano (CANTERA, 1982, p. 797).
Estructuralmente, está formada por tres cuerpos, los dos inferiores de planta cuadrada y el superior octogonal y rematado por cúpula y linterna circular. La decoración en los cuerpos cuadrados es escueta, reduciéndose en el primero a las pilastras de las esquinas y el recercado de los vanos, mientras que el segundo es algo más elaborado, con pilastras cajeadas, entablamento con rítmicos entrantes y salientes y vanos ricamente encuadrados.
En cuanto al cuerpo octogonal, que alberga las campanas, es el más complejo de todos: en todos sus lados se abren vanos de medio punto y óculos moldurados, separados por pilastras corintias sobre las que corre un entablamento quebrado, y las esquinas se coronan con pequeños templetes de perfiles mixtilíneos con chapitel. El recargamiento ornamental continúa en crescendo hasta el remate de la linterna.
Al mismo nivel de belleza que la torre está el pórtico sur, que desde la plaza del Santo permite el acceso al interior de la catedral por el transepto. Fue proyectada en 1789 por el mismo Martín de Beratúa, autor de la torre, en un estilo barroco clasicista que anuncia el Neoclasicismo: es una estructura de dos cuerpos, el inferior con arco de medio punto de intradós cuajado de casetones y encajado entre dos pilares corintios cajeados y entablamento con friso también casetonado; y el superior más sencillo, rematado en frontón triangular, cuyo tímpano contiene los símbolos heráldicos calceatenses. Auspiciado por el gigantesco arco, se hallan un par de puertas de medio punto, una triple hornacina, separada por pilastras cajeadas y que acoge labras de san Emeterio, santo Domingo de la Calzada y san Celedón; y tres óculos, mayor el central.
A través de esta suntuosa entrada accedemos, ahora sí, al interior, donde lo primero que tenemos que observar es el gallinero sobre la entrada, diseñado en estilo gótico en 1445 con motivo del famoso Milagro del Gallo y la Gallina, albergando desde entonces un ejemplar de cada animal cuyas plumas suelen llevarse los peregrinos como recuerdo de su paso por Santo Domingo de la Calzada. Acto seguido, uno debe dirigirse a la cabecera para ver su cualificada escultura románica, que aún a día de hoy es motivo de debate entre especialistas de la materia, por lo que nos limitaremos a dar unas breves pinceladas.
Esta cabecera cuenta con la peculiaridad de que sus paños se ordenan en altura con la ayuda de elementos como cornisas o impostas dispuestas al mismo nivel que los cimacios y arranques de las vueltas de arcos y bóvedas. Por otra parte, hay que tener en cuenta que la mayoría de las remodelaciones que el interior de esta santa catedral ha sufrido han hecho que se perdieran muchos elementos de su concepción original.
Veremos cómo los soportes y vanos principales recibirán capiteles casi siempre con temática historiada. Exteriormente y de derecha a izquierda, será importante mencionar cómo en las dos ventanas de la girola la imposta es de vástagos ondulantes anunciados mediante gruesas pencas inscritas. Por su parte, la cornisa expone todo un muestrario de seres fantásticos que en la Edad Media, no obstante, se tenían por reales.
A su vez también veremos como estos capiteles representarán diferentes escenas, tanto bíblicas como con un toque mitológico, encontrando entre ellos representaciones muy variadas y peculiares, desde la Huida a Egipto hasta personajes que representan dragones escamosos con largas colas y alas plumeadas con cabeza de cisne.
En el interior, encontraremos el muro de cierre de la girola, que cuenta con hasta tres impostas, la más alta de las cuales se dispone a la altura de los cimacios de los capiteles y se decora con motivos vegetales.
En este interior, encontraremos un tramo recto que estará contorneado por un vano de medio punto, posiblemente reformado pero sin embargo, respeta la altura de las ventanas del siguiente vano. Bajo este vano se dispone otra en retícula de rombos, la cual parece no contar con una continuidad, sin embargo, existe una tercera, similar a esta que se dispone bajo el derrame inferior de las ventanas correspondientes a la girola y capillas.
De nuevo, en el interior, encontraremos capiteles historiados, dispuestos en la doble columna de arco fajón adosada a un pilar, además de en la sencilla del crucero, donde podremos encontrar elementos como tres ángeles con elementos propios de La Pasión o un Cristo sedente dentro de la característica mandorla, rodeado por los Tetramorfos.
Cabe destacar en especial, la capilla central de la girola, la cual cuenta con una embocadura repicada, además de una buena cantidad de cimacios e imposta. Esta cuenta de nuevo, con capiteles decorados con nervios de hojas en U, en uno de ellos con cimacio de acantos y el otro con cardos reptantes que aparecen a través de cabezas. A su vez, esta capilla también cuenta con ventanas que se decoran con capiteles, el elemento estrella de este lugar sagrado.
Es importante destacar para finalizar, que entre estos, el crucero y las naves laterales, encontramos un espacio que no ha sido remodelado con reformas posteriores, espacio en el que destacan y predominan la decoración mediante vegetación simple con hojas lisas o bien las bifurcaciones en U de tipo cisterciense, con bolas o frutos en los remates de las vueltas.
Visto el programa escultórico de la cabecera, el paso obligado a continuación es la contemplación del Retablo Mayor, que tras su traslado a finales de los 90 desde la Capilla Mayor a la Capilla del Santo Cristo, ubicada en el brazo norte del transepto, dejó libre para su visibilidad los relieves de las pilastras arriba comentados. Así, el retablo fue desmontado en febrero de 1994, restaurado en el taller diocesano del Convento de San Francisco y rearmado en diciembre de 1996, acondicionando para ello la citada capilla entre abril de 1996 y marzo de 1997 (CUADRA, 1998, p. 45). Esta cuidadosa intervención permitió la conservación tanto del retablo como de los relieves de la Capilla Mayor, cumpliendo así un doble objetivo que la convierte en modelo ejemplar para otras operaciones semejantes.
Considerado el mejor retablo renacentista de La Rioja, su autor es uno de los más conocidos escultores en las obras que se dedican a estudiar este episodio de nuestra Historia del Arte: Damián Forment. Fue uno de los grandes introductores de la escultura del Renacimiento en territorio hispano, justificando su destreza en la labor retablística una serie de obras, tales como el Retablo Mayor de la Basílica del Pilar de Zaragoza, el retablo del Monasterio de Poblet en Tarragona o el Retablo Mayor de la catedral de Huesca. El Retablo Mayor de la Catedral del Salvador fue su última obra, pues falleció en 1540 antes de verlo terminado. Por su parte, la policromía y el dorado corrieron a cargo del pintor calceatense Andrés de Melgar, quien ejecutó la empresa entre 1539-1551.
La obra de Forment, de trece metros de altura y nueve de ancho, está formada por zócalo o sotabanco de alabastro, banco o predela, tres calles, cuatro entrecalles, tres cuerpos y dos polseras. Llama la atención que casi toda la máquina esté realizada en madera de nogal, teniendo en cuenta que Forment mayoritariamente trabajó a lo largo de su carrera con piedra. La planitud que se aprecia en otros retablos se rompe en este caso por dos factores: en primer lugar, por adaptarse a la forma poligonal de la cabecera en la que se ubicaba originalmente, adoptando así cierta concavidad, y segundo por constituir las entrecalles elementos resaltados que generan un ritmo dinámico.
En cuanto al programa iconográfico, el retablo atiende a la doble advocación original de la catedral: el Salvador y Santa María. Antes de exponer las escenas que conforman el aparato teológico del conjunto de Forment, quisiera mencionar las figuras independientes de las entrecalles y las polseras. En las primeras se representan los evangelistas, con su correspondiente símbolo del Tetramorfos, en el nivel del banco, mientras que en los cuerpos se alberga el apostolado, siendo la figura a la derecha del Pantocrátor santo Domingo de la Calzada.
Con respecto a las polseras, estas contienen a los profetas del Antiguo Testamento, actuando dos de ellos, Abraham y Jeremías, como atlantes de las mismas, y todos están perfectamente identificados por filacterias. Por su lado, el zócalo, único elemento pétreo, es continuo y lo recorren escenas que muestran el alma caritativa de santo Domingo.
Pasando ya a las casas, predominan las escenas de la vida de Jesús, que de abajo a arriba son estas: el banco contiene momentos de la Pasión, auspiciando el centro entre cortinajes la Quinta Angustia, flanqueada por Cristo cargando la Cruz a la izquierda y la Flagelación a la derecha; el primer cuerpo lo centra un Pantocrátor con el Tetramorfos a sus pies, a cuyos lados tiene la Epifanía y la Pentecostés; en el segundo y tercer cuerpo tenemos en la calle central la Asunción de María, y a sus lados están la Adoración de los Pastores y la Resurrección, y más arriba la Anunciación y la Presentación de Jesús en el templo. En el remate hallamos a Adán y Eva en los extremos de las polseras, una serie de putti en torno a columnas y, finalmente, una talla de la Verónica.
En cuanto a los otros retablos de la catedral, para no extender mucho más este capítulo nos centraremos únicamente en el retablo de la Capilla de San Juan, el Retablo de la vida de Santo Domingo y el retablo del trascoro. El retablo de la Capilla de San Juan se atribuye al llamado Maestro de Belorado y es de estilo hispanoflamenco, datado en la década de 1490 (SÁENZ, 1981, p. 386). Se divide en sotabanco, banco, cinco cuerpos y cinco calles, estando en la central y en la predela concentrado el apartado escultórico. De arriba abajo, la calle central cuenta con Calvario, Asunción de María y Virgen de la Leche, mientras que en la predela hay figuras de santos. El sotabanco contiene lienzos de los evangelistas sobre fondo dorado, rasgo típicamente gótico; las demás tablas representan escenas de las vidas de Cristo y la Virgen.
Proseguimos con el Retablo de la vida de Santo Domingo, situado en la Capilla de Hermosilla y conformado por nueve tablas al óleo concebidas por los pintores Alonso Gallego y Andrés de Melgar, este último, como hemos visto, dorador y policromador del Retablo Mayor. Los episodios representados nos permiten conocer, ya de manera visual y no literaria, algunos de los milagros más conocidos de santo Domingo de la Calzada, como el Milagro del Gallo y la Gallina o la Leyenda de la Rueda, y su faceta como libertador de cautivos y protector de peregrinos. La riqueza pictórica se completa con los detalles en dorado sobre fondo blanco de la arquitectura, rematada por cinco arcos de medio punto entre los que se disponen ángeles portando escudos.
Finalizamos el recorrido retablístico con el retablo del trascoro, cuyas tablas, aunque también salieron de las manos de Melgar y Gallego, se inclinan más hacia el primero, cuya destreza y fama iba en aumento, provocando ello probablemente la repentina marcha del segundo en 1533 (SÁENZ, 1981, p. 404). En este caso, el eje iconográfico lo marca el ciclo de la Pasión, siendo la pintura central el Descendimiento de la Cruz, la lateral izquierda la Flagelación y la de la derecha Cristo cargando la Cruz. Al igual que en el anterior retablo, la arquitectura blanca con detalles dorados en relieve enriquece el conjunto notablemente.
Aparte de en los retablos, la escultura está presente, por ejemplo, en el coro, levantado entre 1521-1527 en madera de nogal según trazas de Andrés de Nájera e incendiado parcialmente en 1825, por lo que tuvo que reconstruirse posteriormente la parte afectada imitando el diseño original. Está compuesto por 26 sillas bajas y 33 altas, sus respaldos contienen tallas relivarias de santas, santos y profetas realizadas por Guillén de Holanda. En su momento el coro estuvo situado en alto a los pies, pero fue movido al plano bajo de la nave central a comienzos del siglo XVII. Los primeros órganos del coro son de 1641 y 1765 respectivamente, pero ambos fueron pasto de las llamas en 1825 y, por ello, se mandó uno nuevo que sería a su vez reemplazado por otro de moderna factura en 1914, el cual fue restaurado en 1991.
Por supuesto, no podemos olvidar los sepulcros, en especial el Sepulcro del Santo, ubicado en el brazo sur del crucero y encerrado por una reja barroca de comienzos del siglo XVIII de Sebastián de Medina. El sepulcro está conformado por un templete gótico que, a modo de baldaquino, cubre la figura yacente del santo, labra románica policromada del siglo XII.
La estructura gótica de alabastro es una reconstrucción realizada en 1513 por Juan de Resines sobre un diseño de Felipe Vigarny (MUNTIÓN, 1999, p. 106), y está formada por seis arcos ojivales, pilares de separación donde se incrustan figuras de ángeles y basamento de 1450 cuajado de paneles que contienen escenas esculpidas de la vida de santo Domingo de la Calzada.
Justo debajo se encuentra la cripta, construida en 1938 al hilo del supuesto descubrimiento del esqueleto incompleto de santo Domingo por parte de unos obreros el 17 de junio de 1936 (MUNTIÓN, 1999, p. 107). Se documenta ya en 1350 una tradición según la cual los peregrinos dan doce vueltas a la tumba mientras rezan. En 2019, el mosaiquista esloveno Marko Ivan Rupnik decoró las paredes con mosaicos inspirados en los iconos bizantinos cuya idea rectora es el camino hacia Dios, complementando así los tres altorrelieves que, aunque están aquí, se ubicaban originalmente en la girola.
Concluimos la visita a la Catedral del Salvador con el claustro, de planta cuadrada como es habitual. Fue mandado construir en 1340 por el obispo Juan del Pino, siendo reformado entre 1517-1550 (MUNTIÓN, 1999, p. 113). Su factura es gótica, hecho que se evidencia en las bóvedas de crucería simple que cubren todos los tramos del perímetro, reforzadas por contrafuertes tanto al interior del patio como al exterior, aprovechando estos últimos espacios para alojar capillas, de las cuales solo dos permanecen en pie. Una curiosidad es un nicho en la pared, que según la leyenda contiene las entrañas del rey Enrique II, fallecido repentinamente en Santo Domingo de la Calzada.
Además del uso religioso, fue cementerio hasta comienzos del siglo XIX y, tras la restauración ejecutada en 1987, se rehabilitó como Museo catedralicio. De su colección caben destacar tres pilas bautismales procedentes de despoblados, una maqueta de la catedral a pequeña escala, una Virgen con el Niño gótica del siglo XIII, dos tallas románicas de los apóstoles san Pedro y san Pablo del siglo XII, el retablo del Crucifijo del siglo XV, una talla de la Verónica tardogótica, etc.
EL CONVENTO DE SAN FRANCISCO
El Convento de San Francisco, también conocido como Convento de Santa María de los Ángeles, da nombre a la plaza en la que se inserta. Su origen está en el convento francisano de Cidamón construido entre 1456-1458, que fue trasladado a la ciudad calceatense el 26 de febrero de 1535 por acción de Juan de Samano, secretario real, y enriquecido con el legado de fray Bernardo de Fresneda, confesor de Carlos I, consejero de Felipe II y arzobispo de Zaragoza que falleció en 1577 sin ver terminado el conjunto monacal (BARRÓN, 2008, pp. 49-50).
La iglesia conventual, terminada entre 1590-1617, es de nave única con capillas laterales entre contrafuertes, rematados en el exterior por bolas de reminiscencia escurialense, ábside poligonal, cubrición de bóveda de lunetos en la nave, cúpula rebajada sobre pechinas en el crucero, y pórtico y espadaña del siglo XVII. Al sur se abre el claustro, edificado entre 1621-1629, de planta cuadrada, líneas sencillas y dos plantas, la inferior con galería abierta al patio mediante arcos de medio punto y la superior iluminada con ventanas rectangulares separadas por pilastras. Al sur del claustro se abrió otro para novicios, en torno al que se articulaba el colegio San Buenaventura (UGARTE, 2015, p. 83).
Accediendo al interior, observamos que las capillas laterales están separadas por pilastras de orden corintio estriadas y dobladas, sobre las que corre un entablamento sin solución de continuidad a lo largo de toda la iglesia y cuyo friso contiene una inscripción en latín hacia la cabecera. El espacio del crucero lo delimitan los arcos torales, cuyos intradoses están cuajados de casetones habitados por rosetas, y las pechinas, decoradas con pinturas de santos. Las piezas más destacables de la iglesia son, sin duda, el Retablo Mayor y el sepulcro de fray Bernardo de Fresneda, situado bajo la cúpula del crucero.
El Retablo Mayor es el coronamiento de una parte de la iglesia ya de por sí cargada de historia: la Capilla Mayor. Fue construida entre 1567-1577 por orden de fray Bernardo de Fresneda, que deseaba ser enterrado en ella, y a su cargo estuvo, en primer lugar, Francisco Martínez de Goicoa, y tras su muerte en 1571 se encargaron de la obra Juan Pérez de Obieta y el italiano Giovanni Andrea Rodi, previa reunión con el propio fray Bernardo el 15 de octubre de 1572 (BARRÓN, 2008, p. 55). El retablo, realizado en piedra, fue contratado en 1602 y concluido en 1606, confiando los patronos en la experiencia del escultor riojano Pedro de Arbulo para seleccionar a los artistas más cualificados, destinándose en la parte escultórica al también brionero Hernando de Murillas, al cántabro García de Arredondo y al navarro Pedro González de San Pedro (BARRÓN, 2008, pp. 72-73).
El retablo se compone de dos cuerpos, ático y tres calles, separadas entre sí por columnas jónicas adosadas a retropilastras cajeadas, entorchadas las del primer cuerpo y el ático, y con Virtudes esculpidas en el imoscapo en los casos de las del segundo cuerpo y ático. La escultura se concentra en la calle central, donde encontramos de abajo a arriba el relicario de Murillas, la Estigmatización de San Francisco y la Asunción, y se completa con los relieves del Lavatorio y la Puesta de Cristo en el Sepulcro, situados bajo las pinturas del primer cuerpo; las esculturas en bulto redondo de San Agustín y San Ambrosio, flanqueadas por escudos, y el grupo del Calvario en el sobreático. En cuanto a la pintura, queda encuadrada en las calles laterales, donde se representan figuras santas.
En cuanto al sepulcro de Fray Bernardo de Fresneda, el encargado de acometerlo fue García de Arredondo, el más cualificado de los artistas contratados para la decoración de la Capilla Mayor. Siguiendo una tradición que el Concilio de Trento rechazaría por obstaculizar la circulación e interrumpir la unidad espacial (BARRÓN, 2008, p. 60), se dispuso en el centro del crucero el túmulo de jaspe con la figura yacente del fraile en alabastro, finamente labrado con los símbolos episcopales, como la túnica, la capa o la mitra, que se aprovechan como superficies relivarias para disponer personajes y escenas cristianas.
A día de hoy se conserva el conjunto gracias a que, tras la desamortización de Mendizábal en 1836, el Ayuntamiento logró obtener los derechos de propiedad del convento. Desde la marcha de los monjes franciscanos hasta la actualidad, las diversas partes del monasterio han recibido múltiples usos que han mantenido vivo este patrimonio calceatense.
Además de servir de cuartel al regimiento de Numancia que perpetró la “Sargentada” de 1883, fue el Colegio Mayor de los Padres del Corazón de María hasta 1968, y desde entonces alberga un hospital y asilo de ancianos (Hospital del Santo), un Parador de Turismo y el Taller Diocesano de Restauración desde 1983, donde se acometió la rehabilitación del retablo catedralicio. Mención aparte merece el museo, habilitado en el claustro principal y destacable por su colección de marfiles.
LA ABADÍA CISTERCIENSE
Después de la catedral y el convento, el tercer estandarte del Arte eclesiástico calceatense es la Abadía de Nuestra Señora de la Anunciación, fundada a comienzos del siglo XVII por el entonces obispo de Calahorra y La Calzada Pedro Manso de Zúñiga, que proporcionó los medios para erigir esta abadía con el fin de que las Madres Bernardas del decadente Monasterio de Santa María de los Barrios de Abia de las Torres (Palencia) se trasladaran a Santo Domingo de la Calzada (MUNTIÓN, 1999, p. 86). Aunque ya en 1610 estaban en el poblado, no pudieron habitar el monasterio hasta su conclusión en 1621, y a ellas se unirían en 1868 las monjas del suprimido Real Convento de Bernardas de Herce (MUNTIÓN, 1999, p. 86), realizando su labor caritativa todavía en la actualidad.
La arquitectura del convento, diseñada por Matías de Asteazu y Pedro de la Mata, toma buena nota del modelo de su compañero franciscano. Es un conjunto de trazas clasicistas, en línea con el ideal de austeridad característico del Císter, y se articula en torno a tres patios, uno de ellos el del claustro, una iglesia cerrando por el norte, y cuenta también con su propio albergue de peregrinos desde el siglo XVIII, delante del cual se levantó una fuente en homenaje a las peregrinas.
Lo más destacable es la iglesia, que tiene planta de cruz latina con una gran nave, capillas entre contrafuertes con sus correspondientes retablos, crucero coronado por cúpula sobre pechinas, ábside semicircular y Retablo Mayor barroco de mediados del siglo XVIII con predela, dos cuerpos y tres calles, la central resaltada, dominadas por esculturas bajo hornacinas, destacando el grupo de la Anunciación en el centro del primer cuerpo. Pero lo más sobresaliente del interior es el sepulcro, donde se localizan las estatuas yacentes, labradas en alabastro en 1620 por Juan de Naveda y levantadas sobre un pedestal de mármol negro, de tres miembros de la familia de los Condes de Hervías (MUNTIÓN, 1999, p. 87).
LAS CUATRO ERMITAS
Cerrada la “trilogía” de la arquitectura eclesiástica mayor de Santo Domingo de la Calzada, es el turno de las ermitas, que no por pequeñas revisten menor atractivo. Comenzamos por la ubicada en la plaza del Santo, la Ermita de Nuestra Señora de la Plaza, dedicada a la patrona calceatense y que, según la teoría popular, fue erigida sobre los restos de un oratorio realizado por el propio Domingo. El edificio actual, del siglo XVI, tiene planta rectangular, fachada barroca de inicios del XVIII de dos cuerpos, espadaña y hornacina con una imagen sedente de la Virgen de finales del siglo XVI; y Retablo Mayor del XX presidido por una talla gótica de la Virgen de la Plaza, que se saca en procesión junto a Santo Domingo el 18 de septiembre, en el contexto de las Fiestas de Gracias.
Proseguimos con la Ermita de la Mesa del Santo, esa hacia la que, como indicamos, conduce el paseo de la Carrera. Se erige sobre el paraje conocido antiguamente como Mesa del Santo, debido a que Domingo esperaba en él la llegada de peregrinos a los que cuidar. Fue financiada por Felipe Amigo y Fitón, hermano del abad de la catedral, y se levantó entre 1885-1890 (MUNTIÓN, 1999, pp. 90-91). Es un edificio sencillo de planta rectangular y nave única cubierta con bóveda de cañón, con cabecera de testero recto, vivienda y comedor anexos, y cuenta con parcelas para huertos, patios, corral y leñera.
A continuación, tenemos la Ermita del puente, que sustituye a la que, como era normal en la tradición medieval, se levantaba sobre dicho puente calceatense, llamada Ermita de Nuestra Señora. Tras sufrir los embates de la crecida del Oja de 1906, junto al puente se levanta en 1917 esta de nueva planta gracias a que fue “COSTEADA POR DÑA CECILIA MARÍN”, como queda inscrito en la rosca del arco de medio punto que cobija el acceso. Visualmente, destacan sus hiladas alternas de ladrillo y sillería, la espadaña y su cruz flordelisada de remate, y, sobre todo, la portada de aires neorrománicos, sustentada por columnas de fuste liso y capiteles corintizantes, y tímpano con las armas calceatenses labradas.
Finalizamos el recorrido por el patrimonio eclesiástico calceatense con la Ermita de la Virgen de las Abejas, situada en un maravilloso paraje natural al norte de Santo Domingo de la Calzada. Incendiada el 3 de agosto de 1763, tuvieron que reconstruirse algunas partes un año después, y eso es lo que vemos hoy del conjunto original, que algunos dicen que fue construido sobre el antiguo lazareto (MUNTIÓN, 1999, p. 90). Además de la ermita en sí, el conjunto cuenta con la casa del santero y de la cofradía.
LA ARQUITECTURA DE LA CALLE MAYOR
Analizados con cierto detalle los elementos más destacables del patrimonio eclesiástico de Santo Domingo de la Calzada, vamos ahora a dar un paseo más detenido por la calle con más historia de toda la ciudad: la calle Mayor. A lo largo de su recorrido, jalonado por casi mil años de cronología, una serie de edificios levantados a lo largo de los siglos nos cuentan un trozo de la historia calceatense y se suman al ya de por sí abundante corpus patrimonial.
Tras pasar la abadía cisterciense y llegar al número 28, encontramos la Casa de los Salcedo o Casa del Marqués de la Ensenada. Este edificio civil, de mediados del siglo XVIII, tiene dos plantas, la baja con la puerta de acceso, cuyo dintel está resaltado molduras mixtilíneas, flanqueada por dos óculos a cada lado, mientras que el piso noble cuenta con tres ventanas abalconadas, la del medio con dintel presidido por la venera jacobea y flanqueado por dos escudos en alabastro. Remata un alero cuyos canes de madera están tallados.
Unos números más arriba, en el 42, justo al final de la plaza de la Alameda, se localiza la Casa de la Cofradía del Santo, sede de la cofradía desde 1968 y que sirvió de albergue de peregrinos hasta 2009, año en que se traslada a un edificio anexo. Nuevamente, se trata de un edificio de dos plantas, solo que del Renacimiento y no del Barroco, datado en el siglo XVI. El vano de acceso, tímidamente enmarcado en un alfiz moldurado, está flanqueado por dos esbeltas columnas sobre pedestal divididas en dos cuerpos, el inferior liso y el superior acanalado, que sostienen un entablamento y una cornisa cuyos extremos se prolongan hasta ser coronados por los escudos del Corregidor. Semejante estructura, solo que a escala más reducida, encuadra la ventana con balcón del piso superior, inscribiéndose encima de ella el año 1831.
Poco más adelante, en el número 45, hallamos la Casa de Lorenzo de Tejada o Casa de los señores de Cirujeda, construida en 1681 y conformada por tres alturas, estando la fachada el piso noble protagonizada por un gran escudo labrado entre dos ventanas abalconadas. El alero que remata el edificio sobresale por su doble hilera de canes de madera, en cuyo envés hay labradas palmetas, y entre ellos se alojan florones pinjantes. En el interior destaca la cúpula que remata la escalera, decorada con yeserías y pinturas naíf de arte popular.
Pasando ya la plaza del Santo y la catedral, encontramos la Casa de los Trastámara, también llamada Palacio del obispo Juan del Pino, que fue declarada BIC en 1983, habilitada como primera Oficina de Turismo en 1990 y rehabilitada posteriormente como Casa Municipal de Cultura y Biblioteca. Es la construcción civil más antigua de Santo Domingo de la Calzada, fechable en el siglo XIV, además de una de las escasas muestras riojanas de arquitectura civil gótica (MUNTIÓN, 1999, p. 80). Tiene dos plantas, interesando sobre todo la baja, cuya entrada en arco apuntado está flanqueada por dos escudos del obispo Juan del Pino y restos de cabezas esculpidas.
Justo enfrente, en el número 67, está la Casa de las Antiguas Carnicerías, que en la actualidad es la sede del Centro de Coordinación de Servicios Sociales de La Rioja Alta. Se trata de un sencillo edificio de dos alturas, la inferior realizada en sillería, con vanos rodeados por molduras de resalte e inscripciones a ambos lados de la puerta de acceso, una de ellas indicando que la fábrica fue fundada en 1759 como carnicería durante el reinado de Fernando VI.
Arribando a los números 83 y 85 encontramos la Casa de los Ocio, construida en dos alturas hacia 1652 y rematada, al igual que la Casa de Lorenzo de Tejada, por un alero de dos filas de canes superpuestos. Destacan especialmente las ventanas abalconadas de la planta noble, de perfiles moldurados y rematadas por cornisas cuajadas de dentellones que apean en ménsulas. El edificio se emplea actualmente como el Instituto de Educación Secundaria “Camino de Santiago”.
Un poco después, en el número 89, concluimos la andadura por la calle Mayor con la Casa del alcalde Martínez de Pisón, diseñada por Pedro de Horma con tres pisos de altura y fundada en 1633. El elemento de mayor interés es la ventana central de la planta noble, con balcón, vano recercado y frontón partido por el escudo del alcalde Juan Martínez de Pisón. Al igual que la Casa de Lorenzo de Tejada, contaba con escalera coronada por cúpula, pero se incendió.
OTROS LUGARES DE INTERÉS
Es obligatorio comenzar este epígrafe hablando de uno de los mayores emblemas de Santo Domingo de la Calzada, el cual hemos mencionado ya en numerosas ocasiones: el puente sobre el río Oja. Ligado a los orígenes de la ciudad por Domingo García en el siglo XI, a lo largo de su existencia ha tenido que ser reconstruido en varias ocasiones debido a las fuertes e imprevisibles crecidas del Glera, razón por la que, como vimos, los Reyes Católicos concedieron una exención a la ciudad el 15 de julio de 1483, confirmada por los sucesivos reyes hasta Felipe V, para que el pueblo a cambio mantuviera el puente en buen estado (DÍEZ, 2005, pp. 105-106).
La presencia del puente en el imaginario popular es patente, sobre todo, a través de los diversos relatos legendarios obrados por santo Domingo en él, entre ellos la ya mencionada Leyenda de la Rueda, conmemorada cada 11 de mayo. El puente inicial de madera, evidentemente, no ha sobrevivido al paso del tiempo, pues la ferocidad del cauce del Oja, que alcanza su pico de avenidas en el poblado calceatense (TÉLLEZ, 2013, p. 14), así lo ha querido. Por si no fuera poco problema la situación de La Calzada en el recorrido del Glera, el puente se ubicó en el peor sitio posible de cara a la dinámica fluvial del mismo (TÉLLEZ, 2013, p. 17), y sus habitantes pronto se arrepentirían.
Se tienen noticias documentales de una primera crecida de envergadura en 1259, y parece ser que la citada concesión de 1483 de los Reyes Católicos incluía una cláusula que obligaba a la población a la reconstrucción del mismo, en el plazo de seis meses, para no cortar el paso de los peregrinos (TÉLLEZ, 2013, p. 18). Más datos se tienen ya en la Edad Moderna, documentándose en el siglo XVI varias obras en pilares, arcos, paredones de defensa ante las subidas del caudal y en la Ermita de Nuestra Señora, que estuvo erigida sobre uno de los pilares centrales del puente hasta su desplome por la avenida de 1906.
Ya desde comienzos del siglo XVII, el Oja se cebó especialmente con los paredones de contención, y es en la lentitud de las obras o incluso en el estancamiento indefinido de las mismas donde entrevemos ciertas prácticas nocivas, ya sea por parte de los regidores o por el lado de las personas que debían entregar el dinero para la obra (TÉLLEZ, 2013, p. 23). A finales de 1657 hallamos otro desastroso episodio, pues dos crecidas amenazaron tanto la integridad estructural del puente como a la propia ciudad, que sufría riesgo de inundación, siendo la peor consecuencia la incomunicación entre ambas orillas del río (TÉLLEZ, 2013, pp. 27-28).
El siglo XVIII fue especialmente duro con el puente calceatense. Para empezar, una crecida en 1740 dañó diversas partes del mismo, para cuyas reparaciones el Ayuntamiento convoca una subasta que, tras varios regateos, es adjudicada a Martín de Arrate, quien culmina exitosamente las obras el 12 de septiembre de 1741 (TÉLLEZ, 2013, pp. 31-33).
Pero fue la riada del 19 de junio de 1775 una de las peores registradas en la historia de Santo Domingo de la Calzada, y también en diversas zonas del norte peninsular, como Burgos, Navarra o Zaragoza. En el caso calceatense, cuatro arcos del puente cedieron y tres quedaron inutilizados, y hasta 1861-1864 no se tuvieron fondos suficientes para afrontar los gastos de las reparaciones (TÉLLEZ, 2013, pp. 34-36). En el mismo siglo XIX se llevó a cabo otra reforma en el puente, entre 1876-1879, para ampliar la calzada, lo que trajo consigo la reducción del número de arcos de veinticuatro a dieciséis, reduciendo con ello su longitud y capacidad de desagüe (MARTÍNEZ, 1993, p. 308).
Las últimas grandes riadas acontecidas en el término calceatense han sido las de 1906 y 1973, la primera de ellas llevándose, como hemos dicho, la antigua Ermita de Nuestra Señora, reemplazada poco después por la analizada Ermita del puente. Con respecto a la segunda, el Ayuntamiento tomó la decisión de ampliar el cauce del Oja como medida de prevención (MUNTIÓN, 1999, p. 83). El puente actual, fruto de las obras concluidas en 1976, cuenta con dieciséis arcos de medio punto, una barandilla de hierro jalonada por pedestales de piedra a eje con los tajamares, sobre los cuales apean farolas, y una longitud de 148 metros que conecta la avenida de La Rioja con la carretera de Burgos.
Otro elemento de interés del patrimonio calceatense es, sin duda, la antigua muralla de Pedro I, que como apuntamos en el apartado histórico fue construida entre 1367-1369 sobre un anterior proyecto de amurallamiento del siglo XIII, condicionando con ello el desarrollo urbano de Santo Domingo de la Calzada hasta su derribo parcial en el siglo XIX. La leyenda cuenta que Pedro I erigió el recinto tras intentar destruir la ciudad, partidaria de su hermano Enrique como legítimo heredero, y fracasar ante la aparición de una densa niebla invocada por Santo Domingo, mandando la construcción del mismo como disculpa y recuperando con ello la vista, que quedó cegada por la bruma (MUNTIÓN, 1999, p. 84). El 25 de noviembre del 2021 los lienzos y torreones de la muralla calceatense fueron incluidos en la Lista Roja del Patrimonio de Hispania Nostra.
El conjunto amurallado calceatense, el mayor de toda La Rioja, contó durante su existencia con un perímetro de 1670 metros jalonado por hasta 38 torreones prismáticos de 12 metros de altura, siete entradas en arco apuntado, extensos lienzos de sillería con un grosor de 2,5 metros y un foso alrededor. El principal acceso a la ciudad se efectuaba a través de la puerta ubicada en la calle del Cristo, pero su arco se derrumbó el 2 de junio de 1885 (MUNTIÓN, 1999, p. 85). Hoy solo se conservan del total medieval el paño de lienzo de la avenida de Burgos, llamado “Las Traseras”, con sus cinco torreones, otros seis más que suman once, y algunos restos aislados (AZOFRA, 2005, p. 30).
Vistos el puente y la muralla, nos adentramos en la ya comentada plaza Mayor o plaza de España para analizar con más detenimiento sus principales estructuras. La primera es, evidentemente, el Ayuntamiento, que cierra la plaza por el lado norte y fue edificado a mediados del siglo XVIII sobre un lienzo de muralla que tuvo que derribarse, documentándose el 8 de febrero de 1760 el pago por la terminación de las obras (DÍEZ, 2001, p. 157). Fue reformado a comienzos del XX y rehabilitado en los 70 como sede de las oficinas del Concejo (MUNTIÓN, 1999, p. 75).
Es un edificio barroco de planta rectangular y dos alturas, la inferior con soportales con arcos de medio punto y la superior a modo de balcón con pilares cajeados sustentantes. En la parte central de la fachada principal se concentra el interés estético: el piso bajo hace las veces de la antigua Puerta de la Carrera de la muralla, la planta noble cuenta con dos vanos recercados y encuadrados por dos pilastras cajeadas sobre las que corre un entablamento con friso relivario, y coronan el conjunto dos pedestales en los extremos sustentando los escudos de la ciudad y una estructura central protagonizada por el escudo de armas de Castilla y enmarcada por pilastras cajeadas, entablamento ornamentado y frontón triangular partido por una estatua de la diosa Fama.
No menor interés reviste la fachada trasera, la que apunta hacia Haro a través del paseo de la Carrera, más propia de los ideales neoclásicos. Asimétrica debido a que no llegó a concluirse, consta de dos alturas separadas por una ménsula de gran vuelo sobre la que se asienta la balconada del piso superior. La fachada queda dividida elegantemente en dos cuerpos por finas pilastras que, junto con el molduraje de los vanos, completan el aspecto visual del conjunto.
Continuamos por la antigua alhóndiga (casa destinada a almacén y venta de grano), entre medias del Ayuntamiento y el edificio del Corregimiento. Sus dos plantas fueron reestructuradas en el siglo XVII sobre una vieja fábrica del XVI, momento en el que se blasonan los paramentos hacia 1603 gracias a la labor de los maestros Pedro de la Maza, Lope de Mendieta y Domingo de Bustos, continuándose dicha intervención hasta tiempos de Felipe III, como reza la inscripción del dintel de la puerta (DÍEZ, 2001, p. 156).
Estructuralmente, los vanos superiores tienen balcón, pero sin vuelo, y a sus costados se labran los escudos de Castilla y León, hecho en el centro en 1716; el inferior, también de Castilla y León, solo que del siglo XIV y trasladado aquí desde la muralla; y los escudos góticos laterales con los símbolos de la ciudad: la Hoz cortando la encina en el de la izquierda y el Gallo y Gallina a la derecha.
A su lado, como se aprecia en la fotografía superior, se encuentra la sede del viejo Corregimiento y Cárcel Real, que también tiene dos alturas, pero es más voluminoso y tiene un poco más de altitud, rematándose el conjunto con el tradicional alero con canes tallados que tan presente está en la calle Mayor, como hemos comprobado. Nuevamente, una inscripción, localizada sobre el vano central superior, nos indica su fecha de creación, concretamente fue mandado construir en 1763 por el corregidor Pedro Nolasco García Celdrán para sustituir a la edificación medieval de la plaza del Santo, ocupando su lugar, como vimos, la torre-campanario; no obstante, no se terminó hasta 1768.
El conjunto queda dividido en tres cuerpos mediante finas pilastras de orden gigante, propias del Barroco, sobre las que corre un ligero friso cuya parte superior forma una faja de dentellones. La disposición de los vanos está calculada de tal modo que se guarde la simetría, todos resaltados con respecto al muro. El piso bajo cuenta con cinco vanos, cuatro de inferior tamaño y la puerta de acceso, coronada por un marcado entablamento sobre ménsulas con frontón curvo partido. Por su parte, los tres vanos de la planta noble son abalconados, y entre ellos se encuentran espacios para escudos que nunca llegaron a colocarse. En su interior cuenta con un patio central, varias celdas, una letrina, un depósito de cadáveres, un pozo, una capilla para los reos y un patio y huerto en la parte trasera.
El edificio mantuvo la función de sede del Corregimiento y de la Merindad de Rioja hasta que se suprimieron los corregimientos en las Cortes de Cádiz de 1812, pasando entonces a ser juzgado de primera instancia hasta 1966, y luego fue, primero, Juzgado de Distrito, y luego Juzgado de Paz, hasta 1999. En cuanto a la Cárcel Real, estuvo activa desde el siglo XVIII hasta mediados del XX, y se conserva prácticamente intacta.
Justo enfrente suya, cerrando el lado oeste, hallamos el edificio de la Agrupación Escolar Beato Jerónimo Hermosilla, bautizado como tal en 1944 y levantado sobre un solar cedido por el cabildo catedralicio en 1906. Esta escuela “mixta” (colocar niños y niñas en aulas separadas es el motivo de las comillas) se convirtió en Hospital Militar entre 1937-1939, atendiendo por tanto a los heridos durante la Guerra Civil (MUNTIÓN, 1999, p. 76). Es una modesta construcción de dos plantas dominada por las líneas rectas, con base de ladrillo y piedra para los vanos, las pilastras de esquina y el cuerpo central, sustentado por dos pilares acanalados en el piso bajo, triple vano superior unido por una balaustrada corrida y una estructura de remate con el escudo español.
Si pasamos por detrás del colegio, donde está el número 15 de la calle del Cristo, podremos ver el antiguo Palacio del secretario de Carlos V, que a día de hoy acoge el Colegio del Sagrado Corazón, regido por las Madres Franciscanas del Espíritu Santo. Fue mandado construir por dicho secretario real, Juan de Samano, al cantero Juan de Goyaz en 1544, que dispuso tres plantas. La puerta de acceso, en arco de medio punto, está resaltada por una estructura parecida a la de la Casa de la Cofradía del Santo: flanquean la entrada dos pares de esbeltas columnas corintias bipartitas, con el tercio inferior liso y el resto del fuste estriado, sustentadas por sendos plintos y sosteniendo un entablamento en cuyos extremos apean escudos de piedra en altorrelieve.
No podemos irnos de Santo Domingo de la Calzada sin visitar el Cementerio Viejo, amén de para rendir homenaje a los aquí enterrados, para apreciar esta fábrica decimonónica. Fue planificado al hilo de la Real Cédula de 3 de abril de 1787 promulgada por Carlos III, que prohibía los enterramientos en iglesias y obligaba a la construcción de cementerios independientes alejados de los núcleos de población, la cual no empezó a ser aplicada masivamente hasta la siguiente centuria. En el ámbito calceatense, hasta la construcción de lo que hoy es el Cementerio Viejo los cadáveres eran enterrados en el templo y el claustro catedralicios, incluso llegó a usarse como camposanto la iglesia del Convento de San Francisco en determinados momentos (DÍEZ, 2006, pp. 47-48).
La decisión de erigir en Santo Domingo de la Calzada un cementerio capitular nace en 1801, cuando los cadáveres comienzan a acumularse y la necesidad apremia. Tras varias reuniones del cabildo y el Ayuntamiento que retrasaron la obra varios años, por fin se firmó el 22 de febrero de 1806 el documento oficial que regulaba la construcción y régimen del cementerio, desglosado en doce cláusulas, entre ellas una que otorga permiso a derruir y reutilizar los restos de la ruinosa Ermita de San Sebastián (DÍEZ, 2006, p. 52). Concluido el cementerio, el 29 de mayo de 1808 fue consagrado públicamente por el vicario, previa autorización del obispo Aguiriano (DÍEZ, 2006, p. 55).
Hasta el final de su actividad, decretada oficialmente el 5 de septiembre de 2005, oficiando como lugar de enterramiento el nuevo cementerio municipal desde 1998, el cementerio capitular cumplió su papel, y es uno de los pocos ejemplares neoclásicos de La Rioja (DÍEZ, 2006, p. 44). Elegido como lugar de emplazamiento la zona de Margubete, se contrató la obra al maestro de obras Julián de Aldama el 18 de julio de 1806 (DÍEZ, 2006, p. 54), quien trazó un diseño basado en la austeridad y la simetría, dividiendo el solar rectangular en cuatro secciones iguales y disponiendo a ambos lados de la entrada dos estancias complementarias: un depósito de cadáveres y sala de autopsias, y una capilla.
CONCLUSIONES
Santo Domingo de la Calzada, por supuesto, ofrece mucho más al visitante o peregrino que, planificando realizar la ruta jacobea por el Camino francés, acaba llegando a sus tierras para contemplar su rico patrimonio, fruto de una todavía más rica historia. Desde su fundación por Domingo García en el siglo XI hasta hoy, son millones las almas que han quedado prendadas ante la magnificencia y belleza de esta ciudad de La Rioja Alta, y más que lo serán si los que están leyendo estas palabras toman la sabia decisión de aventurarse en estas santas tierras.
El viajero que entre en el término calceatense dispone de una amplia carta entre la que elegir: tras hacer una parada obligatoria en la Catedral del Salvador, puede seguir recorriendo la calle Mayor para apreciar las fachadas de las casas barrocas, se puede dirigir a la plaza de España para visitar la Cárcel Real y contemplar la fachada del ayuntamiento, o bien puede salirse del casco antiguo para ir hacia el Convento de San Francisco, a una de sus ermitas, a los restos de la muralla de Pedro I o al puente sobre el río Oja. La oferta parece no acabarse.
Es todavía más recomendable, como ya venimos diciendo en otros pueblos de esta lista del Grand Prix del verano, acudir en fechas festivas para impregnarse completamente del aire del pueblo y sus habitantes. En el caso de Santo Domingo de la Calzada, las mejores son, sin duda, las Fiestas Patronales de mayo, que cuentan con la denominación de Fiestas de Interés Turístico Nacional.
La previa arranca el 25 de abril, día en que, como refiere la copla, “sale la gaita con el tamboril” y se pintan con una pluma a las doncellas que portarán el Pan del Santo o mollete, que se reparte el 1 de mayo por los hogares para ser guardados con tesón. Desde aquí hasta el 10 de mayo, que comienza la semana central de las festividades, un pregonero va rememorando cada mañana y noche la búsqueda de santo Domingo de peregrinos a los que cuidar. El 10 de mayo, “Día de los Ramos”, acontece el desfile de los carneros que luego serán sacrificados para el Almuerzo del Santo, el cual es repartido el 12 de mayo, día que se conmemora la muerte de Domingo en procesión.
Además de las patronales, están las Fiestas de Gracias y San Jerónimo Hermosilla, celebradas los días 18 y 19 de septiembre: el 18 acontece la “despedida”, que se acompaña por volteretas, y se convoca un concurso de calderetas para degustar el producto estrella de Santo Domingo de la Calzada, la patata; y el 19 se celebran la misa y la procesión. Por otra parte, el 2 de junio desfila la romería hacia Montes de Oca en honor a San Juan de Ortega, donde destacan los vistosos pendones y cruces procesionales.
Aparte de fiestas, en Santo Domingo de la Calzada se celebran también de manera periódica ferias y mercados que, durante unos días, reviven el espíritu medieval primigenio de la ciudad. Cabe destacar el Mercado del Camino, el Mercado Medieval y la Feria de la Concepción, que se convierten en escaparates idóneos para la muestra y venta de los productos autóctonos.
Solo nos queda, para concluir definitivamente este artículo, desear esta noche mucha suerte a nuestros queridos concursantes de Santo Domingo de la Calzada. Con la Catedral del Salvador representándola en el Grand Prix patrimonial pocos rivales hay que puedan hacerla frente, pero el concurso oficial es otra historia, pues los alicantinos de Ondara, con la Torre del Reloj en sus cabezas, no darán tregua a los calceatenses hasta que el horario del programa llegue a su final.
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